Read El Teorema Online

Authors: Adam Fawer

Tags: #Ciencia-Ficción, Intriga, Policíaco

El Teorema (55 page)

BOOK: El Teorema
13.91Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿Es lo que creo que es? —preguntó Jasper.

En el mismo momento Nava olió el hedor de la cloaca. Asintió.

—Jasper, coloca esta carga allí. —Le señaló un punto en el techo, encima de una pila de escombros.

Jasper miró a su hermano, que asintió. Jasper instaló la bomba y luego ambos ayudaron a Nava a pasar por el agujero. Una vez dentro, Jasper cargó con Nava al hombro y se alejó al trote por el túnel. Diez segundos más tarde, oyeron otra explosión, seguida por una pequeña avalancha cuando se desplomó parte del techo y cerró la entrada.

Nadie los iba a perseguir.

Jasper gimió por el esfuerzo de levantar la tapa de la alcantarilla y salir a la acera, luego se volvió para coger a Nava por el brazo sano y ayudarla a salir con mucho cuidado. Caine salió detrás de ella. No habían pasado ni diez segundos cuando una furgoneta blanca aparcó junto a ellos. Sergey Kozlov iba al volante. Se abrió la puerta lateral y un hombre con barba saltó del vehículo. Caine parpadeó.

—Doctor Lukin, está muy mal herida —dijo Caine.

—¿Cómo es que sabe mi…?

Se interrumpió al ver a Nava.

—Dios mío —dijo, y pasó uno de los brazos de la muchacha por encima de sus hombros—. Súbanla a la furgoneta. Tenemos que darnos prisa.

Mientras circulaban velozmente por el puente de Brooklyn, Lukin se encargó de sedar a Nava. Caine y Jasper se ocuparon de controlar la hemorragia. Por la ventanilla trasera, el primero contempló el perfil de Manhattan, hasta que desapareció detrás de los edificios, en cuanto comenzaron a atravesar Brooklyn. Los barrios eran cada vez más y más ruinosos a medida que avanzaban por la Avenida Flatbush.

Caine ya pensaba que no llegarían a tiempo cuando, de pronto, la furgoneta pareció saltar por los aires antes de detenerse con una tremenda frenada.

El doctor Lukin abrió la puerta, cogió un extremo de la camilla de Nava y saltó al exterior. Jasper sujetó el otro extremo y lo siguió. Caine los escoltó a un paso un poco más lento hasta el ascensor. Lukin apretó un botón y Kozlov consiguió entrar cuando las puertas ya se cerraban. Nadie habló mientras subían. El único sonido era el del ascensor. Jasper apretaba el tobillo de Nava, como un torniquete humano. Por fin el ascensor se detuvo y se abrieron las puertas.

Cruzaron el lóbrego vestíbulo a la carrera y Lukin abrió la puerta. Su apartamento era mitad piso de soltero, mitad sala de urgencias. Había un sofá marrón con manchas de café delante de un televisor a un lado y una mesa de operaciones completamente equipada al otro. Una mujer robusta de mediana edad estaba junto a la mesa. Al parecer los esperaba.

Sin perder ni un segundo, Lukin y Kozlov levantaron el cuerpo de Nava de la camilla y la colocaron en la mesa. Caine y Jasper se apartaron rápidamente para que Lukin hiciera su trabajo. El médico le habló en ruso a la mujer, que en el acto comenzó a colocar sensores en el pecho de Nava.

La presión sanguínea era baja y descendía rápidamente. El electrocardiógrafo pitaba a un ritmo alarmante. Hubo una breve discusión entre el médico y la mujer, que Caine comprendió que era su enfermera, mientras atendían las heridas de Nava. Luego, la expresión de Lukin cambió. La enfermera lo miró solemnemente y continuó con su trabajo. Pero había desaparecido la urgencia de sus voces; habían dejado de moverse como si una vida pendiera de un hilo.

—¿Qué pasa? —preguntó Caine.

Lukin no le hizo caso, pero la enfermera lo miró con tristeza antes de seguir con su cometido.

—¿Qué? —gritó Caine.

Lukin murmuró algo en ruso y luego se acercó a Caine, con las manos teñidas con la sangre de Nava en alto.

—Ha perdido demasiada sangre. No creo que podamos salvarla.

—¿No puede hacerle una transfusión?

El médico bajó la mirada con aire culpable durante una fracción de segundo y luego miró de nuevo a Caine.

—Su sangre es del tipo 0 negativo.

—¿Y?

—Los 0 negativos sólo pueden aceptar su tipo de sangre, y no tenemos suficiente. Es un tipo muy raro. Lo siento.

Caine apretó los puños mientras se apartaba. Tenía que haber una manera. Seguro que la había. Un momento. ¿En qué demonios estaba pensando? Podía buscar la manera. Cerró los ojos para ver la manera, el camino. Pero no había nada. Sólo unas brillantes manchas de colores que se movían en la parte de atrás de los párpados.

—¿Está usted bi…?

—¡Cállese y déjeme concentrarme! —gritó.

Se dejó ir tratando de recordar cómo había sido antes. Había evocado la imagen de un árbol mientras buscaba en el Instante… y entonces, como si siempre hubiese estado allí, lo vio. Enorme y majestuoso, con sus infinitas complejidades, que se extendían hacia la eternidad. Miró las ramas, siguió un camino tras otro y los fue abandonando hasta que lo encontró.

Era absolutamente obvio. Había estado buscando una solución oscura, casi del todo improbable, cuando la respuesta no podía ser más sencilla. Caine abrió los ojos. Se volvió y vio a Kozlov que contemplaba la escena desde el fondo de la habitación, con sus enormes brazos cruzados sobre el pecho. Se dirigió a Lukin.

—Él es 0 negativo. —Le señaló al guardaespaldas.

—Oh… podría ser peligroso. Ella ha perdido mucha… —El médico parecía muy inseguro. Caine miró de nuevo a Kozlov.

—¿Qué recibo a cambio de mi sangre? —preguntó Kozlov con toda calma.

Caine parpadeó. Si no comenzaban la transfusión al cabo de unos minutos, había una probabilidad del 89,532 por ciento de que Nava muriera. No tenía tiempo para discutir con el gorila. Empuñó el arma de Nava y disparó. La bala pasó junto a la oreja de Kozlov y se empotró en la pared. Luego Caine le apuntó a la cabeza.

—Tu vida —respondió.

Kozlov no discutió. Se acercó a Lukin y se arremangó. La enfermera comenzó a prepararlo. Mientras le frotaba el brazo, el inconfundible olor del alcohol se esparció por la habitación. Kozlov hizo una ligera mueca cuando ella le clavó la aguja. Caine cerró los ojos y suspiró. Había una probabilidad del 98,241 por ciento de que Nava se salvara. Una mano cálida le sujetó el hombro y al abrir los ojos se encontró con la sonrisa de Jasper.

—Estoy orgulloso de ti, hermanito. Sabía que lo conseguirías.

Caine le devolvió la sonrisa y le apretó la mano por un segundo antes de cerrar los ojos de nuevo. Se sintió agotado. De pronto dejó de preocuparse por el futuro. No era necesario. Ahora tenía el control.

Capítulo 35

Los días siguientes transcurrieron pacíficamente mientras el doctor Lukin atendía sus heridas y les suministraba calmantes. Aunque Caine, Jasper y Nava compartían el pequeño apartamento, no hablaban gran cosa; no lo necesitaban. Los tres se sentían muy cómodos en el silencio que es habitual entre personas que se conocen desde hace años.

Caine hizo todo lo posible por mantenerse fuera del Instante. Sólo entró una vez para ver qué tal le iba a Bill Donnelly Júnior: cuatro kilos, con el pelo rubio como su padre. Aparte de aquella visión, mantuvo su mente firme en el Ahora. Ni siquiera se permitió visitar el pasado, a pesar de su fuerte deseo de presenciar, de comprender, la traición de Doc. Tenía claro que saberlo no le reportaría ningún beneficio.

Al evitarlo, permitió que ocurrieran cosas terribles que hubiese podido prevenir, aunque también ocurrieron otros acontecimientos maravillosos. Pero no se sintió culpable. Sabía que una cosa no podía existir sin la otra. Por lo tanto, dejó el universo en paz y permitió que sus habitantes decidieran sus propios futuros sin su interferencia.

Por de pronto, sólo le importaba Nava y la promesa hecha a Martin Crowe. Aún no sabía cómo la cumpliría, pero era consciente de que no tardaría en saberlo. Mientras tanto, se concentró en su hermano. En el Instante, descubrió cuál era el problema de Jasper, y por qué los medicamentos nunca habían podido apaciguar a sus demonios sin adormecer su mente.

Jasper era esquizofrénico, pero ésa no era su verdadera enfermedad; sólo era un síntoma de su mal. El problema de Jasper era de percepción. Los médicos sólo habían acertado en parte al decir que su hermano tenía problemas para discernir la realidad. David había descubierto que la percepción de la realidad que tenía Jasper superaba de lejos a la de las personas consideradas cuerdas. Su problema era que en lugar de percibir una única realidad, Jasper a menudo percibía varias a la vez.

Cuando se lanzaba una moneda al aire y salía cara, Jasper también veía cruz mientras observaba los múltiples futuros. Por lo tanto, en todo momento, Jasper veía su propia realidad junto con infinitas realidades potenciales paralelas, que aparecían en su mente como las imágenes de una casa de los espejos. Caine sabía que la cura que necesitaba su hermano no estaba en la bioquímica, sino en el conocimiento, la meditación y, curiosamente, en el ajedrez.

Caine lo supo en cuanto vio el viejo tablero en la mesa de centro. Colocó las piezas y comenzaron a jugar. Era el juego perfecto para que Jasper aprendiera a mantenerse concentrado en el presente, aprender que el objetivo era predecir, superar y controlar los movimientos futuros del oponente, pero que para hacerlo era necesario tener un conocimiento absoluto del aquí y el ahora.

Los gemelos jugaban todo el día, una partida tras otra. La interminable sucesión de partidas recordó a Caine los años de su infancia, cuando jugaba con su padre. Pero en lugar de sentir pena por el padre perdido, una feliz nostalgia le invadió con las partidas, al comprender que mientras recordara a su padre, siempre estaría con él.

Pero, por encima de todo, las partidas enseñaron a su hermano a controlarse. Poco a poco, a medida que Jasper aprendía a concentrar su energía en el presente —en la realidad que existía sólo ante sus ojos, entre las treinta y dos piezas colocadas en los sesenta y cuatro cuadros— aprendió a apartar las visiones de los infinitos espejos en su mente.

Jasper mejoraba más y más con el paso de los días. David Caine sabía que su hermano nunca sería normal en el sentido clásico de la palabra, pero también sabía que con el tiempo, Jasper acabaría por encontrar un nivel de estabilidad que antes se le había negado. A pesar de que Caine ya había atisbado un futuro más cuerdo para su hermano en el Instante, en realidad no necesitaba más que mirar a los ojos de Jasper para saber que todo iría bien.

El quinto día Nava comenzó a inquietarse. Aquella mañana, se despertó al alba con todos los sentidos en alerta. Jasper y David continuaban durmiendo. Ninguno de ellos había salido del apartamento desde que habían llegado. Aunque ninguno de los hermanos lo había dicho, sabía que ambos consideraban necesario proteger a Nava en esos momentos, de la misma manera que ella se había ocupado de protegerlos antes.

Tenía un millón de preguntas que quería formularle a David, pero cada vez que estaba a punto de comenzar, él se limitaba a sacudir la cabeza y decir: «Tenemos todo el tiempo del mundo, Nava. Ahora, descansa. No nos pasará nada en los próximos días, te lo prometo».

Si se lo hubiese dicho algún otro, Nava nunca le hubiese creído. Pero había aprendido a confiar en David, así que le había hecho caso. En ese instante, mientras lo miraba, éste abrió los ojos y le sonrió.

—Hola —dijo. Se frotó los ojos—. ¿Cuánto tiempo llevas despierta?

—Sólo unos minutos.

Caine se levantó, se desperezó y luego se acercó al sofá que servía de cama a la muchacha. Se sentó en la mesa de centro y le acarició los cabellos.

—¿Me lo dirás ahora? —preguntó Nava.

—Sí —respondió el hombre, como si hubiese estado esperando que se lo pidiera.

—Cuando encontré a Julia… —Nava dejó que su voz se apagara por un momento mientras recordaba a la muchacha desnuda y agonizante en el contenedor de basura. Le pareció que había pasado una eternidad. Borró la imagen y se concentró en el presente—. Me dijo que después de que te salvara, me explicarías por qué murió mi madre y yo me salvé. Ahora creo que lo sé. Los sueños, las pesadillas que tenía cuando era pequeña, las que hicieron que tuviese miedo a volar, las que me salvaron la vida, todas provinieron de ti.

—No. —Caine sonrió.

—Entonces, ¿de dónde?

David le señaló el pecho.

—Las tomaste del inconsciente colectivo. Tuviste la oportunidad de ver uno de tus posibles futuros y lo evitaste.

—¿Cómo? —preguntó Nava.

—¿De verdad quieres que te repita la conferencia que nos dio Jasper?

—Creo que no. —Nava se rió, pero al instante siguiente su rostro volvió a ensombrecerse—. ¿Por qué? ¿Por qué yo lo vi y mi madre no?

—A menudo los niños ven cosas que los adultos no pueden ver y, lo que es más importante, creen en lo que ven. Ése es el motivo que les permite a los niños verse como bomberos, astronautas y héroes. Sólo cuando nos hacemos mayores nos enseñan a no hacer caso de nuestras imágenes «irracionales» del futuro.

»Quizá tu madre tuvo un atisbo de su muerte. Quizá no. Es una pregunta que no te puedo responder, Nava. Sólo te puedo decir que cuando rehusaste subir a aquel avión, la niña que eras vio su posible futuro y tomó una decisión.

»Fue una decisión correcta. No tienes idea de las muchas cosas buenas que has hecho en tu vida. Sé lo mucho que duele perder a la única persona que querías salvar, pero no puedes volver atrás y cambiarlo. Llora a tu madre y hermana, Nava, pero no llores por estar viva. —Caine le cogió la mano—. Tienes un don increíble para escoger el camino correcto; más de lo que te imaginas. Confía en ti misma, Nava, y podrás controlar tu destino.

—Soy incapaz de elegir como tú —replicó Nava—. No puedo estar segura.

—Tampoco yo —declaró él—. Sí, tengo un talento, pero no es infalible. Mi don me permite ver muy lejos, sea un segundo o un milenio, para escoger el camino con las mayores probabilidades de éxito, pero nunca tengo la certeza absoluta. Incluso no sé todo lo que pasará. Como te ocurre a ti, mi futuro depende de las elecciones de todos los demás, porque sus decisiones forman parte de la realidad colectiva que todos compartimos.

A Nava la cabeza le daba vueltas, pero tuvo la sensación de que lo había comprendido.

—¿Ahora qué? —preguntó—. Tú conoces el futuro, puedes hacer cualquier cosa.

Caine negó con la cabeza.

—No conozco el futuro, Nava. Los conozco todos, porque son infinitos, y eso equivale a no saber nada.

—Sin embargo todo lo que hiciste para poner las cosas en movimiento… ocurrieron tal como lo predijiste.

BOOK: El Teorema
13.91Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Thriller by Patterson, James
The Absolute Value of Mike by Kathryn Erskine
Behind the Candelabra: My Life With Liberace by Scott Thorson, Alex Thorleifson
A Good Year by Peter Mayle
The Trials of Caste by Joel Babbitt
Saving Stella by Brown, Eliza
Summer Secrets by Freethy, Barbara