—Concéntrense en el objetivo —añadió Nava—. El otro es irrelevante.
—¿Cuál de los dos es el objetivo, señora? —preguntó Spirn.
A Nava se le abrió el cielo. Mientras los hermanos continuaran juntos, los hombres no sabrían cuál de los dos llevaba el transmisor GPS, dado que sólo tenía un alcance de un metro. Por una fracción de segundo consideró la posibilidad de identificar a Jasper como su hermano David. Estaba segura de que en el forcejeo podría desprender el transmisor. Para cuando descubrieran que tenían a Jasper, ella se habría hecho con David y estaría lejos.
Pero como había aducido que su proximidad era el motivo para no capturarlo antes, ahora no podía echarse atrás. Si conseguía marcarlos a los dos como había planeado, entonces sí conseguiría que se llevaran a Jasper. Si…
Miró al hombre que ella creía que era David Caine. Alrededor de las gafas de sol, vio un morado. Miró al otro hermano, sólo para asegurarse. No tenía marcas en el rostro. Por alguna razón, David le había dado la chaqueta a su hermano, y eso significaba que el transmisor lo llevaba Jasper, no David.
—Me acercaré a ellos —anunció Nava, al tiempo que elaboraba un nuevo plan. Continuó caminando, a la espera de que los hermanos cruzaran la calle. Se detuvieron al llegar a la esquina. Cuando el semáforo le dio paso, los hermanos comenzaron a cruzar la calle hacia ella. Aunque se separaron un poco para dejarla pasar entre ellos, Nava se aseguró de tropezar contra David.
—Oh, lo siento —dijo ella, mientras lo sujetaba por el codo con una mano y con la otra le apretaba el hombro.
—No pasa nada —respondió David.
Nava asintió y continuó caminando.
—El objetivo lleva la chaqueta de cuero negro.
—Copiado, chaqueta de cuero negro.
—En cuanto se separen, atentos a mi orden —añadió Nava.
—Recibido.
Los dos hermanos se detuvieron en la siguiente esquina. Hablaron durante un momento, se dieron un abrazo y se separaron. David cruzó la calle, mientras que su hermano daba la vuelta a la esquina. Había llegado el momento.
—Acercaos. Michaelson, por delante. Brady, flanco derecho. González, ten la furgoneta en posición para cuando nos acerquemos. Spirn, vienes conmigo.
Todos los hombres ocuparon sus puestos rápidamente. Vestidos con prendas de civil, se confundieron sin problemas entre los transeúntes de la concurrida calle de Manhattan.
—En posición. —Michaelson estaba dos metros por delante de Jasper.
—En posición. —Brady estaba a un metro a la derecha de Jasper.
—Un momento —avisó González—. Tengo un poco de tráfico, esperad.
El equipo se mantuvo cerca del objetivo mientras González maniobraba con la furgoneta negra para pasar junto a un taxi que se había detenido en doble fila, y luego dejaba atrás al equipo y se detenía a unos diez metros por delante del objetivo.
—En posición.
—Lo cogeremos cuando el objetivo esté a un metro de la furgoneta. Spirn y yo haremos la aproximación. Michaelson y Brady, atentos por si intenta escapar.
Nava sacó del bolsillo un delgado cilindro metálico mientras se acercaba a Jasper por detrás. Tendría que actuar deprisa. Si éste decía que David era su hermano gemelo, se habría acabado todo. Aceleró el paso cuando Jasper se acercó a la furgoneta. Estaba casi pegada a él. Por encima del hombro del hombre, vio a Michaelson apoyado en un coche aparcado a unos tres metros.
Nava extendió la mano y sujetó el brazo de Jasper.
¿El señor Caine?
Jasper se volvió, sorprendido.
—¿Sí?
Nava le mostró fugazmente una placa falsa.
—¿Podría acercarse a la furgoneta, señor? Tengo que hacerle unas preguntas.
Jasper miró a Nava y después a Spirn.
—Sí, desde luego —respondió. Se acercó al bordillo, de espaldas a la furgoneta.
—Gracias, sólo será un momento —añadió Nava. Sin decir nada más, aplastó la punta del cilindro contra el muslo del hombre. Jasper abrió los ojos como platos y soltó un quejido. Spirn le sujetó con fuerza el brazo para asegurarse de que no intentaría escapar, pero no era necesario. Dos segundos después de que la aguja de la jeringuilla de Nava atravesara la tela del vaquero y la piel, la benzodiazepina entró en su torrente sanguíneo.
La acción del sedante fue prácticamente instantánea. La mirada de asombro fue reemplazada por otra soñadora y relajada. Nava miró a Michaelson, que le respondió con un gesto. Ninguno de los transeúntes se había dado cuenta de lo sucedido.
—Señor Caine, tendremos que llevarlo con nosotros —dijo Nava, que lo sostuvo del brazo para que no se cayera. Jasper abrió la boca con la intención de hablar, pero lo único que se oyó fue un farfulleo incomprensible. Entre Spirn y ella lo ayudaron a caminar hasta la parte de atrás de la furgoneta. El primero abrió la puerta y levantó a Jasper para meterlo en el vehículo, mientras Nava hacía de pantalla para que no lo vieran los peatones.
Subió después de ellos, y al cabo de un momento subieron Michaelson y Brady. Ambos parecían decepcionados por la falta de resistencia del objetivo. Brady cerró la puerta y González pisó el acelerador. Nava llamó a Grimes.
—Tenemos al objetivo y regresamos a la base.
—Comprendido. Le comunicaré al doctor Jimmy la buena noticia.
—González, déjame en la próxima esquina —le ordenó al conductor.
—¿No viene con nosotros? —preguntó Michaelson, desconcertado.
Nava negó con la cabeza y simuló un gran bostezo.
—He estado de guardia toda la noche. Me voy a casa. Spirn, tiene el mando. Coordine las cosas con Grimes en cuanto llegue al laboratorio.
El teniente asintió. En cuanto la furgoneta se detuvo, Nava abrió la puerta y se apeó, sin olvidarse de recoger con toda naturalidad la mochila del suelo de la furgoneta y echársela al hombro. Cerró la puerta y le dio una palmada. En cuanto la furgoneta se perdió de vista, sacó el receptor.
Marcó el nuevo número de identificación de GPS y esperó a que se realizara la conexión con el satélite. El plano de la ciudad con los dos puntos que parpadeaban reemplazó el texto en la pantalla. David Caine estaba a sólo dos kilómetros, y caminaba en dirección oeste. Eran las 17.37. Sólo le quedaban veintitrés minutos.
Pensó en tomar un taxi, pero a esa hora de la tarde, era más rápido correr.
Tversky enfocó el desvencijado Chevrolet con la cámara de vídeo. La noche era fría, no había mucha gente por los alrededores, aunque, como estaban haciendo unas obras, había varios camiones aparcados y un par de bidones de gasolina entre los andamios que tapaban el edificio. Hizo girar el objetivo hasta tener una visión muy clara de la acera. Perfecto. Ahora sólo le quedaba esperar. Intentó convencerse de que lo que iba a suceder sería para bien, pero sabía que no era verdad.
Quería, no, no quería, necesitaba que David Caine se presentara. Si lo hacía, sería la prueba de que Tversky había tenido razón desde el principio, y lo que era todavía más importante, que todo lo demás que había predicho Julia se convertiría en realidad. Si Caine no se presentaba, bueno… Tversky suspiró y sacudió la cabeza. No podía pensar en eso. Ahora no. Tenía que estar concentrado.
Abrió el maletín de cuero y observó el mecanismo electrónico. Ya lo había probado por lo menos diez veces en el transcurso de la tarde, pero aún le preocupaba que algo funcionara mal. Intentó apartar esos pensamientos negativos, y trató de concentrarse en los acontecimientos que lo habían llevado hasta allí. La investigación. El incidente en el restaurante. Su descubrimiento. El rechazo de Forsythe. La visión de Julia.
Cada acontecimiento era un eslabón en la cadena que lo había llevado hasta ese momento. Se preguntó cuáles serían las probabilidades de una serie de acontecimientos como ésa. ¿Una en un millar? ¿En un millón? ¿En un millón de millones? Algo así era imposible de calcular. En eso consistía la belleza de la vida; cualquier cosa era posible, todo era infinitamente improbable, y sin embargo entre todos los acontecimientos improbables, siempre había que escoger uno, algo debía ocurrir.
De pronto un hombre que llevaba un gran maletín plateado apareció en la pequeña pantalla de la videocámara mientras pasaba junto al gran camión cisterna aparcado en doble fila a un par de metros del Chevrolet. A Tversky se le aceleró el pulso mientras esperaba a que el hombre se volviera para verle el rostro. Se secó las manos sudadas en las perneras del pantalón, sin apartar la mirada ni por un instante del hombre de la pantalla. Con mucho cuidado, tocó la superficie del teclado.
El hombre se volvió muy despacio y quedó a la vista el perfil. Tversky suspiró, decepcionado. No era Caine. El rostro era regordete y marcado con las cicatrices del acné. Parecía impaciente, como si estuviese esperando a alguien. Tversky confiaba, por el bien del desconocido, que no se quedara mucho tiempo. Sería una pena si se convertía en una víctima de la explosión.
—Creo que tenemos un problema, señor. —La voz dura del teniente Spirn sonó alta y clara en el auricular de Grimes.
—Fantástico. ¿Me lo puedes explicar?
—El hombre que acabamos de capturar. No se llama David Caine. Su nombre es Jasper Caine. —¿Eh?
—Comenzó a murmurar algo sobre David. Me pareció extraño que el tipo hablara de sí mismo en tercera persona, así que busqué en su cartera. Según el carnet de conducir, su nombre de pila es Jasper. Cuando le pregunté quién era David, dijo que era su hermano.
Grimes dio un puñetazo en la carrocería del camión.
—¡Mierda!
—¿Qué hacemos, señor?
—Espera un momento.
Los dedos de Grimes volaron sobre el teclado mientras accedía al archivo de Caine. Buscó la entrada de «Familiares». No aparecía ningún Jasper Caine. Es más, no aparecía ninguna referencia a hermanos o hermanas. Era extraño porque, aunque sólo había leído el archivo en una ocasión, estaba dispuesto a jurar que allí había algo. Grimes notó una sensación desagradable en la boca del estómago. Llevado por un presentimiento, rastreó la última modificación realizada en el archivo.
El único cambio era una actualización de los datos. Desafortunadamente, no podía saber cuáles eran los campos modificados desde el camión de FedEx. Marcó un número en el móvil y se conectó con uno de los tíos de su departamento.
—¡Ey! —Era Augy.
—Hola, soy Grimes. Necesito que busques la última copia de seguridad del archivo de Caine, David T.; número de identificación Castillo-Delta-Tigre-6542.
—Hecho. Un segundo. —Augy tardó un minuto en volver al aparato—. Te lo acabo de enviar. Ya tendría que estar en tu buzón.
—Aquí está. —Grimes hizo un doble clic en el icono del adjunto y leyó el archivo. Abrió los ojos como platos. Alguien lo había modificado; David Caine tenía un hermano, un hermano gemelo llamado Jasper—. Vale —dijo, con el corazón a punto de estallarle en el pecho—, haz una búsqueda de todas las actualizaciones del archivo. Envíamela en cuanto la tengas.
—Vale.
Grimes esperó. Unos segundos más tarde, sonó el ping del ordenador para avisarle de que tenía correo. Grimes abrió el archivo y se sorprendió. El pirata informático había enmascarado la identidad con un nombre de usuario falso, pero Grimes reconoció el código del terminal. Era el de Vaner. Repasó mentalmente todo lo sucedido en los últimos quince minutos. Cómo ella había identificado al objetivo para después drogarlo antes de separarse del equipo. No estaba muy seguro de lo que significaba, pero sí sabía una cosa a ciencia cierta: Forsythe pillaría un cabreo descomunal. Se conectó de nuevo con Spirn.
—Teniente, acabó de confirmar que el tipo es el hermano del objetivo.
—Recibido. ¿Qué quiere que haga?
La mente de Grimes trabajó a pleno rendimiento. Forsythe se cabrearía de todas maneras, pero todavía más si estaban transportando a un civil inocente.
—¿Cuándo se le pasará el efecto de la droga?
—Probablemente dentro de unos veinte minutos. Se sentirá un poco atontado y quizá con un tremendo dolor de cabeza, pero aparte de eso estará bien.
—De acuerdo. Tírelo.
—¿Señor?
—¿No me has entendido? —gritó Grimes, con el rostro bañado en sudor—. Aparca un momento junto al primer banco que veas y lo dejas allí.
—Recibido —respondió Spirn tranquilamente aunque a Grimes le pareció que había un tono de disgusto en su voz. A Grimes no le importaba. Que le dieran por culo. Cinco minutos más tarde, la furgoneta negra se alejaba a toda velocidad del callejón donde había dejado a Jasper, seguida de cerca por el camión de FedEx. Grimes apretó la tecla de marcado rápido y oyó la voz de su jefe en el auricular.
Houston —dijo Grimes—, tenemos un problema.
El móvil de Nava zumbó en su cadera. La llamada llegaba directamente del despacho de Forsythe. Seguramente habían descubierto el engaño. Desconectó el teléfono y se concentró en la tarea más inmediata, mientras se preguntaba cuánto tiempo tardarían en encontrar su rastro.
Entonces comprendió que ya lo habían hecho.
Grimes habría enviado una señal al móvil y encontrado el rastro antes de dejar que Forsythe hiciera la llamada, y eso significaba que ya conocían su paradero. Tenía que moverse a toda prisa. Tendría un problema si perdía a Caine, pero si la arrestaban, entonces ya no tendría ninguna carta que jugar.
Encendió de nuevo el móvil, que comenzó a sonar en el acto. Sin hacerle caso, se acercó al bordillo con el brazo levantado, consciente de que su destino estaba en las manos del primer taxista que se detuviera.
—¿Tienes su señal? —preguntó Forsythe.
—Sí. Perdimos la señal por un momento, pero ahora la recibimos con toda claridad. Se mueve hacia el sur, a unos cincuenta kilómetros por hora.
—¿Puedes conectar la señal de rastro con la del satélite?
—Ya está hecho —respondió Grimes—. Viaja en un taxi. Acaba de entrar en el West Side Highway.
—Envía al equipo para que la intercepte.
—Ya van de camino. La atraparán dentro de unos minutos.
—Avísame en cuanto tengan a Vaner.
Forsythe cortó la comunicación y comenzó a pasearse por el despacho. Se preguntó si Vaner sabía algo que él desconocía. Si era así, entonces David Caine era exactamente lo que Tversky creía que era. Ahora lo habían perdido. Pero al menos no la habían perdido a ella. Cuando la tuviera en sus manos, haría que lamentara su traición.
Abdul Aziz apenas si se sorprendió cuando el hombre que conducía la furgoneta negra encendió una sirena y le hizo señas para que se detuviera. Tendría que haber sabido que la mujer tenía problemas cuando le dio los cien dólares.