El Teorema (23 page)

Read El Teorema Online

Authors: Adam Fawer

Tags: #Ciencia-Ficción, Intriga, Policíaco

BOOK: El Teorema
4.03Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Diablos —exclamó Forsythe—, otro sujeto desconocido.

—Hemos deducido quién es. Se llama David Caine.

—¿Cómo has averiguado su identidad? —preguntó Forsythe, mucho más animado.

—Cuando vi que Tversky había recibido los resultados de todas esas nuevas pruebas —respondió Grimes con una sonrisa—, cruce el número de identificación con el departamento de contabilidad. El mismo día extendieron un cheque a nombre de David T. Caine con el mismo número de referencia.

—Espera un momento, has dicho «hemos». ¿Quién es el otro?

Grimes frunció el entrecejo.

—La agente Vaner, aunque su explicación de cómo lo había hecho fue un tanto vaga. Supongo que es toda esa mierda del espionaje.

—¿Dónde está ella ahora?

—La última vez que lo comprobé estaba delante de la casa de Caine.

Forsythe se alegró al oír por una vez una buena noticia.

—Muy bien. Dile que no pierda de vista a Caine y después localiza a Tversky.

—Sí, sí, capitán Jimmy. —Grimes entrechocó los talones, dio media vuelta y se marchó.

En cuanto se quedó solo, Forsythe comenzó a leer las últimas notas de Tversky. Aunque estaban incompletas, eran sorprendentes. A pesar de que sus pruebas de la capacidad de Caine eran anecdóticas, los análisis químicos parecían apoyar su teoría. Y los electroencefalogramas de Julia Pearlman no se parecían en nada a ninguno que Forsythe hubiese visto antes. Menos de un minuto después de haberle inyectado el compuesto, las ondas cerebrales del sujeto Alfa habían alcanzado el máximo en perfecta sincronía. Aun con la pega de que el experimento de Tversky había matado a la muchacha, las implicaciones científicas del estudio eran revolucionarias.

Si bien sería más fácil continuar con el estudio con la colaboración de Tversky, tampoco era imprescindible. Lo que necesitaba de verdad era hacer más pruebas con David Caine. Sin embargo, si las teorías de Tversky eran correctas, Caine era un sujeto muy peligroso. Consultó su agenda, cogió el teléfono y marcó el número. Después de esperar cinco minutos, el hombre que necesitaba se puso al aparato.

—Buenos días, general —dijo Forsythe, sentado bien erguido en la silla—. Tengo que pedirle un favor…

Mientras Caine cruzaba la calle, cargado con dos vasos de café y una bolsa de bollos, tuvo la sensación de que algo estaba a punto de ocurrir. No hizo caso e intentó concentrarse en la música que sonaba en los auriculares. Cada vez que se sentía estresado, utilizaba los cascos como refugio. Giró el dial para encontrar alguna emisora más variada pero acabó sintonizando una de rock clásico. Escuchó el final de
Comfortably Numb
antes de que
The Jefferson Airplane
comenzara a cantar sobre las drogas que tomaba Alice
[1]
.

Entonces el olor llenó su mente.

Oh, no.

Se detuvo bruscamente y un hombre alto que hablaba por el móvil tropezó con él. Caine se tambaleó hacia delante. Se le cayó uno de los vasos de café y chocó con una mujer negra increíblemente obesa que lucía un vestido azul y que llevaba dos bolsas de la compra cargadas a tope. La mujer se inclinó a la izquierda, pero perdió el equilibrio, las bolsas cayeron al suelo y las naranjas y las manzanas rodaron por la acera.

Las piezas de fruta caídas aumentaron el caos. Un hombre calvo con una camiseta blanca muy ceñida derramó su
frappuccino
sobre la blusa amarilla de una mujer mayor. Una asiática con una falda roja cayó al suelo y se rompió dos uñas. Un fornido trabajador de la construcción dejó caer su caja de herramientas sobre el pie de un empresario vestido con mucha elegancia, de modo que no sólo le fracturó el dedo gordo sino que también le estropeó sus mocasines Gucci.

En un santiamén, Caine había cambiado el curso de sus días. El hombre calvo compraría otro frappuccino. La mujer mayor tendría que regresar a su casa para cambiarse. La asiática necesitaría otra manicura. El trabajador de la construcción tendría que contratar a un abogado para que lo defendiera en la demanda presentada por el empresario que no podría asistir a la reunión del consejo ejecutivo porque estaba esperando en la sala de urgencias a que alguien se ocupara de su dedo gordo.

Cada uno de esos cambios causaría otros tantos. Caine los veía extenderse ante él, como las ondas en un lago cuando tiras una piedra al agua. No acababa de saber qué era, pero Caine sabía que algo iba mal. Entonces lo comprendió: nada de todo eso tendría que haber sucedido.

El calvo tendría que haber ido al gimnasio, donde conocería a un hombre que se convertiría en su amigo, y después en su amante. El trabajador de la construcción tendría que haber tenido otro hijo, pero el estrés provocado por la demanda del empresario lo llevaría al divorcio. El empresario tendría que haber muerto al cabo de dos meses, pero su médico descubriría algo anormal en su corazón en el transcurso de la inesperada visita, cosa que llevaría a una intervención quirúrgica preventiva que le salvaría de sufrir un infarto mortal. La mujer mayor se tendría que haber caído camino del metro y romperse la cadera, pero ahora ya estaría bien. La asiática tendría que haber asistido a una comida de negocios que le hubiese supuesto un ascenso.

Las imágenes desfilaron por su mente en una fracción de segundo y desaparecieron. Caine tuvo la sensación de que el corazón iba a estallarle en cualquier momento. El sudor le chorreaba por el rostro. Se dio cuenta de que tenía los ojos cerrados, así que los abrió lentamente e intentó aflojar los puños. «Respira profundamente, sólo respira profundamente, intenta comprender lo que acaba de ocurrir. ¿Ha sido intuición? ¿Presciencia?» No, no era más que un enloquecido soñar despierto, una ridícula variante del juego que solía jugar con Jasper cuando eran unos críos. Escogían a alguien al azar y predecían lo que le ocurriría durante el resto del día.

«Respira profundamente, respira lenta y profundamente. Sí, ya está. Sigue así». Sólo había soñado despierto. Ya empezaba a desaparecer. Se volvió mientras el empresario comenzaba a gritarle al trabajador de la construcción, y después lo envolvió la oscuridad. Una fresca y plácida oscuridad.

Un latir. Le pareció que el cráneo se expandía y contraía con cada latido del corazón. Abrió los ojos. Estaba tumbado de espaldas, rodeado por un círculo de rostros expectantes.

—Creo que ya vuelve en sí —afirmó una rubia regordeta.

—¿Estás bien, tío? —preguntó una cara negra.

Caine intentó levantarse, pero un par de manos fuertes lo retuvieron contra la acera.

—No dejen que se levante, puede que tenga rota la columna —ordenó un hombre desde detrás del círculo.

—Tranqui, tío. —Era de nuevo el rostro de color, que parecía estar relacionado con los brazos que lo sujetaban—. La ambulancia viene de camino.

Caine cerró los ojos de nuevo. Las caras parlantes le provocaban náuseas. La oscuridad era mucho mejor, así que volvió a sumergirse en su refugio favorito.

Go ask Alice. When she's ten feet tall.

—¿Qué pasa? —La voz de Forsythe sonó con fuerza en el auricular.

—Ahora mismo estamos repasando la información, pero por lo que parece se desplomó sin más en mitad de la acera —respondió Grimes, y se volvió para mirar los monitores que tenía delante. El de la esquina inferior derecha repetía una y otra vez las imágenes del incidente. Ya las había visto diez veces, pero seguían fascinándole.

—Explícame exactamente lo que pasó.

—El objetivo se detuvo bruscamente y un tipo chocó con él, cosa que hizo que el objetivo chocara con una gorda enorme, y entonces ella dejó caer una bolsa con frutas que se desparramaron. Otro montón de personas resbaló con toda esa mierda, y luego el objetivo miró en derredor, se llevó las manos a la cabeza y se desplomó sin más.

—¿Está bien?

—Perfectamente, aunque es probable que tenga un dolor de cabeza de tomo y lomo. Alguien llamó a una ambulancia, pero el objetivo no quiso ir con ellos. Sintonicé su frecuencia y el conductor informó de que parecía estar bien, como mucho una leve contusión.

—Mira la cinta unas cuantas veces más y hazme saber si ves alguna otra cosa. Mientras tanto, no lo pierdas de vista.

—Roger, Roger. —
Aterriza como puedas
era una de las películas favoritas de Grimes, y le encantaba citarla, especialmente cuando se burlaba del doctor Jimmy. Grimes sabía que lo había molestado, porque tardó diez segundos en responderle. Estaba seguro que si escuchaba de nuevo la llamada, amplificaba el volumen y eliminaba los ruidos de fondo, oiría al bueno del doctor maldiciendo por lo bajo. Tendría que comprobarlo más tarde.

—¿Dónde está ahora? —preguntó Forsythe.

—Va camino de su casa. Lo estamos siguiendo con el camión y Vaner está en la calle. También lo tengo enfocado con un par de satélites, y tenemos un micrófono direccional que apunta a su apartamento. No se preocupe, doctor Jimmy, lo tenemos cubierto.

—Avisa a Vaner de que un equipo de asalto está de camino para ayudarla.

Grimes silbó por lo bajo. ¿Un equipo de asalto? Aquello prometía ser algo grande.

Caine le arrojó un bollo envuelto en papel de aluminio a su hermano y dejó el New York Post en la mesa de centro.

—De cebolla con crema de queso, ligeramente tostado.

—¿No hay café? —preguntó Jasper.

Caine sopesó decirle: «Acabo de tener otra visión, perdí el conocimiento y derramé tu café en la acera». En cambio respondió:

—Lo siento, me olvidé.

—No te preocupes —farfulló Jasper con la boca llena. Masticó lentamente y luego tragó—. ¿Qué, la almohada te dio alguna solución?

—Qué va. Lo único que tengo es un día menos para pagarle a Nikolaev dos mil dólares que no tengo.

—Es una verdadera pena que no seas este tipo —comentó Jasper y cogió el periódico.

En la primera página aparecía un titular a toda plana que decía: «¡¡¡MILLONARIO DE LA LOTO!!!» que flotaba sobre un hombre con un cheque gigante de 247,3 millones de dólares. Caine no sabía por qué se había molestado en comprar ese periódico, cuando era un lector habitual del Times; pero cuando había visto el titular, no se había podido reprimir.

—Mierda… es Tommy DaSouza —exclamó Jasper, y levantó el periódico para que Caine viera la foto—. ¿No lo recuerdas? Era del barrio.

—Caray, ni siquiera lo he reconocido —dijo Caine, que miró la foto, desconcertado. Tommy pesaba como mínimo quince kilos más que la última vez que lo había visto—. ¿Estás seguro de que es él?

Jasper buscó la página donde estaba la crónica y asintió varias veces.

—Thomas DaSouza, veintiocho años, todavía vive en Park Slope, a sólo cinco manzanas de donde creció.

—Pues me alegro mucho por él, pero eso no me ayuda en nada.

—¿Qué dices? El chico te adoraba. Nos siguió por el patio durante todo un año después de que le salvaras el culo.

Caine se encogió de hombros. Acababa de recordar el día en que había intervenido cuando uno de los matones de la escuela estaba a punto de darle una paliza a Tommy.

—Eso fue hace mucho tiempo, Jasper.

Sí, pero tú siempre fuiste un buen amigo de Tommy. Diablos, si tú no le hubieses ayudado con el álgebra, probablemente hubiese tenido que abandonar el instituto.

El instituto. En aquel entonces, Caine no veía la hora de acabar el curso. En esos momentos hubiese dado cualquier cosa por volver a aquellos años. Él y Tommy se lo habían pasado a lo grande. Pero cuando acabaron, cada uno había ido por su lado. Tommy había conseguido un empleo y Caine había ingresado en la universidad. Después de un par de años, Caine había descubierto que ya no tenía muchas cosas en común con su viejo amigo.

—No he hablado con él en casi cinco años.

Jasper cogió el teléfono inalámbrico de la mesa y se lo arrojó a su hermano.

—Yo diría que es un buen momento para renovar la amistad.

—¿Qué quieres que haga? ¿Que lo llame y le diga: «Hola, Tommy, felicidades. ¿Puedo pedirte prestados doce mil dólares?»? Ni hablar. —Le arrojó el teléfono de nuevo a Jasper.

—Muy bien —contestó Jasper. Marcó el número de información y dijo—: Brooklyn. Thomas DaSouza. —Escribió el número en un papel y luego se lo pasó a su hermano junto con el teléfono. Caine miró el papel como si Jasper le hubiese pasado una rata muerta—. Escucha, si tú no lo haces, lo haré yo. ¿Cuál es el problema? El tipo acaba de ganar más de lo que podrá gastar en toda su vida y a ti están a punto de matarte por unos miserables doce mil dólares. Si te dice que no, no estarás peor que antes. Si te dice que sí, estás salvado. No pierdes nada con intentarlo.

—¿Qué hay de mi orgullo? —replicó Caine.

—Preocúpate de tu orgullo después de pagarle a la mafia rusa —dijo Jasper—. Ahora haz… la puta… llamada-sonada-tocada.

A pesar de que la rima de Jasper le produjo una sensación desagradable en la boca del estómago, Caine sabía que su hermano tenía razón. A regañadientes, cogió el teléfono y marcó el número. Una voz impaciente lo atendió al primer timbrazo. —¿Sí?

—¿Tommy DaSouza? —preguntó Caine.

—Óigame, no sé lo que vende, pero no me interesa, ¿vale? Como aparezco en la guía, envíeme el catálogo de lo que sea por correo y yo lo llamaré si me interesa. Adiós.

—¡Espera, no vendo nada! —gritó Caine, súbitamente desesperado al comprender que ésa podría ser su única oportunidad—. Soy David, David Caine.

Hubo unos momentos de silencio durante los cuales Caine creyó que Tommy iba a colgar. Luego escuchó:

—¡Caray, Dave! ¿Cómo coño estás, tío?

—Bueno ya que lo preguntas… —contestó Caine, que miró a su hermano mientras se pasaba el teléfono de una oreja a la otra—. Te llamaba porque verás…

—¿Tienes el dinero?

Tversky casi dio un salto. Se volvió, pero no vio en el callejón a nadie más que un chiquillo huesudo. No podía tener más de doce años, y la gorra de los Yankees, que llevaba con la visera a un lado lo hacía parecer todavía más joven.

—¿Tienes el dinero o no, viejo?

—¿Tú eres Boz? —preguntó Tversky, sorprendido.

El chico se echó a reír.

—¿Estás de coña o qué? Boz nunca vendría a reunirse con un pirado que no conoce de nada. Soy Trike.

—Me dijeron que me encontraría con Boz.

—¿Sí? ¿Pues sabes qué? La reunión se ha cancelado. Ahora te reúnes conmigo. —Las manos del chico desaparecieron en los bolsillos de la cazadora, que le venía enorme—. Déjame ver el dinero o me piro.

Other books

Amy Inspired by Bethany Pierce
The Prey by Andrew Fukuda
Drunk Mom by Jowita Bydlowska
Dead Man’s Fancy by Keith McCafferty
Enduringly Yours by Stocum, Olivia
The Lotus Palace by Jeannie Lin
The Bastard Prince by Katherine Kurtz