—Sólo predije el resultado más probable para cada escenario. No sabía a ciencia cierta cómo funcionaría todo. Si tú no hubieses escogido salvarme, si no hubieses creado tu propio éxito, aún seguiría atrapado en aquel laboratorio.
Nava se estremeció al pensarlo.
—Sigues sin contestar a mi pregunta. ¿Qué harás ahora? ¿Qué pasará con Tversky y Forsythe? ¿Dónde están? ¿Vendrán de nuevo a por ti?
—No lo sé. —Caine se encogió de hombros—. En cualquier caso, estoy seguro de que me enteraré.
De pronto Nava sintió como si una mano helada le estuviese oprimiendo el corazón.
—Los norcoreanos. Vendrán a por mí. Tengo que…
—No te preocupes —la interrumpió Caine—. Les suministré una información que salvará unas cuantas vidas, y, a cambio, decidieron retirar la recompensa que ofrecían por tu cabeza.
Nava suspiró, mucho más tranquila. Deseaba sondear un poco más en lo que sucedería a continuación, pero antes de que pudiera hacerlo, el hombre dijo que se iba a duchar. Aunque no lo mencionó, Nava comprendió que ya no le contestaría a más preguntas. Al menos, por el momento. Caine se fue al baño y Nava se acercó a la mesa para coger su paquete de Parliaments. Hablar de su madre había hecho que deseara fumar.
Se puso un cigarrillo entre los labios y encendió una cerilla, dispuesta a disfrutar del efecto de la nicotina. Pero en el momento en que iba a encenderlo, hizo una cosa extraña: cerró los ojos. Durante una fracción de segundo, le pareció ver algo detrás de los párpados que era a la vez desconocido y familiar. Abrió los ojos y la dominó una sensación de
déjá vu
mientras contemplaba la llama.
Si pensarlo, apagó la cerilla sin haber encendido el cigarrillo. Lentamente, guardó el cilindro en el paquete y lo tiró. Mientras cerraba el cubo de basura, comprendió que había dejado de fumar.
Nava había tomado su decisión.
Aquella noche, Caine supo que había llegado la hora de volver a entrar. Lo había demorado todo lo posible. El Instante era intemporal. Pero en el Durante, el tiempo —artificial o no— continuaba corriendo, y tenía trabajo que hacer. Cuando abrió los ojos unos segundos más tarde, una sonrisa triste apareció en su rostro.
—¿Qué has visto? —preguntó Jasper.
—¿Cómo has sabido que estaba mirando?
—Tengo mis maneras —respondió su hermano—. Venga, responde a la pregunta.
—Vi cómo funciona todo y no estaba solo.
—¿A qué te refieres? ¿Había alguien allí contigo?
—No estoy seguro. —Caine se rascó la barbilla.
—¿No has podido ver quién era?
—Supongo que podría haberlo visto, aunque sé que no tardaré mucho en averiguarlo. Así que decidí esperar.
—¿Cómo es eso?
—Incluso a los demonios les gustan las sorpresas —contestó con una sonrisa.
Caine no soñó aquella noche, pero cuando despertó supo que había llegado la hora de hacer la llamada. Marcó el número, escuchó durante dos minutos sin decir palabra y luego colgó. La segunda llamada fue mucho más breve que la primera. Cuando acabó, se puso la americana y se dirigió a la puerta.
—¿Adónde vas? —preguntó Jasper.
—Tengo una cita con mi abogado —respondió Caine y salió del apartamento.
Tardó más de una hora en hacer el viaje en el metro desde el apartamento de Lukin, en Coney Island, hasta el centro de Manhattan. Se le hacía extraño estar de nuevo en el mundo después de vivir en un entorno cerrado durante casi una semana. Mientras caminaba por el andén de la estación, intentó mantenerse en el Ahora, consciente de que si entraba en el Instante y veía los efectos que cada uno de sus pasos tenía en la multitud de personas que lo rodeaban, podría perderlo.
Cuando llegó al piso treinta del edificio Chrysler, se le acercó un hombre delgado con una corbata roja.
—¿El señor Caine?
—Sí.
—Encantado. Soy Marcus Gavin —se presentó el abogado y le tendió la mano—. Muchas gracias por venir hoy. Si tiene la bondad de acompañarme, tengo algunas noticias muy importantes para usted.
Una vez en el despacho, Gavin abrió un sobre que tenía en la mesa y sacó una hoja de papel, que sostuvo con mucha delicadeza, como si temiera que en cualquier momento pudiera convertirse en polvo. Por un instante pareció que iba a dárselo a Caine, pero luego cambió de opinión y lo dejó con mucho cuidado de nuevo sobre la mesa.
—¿Quiere un vaso de agua o una taza de café? —preguntó el abogado, en un intento por ganar tiempo.
—No, muchas gracias, no me apetece tomar nada.
—Estoy seguro de que se está preguntando de qué va esto.
—Así es —mintió Caine. Ya lo sabía, pero decidió que era más sencillo fingir ignorancia.
—Bueno, verá: vaya, todo esto es muy surrealista. —Gavin comenzó a jugar con un lápiz para dar salida a su nerviosismo—.
Señor Caine, creo que era usted un muy buen amigo de Thomas DaSouza, ¿no?
—Efectivamente, aunque en los últimos años no nos veíamos mucho.
—¿De verdad? Entonces esto es todavía más extraño de lo que creía. —Gavin bebió un sorbo de café. Cuando habló de nuevo su voz era más suave—. No estoy muy seguro de si lo sabe, pero hace una semana ocurrió un accidente y el señor DaSouza resultó gravemente herido. Ahora está ingresado en el centro médico Albert Einstein. Aunque los médicos han hecho todo lo humanamente posible, el diagnóstico no es bueno. Mucho me temo que el señor DaSouza se encuentra en un estado vegetativo, sin ninguna posibilidad de recuperación. Lo siento.
Caine cerró los ojos por un instante. El hecho de que ya supiera lo de Tommy no hacía que le resultara más fácil escucharlo.
—Bueno, probablemente se estará preguntando por qué le pedí que viniera para decírselo —prosiguió Gavin, ahora con un tono donde había desaparecido el nerviosismo para dar paso al entusiasmo. Ahora que ya se habían dicho las malas noticias, era el momento para la celebración—. Lo que tengo aquí —Gavin recogió ceremoniosamente la sacrosanta hoja de papel— es la última voluntad y testamento del señor DaSouza. La encontraron pegada a la puerta de su frigorífico.
Se la entregó a Caine. Él le echó una ojeada y se la devolvió.
—Le otorga plenos poderes y también lo nombra albacea de su herencia —explicó Gavin, que miraba a Caine fijamente—, incluidos los más de doscientos cuarenta millones de dólares que el señor DaSouza ganó en la lotería. Por supuesto, el dinero estará en un fideicomiso hasta que usted decida… —Gavin bajó la voz al máximo—, desconectarlo. —Hizo una pausa para que sus palabras calaran antes de añadir—: Como el señor DaSouza no tiene ningún familiar vivo, está usted en su derecho de tomar tal decisión.
—¿Qué pasa si decido que no? —preguntó Caine.
—¿No qué? ¿Decidir?
—No. Si decido no suprimir el soporte vital, entonces, ¿qué?
—En ese caso, si decide no hacerlo, creo que los intereses del fideicomiso pagarán los gastos médicos eternamente. Ah, por cierto, y usted recibirá un salario de cien mil dólares al año por administrar el fideicomiso.
—¿Administrarlo de qué manera? —preguntó Caine.
—En el testamento estipuló que si llegaba a verse incapacitado el dinero debía emplearse para crear una fundación destinada, y cito textualmente, «a hacer mejor las vidas de las personas». Como albacea, usted decide cómo distribuir las rentas anuales del fideicomiso. Obviamente, dado que no existe la más mínima esperanza de recuperación, después del fallecimiento del señor DaSouza, usted puede disolver la fundación y hacer lo que le plazca. —Gavin le sonrió—. Es usted millonario, señor Caine.
—No, no lo soy —replicó Caine—. Y nunca lo seré.
El abogado lo miró, desconcertado.
—¿Es consciente de que el señor DaSouza está muerto cerebralmente? —Sí.
—Los médicos afirman que es imposible que se recupere —señaló Gavin, cada vez más aturdido.
—Nada es imposible, señor Gavin. Algunas cosas son sencillamente muy improbables. —Caine se levantó—. ¿Supongo que debo firmarle alguna cosa antes de ir al hospital?
—Sí, por supuesto. —Gavin sacó del sobre unas cuantas hojas.
Caine las firmó todas, le estrechó la mano a Gavin y caminó hacia la puerta.
—¿Le importa si le hago una pregunta?
—Por supuesto que no —contestó Caine y se volvió.
—Si usted no va a… —El abogado bajó de nuevo la voz—… desconectar al señor DaSouza, ¿por qué va al hospital?
—Para hacer algunas pruebas.
Salió del despacho, consciente de la confusión de Gavin, pero no se molestó en aclarar sus dudas.
Caine consiguió una muestra de sangre de Tommy y la llevó a un laboratorio privado para que la analizaran. Veinticuatro horas más tarde, el técnico lo llamó para comunicarle la buena noticia. A diferencia de Caine, pareció estar sorprendido por los resultados. Cuando le preguntó cómo lo había sabido, David se limitó a desearle que pasara un buen día.
Recogió el historial médico, compró un oso de peluche con los colores del arco iris y volvió al hospital. Esa vez, cuando salió del ascensor en el piso quince, sabía por qué estaba allí.
—¡Caine! —exclamó Elizabeth cuando lo vio entrar en la habitación—. ¡Has vuelto!
—Claro que sí y te traigo un amigo. —Sacó el oso de peluche que mantenía oculto detrás de la espalda. En el rostro de la niña apareció una sonrisa.
—¿Perdón, quién es usted? —preguntó una voz preocupada.
Caine se volvió para mirar a la mujer. Tenía los ojos enrojecidos e hinchados, como si se hubiese pasado toda una semana llorando. No la había visto nunca antes, pero le resultaba conocida, como si la hubiese visto en un sueño.
—Hola —respondió David y le tendió la mano—. Me llamo David Caine. Era amigo de su marido.
—Ah, soy Sandy. —Le estrechó la mano con suavidad—. Es muy amable de su parte. No recibimos muchas visitas.
—Lo sé. ¿Podríamos hablar un momento en privado?
—Por supuesto —respondió Sandy—. Cariño, ahora mismo volvemos, ¿vale?
—Sí, mamá —dijo Elizabeth.
—Sé que esto le parecerá extraño —manifestó Caine en cuanto salieron al pasillo—, pero le traigo buenas noticias.
—¿De qué se trata?
—Encontré un donante de médula para su hija. Es compatible en un 99 por ciento y está preparado para el trasplante tan pronto como Elizabeth esté en condiciones de recibirlo.
Las emociones se sucedieron en el rostro de la mujer: sorpresa, alegría y luego tristeza. Antes de que pudiera responder, Caine añadió:
—No se preocupe por el dinero. Represento a una fundación creada para ayudar a las personas como su hija. Nos encargaremos de todos los gastos médicos.
—¿Se trata de una broma? —preguntó Sandy, con una expresión severa—. Si lo es, no me parece divertida, señor Caine.
Este le entregó el historial médico de Tommy, donde aparecía la confirmación de que era un donante compatible.
—¿Esto es real? —exclamó Sandy después de leer el informe—. ¿Habla en serio?
—Nunca he hablado más en serio en toda mi vida —afirmó Caine.
—Oh Dios mío. Oh Dios mío. —Sandy, con el rostro bañado en lágrimas, abrazó a Caine con todas sus fuerzas—. No sé qué decir. Me refiero a… oh Dios mío… ¿Cómo podré agradecérselo?
—No tiene que agradecerme nada —afirmó el hombre—. Digamos que estamos en paz.
Sandy pareció desconcertada pero no discutió. Caine sacó del bolsillo una tarjeta de Gavin y se la dio.
—Este es mi abogado. Llámelo después de hablar con los médicos de Elizabeth. Él se encargará de todos los arreglos necesarios.
—Muchas gracias, señor Caine —dijo Sandy, que le apretó una mano entre las suyas.
—Si me llama señor Caine, tendré que llamarla señora Crowe. David ya me va bien.
—De acuerdo. Gracias… David. —Sandy Crowe se enjugó las lágrimas—. Voy a contarle a Betsy la buena noticia. —En el momento en que iba a entrar en la habitación de la niña, se volvió—. No me ha dicho cómo conoció a Marty.
—Bueno —se rascó la cabeza—. Podríamos decir que lo conocía del trabajo.
Caine salió del hospital con una sensación de bienestar que no había conocido en semanas. Sabía que aún había una probabilidad de que el trasplante de Elizabeth no tuviera éxito, pero había una probabilidad del 93,726 por ciento de que todo fuera sobre ruedas.
Decidió dar un paseo para despejarse la mente cuando de pronto el olor llenó su mente. Antes de que su cuerpo se desplomara en la acera, su mente ya estaba en el Instante.
La mujer, Ella, está con él. Pero se ve diferente. Parece más pequeña, y más familiar. David ve que está feliz y triste a la vez. Siente pena por ella.
Ella: Gracias, Caine.
Caine: ¿Por qué?
Mientras Caine formula la pregunta, de pronto lo ve.
Lo comprende.
Ella está en el pasado del Durante. Ayuda a Tanja a ver su futuro para evitar que suba al avión.
Ella está en los sueños de Tommy para ayudarlo a ver los números.
Ella es la Voz en la mente de Jasper, que le dice cómo ayudar a su hermano.
Ella intenta mostrarle a Caine el Instante, por medio de los ataques.
Todas sus acciones se funden para formar una cascada de acontecimientos que conducen al inesperado testamento de Tommy y a su improbable accidente, el rescate de Nava y el despertar de Caine. Todo para salvar a una pequeña niña que padece leucemia. Un niña llamada Elizabeth «Betsy» Crowe.
Caine descubre por qué le resulta conocida. Se parece a su hermana Sandy y a su sobrina Betsy.
Caine: Eres tú quien hace que todo esto ocurra.
Ella: No. Sólo ayudamos a que las personas vean. No podemos hacer nada más. Tú hiciste que esto ocurriera, con Nava, Tommy, Jasper, Julia, Forsythe y Tversky, junto con otros millones más, cada uno en su propio camino, cada uno tomando sus propias decisiones.
Caine: ¿Todo esto por Betsy?
Ella: No, Betsy sólo es una pieza del objetivo final. No lo comprendes. Pero más tarde en el Durante, lo harás.
Caine: En el Durante… tú eres Julia.
Ella: No. En el Durante, Nosotros no somos singulares. Somos muchos. Somos la voluntad del inconsciente colectivo. Sin embargo, tú nos percibes como Julia, porque ella nos sirve de conducto, es nuestra voz. En sus momentos finales, ella vio en tu mente un deseo común, así que la alistamos para ayudarnos a conseguir nuestra meta. Sin embargo, eres tú quien inconscientemente busca su voz, porque ella sólo puede hablar con aquellos que desean escuchar.