Hizo una pausa antes de concluir:
—… a la reconstrucción del Templo.
—¿Y por qué ustedes? —dije.
—Por la tarde —dijo Koskka—, estad en la catedral de Tomar a las siete en punto.
Al día siguiente por tarde, el sol se ponía sobre la colina que domina la ciudad, se deslizaba entre las torres del Convento de Cristo, abrazaba la tierra como una madre cálida cubre a su hijo con una sábana de colores tenues, ocre, dorado, marrón claro, rosa anaranjado.
En silencio, penetramos en el territorio otrora ocupado por los templarios. En la cima de la colina había una meseta estrecha que una silueta aguda dominaba con orgullo, como la punta de una espada sobre una formidable atalaya, alzada para oponerse al invasor y tocar el cielo. Una nube coronaba la colina, una nube que protegía el Ribat, el Templo cósmico elevado en el aire.
Atravesamos el cementerio de los monjes, construido en el siglo XVI, y nos dirigimos al centro del vasto complejo, al inmenso Convento de Cristo, edificio de belleza cincelada, de arcos y pilares acanalados, de pesados capiteles… Un templo, me dije, un templo que atestigua la pureza de la vida del templario, porque todo lo que hay allí parece estar organizado en torno al cuadrado y las rectas paralelas que suben hacia el cielo, igual que el Templo de Salomón. Los templarios habían construido un recinto en el que se levantan un castillo y una iglesia octogonal en el centro de las fortificaciones.
En el claustro de ese convento-fortaleza, todo estaba tranquilo. La luz penetraba como una voz celestial por las aberturas de las fachadas y las ventanas de las naves laterales. La luz entraba indirecta, modelada, infinitamente suave. Como los
Morabitun
, los hombres de los
Ribats
musulmanes, los piadosos templarios venían a cumplir en este lugar su servicio temporal, combinando la oración y la acción militar.
—Hacia mediados del siglo X —explicó Jane—, España y Portugal estaban en poder de los musulmanes, que llegaron hasta las zonas más septentrionales de la Península con el saqueo de Barcelona, Coimbra y León, así como de Santiago de Compostela. El Temple participó activamente en la reconquista de Lisboa y de Santarém a partir de 1145. Los templarios, ayudados por los hospitalarios y los caballeros de Santiago, defendieron el territorio con tenacidad… Se dice que los templarios participaron en la creación de Portugal. Incluso en 1312, cuando el papa Clemente escribió la bula que suprimía la Orden, Diniz, el rey de Portugal, declaró que los templarios poseían el usufructo eterno de sus tierras y que era imposible quitárselas. Después de la disolución del Temple, el rey Diniz, para que prosiguiera la Orden, dispuso la creación de otra absolutamente idéntica: la Orden de Cristo, cuyo cuartel general era el Convento de Cristo.
—Sin duda, ésa es la razón por la que los templarios han decidido reunirse aquí. Esta es una tierra de acogida para ellos…
En la entrada de la iglesia había una rotonda octogonal de dos pisos, sostenida por gruesos pilares y rodeada por una girola. La iglesia tenía una fachada gótica en cuyo centro había grabada una gigantesca rosa, a su vez marcada con un signo: la misma estrella que ya había visto en las tumbas de los monjes cuando pasamos por el cementerio.
—Oye —dije a Jane—, ¿no es ésa una estrella de David?
—Es el Signum Solomonis, la firma de los templarios.
—Una estrella de David inscrita en una rosa de cinco pétalos.
—La rosa y la cruz…
—¿Vienes? —dijo Jane.
—Me está prohibido —respondí—. No tengo derecho a entrar en una iglesia.
—¿Porqué?
—Formar una imagen de Dios para hacerlo visible siempre nos ha estado prohibido, pues Dios es incognoscible y por ello imposible de representar.
—¿Y cómo —dijo Jane— pasáis de lo visible a lo invisible?
Hubo un silencio durante el cual me miró de modo extraño.
—Pronunciando el nombre de Dios.
—¿Así, simplemente pronunciando su nombre?
—Sí. Conocemos las consonantes de su nombre:
yod, he, waw
y
he
. Pero no conocemos las vocales. Sólo el Sumo Sacerdote del Templo, en el sanctasanctórum, tenía el conocimiento de las vocales y podía pronunciarlas. No tenemos ninguna imagen para representar lo invisible… Desconfiamos de los impulsos sensibles y afectivos para entrar en contacto con Dios.
—Ah, claro —dijo Jane—. ¿Y qué crees que haces cuando cantas y bailas para llegar a la
devequt
? Las imágenes no son fotografías, una representación de acontecimientos tomados de la realidad. Están compuestas como los textos y tienen un significado. De ellas se desprenden cuatro sentidos principales: el sentido literal representa el acontecimiento, el sentido alegórico anuncia la llegada de Jesús, el sentido tropológico explica cómo lo que ha sido revelado por Jesús tiene que ser cumplido por todos los hombres, y el sentido anagógico hace aparecer con antelación la realización final del hombre perfecto en compañía de Dios. Mira el Tetramorfo de la entrada.
—No —dije—. No quiero verlo.
—No es una representación de Dios —dijo Jane.
Abrí los ojos. El Tetramorfo representaba la visión del profeta Ezequiel: un hombre, un león, un toro y un águila. Jane me explicó que los teólogos leían en él un retrato de Jesús: el hombre por su nacimiento, el toro por su sacrificio cruento, el león por su resurrección y el águila por su ascensión. También veían en él la realización del hombre por el mundo de la inteligencia, el toro por la donación de sí mismo al servicio de los demás, el león por su poder de vencer el mal y el águila porque se sentía atraída hacia lo alto y hacia la luz.
—Gracias a la adquisición de estas cualidades —dijo Jane—, el hombre se hará igual a Jesús y formará una unidad con él.
Observé el Tetramorfo, y de repente vi aparecer la visión de Ezequiel. En el centro había un dibujo que se parecía a los cuatro animales, con el siguiente aspecto: los cuatro tenían una cara de león, una cara de hombre, una cara de toro y una cara de águila. Sus alas estaban desplegadas hacia lo alto: todos ellos tenían un par de alas que se unían y otras dos paralelas al cuerpo. En la clave de la bóveda que se encontraba sobre sus cabezas había una piedra de zafiro en forma de trono, y sobre ella, en lo alto de todo, estaba sentado un ser resplandeciente de apariencia humana. A su alrededor aparecía un fuego lleno de luz.
Un pasillo al fondo de la rotonda llevaba al claustro del cementerio, de arcadas góticas, frisos flamígeros y patios que desbordaban de flores de colores alegres. Nos dirigimos hacia la nave para acceder al gran claustro al que se abría la ventana de Tomar, esculpida como un encaje de piedra, que representaba una vegetación que crecía y se entrelazaba hasta el vértigo, con zarcillos, volutas innumerables y raíces laberínticas: con todo aquello que forma parte del gran reino vegetal.
Desde la terraza superior del gran claustro se podía contemplar todo el convento y toda la región. No había nadie en el horizonte. Empezamos a preguntarnos dónde tendría lugar la cita…
Nos sentamos a la sombra de una roca: eran casi las siete de la tarde.
—Ahora estaba allí, y nadie podría arrancarme de allí para impedir lo que iba a pasar. Todos, en ese instante solemne, se habían revestido con la túnica blanca, color de la inocencia y de la castidad. Allí estaban todos los comendadores de las provincias de la Orden. Tras los caballeros venían los sargentos, los sacerdotes y, por fin, los hermanos de oficios, es decir, los servidores.
»En medio del silencio, el Comendador de la Casa de Jerusalén se acercó a mí. Vestido con un gran manto de lino blanco con la cruz potenzada roja, el Comendador resultaba impresionante por su gran estatura, sus ojos escrutadores y su rostro afeitado, estriado de arrugas venerables. Siguiendo la costumbre, me arrodillé ante él. Entonces, lentamente, tomó el cetro, que era un bastón en cuyo extremo se encontraba una espiral con la cruz roja, y me lo entregó. Era el abacus: la insignia del Gran Maestre de la Orden.
»—El abacus —dijo— representa a la vez la instrucción y el conocimiento de las verdades superiores. Pero el Gran Maestre de la Orden es, ante todo, un jefe bélico.
»Se produjo un silencio.
»—Por supuesto lo acepto —murmuré al fin, sin alzar la cabeza—, pero no comprendo. El Gran Maestre de la Orden ha sido elegido: se llama Jacques de Molay.
»—Hemos tenido conocimiento de tus proezas —dijo el Comendador— y de tu gran inteligencia. Hemos conocido tus gestas de guerra y tu inmenso coraje. Nos ha llegado noticia de todo ello. Jacques de Molay ha sido designado Gran Maestre, pero… deseamos que tú seas nuestro Maestre secreto.
»—¿Cuál es mi función? —dije— ¿Y qué esperáis de mí?
»—Nuestro rey, Felipe el Hermoso, nos es hostil —respondió el hermano Comendador.
»—¿Cual es la razón de su hostilidad?
»—Poseíamos un ejército de cien mil hombres y quince mil caballeros en todo el mundo. Eramos una potencia situada fuera de su control. Cuando ocurrió la revuelta de los parisinos, el rey de Francia se dio cuenta de que el único lugar seguro era, no su palacio, sino la fortaleza del Temple, donde se refugió. Pero ese tiempo ha pasado, Adhemar. Te hemos elegido para que sepas la verdad: Felipe el Hermoso desea la destrucción de nuestra Orden: ¡quiere eliminar nuestro poder para apoderarse de nuestro tesoro!
»—¡Pero es imposible! —dije—. ¡El Papa, el papa Clemente V nos protegerá!
»—No —dijo—, no nos protegerá.
»—¿Cómo es posible? —exclamé horrorizado.
»—¡Ay! Es una conspiración y no podemos hacer absolutamente nada. Pero hay otra orden, una orden negra, que tiene encomendada la misión de no dejar que jamás se apague la noble antorcha y de transmitirla a su vez.
»El Comendador se levantó y, mirándome, exclamó:
»—¡Ahora tú eres el jefe de la Orden secreta!
Había llegado el momento. La hora de la cita se acercaba.
—Tengo que irme —dije a Jane—. Espérame aquí.
—No estoy tranquila —murmuró, mirándome con ojos inquietos—. ¿Y si es una trampa?
—¿Nos damos cita aquí dentro de, digamos, dos horas?
—De acuerdo.
Pero su voz carecía de convicción. Me miró con ansiedad.
—¿Y si en dos horas no has vuelto?
—Entonces, avisa a Shimon Delam…
Entré en el castillo bajo el arco abovedado. Una pesada escalinata de piedra llevaba al primer piso. Todo estaba impregnado por un silencio de muerte. De repente, la gran puerta de madera de dos batientes ante la cual me encontraba se abrió para dar paso a Koskka.
—¿Está listo?
—Sí.
—Bien, muy bien —dijo—. Espero que haya comprendido la situación. Aquí hay hermanos que han venido de todo el mundo, haga exactamente lo que yo le diga y no le pasará nada. No tiene nada que temer de nosotros, pero ahora sabemos que los Asesinos no están lejos.
Empecé a seguir al extraño personaje por un dédalo de pasillos altos y estrechos hasta una escalera de caracol que nos condujo a los sótanos del castillo. Allí, en una antecámara abovedada, me dio un manto blanco, que me puse mientras él hacía lo propio con el suyo. Entramos por una puertecita en el refuerzo del muro, en la que reconocí el sello de los templarios. Se veía grabado un edificio octogonal, coronado por una gigantesca cúpula recubierta de oro que presentaba un curioso parecido con la mezquita de Tomar.
En una pequeña capilla iluminada con antorchas y velas había un altar, y ante el altar, un hombre arrodillado con las manos juntas. No se podía ver su rostro, pero junto a él se encontraba un hombre con el uniforme de gala de un caballero templario.
Siguiendo a Koskka, me deslicé hasta el fondo de la sala, esperando que nadie notara mi presencia.
»—Hermanos —dijo el Comendador dirigiéndose a todo el Capítulo, mientras yo estaba ante él, de bruces contra el suelo—. En este momento, nuestro hermano ha sido introducido en un mundo nuevo, hacia una vía más elevada en la que puede redimirse de sus pecados anteriores y salvar nuestra Orden.
»Luego añadió, con voz más fuerte:
»—Si alguien de aquí se opone a la recepción del impetrante, que hable, o que calle para siempre.
»Un profundo silencio acogió sus palabras.
»Entonces el Comendador dijo con voz fuerte:
»—¿Deseáis que lo hagamos venir ante Dios?
»Y la concurrencia respondió a una:
»—Hacedlo venir ante Dios.
»Me levanté y me arrodillé ante el Comendador.
»—Sire —dije—, he venido ante Dios, ante vos y ante todos nuestros hermanos. Os ruego y os solicito por Dios y por la Virgen que me recibáis en vuestra compañía y en las buenas obras de la Casa como aquel que quiere ser para siempre siervo y esclavo de la Casa.
»Se produjo un silencio tras el cual el Comendador añadió:
»—¿Deseáis estar desde ahora y para todos los días de vuestra vida al servicio de la Casa?
»—Sí, si Dios quiere, sire.
»—Bien, querido hermano —prosiguió el Comendador—, escuchad lo que os voy a decir: ¿prometéis a Dios y a la Virgen que todos los días de vuestra vida estarán dedicados al Temple? ¿Queréis, en todos los días de vuestra vida, dejar de lado vuestra voluntad y cumplir la misión que se os confiará, sea esta la que fuere?
»—Sí, sire, si Dios lo quiere.
»—¿Y prometéis a Dios y a la Santa Virgen María que todos los días de vuestra vida viviréis sin nada que os pertenezca?
»—Sí, sire, si Dios lo quiere.
»—¿Y prometéis a Dios y a la Santa Virgen María que respetaréis todos los días de vuestra vida la Regla de nuestra Casa?
»—Sí, sire, si Dios lo quiere.
»—¿Y prometéis a Dios y a la Santa Virgen María que todos los días de vuestra vida ayudaréis a salvar, por la fuerza y el poder que Dios os ha dado, la Santa Tierra de Jerusalén, y a proteger y salvar las que poseen los cristianos?
»—Sí, sire, si Dios lo quiere.
»Entonces el Comendador indicó a todos que se arrodillaran.
»—Y nosotros, por Dios y por la santa Virgen María, y por nuestro padre el Apóstol y todos los hermanos del Temple, os acogemos para que gobernéis la Casa según la Regla que ha sido establecida desde el principio y que seguirá igual hasta el final. Y también vos nos acogéis en todas las buenas obras que habéis realizado y realizaréis, y nos guiaréis como Gran Maestre.
»—Sí, sire, si Dios lo quiere, acepto.
»—Querido hermano —respondió el Comendador—, ¡de vos deseamos algo más de lo que la Orden os ha pedido con anterioridad! Pues de vos queremos el mando: ¡pues es una gran cosa que vos, que sois siervo de otro, os convirtáis en guía de todos!
»Pero, para ser nuestro guía, nunca actuaréis según vuestro deseo: si deseáis estar en tierra, se os mandará al mar; si deseáis estar en Acre, se os mandará a la tierra de Trípoli o de Antioquía. Y si deseáis dormir, se os hará velar, y si deseáis velar, deberéis descansar en vuestro lecho. Cuando estéis sentado a la mesa y queráis comer, seréis enviado a algún lugar al que os llame vuestra función. Os pertenecemos, pero vos ya no os pertenecéis.
»—Sí —respondí—, acepto.
»—Querido hermano —dijo el Comendador—, no os damos la dirección de la Casa para obtener riquezas o disfrute de vuestro cuerpo o de vuestro honor. Os confiamos la Casa para evitar y combatir el pecado de este mundo, para rendir servicio a Nuestro Señor y para salvarnos. Y tal debe ser la intención por la que debéis pedirla. Así seréis nuestro Elegido.
»Incliné la cabeza en señal de aceptación.
»Entonces el Comendador tomó el manto de la Orden, lo colocó solemnemente sobre mis espaldas y cerró los broches mientras el hermano capellán leía el salmo: Ecce quam bonum et quam jucundum habitare fratres in unum.
»—Qué bueno y agradable es vivir todos juntos como hermanos —dijo.
»Luego leyó la oración del Espíritu Santo y cada hermano pronunció un padrenuestro.
»Cuando hubieron terminado, el Comendador se dirigió al Capítulo en estos términos:
»—Queridos señores, veis que este hombre valeroso tiene un gran deseo de servir y dirigir la Casa y dice que quiere ser todos los días de su vida Gran Maestre de nuestra Orden. En este momento, os solicito de nuevo que si alguno de vosotros tiene conocimiento de algún impedimento para que pueda cumplir su misión en la paz y la gracia de Dios, lo diga ahora o que calle para siempre.
»Respondió un profundo silencio. Entonces el Comendador repitió su pregunta a toda la concurrencia:
»—¿Deseáis que lo hagamos venir ante Dios?