El último argumento de los reyes (27 page)

BOOK: El último argumento de los reyes
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—¡Luthar! ¡Luthar! ¡Luthar!

No había error posible. Era su propio nombre repetido una y otra vez por miles de gargantas desde más allá de las murallas del Agriont.

Bayaz sonrió.

—Da la impresión de que la población de la ciudad ya ha elegido candidato.

—¡No es a ellos a quienes les corresponde elegir! —rugió Brock, que seguía de pie aunque sólo ahora empezaba a recuperar un poco la compostura—. ¡Ni tampoco a usted!

—Pero sería una insensatez ignorar su opinión. La conformidad del pueblo llano no es algo que se deba desestimar a la ligera en unos tiempos tan agitados como estos. Si se sintieran defraudados, estando los ánimos como están, ¿quién sabe lo que podría llegar a ocurrir? ¿Una oleada de disturbios callejeros? ¿O tal vez algo peor? Sin duda nadie aquí desea eso, ¿no es así Lord Brock?

Varios de los consejeros rebulleron nerviosos en sus escaños mientras echaban vistazos a las puertas abiertas y cuchicheaban con sus vecinos. Si hasta aquel momento había reinado un clima de confusión en la Rotonda de los Lores, ahora lo que predominaba era un sentimiento de auténtica estupefacción. Pero, por muy grande que fuera la preocupación y la sorpresa del Consejo Abierto, no eran nada comparadas con las de Jezal.

Una historieta fascinante, pero, por mucho que los plebeyos se orinen de gusto al pronunciar el nombre de Luthar, comete un error garrafal si se cree que los hombres más codiciosos de la Unión van a dar por buenas sus palabras y regalar la corona
. En ese momento, por vez primera en toda la sesión, la imponente y majestuosa figura de Lord Isher, con todas las joyas de la cadena de su cargo soltando destellos, se puso de pie en la primera fila.
Y ahora vendrán las furiosas protestas, los repudios indignados, las demandas de castigo
.

—¡Tengo el firme convencimiento —clamó con tono rimbombante— de que el hombre al que se conoce como el coronel Jezal dan Luthar no es otro que el hijo natural del difunto Guslav Quinto! —Glokta se quedó boquiabierto, como, aparentemente, les ocurrió a todos los presentes en la cámara—. ¡Y que su capacitación para gobernar se ve reforzada aún más si cabe por su carácter ejemplar y por la amplitud de los logros obtenidos tanto dentro como fuera de nuestras fronteras! —otra sarta de carcajadas cayó a borbotones desde las alturas, pero Isher la ignoró por completo—. ¡Mi voto y los votos de todos los que me apoyan van sin ningún tipo de reservas para Luthar!

Si los ojos de Luthar hubieran podido abrirse un poco más es muy posible que se le hubieran caído del cráneo.
No es para menos
. Un miembro de la delegación de Westport se puso en pie.

—¡Los regidores de Westport votan todos a una por Luthar! —canturreó con su acento estirio—. ¡Hijo natural y heredero de Guslav Quinto!

Un hombre se puso de pie de un salto unas pocas filas más atrás y echó un vistazo a Glokta con gesto nervioso. Se trataba de Lord Ingelstad.
¿De qué va este embustero de mierda?

—¡Yo también estoy por Luthar!

—¡Y yo! —era Wetterlant, cuyos ojos de párpados caídos tenían la misma mirada carente de emoción que cuando daba de comer a los patos.
Vaya, caballeros, ya veo que han recibido mejores ofertas, ¿eh? ¿O han sido mejores amenazas
?—Glokta echó un vistazo a Bayaz. Una leve sonrisa asomaba a su rostro mientras contemplaba a los consejeros que se levantaban de sus escaños para manifestar su apoyo al supuesto hijo natural de Guslav Quinto. Entretanto, los cánticos de la multitud seguían llegando desde la ciudad.

—¡Luthar! ¡Luthar! ¡Luthar!

A medida que se fue pasando la sensación de asombro, la mente de Glokta comenzó a funcionar de nuevo.
De modo que esta es la razón por la que el Primero de los Magos hizo trampas para que Luthar ganara el Certamen. Por eso procuró tenerlo siempre pegado a él. Por eso le consiguió un mando tan importante. De haber presentado como hijo del Rey a un don nadie la cámara se le hubiera reído en las narices. Pero Luthar, lo amemos o lo odiemos, es uno de los nuestros. Nos es conocido, nos es familiar, nos resulta... aceptable
. Glokta miró a Bayaz con una expresión bastante próxima a la admiración.
Las piezas de un rompecabezas preparado pacientemente durante largos años van encajando cada una en su sitio ante nuestros ojos incrédulos
.
¿Y qué podemos hacer si no, tal vez, bailar al son que nos toca?

Sult se echó hacia un lado en su asiento y murmuró apresuradamente unas palabras al oído de Glokta.

—Ese muchacho, Luthar, ¿qué clase de hombre es?

Glokta frunció el ceño y echó un vistazo a la figura que permanecía pegada a la pared con gesto estupefacto. En ese momento parecía una persona incapaz de controlar sus propios intestinos y no digamos ya su propio país.
Claro que lo mismo podría haberse dicho de nuestro anterior Rey, y sin embargo, cumplió con su obligación de forma admirable. Su obligación de estar sentado babeando mientras nosotros gobernábamos el país en su nombre
.

—Antes de que emprendiera su viaje al extranjero, Eminencia, era un cabeza hueca vano y sin carácter. No podría encontrarse un joven más idiota en todo el país. Sin embargo, la última vez que hablé con él...

—¡Perfecto!

—Pero, Eminencia, debe comprender que todo esto ha sido planeado por Bayaz y que...

—Ya nos ocuparemos luego de ese viejo idiota. Ahora tengo que hacer una consulta —Sult se dio la vuelta y se puso a hablar en susurros con Marovia antes de que Glokta pudiera seguir hablando. Al cabo de un momento, los dos ancianos se volvieron hacia el Consejo Abierto y se pusieron a hacer señas a los hombres que controlaban. Entretanto, Bayaz no paraba de sonreír.
Como un ingeniero que comprueba que la máquina que ha diseñado funciona a la primera y exactamente tal y como él esperaba
. El mago cruzó una mirada con Glokta y le hizo un leve gesto con la cabeza. Glokta se limitó a encogerse de hombros mientras le obsequiaba con una de sus sonrisas desdentadas.
Me pregunto si no llegara un momento en que todos nos arrepentiremos de no haber votado por Brock
.

Marovia se apresuró a intercambiar unas palabras con Hoff. El Lord Chambelán frunció el ceño, asintió, se volvió hacia la cámara e hizo una seña al heraldo, que de inmediato se puso a golpear con energía el suelo reclamando silencio.

—¡Señores del Consejo Abierto! —rugió Hoff, una vez que se consiguió imponer algo más o menos parecido al silencio—. ¡Es evidente que el hallazgo de un hijo natural del difunto Rey altera de forma sustancial la naturaleza del debate! ¡El destino parece haber tenido a bien concedernos la oportunidad de continuar la dinastía de Arnault sin ulteriores dudas o conflictos!
¿Una concesión del destino? Me parece que se trata más bien de un benefactor bastante menos desinteresado
. En vista de tan excepcionales circunstancias, y del caluroso apoyo que ya han manifestado muchos miembros de esta cámara, el Consejo Cerrado estima que debe procederse a realizar una votación extraordinaria. Una votación sobre una única cuestión, a saber, si el hombre conocido hasta ahora como Jezal dan Luthar ha de ser nombrado de forma inmediata Monarca Supremo de la Unión.

—¡No! —tronó Brock con las venas del cuello a punto de reventar—. ¡Protesto enérgicamente! —pero fue como si le hubiera dado por protestar contra la subida de la marea. Los brazos empezaban a alzarse ya de forma abrumadora. Los regidores de Westport, los partidarios de Lord Isher, los votos que Sult y Marovia habían obtenido mediante sobornos y amenazas. Glokta vio que también lo hacían muchos otros hombres a los que se tenía por indecisos o firmes partidarios de algún otro candidato.
Todos prestan su apoyo a Luthar con una celeridad que apunta a la existencia de un acuerdo previo
. Bayaz estaba recostado en su asiento con los brazos cruzados contemplando las manos que salían disparadas hacia arriba. Empezaba a estar horriblemente claro que más de la mitad de la cámara estaba a favor.

—¡Sí! —siseó el Archilector con una sonrisa triunfal—. ¡Sí!

Aquellos que no habían alzado el brazo, los partidarios de Brock, Barezin o Heugen, miraban alrededor estupefactos y más que un poco aterrorizados por la velocidad con que el mundo parecía haberles pasado de largo.
Con qué rapidez se les ha escurrido entre los dedos la posibilidad de hacerse con el poder. ¿Quién podría echarles en cara su asombro? Ha sido un día sorprendente para todos nosotros
.

Lord Brock hizo un último intento y apuntó con el dedo a Luthar, que seguía pegado a la pared con los ojos como platos.

—¿Qué prueba tenemos de que sea el hijo de quien se supone que es aparte de la palabra de ese viejo embustero? —y señaló a Bayaz—. ¿Qué prueba, señores? ¡Exijo pruebas!

Un murmullo airado recorrió de arriba abajo las gradas, pero nadie se hizo notar en exceso.
Segunda vez que Lord Brock se pone en pie ante la cámara exigiendo pruebas, y segunda vez que nadie le hace ni caso. A fín de cuentas, ¿qué prueba quiere que haya? ¿Una marca de nacimiento conforma de corona en el culo de Luthar? Las pruebas son aburridas. Las pruebas son tediosas. Las pruebas son irrelevantes. La gente prefiere de largo una mentira cómoda a una verdad problemática, sobre todo si sirve a sus fines. Y la mayoría de nosotros preferimos un Rey sin amigos ni enemigos a un Rey que tenga mucho de las dos cosas. La mayoría de nosotros preferimos que todo siga igual que hasta ahora en lugar de arriesgarnos a un futuro incierto
.

Cada vez eran más las manos que se alzaban. El apoyo a Luthar había crecido tanto que ya nadie podía pararlo.
Ahora es como un gran bloque de piedra que rueda por una ladera. Nadie se atreve a ponerse en su camino por miedo a que le haga papilla. Así que se apelotonan todos detrás de él, e incluso añaden su propio peso con la esperanza de que al final les caigan unas cuantas migajas
.

Brock, con rostro patibulario, se dio la vuelta, bajó por el pasillo y salió de la cámara hecho una furia. Probablemente tenía la esperanza de que una buena parte del Consejo Abierto siguiera su ejemplo.
Pero en eso, como en tantas otras cosas que han ocurrido hoy, se va a llevar un buen chasco
. Sólo una docena de sus partidarios más acérrimos le acompañó en la solitaria marcha que le condujo fuera de la Rotonda de los Lores.
Los otros han tenido más sentido común
. Lord Isher intercambió una larga mirada con Bayaz y luego alzó su pálida mano. Lord Barezin y Lord Heugen, al ver como la mayor parte de sus partidarios se pasaban en manada a la causa del joven pretendiente, intercambiaron una fugaz mirada y luego se retreparon en sus respectivos escaños y se sumieron en un cauteloso silencio. Skald abrió la boca para gritar algo, miró alrededor, se lo pensó mejor y, con manifiesta desgana, alzó lentamente el brazo.

No hubo más protestas.

El Rey Jezal Primero fue elevado al trono por acuerdo casi unánime de la cámara.

La trampa

Ascendiendo a las Altiplanicies otra vez, y al caminar, Logen sentía cómo le entraba en la garganta ese aire frío, afilado y vigorizante que le resultaba tan familiar. La marcha había sido bastante suave mientras discurrió por los bosques, una subida apenas perceptible. Luego los árboles habían empezado a espaciarse y el sendero les había conducido a un valle bordeado de lomas de hierba, atravesado por innumerables regatos y sembrado de matas de juncia y tojo. Ahora el valle se había estrechado hasta quedar reducido a una garganta que discurría encajada entre dos laderas de roca viva e inestables canchales y cuya pendiente no paraba de aumentar. A lo lejos se atisbaban las siluetas difusas de las cumbres: de un gris oscuro las más cercanas y luego de un gris cada vez más desleído que acababa fundiéndose con el color del cielo.

El sol había salido y picaba con fuerza, haciendo que el caminar resultara sofocante y obligando a los hombres a entrecerrar los ojos para protegerse de su resplandor. Todos estaban hartos de tanto subir, de tanta inquietud, de tanto mirar a sus espaldas para ver si venía Bethod. Una larga columna compuesta de unos cuatrocientos Caris y un número similar de montañeses de rostro pintarrajeado que lanzaban escupitajos y proferían maldiciones, y cuyas botas ronzaban y resbalaban sobre la tierra seca y las piedras sueltas del sendero. Justo delante de Logen, doblada por el peso de la maza de su padre y con el cabello pegado a la cara y oscurecido por el sudor, marchaba la hija de Crummock. La propia hija de Logen ya sería más mayor que ella si no la hubieran matado los Shanka, al igual que a su madre y a sus hermanos. La idea produjo a Logen un sentimiento de culpa y de vacío. Un mal sentimiento.

—¿Eh, chica, quieres que te eche una mano con ese mazo?

—¡No necesito tu maldita ayuda! —le gritó la niña. A continuación dejó que la maza se le cayera del hombro, y sin dejar en ningún momento de mirar a Logen con cara de pocos amigos, se puso a arrastrarla ladera arriba del mango mientras la cabeza traqueteaba a sus espaldas abriendo un surco en la tierra. Logen la miraba pestañeando. Estaba visto que el encanto que pudiera tener para las mujeres había caído tan bajo que ya ni le alcanzaba para encandilar a una niña de diez años.

La figura de Crummock apareció por detrás de él, con su collar de falanges balanceándose alrededor de su cuello.

—Vaya fiera, ¿eh? ¡Hay que ser bastante fiera para salir adelante en una familia como la mía! —se inclinó hacia él y le guiñó un ojo—. Y esa pequeña zorra es la más feroz de todos. Te seré sincero: es mi favorita —luego sacudió la cabeza mientras miraba cómo la niña arrastraba la maza—. Buena le espera al pobre desgraciado que se case con ella. Por si acaso te lo estabas preguntando, te diré que ya hemos llegado.

—¿Eh? —Logen se secó el sudor de la frente y miró alrededor con gesto ceñudo—. ¿Dónde está la...?

Y entonces la vio. Ahí, justo delante de ellos, estaba la fortaleza de Crummock, por llamarla de alguna manera.

El valle no tenía más de cien zancadas de un farallón a otro y estaba atravesado de lado a lado por una muralla. Una muralla vetusta y desvencijada, formada por unos bloques bastos tan agrietados, tan cubiertos de plantas trepadoras, zarzas y hierba en grana que casi resultaba indistinguible de la propia montaña. No era mucho más empinada que el valle; en su punto más elevado debía de tener la altura de tres hombres subidos a hombros unos de otros, y en algunos tramos estaba combada como si estuviera a punto de desmoronarse por sí sola. En su centro se abría un portalón de desgastados tablones grises, salpicados de unos líquenes que producían la impresión de estar a la vez secos y podridos.

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