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Authors: Mario Puzo

Tags: #Intriga

El Último Don (4 page)

BOOK: El Último Don
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Esta última confusión destrozó por entero su mente. La enfermera notó que la mano del anciano se iba enfriando poco a poco y que los músculos se contraían. Se inclinó hacia delante para controlar las constantes vitales. No cabía duda de que ya se había ido.

Cross de Lena, el heredero y sucesor, organizó el solemne funeral. Tendrían que comunicar la noticia e invitar a todas las celebridades de Las Vegas los grandes jugadores, las amigas de Gronevelt y el personal del hotel. Alfred Gronevelt había sido el genio indiscutible del juego en Las Vegas.

Había aportado fondos para la construcción, de iglesias de todas las creencias pues, tal como a menudo decía, la gente que cree en la religión y el juego se merece una recompensa por su fe. Había prohibido la construcción de barriadas humildes, pero había levantado magníficos hospitales y escuelas. Siempre aseguraba que lo hacía en su propio interés. Despreciaba Atlantic City, donde bajo los auspicios del Estado se embolsaban todo el dinero y no hacían nada para mejorar la infraestructura social.

Gronevelt había abierto, el camino, convenciendo al público de que el juego no era un sórdido vicio sino una fuente de diversión para la clase media, tan normal como el golf o el bésbol. Había convertido el juego en una industria respetable en Estados Unidos. Todo Las Vegas querría rendirle homenaje.

Cross apartó a un lado sus emociones personales. Experimentaba una profunda sensación de pérdida pues durante toda su vida se había sentido unido al difunto por un sincero vínculo de afecto y ahora era propietario del cincuenta por ciento del hotel Xanadú y valorado en más de quinientos millones de dólares.

Sabía que su vida tendría que cambiar. Al ser tan rico y poderoso correría más peligro. El hecho de ser socio de Don Clericuzio y su familia en una gigantesca empresa haría que sus relaciones con ellos fueran más delicadas.

La primera llamada que hizo Cross fue a Quogue, donde habló con Giorgio, quien le dio ciertas instrucciones. Le dijo que nadie de la familia asistiría al entierro a excepción de Pippi.

Por otra parte, Dante saldría en el primer vuelo para completar la misión que ya habían discutido anteriormente pero no asistiría al funeral. No hizo la menor mención al hecho de que ahora Cross fuera el propietario de la mitad del hotel.

Encontró un mensaje de su hermana Claudia, pero le contestó la centralita cuando llamó. Otro mensaje era de Ernest Vail. Le caía bien Vail y tenía anotada una deuda de cincuenta mil dólares en sus marcadores, pero Vail tendría que esperar hasta después del entierro.

Había otro mensaje de su padre Pippi, que había sido amigo de toda la vida de Gronevelt, y cuyo consejo necesitaba para encauzar su vida en el futuro. Cuál sería la reacción de su padre ante su nueva situación y su recién adquirida riqueza? Sería un problema tan peliagudo como el de los Clericuzio, los cuales tendrían que adaptarse al hecho de que su bruglione del Oeste se hubiera convertido de pronto en un personaje rico y poderoso por derecho propio.

Cross no dudaba de que el Don sería justo con él, y daba por sentado que su padre lo apoyaría. Pero cómo reaccionarían los hijos del Don, Giorgio, Vincent y Petie, y su nieto Dante? Él y Dante eran enemigos desde el día en que los habían bautizado juntos en la capilla privada del Don, y tal circunstancia se había convertido en una broma habitual dentro de la familia.

Ahora Dante viajaría a Las Vegas para cargarse a Big Tim, o Buscavidas. Cross estaba un poco disgustado porque sentía un perverso cariño por Big Tim, pero su destino lo había decidido el Don en persona. Cross estaba preocupado por la forma en que Dani cumpliría su misión.

El funeral de Alfred Gronevelt fue el más impresionante que jamás se hubiese visto en Las Vegas, un auténtico tributo a su genialidad. Su cuerpo yacía con gran pompa en la iglesia protestante construida con su dinero y en la que el arquitecto había combinado la grandeza de las catedrales europeas con los pardos muros inclinados propios de la cultura nativa norteamericana. Haciendo gala del célebre sentido práctico de Las Vegas, el templo disponía de un aparcamiento decorado con elementos nativos norteamericanos en lugar de temas religiosos europeos.

El coro que cantó las alabanzas del Señor y encomendó a Gronevelt a la misericordia divina pertenecía a la universidad, a la que éste había financiado tres cátedras de Letras.

Centenares de universitarios que se habían licenciado gracias a las becas fundadas por Gronevelt lloraban sinceramente su muerte. Entre los asistentes figuraban muchos jugadores que habían perdido verdaderas fortunas en favor del hotel y que ahora parecían alegrarse en cierto modo de haber triunfado al final sobre Gronevelt. Muchas mujeres solas, algunas de ellas de mediana edad, lloraban en silencio. También había representantes de las iglesias católicas y de la sinagoga judía, que él había contribuido a construir.

Cerrar el casino hubiera sido una medida totalmente contraria a todo aquello en lo que Gronevelt creía, pero asistieron los directores y los crupieres que no trabajaban en el turno de día. Incluso hicieron acto de presencia algunos de los beneficiarios de las villas, a quienes Cross y Pippi hicieron objeto de especiales muestras de respeto.

Walter Wavven, el gobernador del estado de Nevada, asistió al funeral escoltado por el alcalde. El Strip fue acordonado para que la larga procesión de limusinas negras y asistentes a pie, encabezada por el plateado coche fúnebre, pudiera acompañar los restos mortales hasta el cementerio y Alfred Gronevelt pudiera inspeccionar por última vez el mundo que él había creado.

Aquella noche los visitantes de Las Vegas le rindieron el tributo que él más hubiera apreciado. jugaron con un frenesí que estableció un nuevo récord de ganancias para la casa, salvo la Nochebuena, por supuesto. En señal de respeto, el dinero fue enterrado junto al cadáver.

Al término de aquella jornada, Cross de Lena se preparó para iniciar su nueva vida.

Aquella noche, sola en su casa de la playa de la Colonia Malibú, Athena Aquitane trató de tomar una decisión. La brisa del océano que penetraba a través de la puerta abierta le provocó un estremecimiento mientras permanecía sentada en el sofá, pensando.

Es difícil imaginar cómo era en su infancia una estrella de cine mundialmente famosa. Es difícil imaginar el proceso de transformación hasta convertirse en mujer. El carisma de las estrellas del cine es tan poderoso que parece como si sus imágenes adultas de héroes o beldades sin par hubiera brotado de golpe de la cabeza de Zeus. Ellos nunca mojaban la cama, nunca habían padecido acné, nunca habían tenido una cara inicialmente fea, nunca habían sufrido la timidez de los adolescentes poco agraciados, nunca se masturbaban, nunca habían suplicado amor y nunca habían estado a merced del destino.

Ahora era por tanto muy difícil, incluso para Athena Aquitane, recordar a semejante persona.

Athena se consideraba una de las criaturas más afortunadas que jamás hubieran nacido en este mundo. Lo había tenido todo sin el menor esfuerzo. Tenía un padre maravilloso y una madre que había sabido reconocer y cultivar sus cualidades. Aunque sus padres adoraban su belleza física, habían hecho todo lo posible por educar su mente. Su padre la instruyó en la práctica de los deportes, y su madre en la literatura y el arte. No recordaba ni una sola ocasión de su infancia en que se hubiera sentido desdichada, hasta los diecisiete años, cuando se enamoró.

Se enamoró de Boz Skannet, que le llevaba cuatro años y era una estrella del fútbol regional en el centro universitario donde estudiaba. La familia de Boz era propietaria del banco mas importante de Tejas. Boz era casi tan guapo como Athena, y además era divertido y encantador y estaba loco por ella. Sus cuerpos perfectos se atraían como imanes, las terminaciones nerviosas experimentaban descargas de alta tensión y la carne era toda seda y miel. Entraron en un cielo especial y se casaron para asegurarse la felicidad eterna.

Athena quedó embarazada a los pocos meses, pero gracias a la exquisita perfección de su cuerpo engordó muy poco, nunca sufrió mareos y le encantaba la idea de tener un hijo. Siguió por tanto yendo a clase, estudiando arte dramático y jugando al golf y al tenis. Boz le ganaba al tenis, pero ella lo derrotaba sin el menor esfuerzo en el golf.

Boz empezó a trabajar en el banco de su padre. Tras el nacimiento del bebé, una niña a la que puso el nombre de Bethany, Athena siguió yendo a clase pues Boz tenía dinero más que suficiente para pagarle una niñera y una criada. El matrimonio aumentó el ansia de saber de Athena, que leía vorazmente todo tipo de libros y muy especialmente obras de teatro. Le encantaba Pirandello, Strindberg la ponía muy triste y Tennessee Williams la hacía llorar. Rebosaba de vitalidad y su inteligencia enmarcaba su físico, confiriéndole una dignidad que raras veces acompaña a la belleza. No era de extrañar que muchos hombres tanto jóvenes como ancianos se enamoraran de ella. Los amigos de Boz Skannet le envidiaban su suerte.

Boz Skannet comentaba en broma que su mujer era como un Rolls-Royce que tuviera que dejar aparcado todas las noches en la calle.

Era lo bastante inteligente como para comprender que su mujer estaba destinada a cosas más grandes, y estaba convencido de que era extraordinaria. También veía con toda claridad que estaba destinado a perderla, como había perdido sus propios sueños. Aunque había podido demostrar su valor en una guerra, sabía que era valiente y que poseía encanto y buena presencia, pero nada en especial. Tampoco le interesaba amasar una gran fortuna.

Estaba celoso de las cualidades de Athena y de la certeza que ésta tenía del lugar que ocupaba en el mundo.

Boz Skannet decidió por tanto ir al encuentro de su destino. Empezó a beber y a seducir a las esposas de sus compañeros, puso en marcha unas transacciones un tanto sospechosas en el banco de su padre. Estaba tan orgulloso de su astucia como puede estarlo cualquier hombre que acaba de adquirir una nueva habilidad y la utilizaba para disimular el creciente odio que sentía por su mujer. Acaso no era heroico odiar a un ser tan hermoso y perfecto como Athena?

Boz Skannet gozaba de una salud de hierro a pesar de las juergas que se corría. Se aferraba a ella con ansia. Hacía ejercicio en el gimnasio y tomaba lecciones de boxeo. Le encantaba el carácter eminentemente físico del cuadrilátero, donde podía descargar el puño contra un rostro humano, la habilidad de pasar de un jab corto a un gancho, y el estoicismo con que los púgiles recibían el castigo. Le encantaba la caza y el hecho de matar a las piezas. Él disfrutaba seduciendo a las mujeres ingenuas y le encantaba la esquemática simplicidad de los idilios amorosos. Con su recién descubierta astucia, buscó un medio para salir de la situación. Él y Athi tendrían más hijos. Cuatro, cinco, seis. Eso los volvería a unir e impediría que ella se le pudiera escapar. Pero para entonces Athena había adivinado sus intenciones y le dijo que no. Y le dijo algo más:

—Si quieres hijos, tenlos con las otras mujeres con quien follas.

Era la primera vez que utilizaba un lenguaje tan vulgar. Boz se sorprendió de que estuviera al corriente de sus infidelidades pues no se había tomado la molestia de ocultarlas. En realidad la astucia consistía en eso. Sería él quien la rechazara a ella, no ella quien lo abandonara a él.

Athena veía lo que le estaba ocurriendo a Boz, pero era demasiado joven y se hallaba demasiado ocupada con su propia vida como para prestarle la necesaria atención. Sólo cuando Boz empezó a maltratarla descubrió, a sus veinte años, la acerada fuerza de su carácter y su incapacidad para soportar la estupidez.

Boz Skannet empezó a entregarse a los juegos de ingenio que suelen utilizar los hombres que odian a las mujeres, y Athena llegó a pensar que se estaba volviendo loco.

Siempre recogía la ropa en la lavandería al volver a casa del trabajo pues solía decir: Cariño, tu tiempo vale más que el mío. Tú tienes tus clases especiales de música y teatro, además del trabajo de la tesis. Se lo decía pensando que la naturalidad de su tono de voz impediría que ella detectara su resentido reproche.

Un día Boz regresó a casa con los brazos cargados de vestidos mientras ella se estaba bañando. Contempló su dorado cabello, su blanca piel y sus redondos pechos y nalgas cubiertos de jabonosa espuma.

—Te gustaría que arrojara toda esta mierda aquí dentro de la bañera, contigo? —le dijo con voz pastosa.

Pero en lugar de hacerlo, colgó los vestidos en el armario, la ayudó a salir de la bañera y la secó con unas suaves toallas de color de rosa. Después hizo el amor con ella. Unas cuantas semanas más tarde se repitió la escena, pero esa vez arrojó la ropa al agua.

Una noche, durante la cena, la amenazó con romper todos los platos, pero no lo hizo. Una semana más tarde destrozó todo lo que había en la cocina. Después, siempre pedía perdón e intentaba hacer el amor. Pero ahora Athena lo rechazaba y dormían en habitaciones separadas.

Otra noche, durante la cena, Boz levantó el puño y le dijo Tienes una cara demasiado perfecta. Si te rompiera la nariz, a lo mejor tendría más personalidad, como la de Marlon Brando.

Athena corrió a la cocina y él fue tras ella. Estaba tan asustada que cogió un cuchillo. Boz se echó a reír y le dijo:

—Eso es justo lo que no puedes hacer.

Y estaba en lo cierto. Le arrebató el cuchillo sin ninguna dificultad.

—Sólo era una broma. Tu único defecto es que no tienes sentido del humor.

A sus veinte años, Athena hubiera podido recurrir a sus padres y pedirles ayuda, pero no lo hizo ni tampoco les contó nada a sus amigos. En lugar de eso reflexionó cuidadosamente sobre lo que iba a hacer y confió en su inteligencia. Comprendió que jamás terminaría sus estudios universitarios porque la situación era demasiado peligrosa. Sabía que las autoridades no podrían protegerla. Consideró brevemente la posibilidad de emprender una campaña para conseguir que Boz la amara de nuevo y volviera a ser el mismo de antes, pero la aversión física que le inspiraba era tan grande que ni siquiera podía soportar la idea de que la tocara, y sabía que jamás podría ofrecerle una simulación convincente del amor, aunque recurriera a sus dotes teatrales.

Al final Boz hizo algo que la obligó a tomar una determinación precipitada y le hizo comprender la necesidad de marcharse, a pesar de que no tuvo nada que ver con ella sino con Bethany.

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