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Authors: Christie Golden

Tags: #Fantástico, Infantil juvenil

El vampiro de las nieblas (36 page)

BOOK: El vampiro de las nieblas
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La autenticidad de su dulzura empeoraba aún más las cosas. Solía tomar a Strahd del brazo cuando paseaban y lo llamaba «hermano» o «hermano mayor» con todo respeto. ¿Cómo podía adivinar que envidiaba a su hermano con toda su alma?

A veces se le antojaba que también lo amaba a él, pero, indefectiblemente, esa frágil ilusión saltaba hecha pedazos tan pronto como Tatyana posaba los ojos en Sergei; entonces la vida rebosaba por todo su ser, amorosa, plena, maravillosamente. Todo aquel que contemplaba a la joven pareja participaba de su felicidad porque la mutua devoción que se profesaban era genuina y también evidente.

A todos contagiaban, excepto al conde Strahd von Zarovich.

Seguía soñando que se enamoraría de él, y sus sueños se oscurecían a medida que transcurrían los meses y la fecha de la boda se acercaba. Comenzó a consultar libros de magia sin hallar lo que buscaba. Su irascibilidad iba en aumento, y pernoctaba hasta el alba con frecuencia en busca de una solución a sus males…

Una tarde, trató de refugiarse tocando el órgano y se distrajo durante un rato dejándose envolver en la música que le llegaba al alma. Sus dedos volaban sobre las teclas, extrayendo acordes que reflejaban su tormento y que, a la vez, lo liberaban de él.

Unos ruidos en el vestíbulo de la entrada rompieron su concentración y dejó de tocar; la sutil paz se había desvanecido. Disgustado, fue a investigar. Al parecer, no podría gozar de una tarde pacífica. Se oían risas y conversaciones cordiales en los salones antes silenciosos a medida que los participantes en la cacería, perros incluidos, iban llenando el comedor. Las uñas de los perdigueros, que caminaban meneando la cola, arañaban suavemente la piedra del suelo.

—¡Strahd! —saludó Sergei a su hermano—. Te has perdido una partida excelente.

—Es cierto, hermano mayor. Hasta tú habrías disfrutado si hubiéramos conseguido apartarte de tus libros un momento —añadió Tatyana con una cálida sonrisa.

—Los libros son buena compañía —replicó, tras obligarse a devolver la sonrisa—, y la caza del zorro una pérdida de tiempo.

—Sí, pero en ésta te habrías divertido y, además, ¡seguro que no te imaginas lo que sucedió después en la Guarida del Lobo! —Sergei tomó a su hermano por el brazo y lo llevó hasta la mesa, donde los discretos camareros descorchaban polvorientas botellas y llenaban copas de cristal. Sergei cogió una y ofreció a Strahd el rojo líquido.

—¡Sergei! —exclamó Tatyana con el rostro del mismo color que el vino, y, entre avergonzadas risas, apoyó la cabeza en el pecho de Strahd de forma totalmente inconsciente—. Por favor, hermano mayor, hazlo callar. No quiero que cuente esa historia.

Strahd cerró los ojos para no traicionar el tormento que lo corroía. ¡Oh! ¡Tener la cabeza de Tatyana sobre el pecho de aquella forma, y no conseguir su amor! Sin poder resistirlo más, alzó un brazo para acercársela.

De pronto, la ansiada calidez desapareció. Sergei, siguiendo la broma, había recuperado a su prometida y la besaba a pesar de sus tímidas protestas. —Me ha dado toda una lección, Strahd.

—Bien saben los dioses que tienes mucho que aprender —gruñó el conde, envenenado por los celos.

—Estábamos tomando cerveza en compañía de los aldeanos en la taberna de la villa y, de pronto, un bruto grande y peludo asió a Tatyana y, antes de darme tiempo a reaccionar, ya estaba intentando…

—¿Cómo?

La pregunta salió como un proyectil de la garganta de Strahd, y la furia se apoderó de él. Los demás miembros de la partida retrocedieron, asombrados. El conde no era famoso por su amabilidad, pero esa rabia encendida que le deformaba la cara iba más allá de lo que hubiera presenciado el más desafortunado de todos. Incluso Tatyana sintió temor, y se acercó más a su futuro marido. Sergei fue el único que no se inmutó, amparado en el amor absoluto hacia su hermano, y continuó contando el incidente.

—Intentaba arrojarla al suelo —completó—. Bien, en cuanto nos recuperamos, unos cuantos aldeanos y yo lo separamos de Tatyana, e íbamos a sacarlo fuera para darle una paliza que no olvidara jamás, cuando ella nos lo impidió. —Asombrado, Strahd dirigió la vista hacia la joven, que, pese a estar completamente sonrojada, mantuvo la mirada con firmeza. ¡Dioses, qué ojos!—. Nos dijo que conocía a aquel hombre, que se habían criado juntos y que estaba enfadado porque ella había tenido la suerte de casarse con un Von Zarovich mientras su familia moría de hambre. Entonces, ¿sabes lo que hizo mi paloma? —Sonrió a la muchacha abiertamente y la abrazó con ternura—. Se quitó todas las joyas que llevaba puestas y se las entregó. «Compra comida para tus hijos», le dijo, «y, mientras yo viva, los tuyos no volverán a pasar hambre». Después, aquel monstruo, aquel oso enorme y torpe… ¡Fue increíble Strahd! ¡Comenzó a llorar como una criatura mientras besaba las manos a Tatyana! ¿No te parece asombroso?

Los invitados aclamaron a la muchacha y bebieron a su salud, mientras ella resplandecía de felicidad.

—¡Tatyana, estás loca! —sentenció el conde terminantemente, y los ojos de la joven se llenaron de dolor. Sin fijarse en ella, se dirigió a su hermano menor—. Y tú eres aún peor. Acabas de arrastrar el nombre de la familia por el barro de ese sucio pueblo. Tendrías que haber terminado con ese perro por su insolencia. Si un criado mío hubiera actuado como tú, lo habría azotado hasta desollarlo, pero desgraciadamente llevamos la misma sangre y no tengo derecho a hacer lo mismo contigo. Y créeme que lo lamento. Disculpadme.

Estrelló la copa contra el suelo y salió enfurecido de la estancia. Un silencio de piedra cayó sobre todos; estaban cohibidos y nadie sabía qué decir. Pero por fin, habló Tatyana.

—Pobre Strahd, creo que necesita de nuestra piedad y cuidados mucho más que Yakov y su familia.

—Querida —replicó Sergei con suavidad mientras le besaba la cabeza—, creo que tienes razón.

Strahd vació su cólera escribiendo rabiosamente en el diario:
Tengo que encontrar un encantamiento, un filtro o cualquier otro medio que me permita poseer a ese ángel. ¡Es necesario! ¡Daría cualquier cosa por ganar a esa mujer!

Se mantuvo despierto hasta las primeras horas de la mañana. Al fin suspiró profundamente y se restregó los ojos, resecos y cargados de cansancio. Cada una de las exhaustas partes de su cuerpo le pedía a gritos que abandonara la empresa, al menos por esa noche, y les diera reposo.

Con un gran esfuerzo de voluntad, se sacudió la somnolencia. Si no descubría alguna forma de hacerla suya, dispondría de numerosas noches de soledad en el lecho para recuperar el sueño, y con manos trémulas por el agotamiento, escogió otro libro de magia, se sentó de nuevo pesadamente y comenzó a hojearlo.

Volvía una página cuando se percató de que había dos pegadas, y frunció el entrecejo. ¿Cómo es que nunca se había dado cuenta? ¿Qué secretos inexplorados se escondían entre aquellas dos hojas? Una ansiedad repentina se adueñó de él y lo despertó por completo. Con todo cuidado, temeroso de rasgar el viejo pergamino, las separó y empezó a sonreír sin atreverse a dar crédito a lo que apareció ante sus ojos. Un mago olvidado hacía mucho había escrito lo siguiente en las amarillentas páginas:

Fórmula para Obtener los Deseos del Corazón
.

Lo leyó rápidamente. No había nada especial; no se requerían ingredientes extraños. «Pelos de murciélago…».

Dioses, eso sería fácil de conseguir en ese maldito lugar. «Cuerno triturado de unicornio…». Si mal no recordaba, tenía un poco de esa preciosa sustancia en alguna parte. De pronto sucedió algo curioso; la vista se le nubló un instante y se rascó con impaciencia los cansados ojos, y, al volver a mirar el encantamiento, la lista de ingredientes había cambiado.

—¿Cómo? —murmuró. Mientras miraba, las letras se retorcían, cambiaban y formaban otras palabras. Alarmado, dejó caer el libro en la mesa, y éste aterrizó con un fuerte ruido.

Es un libro muy antiguo. Deberías tratarlo con más cuidado
, dijo una voz que le erizó el pelo de la nuca.

Levantó la cabeza y miró alrededor. No había nadie en la biblioteca, excepto él mismo.

—¿Quién está ahí? —preguntó.

Deberías saberlo
, replicó la misma voz, sedosa y con una alegría contenida, que parecía provenir de todos los rincones a la vez. Le rascaba los oídos como hojas secas arrastrándose sobre una tumba.
Me has llamado. He escuchado tu odio y he acudido para satisfacer el deseo de tu corazón
.

—Muéstrate —ordenó el conde.

Se oyó una risa grave y seca.

No soportarías la visión
.

De repente, Strahd reconoció aquel susurro gélido, y una parte de su ser le exigió salir del estudio de inmediato, abandonar allí la voz muerta que le penetraba como ponzoña y dejar que Tatyana fuera para Sergei.

—No —susurró en voz alta—, será mía.

¿
Empezamos
?

—Ni…, ni siquiera he llevado a cabo el ritual… —balbuceó mientras intentaba reunir sus dispersos pensamientos.

No es necesario. La fórmula sólo era para… atraer tu curiosidad. Seguro que te has dado cuenta de que cambia sin cesar, exactamente como la mente mortal
.

—¿Qué eres?

Ante esa pregunta, el volumen de la voz se incrementó como el viento en una noche tormentosa. Rió y se hinchó hasta aplastar al conde como algo físico.

Soy todas las pesadillas que todas las criaturas han tenido jamás. Soy los oscuros pensamientos de asesinato y traición, de miedo y lujuria, de obscenidad y violación. Soy la palabra truncadora que aniquila el alma y el cuchillo ensangrentado que cercena el cuerpo. Soy el veneno que reposa en el fondo de la copa, el dogal del cuello del ladrón, el grito del engañado, el chillido del torturado. Soy la mentira, el abismo negro de la demencia, la muerte y todas la cosas peores que la muerte. Me conoces, conde Strahd von Zarovich; tú y yo somos amigos desde hace mucho, mucho tiempo.

—¿Has venido… a buscarme? —inquirió tembloroso, pero en tono firme.

He venido para favorecerte
, suspiró la voz de ultratumba, ahora tan débil como el último aliento de un moribundo.
Me has alimentado bien y te debo una recompensa. El hambre que te acosa por la prometida de tu hermano, por tu juventud perdida… Eliminaré al rival de tu camino y no envejecerás ni un solo día más… si haces lo que te digo
.

El conde vaciló un momento; lo que le ofrecía aquella criatura era tentador hasta límites insospechados.
Tatyana
. Asintió finalmente.

—¿Qué tengo que hacer?

VEINTIUNO

¡Dioses! ¡Oh, dioses! ¡Qué horrores y milagros han sido obrados aquí en el día de hoy! Me tiembla la mano al escribir, aunque no sabría decir si de dolor o de felicidad. Voy a aplicarme a dejar constancia de los acontecimientos con la mayor claridad que me sea posible, para así poder leerlos después, cuando mi mente se serene, y comprender el sentido de todo ello…

Una hora antes de la ceremonia, poco después del crepúsculo, Strahd llamó suavemente a la puerta de Sergei.

—Adelante —dijo el joven.

Strahd entró sonriente. Sergei estaba espléndido; el uniforme azul, con hombreras y medallas, había sido limpiado y planchado para la ocasión; las botas negras relucían y el medallón clerical de platino, colgado en torno al cuello, lanzaba destellos cada vez que se movía. Acababa de ceñirse la espada y estaba arreglándose el uniforme nerviosamente. Miró al espejo para ver quién había entrado y, al ver a su hermano Strahd, una enorme sonrisa le iluminó el rostro.

—¡No sabía si vendrías o no! —exclamó al tiempo que se giraba con los brazos extendidos. El conde dudó un momento antes de abrazarlo—. Creía que aún estabas enfadado por el incidente de Tatyana y el aldeano.

—No, querido hermano. Me dejé llevar por un arrebato intempestivo y cruel y he venido a pedirte perdón.

Los ojos de Sergei, del mismo tono azul vivo que el uniforme, se llenaron de lágrimas.

—Hay personas en este reino que aseguran que tu corazón no encierra nada bueno —comenzó emocionado—, pero yo siempre he sabido que el demonio Strahd tiene alma de ángel.

—Retírate un poco y deja que te mire —replicó el conde con entusiasmo, incómodo por el tono emocional que había tomado la conversación. Sergei, agradecido y sonrojado, sonrió, y Strahd silbó burlonamente mientras su hermano le daba un manotazo amable y bien intencionado—. Vas a romper muchos corazones hoy. Habrá una oleada de suicidios en el pueblo, estoy seguro. Todas las matronas de la tierra llorarán la muerte del soltero más apetecible de Barovia.

—¡Ah! Pero verás qué pronto levantan la copa por el marido más feliz del mundo.

Una rabia fría comenzó a infectar las venas de Strahd. Casi había decidido negarse a sellar el trato con la misteriosa entidad oscura. El evidente amor que Sergei le tenía y la alegría que le había proporcionado con su presencia habían contribuido a fortalecer esa decisión. Sin embargo, en ese momento, mientras Sergei relumbraba de felicidad por la boda inminente, el monstruo negro de los celos se revolvía de nuevo en las entrañas del conde.

Tocó el medallón de Sergei con un dedo afilado; la joya brillaba, y el cristal del centro lanzaba rayos con cada movimiento.

—Esto tendrás que dejarlo. Ya lo sabías, ¿verdad?

Sergei tomó el colgante en la mano.

—Sí, lo sé. No puedo casarme y ser sacerdote a la vez, ¿no es cierto? Aunque la verdad es que nunca me pareció justo, porque se puede cumplir con las obligaciones divinas y familiares al mismo tiempo. El amor por una cosa no eclipsa la otra.

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