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Authors: Christie Golden

Tags: #Fantástico, Infantil juvenil

El vampiro de las nieblas (38 page)

BOOK: El vampiro de las nieblas
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Jander temblaba; la piedad y el horror que lo agitaban no podrían describirse con palabras. ¡Qué pérdida de gracia! ¡Qué matanza de inocentes! Tuvo que hacer un esfuerzo para proseguir con la lectura.

Décima luna, 400
. Ella ha regresado. ¡Ha regresado a mí! ¡Me ha sido concedida otra oportunidad! Mi amadísima Tatyana ha vuelto a la vida encarnada en una aldeana de nombre Marina. Es exactamente igual que ella, aunque con una sutil diferencia que no sé describir, pero en realidad, ¿qué importancia tiene? He comenzado a cortejarla y seguro que esta vez la hago mía…

Duodécima luna, 400
. No hay ser tan maldito como yo. Tatyana, mi amor, ha muerto a manos de su padre en esta ocasión. El muy loco dijo que prefería perderla así antes que verla convertida en mi esposa. Lo maté inmediatamente, por supuesto, y a toda su familia, y después regresé a los muros de esta prisión para aliviar mi dolor. Querida Tatyana, ¿no lograré jamás mecerte entre mis brazos y gozar de la dicha de saberme amado por ti?

Primera luna, 475
. Tatyana ha vuelto una vez más. Creo que esta terrible tierra quiere ponerme a prueba a mí y a mi amor. Ahora se llama Olya pero yo sé quién es; tiene el rostro de mi adorada aunque actúa de forma muy diferente, como si una parte de Tatyana se hubiera perdido en esta fiel reproducción, como si Olya fuera una obra de arte inacabada. Pero no me importa, nunca me importó, y la doblegaré a mi amor…

Cuarta luna, 475
. ¡No puedo soportar este tormento! ¡Prácticamente la tenía ya en las manos! Pero he vuelto a perderla. Se la han llevado las fiebres, según dicen. No había nada que hacer. Sin embargo, nadie vino a comunicármelo para ver si yo podía hacer algo…

En medio de tanto aturdimiento y horror, la fecha le llamó la atención. La cuarta luna del 475 era la fecha aproximada de su aparición en Barovia, y el nombre de Olya le parecía vagamente familiar. Se concentró un momento y enseguida recordó a la muchacha llamada Olya, fallecida a consecuencia de unas fiebres la misma noche de su llegada, la misma noche en que también Anna agonizaba víctima de una tremenda calentura, para morir finalmente a sus propias manos.

¿Las habría unido algún vínculo? ¿Serían una misma mujer? Anna sufría un grave trauma y no decía más que palabras fragmentadas. «Anna»:
Tatyana
; «sir», como lo llamaba a él:
Sergei
. Tatyana ansiaba liberarse de la maléfica influencia de Strahd con una desesperación tal, que quizás una parte de sí misma había huido aquella noche entre las nieblas y había aparecido en Aguas Profundas. No era más que un fragmento de un alma rota en pedazos, con retazos de memoria, tildada de loca por cuantos la veían.

Anhelante por saber más, siguió leyendo, hasta que su propio nombre lo sorprendió desde las páginas.

Un desconocido ha llegado a mi tenebroso reino de infortunio. Es un no-muerto que suspira por la vida como yo, pero, por el contrario, no persigue sus sueños ni sus aspiraciones. Es blando como un recién nacido, de sentimientos sensibles y con una conciencia que hasta le impide secar a sus víctimas por completo. ¿Cómo ha podido sobrevivir tanto tiempo semejante ejemplar de muerto viviente? Y lo que es más: ¿por qué parece tan sabio? Estoy seguro de que la dorada testa de ese Jander Estrella Solar encierra muchos conocimientos valiosos.

Deseo poseerlos. ¿Por qué no logro sonsacar sus secretos?

Cree que es un huésped aquí, cree que soy amigo suyo. Es muy fácil de engañar y, sin embargo, difícil de sondear. Es el loco más sabio que he visto jamás y quiero que se quede aquí para aprender lo que pueda…

Tercera luna, 500
. Una nueva generación ha sido dada a luz y los pequeños se han hecho adultos. Ha llegado el momento de comenzar a buscar a Tatyana una vez más; tal vez no la encuentre este año ni el siguiente, pero no puedo arriesgarme a perderla. Tengo que emprender la búsqueda.

De modo que ése era el motivo de las ausencias de Strahd durante semanas. No buscaba al asesino de esclavas como el elfo suponía, sino que viajaba en pos de su amada Tatyana,
Anna
, para proseguir la eterna danza de tormento mutuo.

Aquello debía terminar. Había sido transportado a Barovia para apagar su sed de venganza, y eso era lo que iba a hacer; más aún, iba a saborearlo. Comenzó a estremecerse y sintió que la furia desatada descendía como una cortina carmesí sobre su conciencia.

Sasha tenía diez años otra vez y entraba en la casa de la carnicería.

Un líquido rojo fluía por las escaleras y empapaba la alfombra que cubría el suelo de piedra. El muchacho subía como atraído involuntariamente hacia el final tenebroso que lo amenazaba desde arriba. Los tablones crujían bajo su escaso peso. En lo alto de la escalera lo esperaba su madre con el largo cabello castaño suelto sobre la espalda y los ojos rebosantes de preocupación.

—¿Dónde has estado? —tronó la voz, que levantó resonancias de locura—. Estaba
muy preocupada
.

Unos largos brazos se tendieron hacia él y lo acercaron al seno materno mientras unos dientes blancos destellaban y los ojos amarillos se giraban en sus órbitas.

—¡Madre! ¡Madre!

Sasha se incorporó de pronto y estuvo a punto de caerse del jergón. Jadeaba, completamente empapado en sudor, y trató de recuperar el aliento mientras sus sentidos se adaptaban a la realidad. El claro de luna entraba fríamente por la ventana.

Se dejó caer de nuevo sobre la almohada un poco tranquilizado. Solía despertar de la misma forma muchas noches, atormentado por las pesadillas que regresaban una y otra vez como las mismas noches barovianas. Sin embargo, a pesar de repetirse con frecuencia, el terror que le inspiraban las horrendas visiones no disminuía en absoluto. ¡Dulce Lathander! ¿Cuántos vampiros más tendría que matar hasta acabar con los tormentos nocturnos y recobrar la paz?

Aspiró con fuerza y se levantó de la cama; descalzo, se dirigió a la mesita y vertió agua en la palangana para refrescarse el rostro con el frío líquido y procurarse un poco de calma.

Un suave golpeteo en la ventana lo alertó al instante, y se quedó escuchando con atención. Volvió a oír el cauteloso sonido y supo que era real, no una continuación de los sueños; afuera se movía una sombra. Volvió los ojos hacia el rayo de luna que bañaba la habitación pero allí no se proyectaba el reflejo. Enseguida comprendió lo que significaba: había un vampiro al acecho, y al parecer lo esperaba a él.

Sonrió amargamente para sí. El muerto viviente se había equivocado de víctima; tan pronto como enviara a éste al descanso eterno, ya serían veinte a su favor. Rápida y silenciosamente, recogió los avíos: una ristra de ajos que se colocó en torno al cuello, un frasco de agua bendita, tomada del altar legalmente en esta ocasión, y el medallón de Lathander. Rezó una breve plegaria, respiró hondo y se dispuso para la batalla.

La horrorosa criatura volvió a llamar a la ventana, esta vez con más energía, como si se impacientara, aunque no por ello abandonó su propósito ni se marchó volando. Sasha se acercó despacio, evitando el rayo de luz, y de pronto, al grito de «¡Lathander!», saltó hacia adelante, rasgó la cortina y abrió los postigos con un movimiento certero.

En la otra mano apretaba firmemente el amuleto de madera rosada, pero, al reconocer al vampiro, dejó caer el brazo mientras Jander —agarrado con manos enguantadas y finas botas a resquicios imposibles para un humano— se tapaba el rostro en actitud de defensa pero sin soltarse de la pared de la iglesia.

—¡Jander! —siseó enfadado—. ¿Qué haces aquí?

El vampiro lo miró desgarradoramente, y Sasha percibió de pronto la sangre que lo bañaba; contuvo un grito de revulsión y retrocedió un paso.

—Tengo que hablar contigo, Sasha. Necesito… que me ayudes.

—¿Por qué crees que estaría dispuesto a ayudarte?

Sasha no podía dejar de mirar la pavorosa estampa que componía el vampiro; la sangre que le manchaba la ropa brillaba con negros destellos bajo la luz de la luna, y su bello rostro estaba pegajoso.

—No es sangre humana —explicó el elfo rápidamente, en cuanto comprendió lo que paralizaba al muchacho. Ven a verme al cementerio dentro de diez minutos y tráeme un poco de agua.

Se disolvió en neblina, volvió a tomar forma como murciélago y se alejó volando en la noche.

Sasha se quedó tembloroso; una parte de él sólo deseaba regresar a la cama y taparse hasta la cabeza. ¿Qué deuda tenía él con aquel monstruo para que lo obligase a merodear por el camposanto a esas horas de la noche?

La vida de su padre.

Con un suspiro, se acercó a la jarra de agua y silenciosamente, para no despertar a Leisl, que dormía en la habitación de al lado, bajó la escalera. Un escalón crujió con estrépito; se detuvo a escuchar pero, al no oír movimiento en el cuarto de la ladrona, siguió adelante.

Jander esperaba al clérigo junto al panteón de la familia Kartov. Las hojas se arremolinaban a los pies del vampiro en el aire otoñal; la luna salió de detrás de una nube y bañó totalmente su delgada figura. Sasha sintió otra vez la misma mezcla de pavor y admiración por la bella criatura estilizada y erguida cuya piel dorada se revestía de un halo mágico al plateado resplandor lunar. ¡Qué lástima que fuera un ser depravado!

Le pasó la jofaina y el agua y, sin mediar palabra, Jander los puso en el suelo y se arrodilló. Se quitó los guantes y vertió un poco del frío líquido para lavarse la cara ensangrentada. Sasha le tendió también una toalla y Jander, con manos trémulas, hundió el rostro en el paño.

—Dime lo que tengas que decirme —exigió Sasha, cruzado de brazos—. Juré que no te mataría, pero nada más. Ni siquiera debería estar aquí. —Casi lamentó esas palabras cuando Jander levantó la cara y lo miró con expresión angustiada—. ¿Qué ha sucedido?

—Sasha, haz el favor de quitarte los ajos primero. Ese olor me resulta nauseabundo; ya sabes que he prometido no hacerte daño.

Sasha no se movió. Con una rapidez increíble, Jander se levantó del suelo, le arrancó la ristra del cuello y la tiró. El clérigo se llevó las manos a la desprotegida garganta, pero el vampiro no se acercó más a él.

—Pero… ¡tú no deberías poder hacer eso! —exclamó Sasha.

—Aquí puedo hacer muchas cosas que antes me estaban vedadas —repuso con una amarga sonrisa—. No olvides, Sasha, que estos parajes cambian las reglas. —La sonrisa desapareció y dio paso a la apenada expresión que el sacerdote le había visto antes. El vampiro se sentó en un montículo de césped y colocó la cabeza entre las manos para descansar un momento. Cuando retomó la palabra, su discurso se cargó de dolor—. Te pedí que buscaras el registro de una mujer llamada Anna, ¿recuerdas?

—Sí, pero lo siento; no encontré…

—No encontrarías nada. Yo amaba a esa Anna, si es que puedes creerlo. Estaba loca pero me enamoré de ella. Un día se puso enferma; se moría, y yo no podía soportar la idea de existir sin ella, de forma que intenté convertirla en un ser como yo. —Aguardó la respuesta de Sasha con ojos brillantes, y, tal como esperaba, el clérigo estaba escandalizado.

—Eso no es amor; es lo más egoísta… ¡Por la gloria de Lathander! ¡
Eres
un demonio!

—No tenía parientes ni nadie que se ocupara de ella —prosiguió el elfo sin atender el estallido de Sasha—; me necesitaba. ¿Sabes lo maravilloso que es saberse necesario? Yo la amaba y la habría cuidado durante toda la eternidad, y por eso deseaba darle la oportunidad de ser inmortal. Confiaba en que el tiempo y el cariño la ayudaran a recobrarse. Pero se negó a beber mi sangre —prosiguió con un triste movimiento de cabeza—, y murió.

Se quedó mirando al joven con calma, mientras su voz recuperaba un tono frío.

—Al llegar a Barovia traído por la niebla, sólo pensaba en la venganza, en encontrar al responsable de la destrucción de su mente, y esta noche he sabido quién fue. —Hizo una pausa—. A veces me posee una furia irresistible, y hoy no he sabido evitarla. La sangre que me cubría era de un rebaño de ovejas; acabé con todas. Tu pueblo, por fortuna, se resguarda bien durante las horas nocturnas; de lo contrario, Sasha, te aseguro que habría asesinado a cualquier imprudente que se hubiera cruzado en mi camino. —Metió una mano en el bolsillo, sacó un puñado de objetos brillantes y se los entregó al clérigo—. Dale esto al dueño de los animales y dile que es una especie de compensación divina o cualquier otra tontería. Lo entenderá mejor que si le cuentas la verdad.

Sonrió entristecido. Sasha no sabía qué decir y Jander cambió de tema bruscamente.

—¿Has oído hablar alguna vez de una muerte carmesí? —Sasha negó con la cabeza—. Tal vez se llame de otra forma aquí. Es una criatura gaseosa pero con forma humana y se alimenta de sangre, como los vampiros. Es espantosa de contemplar; mientras bebe, su pálido color habitual se tiñe de rojo y su cuerpo se solidifica; ése es el único momento en que es posible aniquilarla, y sólo con armas mágicas.

El rostro de Sasha se contorsionó de asco y Jander prosiguió.

—Cuentan que estos seres son espíritus de vampiros, que se transforman así cuando mueren. —Miró a Sasha intensamente—. Tú has terminado con varias vampiras; ¿no te has encontrado nunca un ente de esas características?

—Nunca.

—Dímelo con toda seguridad.

—Estoy seguro, Jander; tal vez yo sepa más de las entidades perversas de Barovia que ellas mismas.

—No alardees tanto, jovencito —replicó el elfo con una escueta sonrisa—, aunque podemos poner esa baladronada a prueba. Como te dije, he venido a pedirte ayuda.

—Me cuesta creerlo —respondió, escéptico.

—Tengo una cuenta pendiente con Strahd —anunció Jander tras una pausa.

—No profeso cariño al señor de la tierra —afirmó Sasha con un respingo—, pero no levantaría la mano contra él sólo porque tú me digas que es mi deber.

—¡Piensa, Sasha! ¿Cuándo me viste por primera vez? Me conociste como el honorable huésped del conde en la fiesta de primavera. Sabes lo que soy. ¿Qué clase de ser crees que es él? ¡
Un vampiro
!

—¡No! —musitó pálido del susto.

—Todos los demás vampiros de Barovia le responden. Yo soy el único con voluntad propia y el único con poder suficiente como para desafiarlo.

—Entonces, adelante; ¿para qué me necesitas a mí?

—Maneja la magia, pero yo no, a excepción de las pocas facultades propias de la transformación en no-muerto. Por otra parte —su voz musical se tornó áspera—, precisamente por ser un muerto viviente, me están vetadas ciertas cosas permitidas a los mortales, sobre todo a los sacerdotes.

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