El vampiro de las nieblas (40 page)

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Authors: Christie Golden

Tags: #Fantástico, Infantil juvenil

BOOK: El vampiro de las nieblas
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Bajaron todos los tomos, unas dos docenas, de las estanterías donde habían estado pudriéndose y los abrieron sobre la basta mesa de madera.

Leisl estornudó y, entre trago y trago de vino, siguió pellizcando del almuerzo que Katya les había preparado. Sasha, con la cara apoyada en una mano, volvió una hoja; el crujido del pergamino era el único ruido audible en la silenciosa estancia. Leisl se agitó nerviosa. Por primera vez en su vida lamentaba no saber leer; así al menos podría haber ayudado un poco al sacerdote.

—¿No encuentras nada todavía? —preguntó, esperanzada.

Sasha suspiró, hojeó rápidamente las páginas restantes y cerró el volumen con cuidado.

—No; nada de nada. Son registros principalmente; de cosechas, nacimientos, muertes, matrimonios y cosas por el estilo. Nada que nos sea de utilidad.

Sasha apoyó la espalda y se desentumeció recostándose sobre la silla hasta dejarla en equilibrio sobre las patas de atrás. Enlazó las manos tras la cabeza y cerró los párpados para que su mente vagara por donde quisiera. Los vampiros eran criaturas perversas, pero en esos tiempos muy pocos creían en su existencia; pertenecían a las leyendas. ¿Cómo se luchaba contra las leyendas?

Leils miraba la pila de libros melancólicamente, y se sobresaltó cuando Sasha dejó caer las patas delanteras del asiento con gran estrépito.

—¡Pavel Ivanovich! —exclamó con los ojos brillantes de excitación.

—¿Quién?

—El del cuento, ya sabes: Pavel Ivanovich de Vallaki, el heredero del sol. ¿No te acuerdas de la historia?

—¿No te acuerdas de que yo no tuve madre que me contara cuentos a la hora de ir a dormir?

—¡Oh, Leisl, perdóname! —Su tono era tan desolado que Leisl le hizo un gesto con la mano para que lo olvidara.

—Cuéntamelo, ¿qué hizo ese Pavel Ivanovich?

—Pues era el heredero del sol y nació para mantener la oscuridad alejada por medio de un fragmento de sol que su padre le dio. Pero el oscuro se lo robó de la cuna y lo escondió en el lugar más tenebroso de su reino. ¿Cuál podría ser ese lugar en Barovia?

—No creo que me hagas esa pregunta para que la conteste —replicó Leisl con un mohín.

—No estoy de broma, Leisl —la reprendió ceñudo—. Lo más tenebroso de Barovia es el castillo de Ravenloft, ¿verdad? —Supongo.

—Durante su misión, Pavel se enfrenta a numerosos guardianes de la oscuridad; el primero y más terrible es el vampiro Nosferatu. —La excitación de Sasha iba en aumento—. ¿No lo comprendes? ¡Tiene sentido! La leyenda dice que cuando Pavel recupera el fragmento de sol, la maldición que pesa sobre la tierra desaparece; Strahd es la auténtica maldición de Barovia.

—Sasha, eso no es más que un estúpido cuento popular —le espetó ella sin dejarse impresionar.

—Naturalmente; los cuentos populares casi siempre tienen un punto de verdad. Es posible que haya algo realmente en el castillo de Ravenloft.

—Claro, un par de vampiros.

Sasha comenzaba a perder la paciencia y lanzó una mirada a Leisl que no ocultaba su irritación.

—Nadie te pidió que te mezclaras en esto ni que te pusieras a matar vampiros. En realidad, nadie te ha dado vela en este entierro, y, si estás tan segura de que esto es una idiotez, ¿por qué no te vas y me dejas tranquilo?

—Estoy contigo —manifestó impávida, aunque el clérigo percibió el torbellino que se agitaba bajo la calmada superficie—. Sabes que puedes contar conmigo.

—Lo lamento —musitó, consciente de la lealtad de la joven.

—Está bien. —Apartó unos libros y se sentó en la mesa—. Supongamos que esa leyenda es cierta y que en el castillo hay un trozo de sol que nos ayudaría a acabar con Strahd. ¿En qué
consiste
exactamente ese trozo de sol?

—No lo sé —repuso bajando la vista.

—Bien, así todo está claro.

—Leisl, hago lo que puedo.

—Yo también.

Sasha no contestó; se limitó a bajar la cabeza hacia el libro que tenía sobre las piernas y suspiró, con la esperanza de que Jander hubiera tenido mayor fortuna en sus investigaciones; de lo contrario, tendrían que enfrentarse al señor de los vampiros sin ayuda de la magia, y eso, pensaba con amargura, resultaría pavoroso.

Tampoco existían ancianos a quienes acudir, y la muerte de Martyn lo había convertido en el sabio más eminente del pueblo. Se le ocurrió que podría enviar a Leisl a Vallaki en busca de alguien a quien consultar; sería lo mejor, aunque le fastidiaba la idea de perder tiempo o llamar la atención. Si al menos hubiera alguien en la aldea que supiera de magia o… Comenzó a sonreír. Quizá podría preguntar
fuera
de la villa…

—Los gitanos —anunció.

Al día siguiente había mercado, y los vistanis aparecían a veces con mercancías para vender. Tuvieron que regatear un buen rato, pero, por fin, un gitano bizco llamado Giacomo les vendió unas ampollas de poción mágica para atravesar la niebla ponzoñosa que rodeaba Barovia, a cambio de quince monedas de oro y un compromiso de «ayuda si alguna vez la necesitara»; también les dio pasaje en su carromato hasta el campamento.

El otoño ya se había asentado plenamente en el campo, y los árboles recortaban sus desnudas siluetas contra el cielo gris preñado de nieve. Los viajeros se acurrucaron muy juntos para darse calor, y enseguida apareció el amenazador anillo brumoso, que describía remolinos como si tuviera vida propia.

—Bebedlo ahora —les indicó Giacomo mientras se llevaba un frasco a los labios.

Ambos obedecieron, aunque se atragantaron un poco con el amargo bebedizo. Segundos después, alcanzaron el corazón de la niebla. Sobrevivirían gracias a la poción, pero el aire olía a estancado y era tan denso que los oprimía como algo sólido. Casi no se distinguían las caras, y al conductor no lo veían en absoluto. Giacomo siguió adelante y, de pronto, la bruma comenzó a aclararse y desapareció en pocos segundos; los pasajeros respiraron tranquilizados.

A medida que avanzaban por el camino hacia el campamento, Leisl observó la abundancia creciente de unos pequeños pájaros negros y grises entre las ramas de los esqueléticos árboles, y lo comentó con Sasha.

—Son
vista chiri
. Mi madre me explicó que siguen a los vistanis porque son los espíritus de sus muertos.

A pesar de sus orígenes, Sasha nunca había intentado visitar el campamento ni localizar a su padre, y las probabilidades de encontrárselo ese día eran muchas, pero era un riesgo necesario. A pesar de que se había hecho a la idea, el corazón le latía dolorosamente al compás de los cascos de los ponis.

El viento helado cambió de dirección y les trajo el olor de las hogueras; estaban ya muy cerca.

Maruschka estudiaba la bola de cristal moviendo los labios sin articular palabras mientras sus ojos percibían lo que estaba oculto a los demás. Después, emitió un suspiro y cubrió la brillante esfera con un paño de terciopelo morado. Parpadeó con fuerza para despejar las lágrimas que le habían borrado la última escena de la visión, se levantó y salió a la mañana otoñal.

El paso de veinticuatro años había dejado señales en el rostro de la vistani vidente. Había adquirido el don de la visión total el día de su vigésimo segundo aniversario, dos años después de que el vampiro élfico salvara la vida a su hermano. Mientras se acercaba hacia la hoguera en busca de un poco de calor para sus heladas manos, su sobrino Mikhail se lanzó sobre ella y la tiró en la hierba parda y moteada de hojas.

—Perdona, tía Maruschka —se disculpó al tiempo que la ayudaba a levantarse.

Maruschka se quedó mirando al hijo menor de Petya, que le recordaba el paso del tiempo. Mikhail contaba sólo siete veranos, pero ya se notaba claramente que había heredado la facilidad de su padre para buscarse problemas. Petya e Iliana, su esposa, descansaban todavía en el
vardo
, pero no se les podía reprochar. ¿Quién tendría valor para abandonar el calor de una compañera en una mañana fría?

Ella no se había casado sino que había cumplido con su destino convirtiéndose en jefa del clan, rango para el que se encontraba debidamente preparada a la muerte de su predecesora, la abuela Eva.

Estaba calentándose junto al fuego cuando el ruido de un carromato le hizo levantar la vista; se estremeció por dentro, aunque su rostro permaneció sereno. El pasajero de Giacomo era el vivo retrato de su hermano, el mismo que había contemplado en la visión de la bola mágica.

No llevaba el hábito talar rosa y dorado con que se le había aparecido sino que, evidentemente, había intentado disfrazarse de aldeano típico con una camisa de algodón, chaqueta de piel de oveja y calzones de lana oscura. Cuando su delgada acompañante y él bajaron del carro y Giacomo les señaló a la gitana, ella ya sabía el motivo de la visita y miró al hijo de Petya con una sonrisa misteriosa.

—Tú llevas nuestra sangre —le dijo sin preámbulos tan pronto como Sasha se acercó.

—Cierto —replicó, él, totalmente sorprendido—. Soy un viajero errante y vengo de una tierra lejana…

—Tú eres Sasha Petrovich, hijo del vistani Petya y de la hija del burgomaestre. Ahora te dedicas al culto de un dios que no es conocido por sus tratos con nuestra gente. ¿Para qué buscas mi ayuda? —Sasha estaba completamente perplejo; le había dicho a Leisl que aquellas ropas no engañarían a nadie, aunque a ella le funcionara porque estaba acostumbrada a fingir y a disfrazarse…—. Y la señorita tal vez desee una taza de té —sugirió. Un momento después, añadió—: Venid a mi
vardo
. —Se dio la vuelta para indicarles el camino—. Supongo que podréis pagarme —afirmó, más que preguntar.

Sasha hundió las manos en los bolsillos y sacó un puñado de oro que destelló en la luz fría; Leisl se estremeció, consciente de que habría ojos vigilando.

—Escóndelo —susurró— si quieres volver con el cuello intacto.

De pronto se dio cuenta de que la gitana podía tomarse el comentario a mal y levantó los ojos mortificada, pero Maruschka se limitó a sonreír levemente.

—Pequeña, sabes más de la vida que este amigo tuyo; y tú, sacerdote, harías bien en seguir su consejo. Vamos, pasad los dos.

Con el correr de los años, el
vardo
de la vidente se había recargado más, a medida que su influencia dentro y fuera de la tribu se extendía. El exterior había sido pintado recientemente y lucía numerosos adornos dorados; los arreos de los ponis estaban tan repletos de campanillas y borlas que cada movimiento se convertía en un festival.

En el interior, el misterio y la sombra competían con toques de vividos colores. Los enseres de una vida cómoda, como arcones grabados para las alegres faldas, tejidos multicolores para la ropa de cama e innumerables cojines bordados con hilos de oro, contrastaban con los objetos esotéricos que alimentaban y favorecían las visiones.

Había libros sobre las mesas y en los rincones más insospechados, y del techo colgaban manojos de hierbas cuidadosamente recolectadas que llenaban el carromato de aromas campestres. Las cartas, envueltas en un paño de seda blanca tan antiguo que era casi transparente, reposaban en una caja especial en medio de un incensario, un recipiente negro de arcilla para realizar escrutinios y un enorme fragmento de cristal de roca cuyas caras revelaban el corazón del mineral. Un grueso cirio presidía el conjunto sobre una achaparrada palmatoria e iluminaba con su único ojo pálido. Un mirlo negro dormitaba en una jaula grande, ajeno a todas las interrupciones.

Mientras Maruschka encendía las velas que colgaban en el centro del
vardo
, Sasha contemplaba el entorno y pensaba que aquello era un cúmulo de oropel, pero también de poder, y la herencia paterna le hizo comprender que el poder no dependía en absoluto de las hierbas aromáticas ni de la influencia del fuego danzando sobre los diferentes objetos. Deseaba no haberse equivocado de proceder.

Maruschka hurgaba entre el revoltijo de cosas; sus faldas crujían suavemente y los numerosos brazaletes de sus muñecas morenas entrechocaban con sonidos musicales. Hizo un gesto con la ensortijada mano, y Leisl y Sasha tomaron asiento entre los cojines del suelo. Ambos se sobresaltaron al oír una llamada en la puerta; se trataba de Mikhail que les llevaba té. Maruschka contuvo la respiración al comprobar el enorme parecido entre los dos, pero ninguno de ellos lo percibía como ella, de modo que volvió a respirar tranquila.

—Ahora —comenzó, tras ofrecer a cada uno una taza de perfumado té— decidme qué deseáis saber.

Sasha se quedó mirándola con ojos oscuros y solemnes. El vapor de la taza se le enroscaba en la cara y le humedecía la tez ligeramente.

—Quiero saber mi fortuna. ¿No es eso lo que pregunta todo el mundo?

Maruschka cerró los ojos. «La visión ya se hace realidad; tan pronto, tan pronto…».

—Bebed el té y pasadme las tazas.

Así lo hicieron; la gitana colocó los recipientes vacíos en un hueco en el suelo, justo frente a sí, y cerró los ojos otra vez mientras aspiraba profundamente. Después, recogió la taza de Leisl con movimientos lentos y miró al fondo.

—Tienes mucho miedo —dijo; Leisl lanzó un bufido pero Maruschka no le hizo caso—. No temes muchas cosas, pero hay dos que te aterrorizan: los cantores grises de la noche y la pérdida de algo muy valioso para ti. El camino te lleva hacia la oscuridad, donde tendrás que enfrentarte a ambos terrores en un futuro cercano.

Leisl ocultó sus sentimientos tras una expresión neutra, aunque el corazón le dio un vuelco. Los cantores grises de la noche eran los lobos, a los que odiaba y temía de verdad; y sólo una cosa le importaba: Sasha. La gitana le decía que iba a perderlo… Parpadeó con fuerza, con la esperanza de que Sasha no lo notara, pero no tenía por qué preocuparse, ya que el clérigo sólo estaba pendiente del rostro de Maruschka.

—Y tú, que llevas sangre gitana —prosiguió en tono suave—, te has cargado a la espalda un fardo demasiado pesado. Sufrirás una gran pérdida, aunque no es seguro en qué forma va a presentarse… Tal vez sea el amor, o las creencias, o algo tan concreto como un objeto o una persona. Buscas la luz en los senderos de la oscuridad. Las piedras… —Su voz descendió varios tonos—. El que más ha amado tiene el corazón de piedra. Las piedras te dirán lo que quieres saber.

—¿Vamos…? —Leisl tragó un nudo en la garganta y empezó de nuevo—. ¿Moriremos?

La gitana la miró, y una sonrisa comenzó a dibujarse en sus labios poco a poco.

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