El vencedor está solo (11 page)

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Authors: Paulo Coelho

BOOK: El vencedor está solo
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—Prueba número 25, Gabriela Sherry, agencia Thompson.

«¿Veinticinco?»

—Rodando —dice la mujer de las gafas.

La sala se queda en absoluto silencio.

—«¡No, no creo lo que me estás diciendo! Nadie es capaz de cometer crímenes así sin ninguna razón.»

—La palabra «así» no está en el texto. ¿Acaso crees que el guionista, que ha trabajado durante meses no ha pensado en la posibilidad de poner «así»? ¿Y que la eliminó porque pensó que era inútil, superficial, innecesaria?

Gabriela respira hondo. No tiene nada más que perder, salvo la paciencia. Ahora va a hacer lo que cree que es mejor: salir de allí, ir a la playa, o volver para dormir un poco más. Tiene que estar en plena forma para los cócteles de la tarde.

Una extraña, deliciosa calma la invade. De repente se siente protegida, amada, agradecida por estar viva. Nadie la obliga a estar allí, aguantando otra vez toda esa humillación. Por primera vez en todos esos años, es consciente de su poder, que pensaba que nunca había tenido.

—«No, no creo lo que me estás diciendo. Nadie es capaz de cometer crímenes sin ninguna razón.»

—Siguiente frase.

La orden fue innecesaria. Gabriela iba a continuar en cualquier caso.

—«Es mejor que vayamos al médico. Creo que necesitas ayuda.»

—«No» —respondió la mujer de gafas, que interpretaba el papel de «novio».

—«Está bien. No vamos al médico. Vamos a pasear un poco, y me cuentas exactamente lo que está sucediendo. Te amo. Si a nadie más en este mundo le importas, a mí sí.»Las frases de la hoja de papel se habían acabado. Todo estaba en silencio. Una extraña energía invade la sala.

—Dile a la chica que está esperando que puede irse —le ordena la mujer de gafas a una de las personas presentes.

¿Era lo que ella estaba pensando?

—Ve al extremo izquierdo de la playa, donde está el puerto deportivo que hay al final de la Croisette, frente a Allée des Palmiers. Allí habrá un barco esperando puntualmente a las 13.55 horas para llevarte a ver al señor Gibson. Le enviaremos ahora el vídeo, pero le gusta conocer personalmente a las personas con las que tiene la posibilidad de trabajar.

Una sonrisa se dibuja en la cara de Gabriela.

—He dicho «posibilidad». No he dicho «que va a trabajar».

Aun así, sigue sonriendo. ¡Gibson!

13.19 horas

Entre el inspector Savoy y el forense, tumbada sobre una mesa de acero inoxidable, hay una hermosa joven de unos veinte años, completamente desnuda.

Y muerta.

—¿Está usted seguro?

El forense se dirige a un lavabo, también de acero inoxidable. Se quita los guantes de látex, los tira a la basura y abre el grifo.

—Totalmente. Ni rastro de drogas.

—Entonces, ¿qué le ha pasado? ¿Una joven como ella con un ataque cardíaco?

Lo único que se oye en la sala es el ruido del agua corriente.

«Siempre piensan en lo obvio: drogas, ataques cardíacos, cosas de ese tipo.»Tarda más de lo necesario en lavarse las manos; un poco de suspense no le viene mal a su trabajo. Se echa desinfectante en los brazos y tira a la basura el material desechable utilizado en la autopsia. Después se vuelve y le pide al inspector que observe el cuerpo de la joven de arriba abajo.

—Detenidamente, sin pudor; forma parte de su oficio prestar atención a los detalles.

Savoy examina cuidadosamente el cadáver. En un determinado momento, extiende la mano para levantar uno de los brazos, pero el forense lo detiene.

—No es necesario tocarlo.

Los ojos de Savoy recorren el cuerpo desnudo de la chica. Ya sabía bastante sobre ella: Olivia Martins, hija de padres portugueses, novia de un joven sin profesión definida que frecuenta las noches de Cannes y que en ese momento estaba siendo interrogado lejos de allí. Un juez dio autorización para que abrieran su apartamento y encontraron pequeños frascos de THC (tetrahidrocannabinol, el principal elemento alucinógeno de la marihuana y que actualmente se puede ingerir mezclado con aceite de sésamo, de modo que no deja olor en el ambiente y tiene un efecto mucho mayor que fumado). Seis sobres con un gramo de cocaína cada uno. Rastros de sangre en las sábanas que ya han enviado al laboratorio. Como mucho, un traficante de poca monta. Conocido de la policía, con una o dos estancias en prisión, pero nunca ha sido acusado de violencia física.

Olivia era guapa, incluso después de muerta. Cejas espesas, aspecto infantil, pechos...

«No puedo pensar en eso. Soy un profesional.»

—No veo absolutamente nada.

El forense sonríe, y Savoy se enoja un poco por su arrogancia; luego señala una pequeña, imperceptible marca rojiza entre el hombro izquierdo y el cuello de la chica. Acto seguido, le muestra otra marca semejante en el lado derecho del torso, entre dos costillas.

—Podría empezar describiendo detalles técnicos, como obstrucción de la yugular y de la arteria carótida, al tiempo que se le aplicó otra fuerza semejante en un determinado conjunto de nervios, pero con tal precisión que puede producir la parálisis total de la parte superior del cuerpo...

Savoy no dice nada. El forense se da cuenta de que no es momento de demostrar su cultura, ni de jugar con la situación. Siente pena de sí mismo: trata con la muerte todos los días, vive rodeado de cadáveres y de gente seria, sus hijos jamás hablan de la profesión de su padre, y nunca tiene tema de conversación en las cenas, ya que la gente detesta hablar de cosas que consideran macabras. Más de una vez se ha preguntado si ha elegido la profesión correcta.

—Es decir, murió estrangulada.

Savoy continúa en silencio. Su cabeza trabaja a toda velocidad: ¿estrangulada en mitad de la Croisette, a pleno día?

Interrogaron a los padres, y la muchacha había salido de casa con la mercancía, ilegalmente, claro, ya que los vendedores ambulantes no pagan impuestos al gobierno, y por tanto tienen prohibido trabajar.

«Pero eso no viene al caso en este momento.»—Sin embargo —continúa el forense—, hay algo intrigante en eso. En un estrangulamiento normal, las marcas aparecen en ambos hombros; es decir, la clásica escena en la que alguien agarra por el cuello a la víctima mientras ésta se debate para soltarse. En este caso, una de las manos, mejor dicho, un simple dedo impidió que la sangre le llegase al cerebro, mientras el otro dedo hacía que el cuerpo permaneciese paralizado, incapaz de reaccionar. Un procedimiento que exige una técnica sofisticadísima y un conocimiento perfecto del organismo humano.

—¿Puede que la mataran en otro lugar y que luego la llevaran hasta donde la encontramos?

—De ser así, eso habría dejado marcas en su cuerpo mientras la arrastraban hasta el lugar. Fue lo primero que busqué, considerando la posibilidad de que la matara una sola persona. Como no vi nada, busqué indicios de manos en sus piernas y en sus brazos, si eventualmente tenemos a más de un criminal. Nada. Además, sin entrar demasiado en detalles técnicos, hay cosas que suceden en el momento de la muerte y que dejan rastro. Como orina, por ejemplo, y...

—¿Qué quiere usted decir?

—Que la mataron en el lugar en el que la encontraron. Que, por la marca de los dedos, sólo una persona participó en el crimen. Que conocía al criminal, ya que nadie la vio intentando huir. Que él estaba sentado a su izquierda. Que debe de ser alguien entrenado para eso, con una gran experiencia en artes marciales.

Savoy le da las gracias con un gesto y se dirige rápidamente a la salida. Por el camino, llama a la comisaría en la que están interrogando al novio.

—Olvidad esa historia de drogas —dice—. Tenéis a un asesino. Intentad averiguar todo lo que sabe sobre artes marciales. Voy hacia ahí.

—No —respondió la voz del otro lado de la línea—. Ve al hospital. Creo que tenemos otro problema.

13.28 horas

La gaviota volaba sobre una playa del golfo cuando vio un ratón. Bajó del cielo y le preguntó al roedor:

—¿Dónde están tus alas?

Cada bicho habla un idioma, el ratón no entendió lo que ella le decía; pero vio que al animal que tenía delante le salían dos cosas extrañas y grandes del cuerpo.

«Debe de tener alguna enfermedad», pensó el ratón.

La gaviota se dio cuenta entonces de que el ratón miraba fijamente sus alas: «Pobre. Lo atacaron los monstruos, lo dejaron sordo y le robaron las alas.»Compadecida, lo cogió en su pico y lo llevó a pasear por las alturas. «Al menos, mata la nostalgia», pensaba mientras volaban. Después, con todo el cuidado, lo dejó en el suelo.

El ratón, durante algunos meses, se convirtió en una criatura profundamente infeliz: había conocido las alturas, vio un mundo vasto y hermoso.

Pero con el paso del tiempo acabó acostumbrándose de nuevo a ser un ratón, y pensó que el milagro que le había ocurrido no era más que un sueño.

Era una historia de su infancia. Pero en ese momento, está en el cielo: puede ver el mar azul turquesa, los lujosos yates, las personas que parecen hormigas allí abajo, las carpas de la playa, las colinas, el horizonte a su izquierda, más allá del cual estaba África y todos sus problemas.

El suelo se acerca velozmente. «Siempre que sea posible, hay que ver a los hombres desde arriba —piensa—. Sólo así entendemos su verdadera dimensión y su pequeñez.»

Ewa parece aburrida o nerviosa. Hamid nunca ha sabido muy bien lo que pasa por la cabeza de su mujer, aunque ya llevan juntos más de dos años. Pero aunque Cannes sea un sacrificio para todos, no puede dejar la ciudad antes de lo planeado; ella ya debería estar acostumbrada a todo eso, porque la vida de su ex marido no parece muy diferente de la suya; las cenas en las que se ve obligado a participar, los actos que tiene que organizar, los constantes cambios de país, de continente, de lengua...

«¿Se ha comportado siempre así o... acaso ya no me ama como antes?»

Pensamiento prohibido. Concéntrate en otras cosas, por favor.

El ruido del motor no permite conversaciones; tan sólo si se utilizan los auriculares con micrófono incorporado. Ewa ni siquiera los había sacado del soporte al lado de su asiento; aunque en ese momento le pidiera que se pusiera los auriculares para decirle por enésima vez que es la mujer más importante de su vida, que iba a hacer lo posible para que tuviera una semana excelente en su primer festival, sería imposible. Debido al sistema de sonido a bordo, el piloto siempre escuchaba la conversación, y Ewa detesta las demostraciones públicas de afecto.

Ahí están, en esa burbuja de cristal que está a punto de llegar al muelle. Ya distingue el enorme coche blanco, un Maybach, la limusina más cara y sofisticada del mundo. Incluso más exclusiva que un Rolls-Royce. Pronto estarían en su interior, con una música relajante, una consola con champán helado y la mejor agua mineral del mundo. Consulta su reloj de platino, copia certificada de uno de los primeros modelos producidos en una pequeña fábrica en la ciudad de Schaffhausen. Al contrario que las mujeres, que se pueden gastar fortunas en brillantes, el reloj es la única joya que se le permite a un hombre de buen gusto, y sólo los verdaderos entendidos conocen la importancia de ese modelo, que casi nunca aparece en los anuncios de las revistas de lujo.

Eso, sin embargo, es la verdadera sofisticación: saber qué es lo mejor aunque los demás no hayan oído jamás hablar de ello.

Y hacer lo mejor aunque los demás pierdan el tiempo criticando.

Casi eran ya las dos de la tarde, tenía que hablar con su corredor de Bolsa de Nueva York antes de la apertura de la Bolsa de Valores. Al llegar, lo llamaría —sólo una llamada— para darle las instrucciones de ese día. Ganar dinero en el «casino», como llama a los fondos de inversión, no era su deporte favorito; pero tenía que fingir que prestaba atención a lo que sus gerentes y economistas hacían. Tenían la protección, el apoyo y la vigilancia del jeque, pero aun así era importante demostrar que estaba al corriente de lo que sucedía.

Dos llamadas y ninguna instrucción determinada para comprar o vender alguna acción. Porque su energía está concentrada en algo diferente; esa tarde, al menos dos actrices —una importante y una desconocida— exhibirían sus modelos en la alfombra roja. Por supuesto tiene asesores que pueden ocuparse de todo, pero le gusta involucrarse personalmente, aunque sólo sea para recordarse constantemente a sí mismo que cada detalle es importante, que no ha perdido el contacto con la base sobre la que ha construido su imperio. Aparte de eso, pretende pasar el resto de su tiempo en Francia, tratando de disfrutar al máximo de la compañía de Ewa, presentándole a gente interesante, paseando por la playa, comiendo solos en un restaurante desconocido de cualquier ciudad vecina, caminando de la mano por los viñedos que ve en el horizonte, allí abajo.

Nunca se creyó capaz de apasionarse por otra cosa que no fuera su trabajo, aunque en su lista de conquistas incluía una envidiable serie de relaciones con mujeres todavía más envidiables. En el momento en el que apareció Ewa, descubrió otro hombre en sí mismo: dos años juntos y su amor era más fuerte y más intenso que nunca.

Apasionado.

Él, Hamid Hussein, uno de los estilistas más celebrados del planeta, el rostro visible de un gigantesco conglomerado internacional de lujo y glamour. Él, que había luchado contra todo y contra todos, se había enfrentado a los prejuicios hacia el que llega de Oriente Medio y tiene una religión diferente, había utilizado la sabiduría ancestral de su tribu para poder sobrevivir, aprender y llegar a la cima del mundo. Al contrario de lo que pensaba la gente, no procedía de una familia rica que nadaba en petróleo. Su padre había sido un comerciante de tejidos que un buen día le cayó en gracia a un jeque simplemente porque se negó a obedecer una orden.

Cuando tenía dudas para tomar cualquier decisión, le gustaba recordar el ejemplo que había recibido en la infancia: decir «no» a los poderosos, aunque corras un gran riesgo. En la mayoría de los casos, daba el paso correcto. Y en las pocas ocasiones en las que había dado el paso equivocado, había comprobado que las consecuencias no eran tan graves como imaginaba.

Su padre. Que nunca pudo asistir al éxito de su hijo. Su padre, que cuando el jeque empezó a comprar todos los terrenos disponibles en aquella parte del desierto para poder construir una de las ciudades más modernas del mundo, tuvo el coraje de decirle a uno de sus emisarios: «No vendo. Hace muchos siglos que mi familia está aquí. Aquí enterramos a nuestros muertos.

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