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Authors: David Lozano

Tags: #Terror, Fantástico, Infantil y Juvenil

El viajero (38 page)

BOOK: El viajero
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—Ahora ya hay bastantes juegos en red que te permiten ver a tus compañeros. Con las
webcam
...

Jules descartó aquella explicación con un gesto.

—No compares. No se vive igual la partida. Y luego está la magia de tirar el dado y esperar a ver qué sale...

Dominique se echó a reír.

—Al final me vas a convencer, se nota que lo vives. ¿Tú eres jugador o máster?

—Máster, yo dirijo la partida.

—¿Y a qué jugáis?

—Al
Anima Beyond Fantasy
.

—Lo que decía. Eres un clásico —Dominique decidió cambiar de tema—. ¿Hace mucho que eres amigo de Michelle?

—No mucho —contestó Jules—, desde hace dos años. Coincidimos por primera vez en clase, y en seguida congeniamos. Es única, ¿verdad?

—Sí.

Dominique no había dudado ni un instante, incluso había sonado demasiado categórica su respuesta. Pero no había podido evitarlo, sus propios sentimientos salían a la luz aprovechanclo cualquier resquicio. Se arrepintió de haber encauzado la conversación hacia aquel nuevo rumbo, ya que la simple mención de Michelle ponía de manifiesto la terrible realidad del secuestro, con especial virulencia para él. En aquel momento se dio cuenta de que si hubiera podido cambiarse por ella, lo habría hecho. Por ella y por Pascal.

—Cuéntame ahora tú algo —pidió Jules cambiando de postura en su asiento—. Si te apetece.

Dominique se percató de que su rostro había delatado su repentino cambio de ánimo. Procuró sobreponerse mientras escogía qué historia compartir con Jules, una historia que, sin embargo, no pudo iniciar, interrumpido por la propia vidente, que empezó a hacer ruidos raros.

—¡Daphne! —gritó Dominique—. ¿Te pasa algo? ¿Te encuentras bien?

La bruja, mirándolos con ojos semicerrados y experimentando convulsiones, intentó hablar sin éxito. Su boca no la obedecía. La mujer desistió en su empeño y llegó como pudo hasta una mesa, cogió un lápiz y se puso a escribir. Su rostro cayó hacia atrás como si alguien invisible le hubiera tirado del pelo, y cuando su cara recuperó la posición normal, Jules y Dominique contemplaron aterrados sus ojos en blanco.

¿Estaba sufriendo aquella mujer un ataque epiléptico?

Al contrario que el racional de Dominique, Jules no se planteaba esa posibilidad tan científica. Enmudecido, lo que aquel espectáculo grotesco le recordó fueron las películas sobre posesiones infernales, y sintió un miedo intenso que lo paralizó.

Daphne seguía escribiendo a un ritmo furioso, delirante.

«Un epiléptico no puede escribir», se dijo Dominique, luchando por mantener la lógica en medio de aquella situación. Recuperando algo de aplomo —no en vano empezaba a acostumbrarse a aquel tipo de escenas—, empujó su silla para acercarse y poder leer lo que la bruja escribía.

La Vieja Daphne comenzó entonces a emitir sonidos guturales. No respondía a las llamadas de los chicos y su cuerpo permanecía inmóvil.

Dominique se inclinó para leer:

Soypascalsoypascalsoypascalsoypascalsoypascalsoypascalsoypascalsoypascalsoypascalsoypascalsoypascahoypascalsoypascalsoypascalsoypascalsoypascalsoypascalllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllllll
.

—Dios mío... —susurró a Jules, que se había apartado con prudencia—. Daphne ha entrado en trance... Pascal está con nosotros. ¡Se está comunicando con nosotros a través de ella!

Jules se quedó con la boca abierta.

—¿Seguro? —preguntó intimidado.

—Dominique...

Era la primera palabra inteligible que la vidente pronunciaba, aunque lo acababa de hacer con una voz desconocida, deformada. Quizá a causa del eco procedente de distancias de ultratumba.

—¡Estoy aquí! —gritó el aludido situándose delante de la bruja con la silla—. ¡Te escuchamos!

—Os necesito... —la extraña voz, de género indeterminado, proseguía con su mensaje—. Mi búsqueda os requiere... Debéis hacer algo por mí...

* * *

Marguerite se mordía el labio con aire ausente, sentada en su despacho. Su propio cuerpo oscilaba por inercia, haciendo rechinar el respaldo de su sillón giratorio. Harta de su vendaje, se lo había apartado del rostro para poder pensar. ¡Prefería que su herida se infectara a llevar más tiempo aquel irritante emplasto!

—Así que ningún hospital ha atendido a un herido de arma de fuego recientemente... —mascullaba después de efectuar unas cuantas llamadas telefónicas—. Por tanto, descartando que mi agresor en el cementerio se pueda curar él solo sus graves heridas de bala, o ha muerto, en cuyo caso aparecerá el cadáver, o algún amigo médico le está ayudando. Un médico cómplice, entonces.

Aquella sugerente hipótesis coincidía con una posible respuesta a una de las incógnitas del caso Delaveau: ¿cómo desangraban a las víctimas? En efecto, si el asesino contaba con unos conocimientos médicos muy especiales, todo cuadraba. Aunque esto requería considerar que su agresor nocturno estaba relacionado con las muertes de Delaveau, Raoul y Melanie, algo que su amigo el forense parecía tener muy claro pero ella no. A fin de cuentas, por muy asqueroso que fuera lo que estaba haciendo, su desconocido atacante se encontraba en una tumba que nada tenía que ver con las víctimas desangradas, al menos hasta el momento.

Y luego estaba esa anciana estrafalaria con la que había coincidido en demasiadas ocasiones, para lo grande que era París. Por esa razón, ya la había investigado. Se hacía llamar la Vieja Daphne, y se ganaba la vida como vidente. Lo que faltaba. Marguerite confió en que aquel nuevo dato no llegase a oídos de Marcel, porque solo serviría para alimentar sus teorías fantásticas. Suponiendo que Marcel no conociese ya a aquella bruja, claro...

Marguerite se llevó las manos al pelo, exasperada. ¡Todo era muy complicado! Diferentes sucesos sin vínculos aparentes daban la impresión de entrelazarse, tejiendo una intrincada red cuya clave permanecía oculta a sus ojos.

¿Estaba perdiendo la intuición policial?

Llamaron a la puerta. Era Rene, un joven compañero novato al que le había pedido un favor.

—Marguerite, ya tengo la información.

—Genial, dime. ¿Fue ese tal Dominique Herault a la fiesta de Halloween en la que desaparecieron Raoul y Melanie?

Rene sonrió con suficiencia.

—Pues sí. Y eso que no comparte la estética gótica... No pertenece a ninguno de esos grupos. De hecho, no sé qué pintaba en la fiesta, creo que es amigo de una de las invitadas que acudieron aquella noche.

Aquella novedad interesó a Marguerite, pero se mantuvo imperturbable.

—¿De quién es amigo?

—De una tal Michelle Tauzin, que es un año mayor que él. La chica vive en una residencia de estudiantes, buenas notas, matriculada en el
lycée
Marie Curie. Compañera de clase de Jules Marceaux.

—Claro. Muy bien. Muchas gracias, Rene.

Un nuevo nombre se añadía a la lista de posibles implicados en aquel caso. Ella se quedó de nuevo sola en aquel despacho donde tantas horas había pasado reflexionando sobre multitud de expedientes. Pero aquel asunto era diferente, como ya se había dicho a sí misma muchas veces en los últimos días. ¿Estaba perdiéndose, con cada paso, en un oscuro laberinto, o por el contrario cada dato suponía un avance? No tenía ni idea, para variar. Pero no descansaría hasta entender lo que estaba ocurriendo. Jamás se había rendido. Mucha gente dependía de su fuerza de voluntad, y eso no podía olvidarlo. Como tampoco podía olvidar que seguían ignorando el paradero del cadáver de Luc Gautier. El hallazgo de su tumba huérfana, aparte de una iniciativa con inesperados riesgos, solo había supuesto añadir un enigma más a aquel caso.

Al menos, el asesino en serie al que perseguía había frenado su ritmo sangriento. Eso le daba un respiro para continuar con las investigaciones. Mientras no se filtrase a la prensa que las muertes de Raoul y Melanie estaban relacionadas con la de Delaveau, la calma se mantendría en París, algo vital para poder trabajar.

Marguerite decidió espiar a la vidente. No le quitaría la vista de encima durante las próximas horas, a ver qué descubría.

Se dirigió a la puerta de su despacho, con las llaves del coche en la mano. Menos mal que la habían liberado de los otros casos que llevaba entre manos.

CAPITULO XXXI

L A comunicación espiritual había terminado. Daphne entró entonces en un estado de semiinconsciencia, con la cabeza caída hacia delante y la barbilla apoyada en el pecho. Sus profundas inspiraciones hacían oscilar su gesto sereno, oculto bajo una cascada de pelo enmarañado y grasiento. Poco a poco fue despertando. Se la veía agotada, y los chicos prefirieron permanecer en silencio mientras asistían a aquel proceso gradual de recuperación. Tenían mucho que contarle.

—Los trances consumen mucha energía —les explicó la bruja, todavía vacilante—. Vaya, por lo visto Pascal ya ha aprendido a ponerse en contacto con nosotros. No ha perdido el tiempo.

—Ha sido increíble —comentó Jules, admirado—. ¡Hemos hablado con él! ¿Cómo es posible?

—Eso digo yo —convino Dominique, cuya credulidad no hacía más que crecer, ante el apabullante argumento de los hechos.

Para los chicos, aquella noche estaba siendo la más intensa de su vida. Y lo que quedaba...

—Decidme —los interrogó Daphne, inquieta—, ¿Pascal está bien? ¿Continúa con la misión? —ella no frenaba sus interrogantes, a pesar de que todavía estaba débil—. ¿Qué os ha contado? Como médium, no me entero de lo que transmito, soy un simple vehículo para otros espíritus.

Dominique procuró tranquilizarla, algo abrumado ante la creciente complejidad de los acontecimientos.

—Él está bien, todo sigue adelante.

—Menos mal... ¿Y qué más ha contado?

—Pues prepárate. Después de todo lo que hemos pasado en el Instituto Anatómico Forense, ahora tenemos que volver a salir...

Aquella sorprendente noticia no le hizo gracia a la bruja.

—Pero ya es de noche...

Dominique se encogió de hombros.

—No hay más remedio. Pascal ha insistido en que se trata de algo vital —aclaró—. No puede ir a buscar a Michelle sin unos objetos especiales que debemos recuperar y meter en el arcón. Después tú tienes que recitar unas palabras en latín que hemos apuntado en esta hoja. Y todo hay que hacerlo ya. Se lo ha dicho un tal Polignac, Constantin de Polignac.

—El problema es que esos objetos están en un cofre custodiado por un espíritu —añadió Jules—. En una mansión de las afueras. Así que no es tan fácil...

Daphne asintió. El hecho de estar participando en algo para lo que se había preparado toda la vida, le permitía extraer de su viejo cuerpo unas energías más propias de la juventud. La apertura de la Puerta le había quitado veinte años de encima. Sus ojos brillaban; dentro de la preocupación, pero brillaban. Estaba preparada para la siguiente misión.

—Ya me imaginaba que, para moverse en la oscuridad, el Viajero necesitaría talismanes —miró a los chicos pensando—. Dominique, ahora serás tú quien se quede a vigilar la Puerta Oscura, así descansas. No creo que el vampiro haya localizado aún este emplazamiento. Si ocurriera algo, si detectaras algo sospechoso en nuestra ausencia...

Los tres guardaron silencio ante aquella pavorosa imagen. Nada era seguro, el demonio vampírico podía aparecer a pesar de las dudosas previsiones de la bruja, y eso era un hecho que debían asumir.

—... avísanos inmediatamente al móvil de Jules —reanudó Daphne—. Pero eso no bastará si de verdad la amenaza de las tinieblas llega hasta aquí. Dominique, tendrás que llevar a cabo tú solo unas primeras acciones para darnos tiempo a regresar.

¿Una especie de protocolo de actuación en caso de emergencia? El aludido se había encogido de forma inconsciente. ¿Enfrentarse sin ayuda al vampiro? Estuvo a punto de rogarles que no se fueran, o que lo llevaran con ellos. Pero entendió a tiempo que se trataba de una petición imposible, injusta. Y afrontó aquella nueva prueba.

Daphne empezó a darle instrucciones: la forma de rociar con agua bendita los accesos del desván —que debían permanecer cerrados a cal y canto—; los métodos de defensa con armas de plata y otros rituales de protección destinados a ganar tiempo. Dominique asentía, tragando saliva con nerviosismo. Siempre le habían gustado los desafíos, pero la naturaleza salvaje y oscura de aquel adversario le provocaba la incómoda sensación de que no jugaba en casa, de que quien manejaba las riendas era una mano invisible que pretendía estrangularlo.

—Y tú —terminó la vidente mirando al anfitrión—, vamos a mi casa, necesito utensilios especiales que pueden ayudarnos ante la presencia espiritual que custodia ese cofre. No nos queda más remedio que gastar algo de tiempo, esto me ha pillado por sorpresa. Después me acompañarás a buscar los objetos que pide el Viajero. ¿Os ha dado Pascal la dirección?

—Sí —respondió Jules—. Rué Biron, a las afueras de París.

Daphne abrió su bolso con la intención de sacar algunas de las herramientas que habían utilizado para acabar con los vampiros y que en esta ocasión no le iban a hacer falta.

—¿Concretó Pascal a qué tipo de fantasma vamos a enfrentarnos? —preguntó la vidente recabando la mayor cantidad posible de información.

—La verdad es que no —para Dominique era suficiente con aceptar que el próximo peligro al que se enfrentaban era un espíritu.

* * *

Las catacumbas de París, cerradas por la hora a los turistas, se mostraban como un entramado subterráneo de galerías intrincadas en las que se almacenaron los restos de miles de cadáveres del siglo dieciocho, procedentes de cementerios vaciados. Las calaveras se acumulaban allí, apiladas, formando auténticos tabiques de huesos clasificados por años. Y entre esos muros óseos, una silueta alta, silenciosa, avanzaba con tal sutileza que parecía deslizarse por el suelo rugoso. Sus ojos amarillentos destilaban odio e impaciencia.

Era el señor Varney acudiendo a su cita con Henry Delaveau, convertido hacía días en una criatura no-muerta que rebuscaba entre los cadáveres su alimento, a la espera de que su amo le permitiese atacar a vivos para saciar su sed de sangre. Los cuerpos de los dos vampiros se encontraron en uno de los pasadizos, junto a las calaveras datadas en mil setecientos ochenta y nueve. Delaveau, malherido por los impactos de las balas de plata que había recibido en el cementerio, permanecía recostado. Alzó la cabeza con esfuerzo al darse cuenta de que el vampiro principal estaba a su lado. No lo había visto llegar, por supuesto.

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