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Authors: David Lozano

Tags: #Terror, Fantástico, Infantil y Juvenil

El viajero (50 page)

BOOK: El viajero
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Pascal observó al espíritu errante, que no perdía su atractivo fueran cuales fuesen las circunstancias. Con cierto resentimiento, tuvo que admitir que ella sí parecía haber olvidado ya lo que había ocurrido entre ellos. Cuando la situación lo permitiese —y antes de que Michelle estuviese con ellos, claro—, Pascal haría un esfuerzo por sacar el tema. Era necesario despejar las dudas.

—Los servidores del Mal también pueden buscarnos a través del tiempo —Beatrice, ajena a los pensamientos del chico, procedía con las últimas advertencias—. Pero en cada destino temporal tienen que adaptarse a esa realidad, por lo que sus poderes se limitan mucho. Se ven obligados a fingir, a pasar desapercibidos. Aun así, no podemos ignorar que pueden aparecer para atacarnos, pues a estas alturas ya habrán detectado nuestro rastro —Beatrice miró hacia el otro lado del puente, recelosa— y sabrán cuál es nuestro propósito.

—Lo que faltaba —se quejó Pascal volviendo a aquel presente tenebroso—. Como si atravesar esta colmena no fuera suficientemente difícil...

—Al menos no tendrás problemas para comunicarte —terminó Beatrice—. Para ti habrá solo una única lengua, así que hablarás y entenderás cualquiera que se utilice en los lugares y tiempos que visitemos. Eso facilita las cosas, ¿no?

—Claro —contestó él con cierto sarcasmo—. Siempre es bueno poder enterarse de que te van a matar...

—Hombre, no seas así...

Aquellos datos, en vez de animar a Pascal, lo intimidaban. El chico, serio, comprobó una vez más sus pertrechos.

—Si la piedra nos guía bien, ¿cuántos viajes temporales crees que nos veremos obligados a hacer antes de conseguir salir de la Colmena? —preguntó, sin interrumpir su labor de revisión.

—De acuerdo con lo que dijo Polignac, si todo va bien, la tercera celda debería conducirnos al exterior. O sea que dos.

Beatrice prefirió no hacerle caer en la cuenta de que, al no existir otra forma de volver hacia la Tierra de la Espera, rescataran o no a Michelle, su retorno los obligaría a atravesar de nuevo la Colmena. Eso implicaba otros dos viajes por el tiempo.

—Momentos terribles a lo largo de los siglos... —Pascal reflexionaba en voz alta sobre los sobrecogedores destinos a los que enviaban aquellas celdas—. Mis conocimientos de historia son bastante pobres, ¿y los tuyos?

Al Viajero se le acababa de ocurrir que un poco de cultura sobre las épocas y las civilizaciones les podía venir muy bien en aquella fase de la aventura.

—Tampoco voy muy sobrada —reconoció la chica con algo de rubor.

Pascal se rascó la cabeza, pensativo. La piedra brillante que llevaba en el bolsillo podía ayudarles a elegir la dirección adecuada, pero no a saber cómo comportarse en los distintos momentos históricos. Y dentro de la Colmena, el mayor peligro podían ser los seres humanos de cada época; lo lógico era que reaccionaran mal ante la aparición de un desconocido.

Una idea surgió de improviso en la mente de Pascal, una ocurrencia que podía ayudarlos.

—Beatrice.

—Di me.

—Se me ha ocurrido algo. ¿Puedo intentar entrar ahora en contacto con Daphne?

La chica volvió a mirar a su espalda, en dirección al puente, como calculando de cuánto tiempo disponían.

—Supongo que sí —acabó respondiendo, indecisa—. Como nos hemos ido alejando de la Tierra de la Espera, el proceso de concentración te requerirá un mayor esfuerzo, pero puedes hacerlo. Lo único que te pido es que sea rápido. ¿Qué has pensado?

—Algo que puede solucionar nuestra falta de conocimientos históricos —respondió Pascal, enigmático, mientras se disponía a iniciar la comunicación.

* * *

—Déjala en paz —ordenó entonces el desconocido, con voz ronca.

Aquellas palabras, pronunciadas en un tono sorprendentemente firme, hicieron que el monstruo se detuviese con curiosidad, cuando apenas los separaban unos metros.

—No acudas a tu cita con la detective —aclaró el hombre sin pestañear—. Ella no está implicada.

Gautier asistía intrigado a aquella peculiar escena: un simple ser humano lo había reconocido, y ahora se atrevía a darle instrucciones como si tuviera alguna autoridad sobre él, una criatura mucho más poderosa. Inconcebible.

El vampiro se relamió. En pocos segundos destrozaría a aquella imprudente presa.

—Déjala vivir —volvió a exigir el hombre, sin reducir su resolución a pesar de la amenazadora apariencia del vampiro, encorvado bajo las ropas de Varney.

El desconocido debió de intuir que el monstruo no estaba dispuesto a seguir escuchando, que su ataque era inminente. Por eso, antes de que Gautier hiciera gala de su agilidad alcanzándolo con un mortífero salto, abrió su abrigo a la altura del pecho y sacó a relucir un grueso medallón de oro. La aparición de aquella joya, que brillaba a pesar de la penumbra, provocó un efecto violento en Gautier: el vampiro se llevó las manos a los ojos, retrocediendo como si toda la potencia del sol lo estuviera señalando con un haz concentrado. Conocía aquella pieza redonda que aquel hombre exhibía. ¡Era el Sello de la Hermandad!

Gautier entendió en aquel instante lo que estaba ocurriendo. El desconocido era el Guardián de la Puerta. Se acababan de cruzar por primera vez, algo que el vampiro sabía que terminaría ocurriendo tarde o temprano. Pero ¿por qué allí y en aquel preciso instante? ¿Por qué el Guardián se interponía para salvar a su siguiente víctima, una vulgar mortal ajena al verdadero conflicto, en vez de estar custodiando la Puerta Oscura?

—Tú eliges —el Guardián terminó de abrir su abrigo, mostrando una majestuosa espada forjada en plata, de grandes dimensiones—. Pero no ha llegado todavía el momento.

Gautier calibró sus posibilidades. Aunque le apetecía mutilar de inmediato a aquel inesperado enemigo, sabía que la lucha no sería fácil y que podía debilitarlo demasiado. Un combate así requería una concentración de la que no disponía en ese momento. No debía precipitarse, ya habría tiempo de aniquilar aquel obstáculo.

Decidió retirarse. Con lentitud, sin volverse, comenzó a retroceder. El Guardián, aguantando su mirada de odio sin bajar la suya, más noble, apoyaba una de sus manos sobre la empuñadura de la espada de plata, preparado para reaccionar si al vampiro se le ocurría atacar por sorpresa.

—Ya nos veremos —susurró Gautier como una serpiente—. Muy pronto.

—Recuerda —volvió a advertirle el Guardián—. Mantente alejado de Marguerite Betancourt.

Gautier sonrió exhibiendo sus colmillos.

—Ella me da igual. Es una simple pieza. Pero no podrás salvar a otros. Todos los que conocen el secreto de la Puerta Oscura serán atrapados por la eterna no-muerte, están condenados. Pronto ha de llegar a vuestro mundo el tiempo de los vampiros.

El desconocido sintió cómo se le erizaba la piel, pero no alteró un milímetro su postura. Cualquier indicio de debilidad cambiaría la actitud prudente del monstruo, y quería evitar su ataque a toda costa.

También para él resultaba prematuro aquel encuentro.

* * *

Organizadas las guardias nocturnas, la claraboya de aquel desván ofrecía, sobre sus cabezas, una negrura solo atenuada por el resplandor indirecto de algunas luces del vecindario. La manta no la cubría por completo y se veían a través de ella las siluetas de varias casas. Era noche cerrada en París. Espoleados por ese hecho, se apresuraron a tapar del todo aquel rectángulo acristalado para que, desde fuera, no se pudiese atisbar nada de lo que ocurría dentro.

En el interior de aquella amplia estancia abuhardillada, mientras tanto, las lámparas derramaban una luz amarillenta que se diluía entre muebles y bultos, dejando en penumbra la Puerta Oscura.

Poco después, la vieja pitonisa se irguió y puso los ojos en blanco, una reacción que no pasó inadvertida para los chicos. El primer trance de la bruja al que habían asistido, cuando lo del cofre sacro, los había impresionado tanto que, en cuanto percibieron en la bruja los síntomas de una nueva comunicación con el Más Allá, se percataron de inmediato y se mantuvieron atentos al proceso para no perderse detalle, para escuchar cualquier hipotética palabra de su amigo el Viajero.

—Pascal debe de estar intentando ponerse en contacto con nosotros —dedujo Dominique mientras la vidente experimentaba unas convulsiones suaves que agitaban su cabello enmarañado. Aquel método de comunicación, aunque demasiado aparatoso, resultaba para el chico incluso más eficaz que los
chats
y el correo electrónico.

Dominique cayó en la cuenta de que, desde el comienzo de aquella demencial historia, apenas había tocado su ordenador. Hacía mucho tiempo que no pasaba tanto tiempo apartado de su monitor, sorprendente. Con una media sonrisa, tuvo que admitir que había vida más allá de Internet. ¡Vaya descubrimiento! Además, la intensidad de los últimos acontecimientos le había arrebatado su interés por los videojuegos. Y es que lo virtual nunca superaría a lo real —había pasado a coincidir con la opinión de Jules—, algo que, por otro lado, no era muy recomendable en algunas ocasiones.

—Espero que sea él —se apresuraba a matizar el otro chico, con el gesto morboso de quien espera que comience un espectáculo—. No olvides que los médiums sirven de intermediarios para todo tipo de espíritus.

Dominique prefirió no hacer caso de aquellas palabras y centrarse en lo que estaba a punto de ocurrir.

Daphne recuperó la calma a los pocos minutos, aunque su mirada extraviada delataba que en aquellos instantes aquel desgastado cuerpo femenino era manipulado por algún ente ajeno.

—Buscad... a Mathieu —los labios de la bruja se abrieron de golpe, dejando escapar una voz adulterada, de sexo indeterminado—. Necesito... sus... conocimientos... Buscad... a... Mathieu. ..

Aquel mensaje se oía mal, las palabras surgían con una modulación deforme que parecía estirarlas y encogerlas hasta hacerlas casi irreconocibles, en medio de un ritmo ralentizado ausente de cualquier entonación. Jules y Dominique, inclinados hacia la mujer con avidez, interpretaron más que oyeron aquel nuevo contacto con Pascal, que los dejó perplejos. ¿Qué pintaba Mathieu en aquel asunto?

La comunicación se cortó tan de improviso como había comenzado, y los muchachos tuvieron que esperar a que la vidente se recuperase del trance. En cuanto se repuso, la pusieron al corriente de las novedades.

—Pero esta vez se te entendía fatal —advirtió Jules—, bastante peor que en el primer contacto de Pascal.

—No es mala señal —repuso ella, sagaz—. Eso implica que vuestro amigo está más lejos, así que ha avanzado y quizá lo separe ya poca distancia de Michelle. Pascal ha cruzado los límites de la Tierra de la Espera y se ha adentrado en el Reino de la Oscuridad. Pero vayamos a lo importante: ¿quién es Mathieu?

El rostro de Jules mostraba la misma curiosidad.

—Es un amigo del
lycée
—contestó Dominique adelantando su silla de ruedas—. Fue el último que vio a Michelle antes de que desapareciese. Jules, seguro que tú lo conoces de vista. Un tío alto, rubio, muy atlético. Va a tu curso, además. Y es muy culto.

Jules asintió.

—Sí, creo que ya sé quién dices.

—Pero él no sabe nada de la Puerta Oscura, supongo —quiso confirmar Daphne, que seguía haciendo acopio de fuerzas desde su sillón.

—No tiene ni idea —entonces Dominique cayó en la cuenta de aquella conversación que Pascal y él habían mantenido con Mathieu sobre la leyenda del Can Cerbero, el perro de tres cabezas que custodiaba la entrada al Mundo de los Muertos—. Un momento. Creo que ya sé por qué quiere Pascal que contactemos con Mathieu.

—Suéltalo —pidió Jules, impaciente.

—Mathieu es un experto en mitología e historia —afirmó Dominique rascándose la barbilla en un gesto pensativo—. Querrá consultarle algo con lo que se ha encontrado en el Más Allá, ¿no os parece? Nosotros no sabemos lo suficiente, y ni siquiera contamos en este desván con un ordenador conectado a Internet. Mathieu es la mejor opción, dadas las circunstancias.

La vidente, al oír aquello, se levantó y empezó a pasear por el desván.

—Qué pena que no tenga aquí mis libros... —susurró—. Intuyo a qué se enfrenta ahora vuestro amigo... Pretende entrar al segundo nivel de Oscuridad... La Colmena de Kronos.

* * *

Marguerite consultó su reloj, molesta. Apoyada en una de las paredes del edificio de la rué Camille Peletan donde residía Varney, había llamado dos veces al portero automático, sin obtener respuesta. ¿Se habría atrevido aquel insolente profesor a darle plantón? Si así era, ya se podía preparar.

De todos modos, no le cuadraba aquel comportamiento tan informal. Tal solo hacía unas horas que a la detective se le había ocurrido la posibilidad de que Varney estuviese implicado en la muerte de Delaveau, era imposible que el profesor sospechase nada de ella. ¿Por qué, entonces, no iba a acudir a su cita, sobre todo si acababa de comunicarle que habían entrado a robar en su casa? No tenía mucho sentido. A lo mejor le había ocurrido algo, había sufrido algún imprevisto y, como no disponía del número de móvil de la detective, no había podido avisarla. A fin de cuentas, Varney le había dicho desde el principio que le venía mal quedar aquella noche.

Si sus sospechas estuviesen mejor fundadas, Marguerite habría iniciado de forma oficial la búsqueda del profesor. Pero una simple corazonada no bastaba para montar un operativo policial. El docente, en realidad, no había incumplido ninguna obligación todavía. Proseguía con su vida de un modo normal. Aunque se trataba de una continuidad que estaba resultando solo aparente.

Y es que cada vez le parecía más extraño todo lo que rodeaba a Varney, una impresión que la invitaba a vincularlo con los misteriosos asesinatos. Mentiras como que no tenía teléfono fijo, su pasmosa capacidad de desaparecer en plena calle, su abandono del hogar durante días... Todo era muy raro.

«Solo quien tiene algo que ocultar ofrece una conducta ilógica», pensó.

Marguerite llevó a cabo un último intento de llamada, dispuesta a irse. Nada. Ni siquiera vislumbró algún automóvil aproximándose. Y ya era muy tarde.

Mientras se alejaba hacia su coche, llegó a la conclusión de que le habría gustado poder volver a estudiar los cuerpos de las víctimas si no hubieran sido enterradas; quizá se les había pasado algo por alto. «Los muertos siempre hablan», se dijo, recordando que es casi imposible no dejar rastros en los cadáveres.

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