Elegidas (20 page)

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Authors: Kristina Ohlsson

Tags: #Intriga

BOOK: Elegidas
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—Vale, y ¿qué había motivado el error? —preguntó Fredrika.

El hombre al teléfono suspiró.

—Probablemente fueron un par de gamberros que jugaban en las vías. Ya se sabe, cada año mueren así un par de jóvenes. Se pasean por la zona e interfieren la recepción de las señales. A menudo es un problema momentáneo, como ocurrió en Flemingsberg: al cabo de unos minutos vuelven a funcionar.

Fredrika tragó saliva.

—¿Debo entender que el tren se retrasó a causa de una especie de sabotaje?

—Exacto —respondió el hombre—, pero también pudo ser obra de algún animal que llegó hasta el emisor. Aunque yo lo considero poco probable, porque el problema surgió junto a la estación de Flemingsberg.

Fredrika asintió con la cabeza.

—Perfecto, te agradezco tu colaboración —dijo memorizando el nombre de la persona que la había atendido—. Seguramente volveré a llamarte con más preguntas, o con una solicitud formal para que me hagas un informe escrito de lo que pasó.

Tras colgar, agarró con fuerza el volante. No se atrevía a pensar en el tiempo que había perdido el grupo de investigación por no haber seguido una pista tan importante.

Aunque también podía ser tan simple como que Gabriel Sebastiansson hubiera colaborado con la mujer de Flemingsberg. Fredrika tragó saliva. En realidad ella no estaba absolutamente convencida, pero así se lo presentaría al grupo. Si no, nunca le darían permiso para seguir aquella pista.

En realidad, el desánimo había hecho mella en Fredrika. Toda aquella historia era terrible, de principio a fin. Las lágrimas le nublaron la vista cuando pensó en Sara Sebastiansson y si tendría fuerza suficiente para identificar a su hija muerta.

Hacía unos años, Alex no podía recordar exactamente cuándo, habían ingresado a su suegra en el hospital. El diagnóstico, cáncer terminal del hígado y páncreas, había sumido a Lena en la desesperación. ¿Qué iba a ser de su padre? ¿Qué les pasaría a sus dos hijos, obligados a crecer sin abuela?

Alex se había tomado lo de los niños con serenidad. Claro que echarían de menos a su abuela, pero esa añoranza apenas podría compararse con la que experimentaría su suegro.

—Tenemos que ser fuertes por mi padre —había dicho Lena la noche que recibieron la noticia.

—Por supuesto —respondió Alex.

—No, es más que eso —había añadido Lena—. Es más que «por supuesto», Alex. Es en momentos así cuando la gente necesita apoyo y cariño.

A Alex, mientras permanecía en el despacho de Sonja Lundin, en el hospital universitario de Umeå, con Hugo Paulsson a su lado, el recuerdo de la enfermedad de su suegra seguía resultándole doloroso.

Sonja Lundin era la médica forense que había elaborado el primer informe sobre las causas de la muerte de Lilian Sebastiansson.

—No teníamos claro qué servicio forense debía practicar la autopsia del cuerpo —explicó Sonja Lundin con el ceño fruncido—. Aún no sabemos dónde se cometió el crimen, si aquí o en Estocolmo.

Alex miraba fijamente a Sonja Lundin. Era muy alta para ser mujer y transmitía determinación. A Alex le gustaba la gente que tenía aquel aspecto. Alguna vez había reflexionado sobre Fredrika Bergman y en ese momento lo volvió a hacer. Lástima que fallara en otras cosas.

—Pero ya nos ha ocurrido con anterioridad —prosiguió Sonja Lundin—, y además hemos decidido que podíamos hacer una estimación inicial para no retrasar la investigación policial —explicó—. Así que ya está hecho.

De forma rápida les explicó la conclusión a la que había llegado.

—Nada indica que la niña sufriera ningún tipo de violencia o abuso sexual —dijo para empezar, y Alex suspiró aliviado. Sonja Lundin se dio cuenta y levantó una mano—. Debo subrayar que el abuso sexual no se puede descartar hasta que se practique una autopsia en profundidad.

Alex asintió con la cabeza. Ya lo suponía.

—Al principio no entendía qué le había ocasionado la muerte —declaró Sonja Lundin—. Pero dado que tenía el pelo rapado, lo descubrí de inmediato cuando la examiné con más detenimiento.

—¿Qué? —inquirió Hugo.

—Tenía una herida en el centro de la cabeza y un pequeño agujero en la nuca.

Hugo y Alex arquearon las cejas a la vez.

—Como es lógico, no puedo asegurarlo categóricamente hasta que no se realicen más pruebas, pero mi dictamen preliminar es que alguien intentó pinchar a la niña en la cabeza y después, al ver que no lo conseguía, le inyectó veneno en la nuca y la mató.

Hugo la miró con el ceño fruncido.

—¿Es un procedimiento habitual?

—No, que yo sepa —respondió Sonja—. Y no está claro por qué le hicieron primero el pinchazo en la cabeza.

—¿Sabes qué veneno utilizaron? —preguntó Alex.

—No, tenemos que realizar algunas pruebas —explicó la forense mientras hacía un gesto con las manos para que tuvieran paciencia.

Hugo se recompuso en su asiento.

—Pero —empezó a decir— ¿estaba consciente cuando la pincharon? Quiero decir…

Sonja Lundin sonrió. Era una sonrisa cálida.

—Ya veo por dónde vas —dijo— pero siento no poder responder a tu pregunta. Es probable que le dieran algún calmante primero, pero en estos momentos no puedo asegurarlo.

Se hizo el silencio. Hugo se aclaró la voz; Alex se puso a juguetear con su alianza y también carraspeó, un poco más fuerte que el otro.

—Y ahora, ¿cuál es el siguiente paso? —preguntó.

—Eso tu compañero lo sabe mejor que yo —respondió Sonja Lundin señalando a Hugo con la cabeza.

—Esperaremos a que la madre y los abuelos identifiquen a la niña —indicó éste con firmeza—. Si a lo largo del día no podemos relacionar el caso con Umeå, esta tarde enviaremos el cuerpo a la morgue de Solna, en Estocolmo, para que le practiquen una autopsia completa. ¿Cuándo me has dicho que llegan la madre y los abuelos?

Alex echó un vistazo a su reloj de pulsera.

—Aterrizarán dentro de una hora; quizás un poco más.

Para su satisfacción, Fredrika descubrió que Peder estaba demasiado ocupado para preguntarle dónde había estado y por qué aún no había ido a ver a la madre de Gabriel Sebastiansson.

De hecho, estaba metido de lleno en preparar un informe para el fiscal cuando Fredrika entró en su despacho.

—Vamos a emitir orden de busca y captura —explicó con los ojos abiertos como platos por el efecto de la adrenalina.

Por lo demás parecía un trapo. ¿Qué había hecho la noche anterior? Fredrika prefirió no comentar en voz alta el aspecto descuidado de Peder.

—Cuando el fiscal nos dé la orden de registro domiciliario, ve a ver a su madre. Gabriel tenía una habitación en su casa, ¿no es cierto?

Fredrika se quedó callada. ¿Se lo había dicho ella?

—Sí —respondió—. Así es.

—Bien, entonces obtendremos un permiso para registrar su casa en el barrio de Östermalm, la habitación de casa de sus padres y su despacho en la empresa —decidió Peder.

—¿Qué estamos buscando, oficialmente? —preguntó Fredrika.

—Oficialmente, buscamos pornografía infantil, y extraoficialmente, cualquier puto detalle que nos explique dónde se ha metido ese tipo. Acabo de hablar con Alex y, al parecer, a la niña le inyectaron veneno en la cabeza. No se puede ser más depravado.

Fredrika tragó saliva. Otro grotesco detalle que no tenía lugar en su visión del mundo.

—Nos envían más efectivos —añadió Peder—. Unos cuantos investigadores para hablar con la gente de su entorno.

—Muy bien —respondió Fredrika.

Pensó en preguntar quién asumía el mando cuando Alex no estaba, pero como prefería no conocer la respuesta se calló. Aunque al final lo terminó preguntando de todas formas.

—Alex me dijo que yo —respondió Peder, en un tono tan triunfal que hizo que Fredrika se sintiera mal. Había estado esperando que se lo preguntara para poder contestarle. Y ella había caído en la trampa—. Pero Alex volverá esta tarde —añadió Peder—. A no ser que encontremos algo que relacione todo esto con Umeå. —Después continuó—: Me llevo a uno de los nuevos a la empresa de Gabriel y lo dejo allí. Por lo visto, Gabriel Sebastiansson era bastante amigo de algunos de sus compañeros de trabajo y es posible que les haya hecho alguna confidencia interesante. Tú puedes decirle a la otra nueva, una chica, que vaya a hablar con alguien del entorno de Sara Sebastiansson.

Fredrika iba a comentar lo que Peder acababa de decir cuando éste exclamó:

—¡Coño, a lo grande! Vamos a hacer tres registros domiciliarios en paralelo. Joder, no siempre se ve uno involucrado en un operativo de esta magnitud.

Estaba tan excitado que Fredrika empezó a pensar si se había tomado algo.

—Una niña ha muerto —señaló en tono monótono—. Perdona si no me contagio de tu alegría desmedida.

Y salió del despacho para ir a ver a su nueva compañera.

Peder estuvo tentado de seguir a Fredrika y echarle una buena bronca, de una vez por todas. ¿Quién cojones se creía que era para darle lecciones?

Pero se contuvo. Fredrika tenía razón: se trataba de la investigación de un asesinato. Pero era ella, y no él, quien le había faltado al respeto. Él no iba a bajar a su nivel y tampoco le iba a permitir que le estropeara el día. Había sobrevivido a la conversación con Ylva, o mejor
de
Ylva, así que no iba a amargarle el día una compañera ridícula como ella.

Peder sintió un escalofrío al recordar la conversación con su mujer. Estaba fuera de sí, por decirlo suavemente, y el hecho de que durante la noche ninguno de sus compañeros le hubiera podido decir dónde se encontraba no había mejorado las cosas. Ylva había pensado en denunciar su desaparición —Peder estaba profundamente agradecido de que al final desistiera de hacerlo—, y al final se quedó dormida en el sofá. Él le prometió que hablarían cuando llegara a casa, aunque también le informó de los últimos acontecimientos en el caso de la niña desaparecida. Probablemente, aquella noche también llegaría tarde.

No quería reconocerlo, pero Ylva estaba afectada por que hubieran encontrado muerta a la niña. De inmediato adoptó una actitud más comprensiva pero, por el contrario y por desgracia, no estaba en absoluto convencida de que hubiera pasado la noche trabajando. Tenía que aprender a mentir mejor. O dejar de tirarse a Pia Nordh. No se veía capaz de ninguna de las dos cosas, pero lo que contaba era la intención.

Jimmy lo llamó. Sonaba intranquilo y preocupado. Iba a participar en un curso de cocina con la gente del centro donde vivía y quería saber si Peder creía que le iría bien.

—¡Claro que te irá bien! —le dijo éste en el tono positivo que sólo utilizaba cuando hablaba con su hermano—. ¡Tú sabes hacerlo todo!

—¿Seguro? —preguntó Jimmy, no muy convencido.

—Seguro —insistió Peder.

Después aparecieron los recuerdos de cuando todo era diferente, cuando era Jimmy el que se atrevía y Peder el que tenía miedo.

«—Puedo columpiarme muy arriba, Pedda. ¡Puedo columpiarme más alto que nadie!» «—No me lo creo. No me lo creo. No me lo creo.» «—Que sí, Pedda. ¡Puedo columpiarme más alto que nadie de la calle!»

Si Jimmy hubiera podido crecer sano, pensaba Peder, ¿habría sido el más fuerte de los dos? ¿O se habría ablandado con el tiempo?

Peder se concentró de nuevo en su trabajo. Jimmy era seguramente la única persona en el mundo a quien, como adulto, nunca había defraudado. Y no había nadie a quien le debiera tanto. Y quizá tampoco a quien amara tan desinteresadamente.

El informe para el fiscal ya estaba casi preparado. Algunos retoques y quedaría listo. Cuando dejara a su nuevo compañero en la empresa de Gabriel Sebastiansson, iría tras Fredrika a casa de los padres de Gabriel. No todos los días se presentaba la oportunidad de fisgonear en una auténtica casa de ricos.

La cabeza le funcionaba mucho mejor ahora. Ya habían transcurrido unas cuantas horas desde que lo habían despertado de aquella forma tan brutal. Había bebido litros de agua y se había tomado varias pastillas de paracetamol. Se preguntaba si sería capaz de conducir para realizar los registros domiciliarios. Pero ¿quién pararía a un policía que iba a hacer un registro? ¿Quién tendría tan mala suerte? No Peder Rydh, seguro. Estaba convencido.

La indignación de Ellen Lind era patente. Sólo deseaba que Lilian Sebastiansson fuera por fin devuelta a su madre, y ahora que había quedado claro que la habían asesinado, estaba profundamente disgustada. Intentó localizar a su amante en el móvil a pesar de su desagradable comportamiento del día anterior, pero le saltó el buzón de voz.

«Éste es el contestador automático de Carl. Por favor, deja tu mensaje después de oír la señal y me pondré en contacto contigo en cuanto me sea posible.» Ellen suspiró. Quizá pudieran verse por la noche. Con tan poco tiempo de margen, la probabilidad de encontrar canguro para los niños era muy pequeña, pero todo aquello acabaría algún día. Necesitaba a aquel hombre y quería saber que tenía derecho a pensar así. Quería sentir que a veces podía necesitarlo. ¿Era mucho pedir?

Dejó un mensaje en el contestador y se echó a llorar sin poder evitarlo mientras le explicaba lo que había ocurrido. La pobre niña allí tirada delante del hospital. Desnuda y tendida bajo la lluvia.

Ellen dirigió una mirada ausente a la pantalla. Apenas sabía lo que estaba haciendo. Siempre se quedaba muda de admiración cuando veía a Peder y a Fredrika correr de un lado a otro por el pasillo, ocupados con alguna novedad en la investigación.

Alex había dejado claras instrucciones a Ellen por teléfono antes de irse a Umeå: no podía decir una palabra sobre el caso antes de que la madre confirmara formalmente que era Lilian. Bajo ningún concepto podía dar detalle alguno. No podía decir que le habían rasurado la cabeza o que habían encontrado material pornográfico infantil en el ordenador del padre de la niña fallecida. Ellen había seguido las noticias por internet, y vio que el hallazgo de la niña era el titular de todos los periódicos.

Mats, el analista de la policía nacional, interrumpió sus pensamientos al llamar a su puerta.

—Perdona que te moleste —se disculpó cortésmente.

Ellen sonrió.

—No te preocupes, estaba… pensando.

Mats sonrió.

—Peder ha dicho que tenemos una orden del fiscal para utilizar ET y VT con Gabriel Sebastiansson. ¿Qué sabes de eso? —Ellen no contestó de inmediato, así que Mats aclaró—: Escucha Telefónica y Vigilancia Telefónica.

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