»Nuestras grandes civilizaciones no son más que máquinas sociales para crear la situación femenina ideal, donde una mujer pueda contar con estabilidad; nuestros códigos morales y legales que intentan abolir la violencia, promover la permanencia de la posesión y reforzar los contratos representan la estrategia femenina primaria, la dominación del macho.
»Y las tribus de bárbaros nómadas fuera del alcance de la civilización siguen principalmente la estrategia masculina. Esparcen la semilla. Dentro de la tribu, los machos más fuertes y dominantes toman posesión de las mejores hembras, bien a través de poligamia formal o en copulaciones sobre la marcha que los otros machos no pueden resistir. Pero esos machos de bajo status guardan cola, porque los líderes los llevan a la guerra y los dejan violar y saquear cuando consiguen una victoria. Consiguen ser deseados sexualmente demostrándose su valía a sí mismos en el combate, y luego matan a todos los machos rivales y copulan con sus viudas cuando vencen. Una conducta horrible y monstruosa…, pero también una ejecución viable de la estrategia genética.
Ender se sintió incómodo al oír a Valentine hablar de esta forma. Sabía que todo aquello era cierto, y lo había oído antes, pero en cierto modo se sentía tan incómodo como Plantador al enterarse de cosas similares acerca de su propio pueblo. Ender quería negarlo todo, decir: «Algunos de los machos somos civilizados por naturaleza». Pero en su propia vida, ¿no había ejecutado acaso los actos de dominio y guerra? ¿No había deambulado? En este contexto, su decisión de quedarse en Lusitania fue realmente una decisión de abandonar el modelo social de macho dominante que le había sido impuesto cuando era un joven soldado en la escuela de batalla, y convertirse en un hombre civilizado con una familia estable.
Sin embargo, incluso entonces, se casó con una mujer que tenía poco interés en parir más hijos. Una mujer con quien el matrimonio, al final, había resultado cualquier cosa menos civilizado. «Si sigo el modelo masculino, entonces soy un fracaso. Ningún hijo que lleve mis genes. Ninguna mujer que acepte mi regla. Soy definitivamente atípico. Pero ya que no me he reproducido, mis genes atípicos morirán conmigo, y así los modelos sociales masculinos y femeninos están a salvo de personas intermedias como yo.»
Mientras Ender realizaba sus propias evaluaciones privadas de la interpretación de Valentine relativa a la historia de la humanidad, Plantador mostró su respuesta tendiéndose en su silla, un gesto que comunicaba desprecio.
—¿Se supone que debo sentirme mejor porque los humanos son también herramientas de alguna molécula genética?
—No —dijo Ender—. Se supone que debes darte cuenta de que sólo porque gran parte de la conducta pueda explicarse como respuesta a las necesidades de alguna molécula genética, eso no significa que toda la conducta pequenina carezca de significado.
—La historia humana puede ser interpretada como la lucha entre las necesidades de las mujeres y las necesidades de los hombres —prosiguió Valentine—, pero mi argumento es que todavía hay héroes monstruos, grandes hechos y nobles acciones.
—Cuando un hermano-árbol da su madera —dijo Plantador—, se supone que se sacrifica por la tribu. No por un virus.
—Si puedes mirar más allá de la tribu y ver el virus, entonces mira más allá del virus y ve el mundo —propuso Ender—. La descolada está manteniendo este planeta habitable. Así, el hermano-árbol se sacrifica para salvar al mundo entero.
—Muy listo. Pero te olvidas de que para salvar al planeta no importa qué hermanos-árbol se entreguen, mientras que lo haga un número determinado.
—Cierto —convino Valentine—. A la descolada no le importa qué hermanos-árbol den su vida. Pero sí importa a los hermanos, ¿no es cierto? Y también importa a los hermanitos como tú, que se agazapan en esas casas para mantenerse cálidos. Vosotros apreciáis el noble gesto de los hermanos-árbol que murieron por los demás, aunque la descolada no distinga un árbol de otro.
Plantador no respondió. Ender esperó que eso significara que estaban logrando algún avance.
—Y en las guerras —se animó Valentine—, a la descolada no le importa quién gane o pierda, mientras que mueran suficientes hermanos y crezcan suficientes árboles de los cadáveres. ¿Cierto? Pero eso no cambia el hecho de que algunos hermanos son nobles y algunos son cobardes o crueles.
—Plantador —dijo Ender—, la descolada puede causar que todos experimentéis una furia asesina, por ejemplo, de forma que las disputas se conviertan en guerras en vez de ser zanjadas entre los padres-árbol. Pero eso no borra el hecho de que algunos bosques luchen en defensa propia y otros estén simplemente sedientos de sangre. Seguís teniendo a vuestros héroes.
—Me importan un comino los héroes —masculló Ela—. Los héroes tienden a estar muertos, como mi hermano Quim. ¿Dónde está ahora, cuando lo necesitamos? Ojalá no hubiera sido un héroe.
Deglutió con fuerza, conteniendo el recuerdo de la pena reciente.
Plantador asintió, un gesto que había aprendido para comunicarse con los humanos.
—Ahora vivimos en el mundo de Guerrero —dijo—. ¿Qué es él, sino un padre-árbol que actúa siguiendo las instrucciones de la descolada? El mundo se calienta demasiado. Necesitamos más árboles. Así que se llena de fervor para expandir los bosques. ¿Por qué? La descolada le hace sentirse así. Por eso le escuchan tantos hermanos y padres-árbol, porque ofreció un plan para satisfacer su ansia de extenderse y hacer crecer más árboles.
—¿Sabe la descolada que pretende llevar a todos esos nuevos árboles a otros planetas? —dijo Valentine—. Eso no haría mucho por enfriar Lusitania.
—La descolada pone el ansia en ellos. ¿Cómo puede saber un virus de naves espaciales?
—¿Cómo puede saber un virus de madres y padres-árbol de hermanos y esposas, de retoños y pequeñas madres? —lanzó Ender—. Es un virus muy listo.
—Guerrero es el mejor ejemplo de mi argumento —subrayó Valentine—. Su nombre sugiere que estuvo muy involucrado y tuvo éxito en la última guerra. Una vez más existe la presión para aumentar el número de árboles. Sin embargo, Guerrero ha decidido dirigir su ansia hacia un nuevo propósito, esparciendo nuevos bosques y volviéndose hacia las estrellas en vez de librar guerras con otros pequeninos.
—Íbamos a hacerlo sin importar lo que dijera o hiciera Guerrero —objetó Plantador—. Miramos. El grupo de Guerrero se preparaba para esparcirse y plantar nuevos árboles en otros mundos. Pero cuando mataron al padre Quim, los demás nos llenamos tanto de ira que decidimos ir y castigarlos. Una gran matanza, y de nuevo los árboles crecerían. Seguiríamos cumpliendo las órdenes de la descolada. Y ahora que los humanos han quemado nuestro bosque, la gente de Guerrero prevalecerá después de todo. De un modo u otro, debemos esparcirnos y propagarnos. Aceptaremos cualquier excusa que podamos encontrar. La descolada se saldrá con la suya. Somos herramientas que intentan encontrar patéticamente un medio para convencerse a sí mismos de que sus acciones son idea propia.
Parecía completamente desesperanzado. A Ender no se le ocurría nada más que decir para intentar arrancarlo de su conclusión de que la vida de los pequeninos carecía de libertad y significado.
Así, fue Ela quien habló a continuación, y en un tono de tranquila especulación que parecía incongruente, como si hubiera olvidado la terrible ansiedad que experimentaba Plantador. Probablemente era lo más adecuado, ya que toda la discusión había vuelto a su propia especialidad.
—Es difícil saber qué lado de la descolada ganaría si fuera consciente de todo esto.
—¿Qué lado de qué? —preguntó Valentine.
—Introducir un enfriamiento global haciendo que se planten más bosques aquí, o usar ese mismo instinto de propagación para hacer que los pequeninos lleven la descolada a otros mundos. ¿Qué habrían preferido los creadores del virus? ¿Esparcir el virus o regular el planeta?
—El virus querrá ambas cosas, y es probable que las consiga —dijo Plantador—. El grupo de Guerrero ganará el control de las naves, sin duda. Pero antes o después se producirá una guerra que matará a la mitad de los hermanos. Por lo que sabemos, la descolada está haciendo que sucedan las dos cosas.
—Por lo que sabemos —repitió Ender.
—Por lo que sabemos —continuó Plantador—, nosotros podríamos ser la descolada.
«Así que son conscientes de esta preocupación —pensó Ender—, a pesar de nuestra decisión de no tratarla con los pequeninos todavía.»
—¿Has hablado con Quara? —preguntó Ela.
—Hablo con ella todos los días —asintió Plantador—. Pero ¿qué tiene que ver con esto?
—Tuvo la misma idea. Que tal vez la inteligencia pequenina procede de la descolada.
—¿Crees que después de hablar tanto de que la descolada es inteligente no se nos había ocurrido preguntarnos eso? Y si es cierto, ¿qué haréis entonces? ¿Dejar que toda vuestra especie muera para que nosotros podamos conservar nuestros cerebros de segunda fila?
Ender protestó de inmediato.
—Nunca hemos pensado que vuestros cerebros fueran…
—¿No? ¿Por qué, entonces, asumís que sólo pensaríamos en esa posibilidad si nos lo dijera algún humano?
Ender no encontró ninguna respuesta oportuna que ofrecer. Tuvo que confesarse a sí mismo que había considerado a los pequeninos como si fueran niños a los que debía proteger. No se le había ocurrido que eran perfectamente capaces de descubrir por su cuenta los horrores más terribles.
—Y si nuestra inteligencia procede efectivamente de la descolada, y encontráis un modo de destruirla, ¿en qué os convertiréis entonces? —Plantador los miró, triunfal en su amarga victoria—. No somos más que ratas de árbol.
—Es la segunda vez que utilizas este término —observó Ender—. ¿Qué son ratas de árbol?
—Eso es lo que gritaban algunos de los hombres que mataron al árbol-madre.
—No existe ese animal —dijo Valentine.
—Lo sé. Grego me lo explicó. «Rata de árbol» es una expresión en argot para las ardillas. Me mostró un holo de una de ellas en el ordenador que tiene en su celda.
—¿Fuiste a visitar a Grego? —Ela estaba claramente horrorizada.
—Tenía que preguntarle por qué intentó matarnos a todos, y por qué quiso salvarnos luego.
—¿Ves? —exclamó Valentine, triunfal—. ¡No puedes decirme que lo que Grego y Miro hicieron esa noche, impedir que la muchedumbre quemara a Raíz y Humano, fue sólo el resultado de fuerzas genéticas!
—Nunca he dicho que la conducta humana carezca de sentido —dijo Plantador—. Sois vosotros los que habéis intentado consolarme con esta idea. Sabemos que los humanos tenéis a vuestros héroes. Sólo los pequeninos somos herramientas de un virus gaialógico.
—No —deslizó Ender—. También hay héroes pequeninos. Raíz y Humano, por ejemplo.
—¿Héroes? —criticó Plantador—. Actuaron como lo hicieron para conseguir lo que querían, su status como padres-árbol. Fue el ansia por reproducirse. Puede que os parezcan héroes a los humanos, que sólo morís una vez, pero la muerte que ellos sufrieron fue en realidad un nacimiento. No hubo ningún sacrificio.
—Vuestro bosque entero fue heroico, entonces dijo Ela—. Os liberasteis de todos los viejos canales e hicisteis un tratado que requería que cambiarais algunas de vuestras costumbres más enraizadas.
—Queríamos el conocimiento, las máquinas y el poder que tenéis los humanos. ¿Qué hay de heroico en un tratado en el que sólo debemos dejar de mataros, y a cambio recibir un impulso de mil años en nuestro desarrollo tecnológico?
—No vas a escuchar ninguna conclusión positiva, ¿verdad? —suspiró Valentine.
Plantador continuó, ignorándola:
—Los únicos héroes en esa historia fueron Pipo y Libo, los humanos que actuaron con tanto coraje, a pesar de saber que morirían. Ellos ganaron la libertad de su herencia genética. ¿Qué cerdi ha hecho eso a propósito?
A Ender le molestó un poco oír a Plantador emplear el término cerdi para referirse a su pueblo. En los últimos años había dejado de ser tan amistoso y afectivo como lo era cuando Ender llegó a Lusitania; ahora se utilizaba a menudo como una palabra degradante, y la gente que trabajaba con ellos normalmente usaba el vocablo «pequenino». ¿A qué tipo de odio contra sí mismo estaba dando rienda suelta Plantador, en respuesta a lo que había sabido hoy?
—Los hermanos-árbol dieron sus vidas —dijo Ela, servicial. Pero Plantador respondió con desdén:
—Los hermanos-árbol no están vivos como lo están los padres-árbol. No pueden hablar. Sólo obedecen. Les decimos lo que deben hacer, y ellos no tienen otra opción. Herramientas, no héroes.
—Puedes dar la vuelta a cualquier historia —observó Valentine—. Puedes negar cualquier sacrificio sosteniendo que con él el doliente se sintió tan bien que no representó sacrificio alguno, sino otro acto egoísta.
De repente, Plantador se levantó de la silla de un salto. Ender se preparó para verle repetir su conducta anterior, pero esta vez no circundó la habitación. En cambio, el pequenino se acercó a donde estaba sentada Ela y colocó ambas manos sobre sus rodillas.
—Sé un modo de convertirme en un auténtico héroe —dijo—. Sé un modo de actuar contra la descolada. Para rechazarla y combatirla y odiarla y ayudar a destruirla.
—Yo también —asintió Ela.
—Un experimento.
Ella afirmó con un gesto.
—Para ver si la inteligencia pequenina está realmente centrada en la descolada, y no en el cerebro.
—Yo lo haré —se ofreció Plantador.
—Nunca te lo pediría.
—Sé que no. Lo exijo para mí.
Ender se sorprendió al ver que, a su modo, Ela y Plantador eran tan íntimos como él y Valentine, capaces de conocer los pensamientos mutuos sin explicar nada. Ender no había supuesto que esto pudiera suceder entre dos personas de especies tan distintas; y sin embargo, ¿por qué no? Sobre todo cuando trabajaban juntos tan estrechamente en la misma empresa.
Ender tardó unos instantes en captar lo que estaban decidiendo Plantador y Ela; Valentine, que no había trabajado con ellos durante años como había hecho Ender, todavía no lo comprendía.
—¿Qué sucede? —preguntó—. ¿De qué están hablando?
Fue Ela quien respondió.
—Plantador está proponiendo que purguemos a un pequenino de todas las copias del virus de la descolada, lo pongamos en un espacio limpio donde no pueda ser contaminado, y veamos si todavía tiene mente.