—¿Dónde?
Ahora era invisible, pues la simulación holográfica dominaba de nuevo el espacio sobre el terminal. Ender introdujo la mano en la pantalla y proyectó una sombra que cayó sobre el holograma. Movió la mano y reveló la brillante mota que había visto antes. O tal vez no era la misma. Tal vez era otra, pero no importaba.
—Nuestros cuerpos, todo el mundo a nuestro alrededor, son como esa pantalla holográfica. Son reales, pero no muestran la verdadera causa de las cosas. Es lo único de lo que nunca podremos estar seguros, al mirar la pantalla del universo: por qué suceden las cosas. Pero detrás de todo, dentro de todo, si pudiéramos ver a través, encontraríamos la verdadera causa de todo. Filotes que existieron siempre, haciendo lo que quieren.
—Nada existió siempre-objetó Miro.
—¿Quién lo dice? El supuesto principio de este universo fue sólo el comienzo del orden actual: esta pantalla, todo lo que pensamos que existe. Pero ¿quién dice que los filotes que actúan según las leyes naturales que comenzaron en ese momento no existían antes? Y si todo el universo se pliega sobre sí mismo, ¿quién dice que los filotes no se liberarán simplemente de las leyes que siguen ahora, y volverán a…?
—¿A qué?
—Al caos. Al desorden. A la oscuridad. A donde estuvieran antes de que este universo fuera creado. ¿Por qué no podían ellos, nosotros, haber existido siempre y continuar existiendo siempre?
—Entonces, ¿dónde estaba yo entre el día en que comenzó el universo y el día en que nací? —dijo Miro.
—No lo sé. Improviso sobre la marcha.
—¿Y de dónde salió Jane? ¿Está su filote flotando por alguna parte, y de repente se puso al mando de un puñado de programas de ordenador y se convirtió en una persona?
—Tal vez.
—Y aunque exista algún sistema natural que de algún modo asigne filotes para que se pongan al mando de todo organismo que haya nacido, brotado o germinado, ¿cómo podría haber creado ese sistema natural a Jane? Ella no nació.
Jane, por supuesto, había estado escuchando todo el tiempo, y ahora intervino.
—Tal vez eso no sucedió —apuntó—. Tal vez no tengo filote propio. Tal vez no estoy viva.
—No —zanjó Miro.
—Tal vez —replicó Ender.
—Así que quizá no puedo morir —prosiguió Jane—. Tal vez en cuanto me desconectes será sólo un programa complicado apagándose.
—Tal vez —admitió Ender.
—No —intervino Miro—. Desconectarte será un asesinato.
—Tal vez hago las cosas que hago porque me han programado así, sin advertirlo. Tal vez sólo creo que soy libre.
—Ya hemos repasado ese argumento —dijo Ender.
—Tal vez sea cierto conmigo, aunque no lo sea con vosotros.
—Y tal vez no. Pero tú has repasado tu propio código, ¿no?
—Un millón de veces —asintió Jane—. Lo he examinado todo.
—¿Ves algo que te dé la ilusión de libre albedrío?
—No. Pero vosotros tampoco habéis encontrado ese gen en los humanos.
—Porque no lo hay —puntualizó Miro—. Como dijo Andrew, lo que somos, en el fondo, en nuestra esencia, lo que somos es un filote que se ha entrelazado con todos los trillones de filotes que componen los átomos y moléculas de nuestros cuerpos. Y lo que tú eres es también un filote, como nosotros.
—No es probable —objetó Jane.
Su rostro apareció ahora en la pantalla, una cara en sombras atravesada por los rayos filóticos.
—No digamos tonterías —le conminó Ender—. Nada de lo que sucede es probable hasta que existe, y entonces es seguro. Tú existes.
—Sea lo que sea yo —dijo Jane.
—Ahora mismo creemos que eres una entidad consciente de que existe, porque te hemos visto actuar de una forma que hemos aprendido a asociar con el libre albedrío. Tenemos exactamente tantas pruebas de que eres una inteligencia libre como las tenemos de que lo seamos nosotros. Si resulta que no lo eres, tendremos que cuestionarnos qué somos entonces. Ahora mismo, nuestra hipótesis es que nuestra identidad individual, lo que nos crea, es el filote que está en el centro de nuestro enlace. Si tenemos razón, entonces hay motivos para razonar que tú puedas tener uno también, y en ese caso debemos encontrar dónde está. Ya sabes que los filotes no son fáciles de encontrar. Nunca hemos detectado uno. Sólo suponemos que existen porque hemos visto evidencias del rayo filótico, que se comporta como si tuviera dos extremos con una localización concreta en el espacio. No sabemos dónde estás tú o a qué estás conectada.
—Si ella es como nosotros, como los seres humanos —intervino Miro—, entonces sus conexiones pueden cambiar y dividirse. Como cuando esa muchedumbre se formó en torno a Grego. He hablado con él acerca de lo que sintió. Como si toda esa gente formara parte de su cuerpo. Y cuando se separaron y se fueron cada uno por su lado, sintió como si lo hubieran sometido a una amputación. Creo que fue un enlace filótico. Creo que esas personas se conectaron realmente con él durante un momento, que realmente estuvieron parcialmente bajo su control, que formaron parte de su esencia. De modo que tal vez Jane sea así, todos esos programas de ordenador entrelazados con ella, y ella misma conectada a quienquiera que tenga ese tipo de relación. Tal vez a ti, Andrew. Tal vez a mí. O a parte de cada uno.
—Pero ¿dónde está? —dijo Ender—. Si tiene de verdad un filote…, no, si es de verdad un filote, entonces debe de tener un emplazamiento específico, y si pudiéramos encontrarlo, tal vez lograríamos mantener vivas las conexiones aunque todos los ordenadores sean desconectados de ella. Tal vez esté en nuestras manos impedir su muerte.
—No sé. Podría estar en cualquier parte —dudó Miro.
Hizo un gesto hacia la pantalla. Se refería a cualquier lugar en el espacio. Cualquier lugar en el universo. Y allí en la pantalla estaba la cabeza de Jane, con los rayos filóticos atravesándola.
—Para averiguar dónde está, tenemos que encontrar cómo y dónde comenzó —aseguró Ender—. Si es realmente un filote, fue conectada de algún modo, en alguna parte.
—Un detective siguiendo una pista de tres mil años —rió Jane—. Será divertido veros hacer todo esto en los próximos meses.
Ender la ignoró.
—Y si vamos a hacer esto, en primer lugar debemos averiguar cómo funcionan los filotes.
—El físico es Grego —declaró Miro.
—No quiero distraerle con un proyecto que no puede tener éxito —dijo Jane.
—Escucha, Jane, ¿no quieres vivir? —preguntó Ender.
—No puedo hacerlo de todas formas, ¿por qué perder el tiempo?
—Se está haciendo la mártir —protestó Miro.
—No. Estoy siendo práctica.
—Estás siendo idiota —espetó Ender—. Grego no podrá idear una teoría para viajar más rápido que la luz quedándose sentado y pensando en la física de la luz, o lo que sea. Si funcionara así, habrías conseguido ese tipo de viaje hace tres mil años, porque había cientos de físicos trabajando en el tema entonces, cuando se conocieron por primera vez los rayos filóticos y el Principio de la Instantaneidad de Park. Si a Grego se le ocurre, será por algún destello de intuición, alguna absurda conexión que haga en su mente, y eso no lo conseguirá concentrándose con toda su inteligencia en una simple cadena de pensamiento.
—Lo sé —admitió Jane.
—Sé que lo sabes. ¿No me dijiste que ibas a introducir a esa gente de Sendero en nuestros proyectos por esa razón concreta? ¿Para tener pensadores no entrenados e intuitivos?
—No quiero que perdáis el tiempo.
—No quieres mantener la esperanza —se enfureció Ender—. No quieres admitir que hay una posibilidad de que puedas vivir, porque entonces empezarías a sentir miedo de la muerte.
—Ya lo siento.
—Ya te consideras muerta —dijo Ender—. Hay una gran diferencia.
—Lo sé —murmuró Miró.
—Así pues, querida Jane, no me importa si estás dispuesta a admitir que hay una posibilidad de que sobrevivas. Trabajaremos en esto y pediremos a Grego que piense en el tema, y ya que estamos en ello, repite esta conversación entera a esa gente de Sendero…
—Han Fei-tzu y Si Wang-mu.
—Eso es. Porque también pueden dedicarse a esto.
—No —dijo Jane.
—Sí —zanjó Ender.
—Quiero ver resueltos los problemas reales antes de morir. Quiero que Lusitania se salve, y que los agraciados de Sendero sean libres, y que la descolada sea domada o destruida. Y no os frenaré intentando trabajar en el proyecto imposible de salvarme.
—No eres Dios —asentó Ender—. De todas formas no sabes cómo resolver ninguno de esos problemas ni cómo van a ser resueltos, y por eso ignoras si el hecho de averiguar lo que eres para salvarte ayudará o perjudicará a esos otros proyectos, y desde luego también ignoras si concentrarnos en esos otros problemas los resolverá antes que si nos fuéramos de excursión hoy y jugáramos al tenis hasta la noche.
—¿Qué demonios es el tenis? —preguntó Miro.
Pero Ender y Jane permanecieron en silencio, mirándose. O más bien, Ender miraba a la imagen de Jane en la pantalla del ordenador, y esa imagen lo miraba a su vez.
—No sabes si tienes razón —precisó Jane.
—Y tú no sabes si estoy equivocado —replicó Ender.
—Es mi vida.
—Un cuerno. También formas parte de Miro y de mí, y estás atada al futuro de la humanidad, de los pequeninos y de la reina colmena. Lo que me recuerda, ya que estás haciendo que Han cómo-se-llame y Si Wang quién-sea…
—Mu.
—… trabajen en este asunto filosófico, yo voy a consultar con la reina colmena. Creo que no he discutido acerca de ti con ella. Tiene que saber más de los filotes que nosotros, ya que tiene conexiones filóticas con todas sus obreras.
—No he dicho que vaya a involucrar a Han Fei-tzu y a Si Wang-mu en tu estúpido proyecto para salvarme.
—Pero lo harás.
—¿Por qué lo haré?
—Porque Miro y yo te queremos y te necesitamos, y no tienes derecho a morirte sin intentar al menos vivir.
—No puedo dejar que me influyan cosas como ésa.
—Sí que puedes —intervino Miro—. Porque si no fuera por cosas como ésa, yo me habría suicidado hace tiempo.
—Yo no me suicidaré.
—Si no nos ayudas a encontrar una forma de salvarte, entonces eso será exactamente lo que harás —censuró Ender.
La cara de Jane desapareció de la pantalla del terminal.
—Huir no servirá tampoco de nada —advirtió Ender.
—Dejadme en paz —respondió Jane—. Tengo que pensar en esto durante un rato.
—No te preocupes, Miro —lo tranquilizó Ender—. Lo hará.
—Eso es —dijo Jane.
—¿Ya has vuelto?
—Pienso muy rápidamente.
—¿Y vas a trabajar en esto o no?
—Lo considero mi cuarto proyecto —anunció Jane—. Ahora mismo estoy informando a Han Fei-tzu y a Si Wang-mu.
—Está alardeando —murmuró Ender—. Puede mantener dos conversaciones a la vez, y le gusta fanfarronear para hacer que nos sintamos inferiores.
—Sois inferiores.
—Tengo hambre —dijo Ender—. Y sed.
—Almorcemos —propuso Miro.
—Ahora sois vosotros los que estáis alardeando —protestó Jane—. Presumiendo de vuestras funciones corporales.
—Alimentación —enumeró Ender—. Respiración. Excreción. Podemos hacer cosas que tú no puedes hacer.
—En otras palabras, no sois muy listos, pero al menos podéis comer y respirar y sudar.
—Eso es —sonrió Miro.
Sacó el pan y el queso mientras Ender servía el agua fría, y comieron. Comida sencilla pero buena, y se sintieron satisfechos.
‹He estado pensando en lo que significará para nosotros viajar entre las estrellas.›
‹¿Además de la supervivencia de la especie?›
‹Cuando envías a tus obreras, aunque sea a años-luz de distancia, ves a través de sus ojos, ¿no?›
‹Y saboreo a través de sus antenas, y percibo el ritmo de cada vibración. Cuando ellos comen, yo siento cómo aplastan la comida con sus mandíbulas. Por eso casi siempre me refiero a mí misma como nosotros, cuando formo mis pensamientos de manera que Andrew o tú podáis comprender, porque yo vivo mi vida en la presencia constante de todo lo que ellos ven, saborean y sienten.›
‹No es del todo igual entre los padres-árbol. Tenemos que esforzarnos para experimentar la vida de cada uno. Pero podemos hacerlo. Aquí al menos, en Lusitania.›
‹No veo por qué habría de fallaros la conexión filótica.›
‹Entonces también yo sentiré lo que ellos sientan, y saborearé la luz de otro sol sobre mis hojas, y oiré las historias de otro mundo. Será como la excitación que supuso la llegada de los humanos. Nunca habíamos pensado que pudiera haber nada diferente al mundo que veíamos hasta entonces. Pero ellos trajeron extrañas criaturas consigo, y ellos mismos eran extraños, y tenían extrañas máquinas que obraban milagros. Los otros bosques apenas podían creer lo que les contaban nuestros padres-árbol de aquel tiempo. De hecho, recuerdo que nuestros padres tuvieron problemas para creer lo que los hermanos de la tribu decían acerca de los humanos. Raíz consiguió persuadirlos para que creyeran que no eran mentiras, locuras ni bromas.›
‹¿Bromas?›
‹Hay historias de hermanos bromistas que mienten a los padres-árbol, pero siempre los cogen y los castigan con dureza.›
‹Andrew me ha dicho que ese tipo de historias se cuentan para animar una conducta civilizada.›
‹Siempre es tentador mentir a los padres-árbol. Yo mismo lo hice algunas veces. No mentía. Sólo exageraba. Los hermanos me lo hacen a veces.›
‹¿Y los castigos?›
‹Recuerdo quiénes mintieron.›
‹Si nosotros tuviéramos una obrera que no obedeciera, la dejaríamos sola y moriría.›
‹Un hermano que miente demasiado no tiene ninguna posibilidad de ser padre-árbol. Ellos lo saben. Sólo mienten para jugar con nosotros. Siempre acaban diciendo la verdad.›
‹¿Y si una tribu entera mintiera a los padres-árbol? ¿Cómo podríais saberlo?›
‹Igual podrías hablar de una tribu que talara a sus propios padres-árbol, o que los quemara.›
‹¿Ha sucedido alguna vez?›
‹¿Se han vuelto las obreras contra la reina de la colmena y la han matado?›
‹¿Cómo podrían hacerlo? Morirían.›
‹Ya ves. Hay algunas cosas demasiado terribles para imaginarlas siquiera. En cambio, pensaré cómo será cuando un padre-árbol haga crecer por primera vez sus raíces en otro planeta, y alce sus ramas a un cielo alienígena, y beba la luz de una estrella extraña.›