—Tiene la constitución de un hombre de veinte años.
Valentine oyó el irónico corolario que debió de continuar en la mente de Miro: «Mientras que yo, que sí soy joven, tengo el cuerpo de un nonagenario artrítico».
De manera que Jakt significaba algo para Miro: representaba el futuro que Miro nunca podría tener. Admiración y resentimiento: a Miro le habría resultado difícil hablar abiertamente delante de Jakt si éste no se hubiera encargado de asegurar que por su parte no recibiría más que respeto e interés.
Plikt, por supuesto, estaba sentada en su sitio, silenciosa, retirada, efectivamente invisible.
—Muy bien —accedió Miro—. Especulaciones sobre la naturaleza de la realidad y el alma.
—¿Teología o metafísica? —preguntó Valentine.
—Metafísica, principalmente —respondió Miro—. Y física. Ninguna de las dos materias es mi especialidad. Y ésta no es la clase de historia para la que me necesita.
—No sé qué es exactamente lo que necesito.
—Muy bien —repitió Miro. Inspiró un par de veces, como si intentara decidir por dónde empezar—. Sabe lo que es un lazo filótico.
—Sé lo que sabe todo el mundo —dijo Valentine—. Y sé que no ha llevado a ninguna parte en los últimos dos mil quinientos años porque no se puede experimentar con eso.
Se trataba de un viejo descubrimiento, de los días en que los científicos se esforzaban por ponerse al día con la tecnología. Los estudiantes de física memorizaban unos cuantos principios: «Los filotes son bloques fundamentales de materia y energía. Los filotes no tienen masa ni inercia. Los filotes sólo tienen emplazamiento, duración y conexión». Todo el mundo sabía que eran las conexiones filóticas (los haces de rayos filóticos) lo que hacía funcionar los ansibles, permitiendo comunicación instantánea entre mundos y naves espaciales situadas a muchos años luz de distancia. Pero nadie sabía porqué funcionaba, y ya que los filotes no podían ser «manejados», resultaba casi imposible experimentar con ellos. Sólo podían ser observados, y únicamente a través de sus conexiones.
—Filotes —intervino Jakt—. ¿Ansibles?
—Un producto secundario —dijo Miro.
—¿Qué tiene que ver eso con el alma? —preguntó Valentine.
Miro estuvo a punto de responder, pero su frustración aumentó, al parecer ante la idea de tener que pronunciar un largo discurso con su boca torpe y renuente. Su mandíbula funcionaba, sus labios se movieron levemente. Entonces dijo en voz alta:
—No puedo hacerlo.
—Escucharemos —dijo Valentine.
Comprendía su resistencia a intentar un discurso extenso con las limitaciones de su habla, pero también sabía que tenía que hacerlo de todas formas.
—No —se obstinó Miro.
Valentine habría intentado seguir persuadiéndolo, pero vio que sus labios seguían moviéndose, aunque no producían más que leves sonidos. ¿Estaba murmurando? ¿Maldiciendo?
No, supo que no era eso.
Tardó un instante en comprender por qué estaba tan segura. Era porque había visto a Ender hacer exactamente lo mismo, mover los labios y la mandíbula, cuando dirigía órdenes subvocalizadas al terminal del ordenador insertado en la joya que llevaba en el oído. Naturalmente: Miro tenía el mismo enlace que Ender, así que le hablaba igual que él.
En un momento, quedó claro qué orden había dado Miro a su joya. Ésta debía de estar conectada al ordenador de la nave, porque inmediatamente después una de las pantallas se despejó y luego mostró el rostro de Miro. Pero no tenía el abotargamiento que lastraba su cara en persona. Valentine se dio cuenta: se trataba de la cara de Miro tal como era antes. Y cuando la imagen de ordenador habló, el sonido procedente de los altavoces lo hizo con lo que seguramente era la voz de Miro tal como solía ser: clara, fuerte, inteligente, rápida.
—Saben que cuando los filotes se combinan para crear una estructura duradera, un mesón, un neutrón, un átomo, una molécula, un organismo, un planeta…, se entrelazan.
—¿Qué es esto? —demandó Jakt.
Todavía no había comprendido por qué hablaba el ordenador.
La imagen computadorizada de Miro se congeló en la pantalla y guardó silencio. El propio Miro respondió.
—He estado jugando con esto —explicó—. Yo le digo cosas, y las recuerda y habla por mí.
Valentine intentó imaginar a Miro experimentando hasta que el programa del ordenador captara su rostro y su voz con exactitud. Lo feliz que debió de ser al recrearse tal como era antes. Y también qué desgraciado al ver lo que podría haber sido y saber que nunca sería real.
—Qué buena idea —exclamó Valentine—. Como una prótesis de la personalidad.
Miro se echó a reír, un único «¡Ja!».
—Adelante —invitó Valentine—. Hables por ti mismo o a través del ordenador, te escucharemos.
La imagen computadorizada volvió a cobrar vida y habló de nuevo con la voz potente e imaginaria de Miro.
—Los filotes son los bloques más pequeños de materia y energía que existen. No tienen masa ni dimensión. Cada filote se conecta con el resto del universo a través de un único rayo, una línea unidimensional que se conecta con todos los demás filotes en su estructura inmediata más pequeña: un mesón. Todas las hebras de los filotes de esta estructura están entrelazados en un único hilo filótico que conecta el mesón a la siguiente estructura superior…, un neutrón, por ejemplo. Los hilos del neutrón se entrelazan en una hebra que lo conecta con todas las otras partículas del átomo, y luego las hebras del átomo se entrelazan en la cuerda de la molécula. Esto no tiene nada que ver con fuerzas nucleares o gravitatorias, ni con enlaces químicos. Por lo que sé, las conexiones filóticas no hacen nada. Simplemente, están ahí.
—Pero los rayos individuales están siempre ahí, presentes en los lazos —objetó Valentine.
—Sí, cada rayo continúa eternamente —respondió la pantalla.
Le sorprendió (y a Jakt también, a juzgar por la forma en que sus ojos se ensancharon) que el ordenador pudiera responder inmediatamente a lo que Valentine había dicho. No era sólo una conferencia preseleccionada. El programa tenía que ser bastante sofisticado, para simular tan bien el rostro y la voz de Miro, y responder como si estuviera simulando también su personalidad…
¿O había introducido Miro alguna clave en el programa? ¿Había subvocalizado la respuesta? Valentine no lo sabía: había estado contemplando la pantalla. Ahora se dedicaría a observar al propio Miro.
—No sabemos si el rayo es infinito —dijo Valentine—. Sólo sabemos que no hemos encontrado dónde termina.
—Se entrelazan, forman un planeta entero, y el lazo filótico de cada planeta se extiende hasta su estrella, y cada estrella hasta el centro de la galaxia.
—¿Y adónde va el lazo galáctico? —dijo Jakt.
Era una vieja pregunta: los escolares la preguntaban cuando estudiaban por primera vez filótica en el instituto. Igual que la vieja especulación de que tal vez las galaxias eran en realidad neutrones o mesones en un universo mucho más vasto, o la vieja pregunta: si el universo no es infinito, ¿qué hay más allá del borde?
—Sí, sí —se impacientó Miro. Esta vez, sin embargo, habló con su propia boca—. Pero no es ahí donde quiero llegar. Quiero hablarles acerca de la vida.
La voz computadorizada (la voz del brillante joven) tomó el relevo.
—Los lazos filóticos de las sustancias como las rocas o la arena conectan todas directamente desde cada molécula al centro del planeta. Pero cuando una molécula se incorpora a un organismo vivo, su rayo cambia. En vez de extenderse al planeta, se entrelaza con las células del individuo, y los rayos de una célula se unen de forma que cada organismo envía una sola fibra de conexiones filóticas para enlazarse con la cuerda filótica central del planeta.
—Esto demuestra que las vidas individuales tienen algún significado en el ámbito de la física —dijo Valentine. Había escrito un ensayo sobre el tema una vez, tratando de despejar parte del misticismo que se había creado en torno a los filotes al mismo tiempo que lo usaba para sugerir una visión de formación comunitaria—. Pero no hay efectos prácticos, Miro. No se puede hacer nada con ello. El enlace filótico de los organismos vivos simplemente existe. Cada filote está conectado a algo, y a través de eso a otra cosa, y luego a otra más…, las células vivas y los organismos son simplemente dos de los puntos donde pueden hacerse esos enlaces.
—Sí —admitió Miro—. Lo que vive, se entrelaza.
Valentine se encogió de hombros, asintió. Probablemente no podía demostrarse, pero si Miro lo quería como premisa en sus especulaciones, muy bien.
El Miro del ordenador volvió a hablar.
—He estado pensando en la capacidad de resistencia del enlace. Cuando una estructura enlazada se quiebra, como cuando se rompe una molécula, el viejo enlace filótico permanece durante un tiempo. Fragmentos que ya no están físicamente unidos continúan conectados fllóticamente. Y cuanto más pequeña es la partícula, más dura es esa conexión después de haberse roto la estructura original, y más lentamente cambian los fragmentos para establecer nuevos enlaces.
Jakt frunció el ceño.
—Creía que cuanto más pequeñas eran las cosas, más rápido sucedía todo.
—Es contraintuitivo —intervino Valentine.
—Después de la fisión nuclear, los rayos filóticos tardan horas en volver a unirse —prosiguió el Miro —ordenador—. Rompan una partícula más pequeña que un átomo, y la conexión fllótica entre los fragmentos durará mucho más que eso.
—Que es como funciona el ansible —añadió Miro.
Valentine lo observó con atención. ¿Por qué hablaba unas veces con su propia voz y otras a través del ordenador? ¿Estaba el programa bajo su control, o no?
—El principio del ansible es que si se suspende un mesón en un campo magnético poderoso —dijo el Miro-ordenador—, si se rompen y se separan las dos partes todo lo que se quiera, el enlace filótico seguirá conectándolas. Si un fragmento gira o vibra, el rayo entre ellos gira y vibra, y el movimiento es detectable al otro extremo exactamente en el mismo momento. Los movimientos se transmiten a lo largo de todo el rayo de forma instantánea, aunque los dos fragmentos estén separados a años luz. Nadie sabe por qué funciona, pero nos alegramos de que así sea. Sin el ansible, no habría ninguna posibilidad de comunicación significativa entre los mundos humanos.
—Demonios, no hay ninguna comunicación significativa ahora tampoco —gruñó Jakt—. Y si no fuera por los ansibles, no habría ninguna flota dirigiéndose a Lusitania.
Valentine no atendió a Jakt. Estaba observando a Miro. Esta vez lo vio mover los labios y la mandíbula, leve, silenciosamente. De inmediato, después de que subvocalizara, la imagen computadorizada de Miro volvió a hablar. Estaba dando órdenes. Fue absurdo por su parte pensar lo contrario: ¿quién más podía estar controlando el ordenador?
—Es una jerarquía respondió la imagen—. Cuanto más compleja es la estructura, más rápida es la respuesta al cambio. Parece como si cuanto más pequeña fuera la partícula, fuese más estúpida, o más lenta en comprender el hecho de que ahora forma parte de una estructura diferente.
—Ahora estás antropomorfizando —advirtió Valentine.
—Tal vez —convino Miro—. Tal vez no.
—Los seres humanos. son organismos —continuó la imagen—. Pero los enlaces filóticos humanos van más allá que los de ninguna otra forma de vida.
—Ahora estás hablando de eso que surgió en Ganges hace mil años —observó Valentine—. Nadie ha podido obtener resultados fiables de esos experimentos.
Los investigadores, todos hindúes, todos devotos, sostenían haber demostrado que los enlaces filóticos humanos, contrariamente al de otros organismos, no siempre se extienden de forma directa al núcleo del planeta para enlazarse con toda la otra vida y materia. En cambio, sostenían que los rayos filóticos de los seres humanos con frecuencia se entrelazaban con los de otros seres humanos, a menudo con sus familias, pero a veces entre maestros y estudiantes, y en ocasiones entre colaboradores cercanos, incluyendo los propios investigadores. Los gangeanos concluyeron que esta distinción entre humanos y otro tipo de vida animal o vegetal demostraba que las almas de algunos humanos se situaban literalmente en un plano superior, cercano a la perfección. Creían que los Perfectos se habían convertido en uno al igual que toda la vida era una con el mundo.
—Todo es muy místico y muy agradable, pero nadie excepto los hindúes de Ganges se lo toman ya en serio.
—Yo lo hago —acotó Miro.
—A cada uno lo suyo —dijo Jakt.
—No como religión —replicó Miro—. Como ciencia.
—Te refieres a la metafísica, ¿no? —preguntó Valentine.
Fue la imagen de Miro quien respondió.
—Las conexiones filóticas entre las personas son las que más rápidamente cambian, y los gangeanos demostraron que responden a la voluntad humana. Si tienes fuertes sentimientos que te atan a tu familia, entonces vuestros rayos filóticos se entrelazarán y seréis uno, exactamente de la misma forma que los distintos átomos de una molécula son uno.
Era una idea agradable. A Valentine se lo había parecido cuando la oyó por primera vez, tal vez hacía dos mil años, cuando Ender hablaba en nombre de un revolucionario asesinado en Mindanao. Entonces, Ender y ella especularon sobre si las pruebas gangeanas demostrarían que ellos estaban entrelazados, como hermano y hermana. Se preguntaron si esa conexión habría existido entre ambos cuando eran niños, y si había persistido cuando Ender fue llevado a la Escuela de Batalla y estuvieron separados durante seis años. A Ender le complació la idea, igual que a Valentine, pero después de aquella conversación el tema no volvió a surgir. La noción de conexiones filóticas entre personas quedó almacenada en la categoría de ideas lindas en su memoria.
—Es bonito pensar que la metáfora de la unidad humana podría tener una analogía física —admitió Valentine.
—¡Escuche! —dijo Miro.
Al parecer, no quería que descartara la idea como meramente «bonita».
Una vez más, la imagen habló por él.
—Si los gangeanos tienen razón, entonces cuando un ser humano elige un lazo con otra persona, cuando se compromete con una comunidad, no es sólo un fenómeno social. Es también un hecho físico. El filote, la partícula física más pequeña concebible, si podemos considerar algo que no tiene masa ni inercia física, responde a un acto de la voluntad humana.