Solo quería hacérselo recitar otra vez. Se estaba divirtiendo de lo lindo viendo como Luz se contenía cuando lo que en realidad quería era mandarle a la mierda en todos los idiomas que sabía.
—Está todo apuntado en la hoja informativa. ¿Sabe o no sabe leer? —se le encaró ella.
—¿No podría acompañarme? Soy muy malo para orientarme.
A Luz se le escapó un suspiro desesperado y bajó la vista para seguir con su trabajo, haciendo como si no hubiera escuchado la última pregunta.
—Encantada de haberle sido útil —comentó sin despegar los ojos de la pantalla del ordenador.
—Gracias, señorita Rencorosa.
Luz tuvo que sujetarse a la silla para no arañarle cuando le escuchó pronunciar la última palabra. Le miró con firmeza y Martín estuvo seguro de que lo siguiente sería sentir cómo se desintegraba poco a poco bajo aquella mirada incendiaria.
Pero se equivocó. Ella estaba decidida a que aquel engreído estúpido, que además se creía gracioso, no la sacara de sus casillas.
—Vuelva cuando quiera —añadió muy despacio.
—No lo dude —contestó él con un guiño.
Cuando Martín desapareció de su vista, suspiró más tranquila.
Pero ¿este tipo no se había marchado a su país? ¿Qué demonios hace aquí otra vez?
En ese instante, Leire se asomó a la puerta de su despacho.
—¿Has llenado la cafetera? —preguntó mientras se dirigía a un mueble que había debajo de la ventana.
—No he tenido tiempo. Llevo todo el día revisando unos datos que me ha pasado Julio —contestó a la vez que hacía amago de levantarse.
—No te muevas. Ya la lleno yo.
En eso habían ganado con el cambio de trabajo. Habían desterrado los horripilantes cafés de máquina tomados en vasos de plástico y ahora bebía hogareños cafés servidos en tazas de porcelana.
—Hoy es un día tranquilo. No he visto a nadie en toda la tarde.
—Sí, muy tranquilo —contestó Luz vacilante.
¿Le contaba o no le contaba que Martín andaba por ahí? A Leire aquel tipo le caía bien y sabía que, si se lo decía, iba a tener que tragar con él el resto de la tarde y parte de la noche. Aunque tenía que reconocer que el día de Itziar hasta acabó por parecerle un buen tipo. Recordó haber pensado que a él le debía haber contribuido a reforzar su propia personalidad, pero de ahí a olvidarse de un plumazo toda la animadversión que había acumulado en su contra durante aquellos años había un largo trecho.
No, no se lo diría, decidió justo en el momento en el que un fuerte olor a café inundaba la oficina.
Leire se bebió la mitad del tazón en su despacho y, después, se marchó. Tenía muchas cosas que hacer.
—Eso, ponte a trabajar y deja de haraganear —la despidió Luz.
En buena hora. Un segundo más tarde, volvió escuchar sus pasos apresurados. Regresaba.
Se le habrá olvidado algo
.
—¡Mira con quién me he encontrado!
Luz levantó la vista. Se hacía una idea más que aproximada a quién le traía.
—¡Qué ilusión! —dijo con expresión de haberse tragado una guindilla.
—¡A que sí!
No hizo amago de levantarse a saludar. Sabía que su amiga estaba intentando forzar la situación. Ella no era tonta ni Leire la ingenua que hacía ver.
—¿Vas a quedarte por aquí mucho tiempo? —preguntó Leire a Martín.
—Todavía me llevará un rato lo que he venido a hacer —dijo echando a Luz una mirada provocadora.
Esta miró el reloj.
—¡Estupendo! Entonces terminamos unas cosas y lo dejamos por hoy.
—Yo he quedado con... —Luz miró a su alrededor buscando una salida y sus ojos se posaron en las hojas del calendario—. Con Domingo para ir al cine.
—Domingo, ¿qué Domingo?
—Un amigo. No le conoces.
—No me habías dicho nada —comentó Leire perpleja.
—Se me habrá olvidado comentártelo.
—Bueno, pues en ese caso, no contamos contigo. —Se giró hacia Martín—. Dejo unas cosas acabadas y te busco. David está a punto de llegar. Podemos ir a cenar algo al puerto deportivo.
—Perfecto —afirmó él. Se volvió hacia Luz para despedirse—. Que lo pases bien en el cine y suerte con... ¿se llamaba Sábado?
Luz hubiera preferido revolcarse desnuda en un campo de ortigas antes que ver aquella irritante sonrisa bailando en medio de su cara.
• • •
—Tenías que haber venido. Lo pasamos francamente bien. Martín tiene una conversación muy entretenida —contaba mientras recorrían el jardín que separaba la casita de Leire de la mansión que alojaba la sede de la Fundación.
Luz comenzaba a pensar que tenía razón. Tenía que haber ido, de esa manera se habría ahorrado comenzar el día escuchando alabanzas sobre él.
—Ya me lo imagino. Os habrá contado con pelos y señales la glamurosa vida que llevaba en New York —masculló Luz— y la cantidad de chicas que pasaban por su cama todas las noches.
Su amiga la sujetó del brazo e hizo que se detuviera. Se le iluminaron los ojos.
—Estás celosa —afirmó.
—¿Estás loca? —exclamó Luz a la vez que daba un tirón para soltarse—. ¿Celosa yo de ese pretencioso cargante?
—Martín no es ni pretencioso ni cargante. Y lo sabes.
Pero Luz no escuchaba.
—Además, ¿por qué iba yo a estar celosa de un tipo que no tiene nada que ver conmigo? —añadió molesta y echó a andar con el bolso apretado contra su pecho, sin esperar contestación.
¡Celosa!
—Y además tienes envidia de que él haya recorrido medio mundo mientras que tú, al igual que yo, no hayas ido más allá de lo que se tarda en gastar el depósito de la gasolina de un coche —le gritó Leire desde el lugar donde la había dejado.
Luz no le hizo ni caso y siguió adelante con la pose más digna que pudo poner.
¡Celosa!
, se repitió al pisar cada uno de los escalones de acceso a la casona.
¡Celosa!
, volvió a pensar cuando metió la llave en la cerradura de la puerta principal y desactivaba la alarma.
¡Celosa yo!
Tenía muy claro dos cosas. Una, que no tenía el más mínimo interés por semejante individuo, y dos, que a su amiga cumplir años le sentaba fatal.
¡Celosa!
Y se hubiera pasado toda la mañana dándole vueltas al tema si no llega a ser porque dos minutos después de sentarse en la silla y colocar los pies sobre el reposapiés que tenía debajo de la mesa, su jefe apareció por la puerta.
—¿Tienes un momento?
Cuando aquel hombre, calvo y con una incipiente barriga, pronunciaba aquellas tres palabras, el momento se solía convertir en muchos minutos y varios encargos a realizar en un breve plazo de tiempo.
Luz evitó un suspiro. Resignada, cogió la libreta que tenía en el primer cajón del escritorio y se puso en pie.
—¿Prefieres que suba al despacho?
—No —comentó él mientras se sentaba en una de las sillas dispuestas para los visitantes en busca de información—. Voy con prisa. Tengo que acercarme a la oficina de Bilbao a presentar el informe mensual —añadió señalando el maletín en el que llevaba el ordenador portátil.
—Tú dirás —le alentó ella mientras regresaba a su sitio y se disponía a escribir.
—Acabo de mandarte un correo electrónico con los datos de un nuevo colaborador de la Fundación. Va a ayudarnos con el diseño de parte de la nueva documentación interna y los folletos. Necesito que prepares su contrato. He indicado que te manden un correo con un modelo —indicó.
Luz levantó la cabeza.
—Perdona, Julio, pero ¿por qué hacemos nosotros esto? Ese es trabajo de la Central.
—Al parecer el hombre prefiere acercarse aquí ya que no va a pasar por Bilbao para nada. Así que me han pedido que nosotros nos hagamos cargo. —Hizo un gesto de desdén—. Supongo que se cree uno de esos genios snobs.
—Y ahora me marcho que llego tarde —indicó mientras se levantaba con rapidez.
—¿Nada más? —se extrañó ella.
—Sí, encima de mi mesa he dejado un par de carpetas con varios asuntos. Échales un vistazo. Te he enviado un correo con las instrucciones. Síguelas —le ordenó—. Lo necesito todo para esta misma mañana —añadió antes de salir.
Para esta mañana. ¿Y por qué no mejor para anteayer? Ya me parecía a mí que hoy no me iba a ir de rositas
.
Luz lo observó desaparecer e hizo una mueca burlona.
Todos los jefes eran iguales. Unos incapaces para organizar su propio trabajo y unos linces a la hora de desorganizar el de los demás solo con decir las palabras mágicas:
Lo quiero para ya
.
Pulsó el botón de encendido del ordenador y esperó a que saliera la ventanita de colores y la pantalla de identificación.
luz.ramos
escribió cuando le pidió su nombre de usuario.
¡Pero qué poco originales son estos informáticos!
Menos mal que ella paliaba semejante despliegue de imaginación con contraseñas apropiadas como
meimportaunbledo, estoyhastaelmoño
y
yupivacaciones
que alternaba de vez en cuando, tal y como marcaba la normativa oficial que le habían entregado el primer día de trabajo.
Al fin, apareció en la pantalla el logo corporativo. Una gran F azul y gris.
Más triste que pegar a un padre
. Nada de fotos de paisajes ni mucho menos del hijo o del sobrino bañándose en la piscina.
Pinchó el icono que abría el correo electrónico. El reloj de arena comenzó a dar vueltas y vueltas y vueltas y vueltas y vueltas y vueltas y más vueltas. Y siguió dando vueltas y vueltas.
—Odio estos cacharros —dijo en voz alta.
Pero se contuvo para no darle una patada, no fuera que su primer sueldo se redujera a la mitad para pagar el arreglo de aquel chisme.
Apretó el botón de encendido con saña y se levantó irritada. Subiría a buscar los papeles que Julio le había indicado mientras a aquel trasto arrancaba de una vez.
Se entretuvo en el piso de arriba más de lo debido y no bajó hasta un cuarto de hora más tarde. Llevaba las manos ocupadas con las dos supuestas carpetas, que se habían convertido como por encantamiento en cinco grandes portafolios, y cuando entró en su despacho descubrió que tenía un visitante.
—¿No tienes casa? —comentó con desdén mientras pasaba junto a él.
Martín ni se inmutó.
—Buenos días —contestó él con amabilidad.
Luz depositó las carpetas sobre la mesa con un golpe y se dejó caer en la silla con gesto de fastidio. Aunque su intención era que pareciera que su presencia le resultaba totalmente indiferente, los nervios la traicionaron. Miró hacia arriba con idea de intimidarlo, pero la que se quedó pasmada fue ella cuando lo vio en toda su plenitud. Vestido de negro de arriba abajo resultaba un magnífico ejemplar de la condición masculina. En eso tenía que darle la razón a Leire. Aquel hombre estaba como un tren.
—Creo que tienes algo para mí —comentó él.
Su voz la devolvió a la realidad.
—¿Yo? Creo que te equivocas.
Martín se había sentado delante de ella y, a su misma altura, ya no le pareció tan imponente. Aprovechó para recuperar su serenidad.
—Pues a mí me han dicho que pase por aquí para firmar un contrato.
Luz lo entendió todo.
¿Con qué esas tenemos?
Tenía delante al supuesto excéntrico que no quería tener nada que ver con la oficina central. Pues si se pensaba que se iba a divertir a su costa, iba apañado.
—Espera un momento —le dijo.
Y comenzó con la tarea de volver a encender el ordenador. Esta vez no le dio problemas.
Menos mal
. Odiaría tener apuros técnicos delante de él.
Seguro que además es de esos manitas que se llevan con la tecnología como si fueran de la familia
. Leyó el correo electrónico que Julio le había enviado con las indicaciones de lo que tenía que hacer con respecto al nuevo contrato. Revisó el resto de las líneas. El modelo enviado por la oficina central no había llegado.
Se va a enterar este
, se dijo mientras abría el procesador de textos y comenzaba a escribir.
Por momentos, levantaba los ojos del teclado para estudiar lo que estaba haciendo Martín. La primera vez, descubrió que él no le quitaba la vista de encima. De hecho, exhibía una absurda sonrisa en la boca.
¿Pero es que a ese tipo nada le borra la diversión de la cara?
La segunda vez, paseaba la mirada por los cuadros colgados de las paredes. La tercera, se había levantado y revisaba los folletos colocados al lado de la puerta en un revistero, y la cuarta, lo encontró detrás de ella, mirando por encima de su hombro.
—¿Haces el favor de quedarte sentado? —le preguntó enfadada mientras se esforzaba por tapar las letras de la pantalla.
—¿Te pongo nervioso? —susurró él demasiado cerca de su oído.
—No —aseguró Luz.
Martín dejó escapar una risa ahogada, pero, por fortuna, le hizo caso y regresó a su sitio.
Cuando tuvo el documento listo, seleccionó la impresora y pulsó la tecla de
Aceptar
. Y se dispuso a ver la cara que se le quedaba cuando leyera el maravilloso acuerdo que estaba a punto de firmar.
Su jefe hizo su aparición en el mismo instante en el que Luz cogía las hojas de la impresora.
—He tenido que volver porque se me ha olvidado... —se interrumpió al ver a Martín—. Usted debe ser Martín Oteiza. Encantado de conocerle. Supongo que mi secretaria le estará preparando su contrato. ¿Es este? —dijo acelerado al tiempo que le quitaba los papeles de las manos y comenzaba a leer—.
En Getxo, a 16 de enero de 2005, se acuerda entre la Fundación... con domicilio en la calle bla, bla, bla y el
Sr. Batman
con domicilio en
Cueva de los murciélagos...
—agitó los folios delante de su cara—. Pero ¿qué broma es esta?
¿Era su imaginación o Julio se estaba poniendo verde por momentos?
¡Ay, madre! ¡La que se va a armar!
—Esto no es más que una tontería que le he pedido yo a la señorita que me imprima —intervino Martín muy serio mientras tiraba del contrato con firmeza. Luz observó con alegría cómo lo hacía pedazos—. Siento el malentendido y espero no haber puesto a la señorita en un aprieto. Ella solo atendía la solicitud que yo le había formulado —se disculpó con gesto de arrepentimiento—. Ahora mismo iba a proceder a la redacción del contrato real.
Mientras tanto, Luz seguía sentada en la silla. Se había quedado paralizada. Incapaz de articular palabra, lo único que esperaba era que Martín fuera lo bastante convincente y que Julio no diera demasiada importancia a aquella broma tonta. La mala noticia era que su jefe tenía el mismo sentido del humor que una mofeta y ella hacía solo un mes que había colocado su taza para el café encima de aquella mesa.