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Authors: Ana Iturgaiz

Tags: #Romántico

Es por ti (19 page)

BOOK: Es por ti
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—También sé dar masajes —manifestó rozando sus pezones con la punta de una uña.

Él dio un respingo de placer y, antes de que se hubiera repuesto de la sorpresa, ella le obligó a alzar los brazos y le subió la camiseta hasta conseguir sacársela por la cabeza. La dejó caer a sus pies con indolencia, donde formó un montón junto a la cazadora. Por un momento, se preguntó qué habría sucedido si él hubiera llevado camiseta interior. Se le escapó una risita tonta antes de acordarse de su desafortunada relación anterior y en cómo había finalizado. Luz se obligó a olvidarse de aquello y a concentrarse en su tarea. Que era, ni más ni menos, el deleite de recorrer cada uno de los poros de su piel.

Se recostó sobre él para abarcarlo entero. Sus pezones se irguieron hirsutos, constreñidos debajo del sujetador. Pero el roce de la tela contra ellos no era suficiente.

Debió de aflojar la presión de las manos en su espalda porque él se quejó.

—Como masajista creo que no me interesas. Se necesita un poco más de fuerza.

—Puedo intentar paliarlo —sugirió mientras le clavaba las uñas en la espalda y le dejaba marcados unos profundos surcos.

—Um, puedo replanteármelo. ¿Sabes hacer alguna otra cosa?

—Sé desnudar a un hombre.

Mordió la aspereza de su barbilla y la recorrió con la lengua. Dirigió las manos al botón metálico del pantalón e hizo presión hasta que lo soltó.

—Creo que nos vamos entendiendo —confirmó Martín con voz ahogada cuando notó cómo se le aflojaba el cuarto botón de la bragueta y el pantalón se deslizaba hasta quedar colgado de las caderas.

—Y sé conseguir que al finalizar el trabajo, te marches contento con el deber cumplido.

Martín hundió las manos en la rojiza melena y la atrajo hacia sí. Exploró su boca con ansiedad. Labios, lengua, dientes y de nuevo sus labios, exigiéndole el pago de lo prometido.

—La balanza se está inclinando muy a tu favor —aseguró mientras terminaba de recorrer el perfil de sus labios con pequeños y excitantes mordiscos—. Si te sigue interesando, el puesto es tuyo.

Luz lo apartó de ella juguetona y se acercó al sofá con los brazos cruzados.

—Pues ahora, la que no está muy convencida, soy yo —dijo con voz seria. Se giró para ponerse delante de él—. Ahora es tu turno. ¿Qué es lo que me ofreces?

Martín comprendió que ahora le tocaba a ella tirar los dados y se acercó con paso perezoso.

—Te ofrezco una buena compensación en especie.

La empujó levemente. Ella dio un paso atrás, todavía con los brazos entrelazados.

—¿Y?

—Y una sesión de ejercicio. Es ideal para activar el organismo y quitarse el estrés.

Otro empujón. Otro paso atrás.

—Suena bien.

—Y tratamiento termal con masaje incluido —añadió mientras le soltaba los brazos y le sacaba el jersey por la cabeza.

—No está mal.

Luz tropezó con el brazo del sofá. Se movió a un lado, para esquivarlo y seguir retrocediendo, sin embargo, él no estaba dispuesto a dejarla escapar. La abrazó y enroscó su pierna entre las suyas. Ella aterrizó sobre las mullidas almohadas, con él encima.

—He dejado lo mejor para el final.

—¿Y es?

—Un paseo por las nubes.

Ella no pudo evitar reírse.

—¿No eres un poco engreído?

—Es para compensar lo de la otra vez.

Después del fin de semana en la casa rural, aquella era la primera referencia a lo que había sucedido entre ellos ocho años antes. Y Luz descubrió que la amnesia se había apoderado de ella y que el resentimiento que había almacenado durante todos aquellos años se había esfumado como la niebla matinal en un día de verano. Su memoria se cerró a cualquier otra cosa que no fuera el aquí y el ahora.

—Confío en que la espera haya valido la pena —comentó risueña mientras le rodeaba la cintura con las piernas.

—Yo también.

Y procedió a demostrárselo.

• • •

Quería más. Lo quería todo.

Quería volver a tenerla a su merced y que le rogara que explorara cada uno de los poros de su piel. Quería que sus pezones se inflamaran de nuevo bajos sus pellizcos y sentir cómo se le erizaba el vello cuando la rozaba. Quería volver a mirarle a los ojos cuando estuviera a punto de explotar e intuir el momento exacto en el que se escapara su consciencia. Inundar sus manos con la maraña de su pelo y tirar de él para obligarla a observarle mientras le lamía los senos. Recorrer con la lengua el descendente camino hacia su pubis y sumergirse en él. Enterrar sus dedos, palpar sus cavidades más secretas y sentir su suavidad.

Y seguir y seguir. Para no acabar nunca.

Le dieron ganas de despertarla y hacerle todo aquello que le pasaba por la mente. Quería que ella lo embrujara, igual que había hecho horas antes.

La luz de la calle entraba por la ventana. No habían bajado las persianas. Ninguno de los dos había estado para fijarse en aquellos detalles cuando entraron en el dormitorio. Tuvo que esforzase para ver las manecillas del reloj. Las cinco y diez de la mañana. Todavía quedaban unas horas antes de separarse de ella. Un escalofrío recorrió su cuerpo.

Sacó el brazo de entre la sábana y tiró hacia arriba del edredón. Depositó un beso sobre su clavícula antes de tapar sus hombros, que habían quedado al descubierto. Se sorprendió de su propia reacción. De nuevo estuvo tentado a despertarla. Decidió volver a dormirse. Se acomodó de nuevo, se amoldó a ella y se cobijó al calor que su cuerpo desprendía.

Cuando pasó un brazo por encima de su cintura, sus dedos rozaron el pezón de uno de sus senos y lo sintió reaccionar. Sonrió en la penumbra.

Hasta dormida respondía a sus caricias.

• • •

Luz abrió la puerta del baño con sigilo y depositó lo que llevaba entre las manos sobre la encimera del lavabo. Lo único que la separaba de él era la frágil cortina color lavanda. Escuchó el repiqueteo del agua sobre el plástico, la apartó un poco y entró con rapidez.

Martín abrió los ojos sobresaltado.

—¡Me has dado un susto de muerte!

—¿Acaso pensabas que estabas en el motel Bates y que Norman venía a asestarte la puñalada final? —se burló Luz desnuda delante de él.

Se llevó la taza a la boca y bebió un sorbo sin apartar la vista de aquel cuerpo mojado. Ahora que lo veía por entero y a la luz del día, reconocía que era un ejemplar magnífico. Y lo mejor era que lo tenía allí mismo, con solo alargar el brazo, disponible para ella en exclusiva.

Martín siguió sus manos y descubrió lo que sujetaba entre ellas. Los brazos tapaban su busto. Por la piel de su escote comenzaban a deslizarse las gotas que salpicaban sobre él y alcanzaban el cuerpo femenino.

—¿Te has traído el café a la ducha?

—¿Por qué no?

—Porque se está aguando entero.

—Me gusta ligero.

Martín no pudo hacer otra cosa que reírse. Con aquella mujer no se aburría. No había un solo momento que dejara de sorprenderle. Cuando parecía que las cosas se normalizaban y ella se comportaba como cualquier hijo de vecino, aparecía con alguna nueva ocurrencia y lo descolocaba otra vez.

—Estás loca.

—¿Yo? —añadió con inocencia a la vez que sacaba la mano por el hueco de la cortina para volverla a meter con otra humeante taza—. Enloquece conmigo —le susurró con voz sensual.

En cuanto Martín cogió el desayuno y lo acercó a sus labios, el café se convirtió en agua enlodada y comenzó a desbordarse. Se apartó de la cebolleta de la ducha y se pegó a Luz, que seguía de pie al otro extremo de la bañera. La sujetó con fuerza de la cintura y sus cuerpos quedaron unidos de la cintura para abajo.

—Esto es un asco.

—Tómatelo —le urgió ella mientras le dirigía el brazo hacia la boca para obligarle a dar un sorbo.

—¿No has traído magdalenas? —preguntó divertido.

—Demasiadas migas —fue la respuesta de Luz.

Martín se atragantó y comenzó a toser.

—Esto es un intento de asesinato en toda regla —la acusó cuando recobró el resuello y pudo articular palabra.

—Esto es pura necesidad. Necesitamos estar bien despiertos para lo que nos aguarda.

—Bien, pues ya me he despertado. Y ahora ¿qué?

Luz le quitó la taza y la dejó dentro del lavabo junto a la suya.

—Y ahora... esto.

Sujetó a Martín por encima de los codos y lo hizo girar para colocarlo de espaldas a ella y de cara a la pared. Él levantó la cara hacia el chorro de agua y se dispuso a disfrutar del momento.

Sintió los brazos de Luz rodearle la cintura a la vez que notaba como se adaptaba a su cuerpo. El embate que le llegó desde atrás lo obligó a sujetarse con las manos en la pared. Ella apretaba las caderas contra sus nalgas como si quisiera penetrarle y absorber todos los secretos. Él dejó escapar su voluntad y se rindió ante su asalto, dispuesto a ser el prisionero perfecto.

Se le escapó un jadeo involuntario. Que fuera ella la que tomara la iniciativa —
y con semejante ímpetu—
, le excitó más de lo estaba dispuesto a asumir delante de cualquiera.

Sus manos aparecieron de la nada recorriendo todo su contorno y se adherían a su ser como hojas de hiedra a una pared. Tan pronto las encontraba transitando por su pecho como las advertía visitando su abdomen o investigando los resquicios de su trasero. Había breves momentos en los que el contacto desaparecía por completo y una ansiedad desconocida le subía hasta la garganta. Pero aquella sensación desaparecía tan pronto como sus dedos lo rozaban de nuevo.

Una de las veces, la espera se le hizo interminable y pensó que todo había acabado.

Pero estaba muy equivocado.

Sentir el filo de sus uñas trazando la línea de su vello púbico fue una verdadera tortura. Los movimientos circulares de sus dedos descendiendo hacia su masculinidad no hicieron sino dar alas a todas las fantasías. Mantuvo la respiración al notar cómo avanzaba por su miembro y llegaba hasta la cumbre, donde se detuvo un instante, solo para bajar de nuevo.

Martín contuvo la frustración al notar que sus dedos se alejaban, sin embargo, no pudo evitar que se le escapara un gruñido.

—Impaciente —le acusó ella con voz voluptuosa a la vez que empuñaba sus testículos con delicadeza y los apretaba con suavidad.

Se quedó allí un rato, a su espalda, jugueteando con él, hasta que decidió que ya era suficiente. De ninguna de las maneras iba a dejar que se escapara tan pronto, sin ella. Se coló por debajo de su brazo y se puso delante de él. Martín intentó atraparla contra los azulejos, pero ella se le escurrió de nuevo entre los brazos para agacharse a sus pies. A punto estaba de mirar lo que hacía cuando la escuchó de nuevo.

—Cierra los ojos.

Él obedeció. Sintió como ella cambiaba las manos por la esponja y comenzaba a enjuagarle las piernas. Debía de haber puesto el tapón porque notó como el agua comenzaba a subirle por el empeine, y... no pudo pensar más.

Ella continuaba con las exigencias. Le obligó a levantar un pie y comenzó a lamerlo. Él quiso derretirse, fundirse con el agua y dejarse llevar. Pensar en su lengua recorriendo el resto de su piel y deteniéndose en cada uno de sus dedos, lo hizo afianzarse a su propio cuerpo y a las oleadas de placer que lo anegaban cada vez que ella lo tocaba, cada vez que ella lo acariciaba, cada vez que ella respiraba sobre él.

La sintió alzarse y colarse entre sus brazos hasta estar a su altura. Abrió los ojos y la encontró junto a él, con la boca rozando la suya mientras sus manos volvían a jugar con sus caderas y los pliegues de sus ingles.

—Espérame —susurró ella y al hacerlo una cascada de agua brotó de entre sus labios y se deslizó en el hueco de sus pechos.

Martín no estaba seguro de poder obedecerla. Todavía tenía las manos apoyadas en los azulejos. Quería abrazarla y apretarse contra ella, pero no estaba seguro de que las piernas le sujetaran si se soltaba. No con aquella sensación de languidez flotando a su alrededor.

Como si ella intuyera que estaba a punto de caer, lo sujetó por los codos y lo empujó hacia atrás con suavidad.

—Túmbate.

Y él obedeció de nuevo. El agua le cubría las piernas y dejaba al descubierto el resto de su cuerpo. Ella tardó unos segundos en seguirle. Vio cómo manipulaba los mandos y la lluvia dejó de caer.

En ese momento de impás, Martín se concentró en su figura y la echó de menos. La cogió de la mano y la incitó a descender. Luz se sentó entre sus piernas, de espaldas a él, y echó la cabeza atrás, hasta apoyarla en su hombro. Cuando Martín comenzó a morderle la curva del cuello, la enardecida iniciativa de la que había hecho gala hasta entonces desapareció de su cerebro y una incontrolable pesadez se apoderó de sus párpados.

Mientras trazaba círculos por el irregular borde de la aureola de sus pechos, Martín pensó que le encantaba la sensación de ser él la causa de su fogosidad. Sentirse dueño de la voluntad de aquella mujer le encumbraba a la euforia. Era casi tan excitante como lo que ella había provocado en él momentos antes. Y decidió que era el momento de devolverle, una a una, todas las torturas.

Sus manos se separaron para abarcar los puntos posibles de placer. Una leve presión en su feminidad fue suficiente para que Luz se arqueara y elevara las caderas. Se recostó contra él y su cuerpo se hundió aún más. Ante la sola sensación del agua lamiendo la cima de su placer estuvo a punto de dejarse llevar; a punto de echar a volar. Sin embargo, una cosa tenía clara: no se iba a marchar sola.

No, cuando aquella podía ser la última vez que veía la expresión de delirio en su cara.

Tomó una decisión. Se puso de pie, descorrió las cortinas y sacó una pierna fuera. Cuando volvió a entrar, él la miraba con cara de sorpresa.

¿Pensaba que se iba a largar?

Para acallar sus miedos, levantó la mano con un sobrecito cuadrado de plástico azul en la mano.

Él sonrió, ya más tranquilo.

—Estás preparada para todo.

—Soy una chica moderna.

—Me alegra de que lo seas.

Ponerle el condón formó parte del juego. Lo intentó primero con la boca y después lo acabó de deslizar con la mano hasta la base de su vientre. Cuando Luz, de rodillas, se sentó sobre él y bajó despacio, dejó inflamar su cerebro con las fascinantes sensaciones que enviaban todas las terminaciones nerviosas que su miembro atravesaba dentro de ella. Cabalgar sobre él fue tan refrescante como dar un trago de agua fría en una tarde calurosa de verano y tan delicioso como llevarse a la boca un dedo untado en nata, robada a hurtadillas de una pastelería. Se movió cada vez más deprisa hasta que vio como Martín se abandonaba a su propio placer y, solo entonces, se permitió unirse a él.

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