Es por ti (32 page)

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Authors: Ana Iturgaiz

Tags: #Romántico

BOOK: Es por ti
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Los ojos eran de un azul tan intenso como el mar de las Seychelles, la boca no parecía, como la suya, un volcán en erupción sino una barrera de corales, las perfectas manos parecían recién sacadas de unos guantes, las rodillas unas delicadas montañas, los pies daban la sensación de haber estado paseando por un playa del Caribe, acariciados por la arena blanca, y los hombros... estaba claro que habían sido esculpidos para ser la percha perfecta de vestidos con escote “palabra de honor”. Allí no había ni rastro de su pelo rojo ni de su piel morena ni de su uña rota ni de sobresalientes huesos ni, por supuesto, de la marca del bikini. Eran las fotos de una rubia y no de una pelirroja.

Cuando acabó de revisar la serie completa, volvió a empezar de nuevo.
Está claro que ha cambiado sus preferencias
, pensó entristecida mientras colocaba de nuevo las imágenes ordenadas en el mismo lugar de donde las había cogido. Pero al hacerlo, otra cosa llamó su atención: una carpeta amarilla sobre la que alguien había escrito de forma apresurada: Proyecto Álava.

Dudó si abrirla. Probablemente encontraría alguna de las fotos del fin de semana que habían pasado juntos y no tenía muy claro que aquel fuera el momento más apropiado para verlas. No sabía si le apetecía recordar los instantes en los estar junto a él fue lo único real de su vida. Pero ella era una persona muy curiosa.
Cotilla
, escuchó la voz de Leire.
Curiosa
, ratificó en alto en el instante en el que abrió la carpeta.

Otra decepción. Su cara tampoco aparecía por ningún sitio.
Está visto que ya no formo parte de su vida
. Ojeó con rapidez los papeles.
Será parte del trabajo que está haciendo para el Gobierno Vasco
. Sin embargo, en vez de fotos de paisajes y personas, solo aparecían imágenes religiosas o retablos de las iglesias que había podido ver en su periplo por la Rioja Alavesa. Luz recordaba que había disparado la cámara a diestro y siniestro y que había sacado muchas más fotos que las que allí había. Ella misma las había visto el domingo cuando regresaron.
El mismo día en el que él salió de mi vida
.

El dossier se complementaba con varios recortes de periódico. En la parte superior de cada uno de ellos, alguien —Martín, supuso— había escrito la fecha en la que habían sido publicados.
Párroco consigue ahuyentar a ladrones
, rezaba el primero de ellos con la anotación cinco de noviembre.
Atentado contra patrimonio religioso
aparecía en otro del doce de diciembre. El titular
¿Nuestro patrimonio histórico en peligro?
pertenecía a un periódico del ocho de febrero. Revisó unas pocas noticias más con rapidez.

Parece que es un tema que le interesa bastante
, pensó y evocó la conversación que habían mantenido mientras observaban el yacimiento de La Hoya. Él había defendido que vender obras de arte le parecía más lícito que abandonarlas en los sótanos de los museos.

¡Ay, madre, que me he liado con un ladrón!

• • •

—Veo que has encontrado las cosas para prepararte el desayuno —comentó Martín cuando vio a Luz sentada en su cocina con una taza en la mano.

Ella levantó la cabeza. Al fin se había dignado a aparecer.
Viene de estar con ella
, pensó cuando las palabras
tomorrow morning
de la noche anterior, volvieron a martillear su memoria.

—No tenía otro remedio —contestó con mirada enervada—. Me habían abandonado, en medio de la nada, con el estómago vacío.

—Deberías darme las gracias por haberte dejado las llaves en la puerta para que pudieras entrar.

Ella lo miró como si quisiera que se convirtiera en un simple charco de agua a sus pies.

—Gracias—dijo con voz tajante a la vez que alzaba la taza—, por esto y por obligarme a mentir a Leire y a mi jefe diciéndoles que estoy en la cama con un gripazo de muerte.

Martín miró el reloj. Eran ya las diez y media.

—Si nos vamos ahora, todavía llegas a media mañana —se ofreció—. Aunque creo que antes deberíamos hablar.

—¿Hablar? —preguntó Luz soltando una risa histérica—. Soy toda oídos.

Él se desembarazó del abrigo, lo tiró de cualquier manera sobre el respaldo del sofá y se aproximó al taburete que quedaba libre.

—Luz —murmuró mientras ponía las manos sobre sus rodillas. Ella se echó hacia atrás para alejarse. Le sería del todo imposible mantener una actitud distante si la rozaba siquiera. Él la miró con ojos doloridos e inspiró para aceptar la situación—. Hay una explicación.

—¿Sí? Estoy deseando escucharla —le animó con actitud burlona dejando el cacharro sobre la encimera y cruzándose de brazos.

—Lo de ayer, lo de sacarte de tu casa con tanta prisa... estoy metido en un asunto un poco especial.

—¿Cómo de especial?

—Es difícil de explicar.

—Deja que te ayude —se ofreció ella mordaz—. Te persigue la Interpol por haber entrado en el Palacio de Buckingham sin permiso. —Martín frunció el ceño—. ¡Ah! ¿Qué no es eso? Que otra cosa podría ser. Pensemos... —Se llevó la mano a la barbilla y puso cara de estar concentrada—. Eres un espía ruso y te has pasado los últimos años sacando secretos militares de los Estados Unidos en microfilms escondidos en el objetivo de la cámara. —Él se había quedado mudo ante aquel despliegue de sarcasmo—. ¡Ah! ¿Tampoco eso? ¿Acaso metes en el país animales exóticos y tienes un cargamento de saltamontes calvos en el maletero del coche?

Martín dudaba entre ponerla de patitas en la calle, en pijama como estaba, por hacerle la vida tan complicada o cogerla por los hombros y agitarla con todas las fuerzas para ver si recobraba la cordura. Al final hizo aquello de lo que siempre se arrepentía.

—Veo que es inútil intentar hablar contigo de nada que no seas tú misma. Esto de ponerle las cosas difíciles a todo el mundo, ¿lo haces adrede o te sale sin darte cuenta?

—Me sale cuando a mí me da la gana.

—Pues yo debo de ser el saco con el que te entrenas a diario para tu próximo combate de boxeo.

—Lo serías si fueras de los que aparecen cada día. Más bien eres el saco con el que me pongo en forma cada quince días, más o menos.

Martín contuvo el impulso de taparle la boca con la cinta americana que guardaba en uno de los cajones de la cocina. Así, al menos, lo dejaría explicarse. Luz le vio pasarse las manos por el pelo.
Está de los nervios
, pensó divertida. Si se pensaba que se quedaría sentada, escuchando sus ridículas disculpas, lo tenía claro. Le haría pasar por lo mismo que ella había sufrido aquellas dos últimas semanas. ¿Le contaría que eso de ser fotógrafo era una tapadera para su verdadero oficio de ladrón? Esperaba que no. No tenía ninguna gana de saber si el hombre que tenía delante, y por el que su cuerpo —que no su mente— suspiraba de vez en cuando, era un ladrón de guante blanco, rojo o negro. Lo único que le apetecía en aquel momento era torturarle un poco y verle desquiciarse con sus comentarios.

Martín se había sentado en el sofá y llevaba varios minutos sin decir palabra. Luz comenzó a recoger los utensilios que había utilizado para prepararse el desayuno. Puso la lata de las galletas encima de la balda, abrió la cafetera italiana y la colocó debajo del chorro del agua fría, localizó el jabón y el estropajo y fregó la taza que había utilizado. Haciendo todo el ruido que pudo. Pero él seguía allí sentado, dándole la espalda, como si estuviera completamente sordo.

—Me marcho —anunció mientras se encaminaba hacia la puerta.

Martín reaccionó; se levantó como impulsado por un resorte, le adelantó y se apoyó en la puerta.

—¿Adónde se supone que vas?

—A coger mi ropa para darme una ducha —dijo altanera poniéndose de puntillas delante de él para ponerse a su altura—. ¿O, además de tenerme encerrada, vas a impedir que me bañe? No te preocupes que pagaré todos los gastos que mi estancia te ocasione.

—Empieza —farfulló Martín que la cogió por la nuca y, atrayéndola hacia él, la besó con furia.

El asalto pilló a Luz desprevenida que se quedó con los brazos laxos a los lados del cuerpo. Después del primer ataque, Martín comenzó a aflojar la presión y Luz pudo notar cómo el calor de su boca y la suavidad de sus labios llenaban el vacío que tenía en su interior desde hacía dos semanas. Y se rindió al placer. La sensación que le recorrió el cuerpo fue tan intensa que olvidó cualquier cosa que hubiera pasado por su mente durante el último año. Era como flotar en el aire. Sus pies dejaron de tocar el suelo. Era como nadar en el universo. O saltar de una estrella a otra sin caerse. Nada de lo había a su alrededor era real. Lo único vivo en aquel pueblo, en aquella región, en aquel país, en aquel continente eran ella y él. Y sus labios. Y sus manos recorriendo su espalda. Y su piel. Y su cuerpo. Y aquella boca tan acogedora, tanto que Luz no quiso imaginar cómo sería vivir echándola de menos el resto de la vida.

—¿He cubierto el déficit? —susurró cuando se separaron.

—Creo que esto ha sido solo el pago por dormir la noche pasada —jadeó Martín con la barbilla apoyada en su hombro mientras la abrazaba.

—Estoy dispuesta a saldar todas mis deudas —dijo ella mordisqueándole el lóbulo de la oreja.

Martín no se lo pensó dos veces. La cogió de la mano y la condujo hacia las escaleras.
Tiene un culo estupendo
, pensó Luz risueña mientras subía al piso superior un peldaño por detrás de él.

Cuando aquella descomunal cama apareció delante de sus ojos, la alegría fue completa. No solo iba a conseguir al mejor espécimen humano con el que se había cruzado en los últimos ocho años sino que iba a hacer el amor con él entre las nubes.

Martín se detuvo en medio de la habitación y tiró de ella para volver a tenerla entre los brazos.

—Tenía ganas de estrenar la cama... —aseguró muy serio—... contigo —añadió al ver el interrogante en los ojos de Luz.

Aquella fría mirada había desaparecido para dar paso a una fresca y jovial brisa marina.

—Supongo que ya la habrás estrenado —aventuró ella.

¡Que no me lo cuente, que no me lo cuente!

—Una persona sola no estrena un regalo como este. Hay que hacerlo siempre en compañía —comentó él, divertido, mientras le aprisionaba el labio inferior con los dientes—. Y no me imagino otra mejor.

El corazón de Luz dio un salto.
¿Le estaba diciendo que no se había acostado con Isabella?
La verdad es que no había pronunciado exactamente aquellas palabras, pero, fuera como fuese, no quería saberlo. No quería volver a ver aparecer a aquella rubia en sus pensamientos.
Y menos ahora
.

—Entonces, habrá que abrir el paquete, ¿no te parece?

—¿Cuál? ¿El tuyo o el mío? —preguntó Martín divertido mientras deslizaba las manos por dentro del pijama de Luz.

—¡Ordinario! —exclamó Luz muerta de la risa al tiempo que se contorneaba juguetona para evitar que la tocara.

De repente, Martín se detuvo.

—¿Qué sucede?

Él le hizo indicó que se callara.

—¡Martín! —gritó alguien desde el otro lado de la puerta—. ¡Martín!

Luz apoyó las manos sobre el estómago de Martín.

—¿Quién es? —susurró.

Estaba empezando a asustarse.

—Creo que habrá que posponer la fiesta de inauguración —farfulló él echando una profunda mirada en dirección a la cama.

• • •

—¿Qué demonios hace ella aquí? —preguntó Javier sin poder creer que su hermano pequeño fuera tan inconsciente.

—Era el único sitio al que podía ir.

—¿El único sitio? —interrumpió el tipo bajito y con poco pelo que había aparecido con Javier.

Martín le echó una mirada furiosa.
¿Qué demonios hace él aquí?
, quiso gritar. De acuerdo que era el periodista que iba a estar presente en el operativo y con el que iba a tener que trabajar, pero de ahí a que todo el mundo supiera dónde vivía...

—Tú no tienes luces —continuó Javier enfurecido—. ¿No te das cuenta de que si alguien está siguiendo los pasos a cualquiera de los dos, este es el sitio perfecto para que os peguen un buen susto? En una casa sola en medio del campo.

—La casa no está sola —se defendió Martín—. Los padres viven al lado.

Su hermano dejó pasar el comentario. Aquel no era el momento de ponerse a discutir si estar a más de doscientos metros de la siguiente vivienda era cerca o lejos.

—Tienes que convencerla de que se marche de aquí

Martín reflexionó un instante. Tenía la seguridad de que en cuanto dejara de controlarla, volvería a su piso. Y le entró el pánico.

—No puede ir a casa de sus padres. Al parecer no tienen mucha relación.

—Pues se tiene que ir, sea como sea. Además, hemos venido a buscarte —añadió Javier señalando al periodista—. La
fiesta
puede organizarse esta semana y nos han convocado para informarnos de cómo y dónde se va a organizar el operativo. Tienes que venir con nosotros.

—No se va a quedar aquí sola. Y menos después de tus sospechas.

Javier estaba empezando a alterarse más de la cuenta. Se había jugado el tipo por meter a su hermano en aquello y ahora que todo empezaba, no le iba a permitir escaquearse de aquella manera.

—En ese caso, no sé qué vas a hacer con ella porque estate seguro de que te vienes conmigo.

—La llevaré a casa de los padres.

—¿No decías que no se hablaba con ellos?

—A casa de nuestros padres, no de
sus
padres.

—¡¿Estás loco?! Bastantes problemas tenemos ya. Estamos los dos de mierda hasta las cejas. ¿Y tú quieres involucrar a los viejos en esto? Ni hablar.

Martín se desasió de su hermano de un tirón.

—Me cortas todas las salidas. ¿Qué quieres que haga entonces?

—Tú sabrás. Yo lo único que sé es que tengo que estar en Laguardia a las cuatro de la tarde, que tardamos más de una hora en llegar y que quiero pararme a comer en algún sitio por el camino —enumeró a la vez que daba golpes en el pecho de Martín con su dedo índice—. Así que date prisa en salir del atolladero en el que te has metido. ¡Traerla aquí! ¡A quién se le ocurre!

Se apartó de su hermano y se acercó al periodista.

Mientras tanto, Luz intentaba enterarse de lo que se tramaba en el piso inferior. Habría preferido estar con él, pero Martín no se lo había permitido.

Se asomó a la escalera. Aunque veía la cabeza de Martín, no conseguía escuchar toda la conversación. Discutía con uno de los hombres que habían aparecido.
Debe de ser el jefe
. Lo cierto era que aquel tipo tenía más pinta de director de banco que de padrino de un clan de mafiosos. Pero claro, si se tenía en cuenta que los únicos mafiosos que había visto en la vida eran los que salían en la película “El padrino” y el indeseable que le había robado el bolso, su opinión en materia de delincuentes no era muy valiosa.

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