Espadas y magia helada (14 page)

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Authors: Fritz Leiber

Tags: #Fantástico

BOOK: Espadas y magia helada
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No obstante, cada uno logró dar órdenes rápidas y las dos naves se apartaron en el último momento, cuando estaban a punto de chocar entre sí y con el mortífero navío helado. El
Pecio
sólo tuvo que girar más hacia el viento, y así dio la vuelta suave y rápidamente, pero el
Halcón Marino
se vio obligado a cambiar el rumbo. Su vela tembló un poco y luego se tensó abruptamente en el otro lado con un ruido atronador, pero la fuerte lona de Ool Krut no se rompió. Ambas embarcaciones corrieron viento en popa hacia el norte, por delante de la tormenta.

Detrás de ellos, el fantasmal barco de hielo avanzó más lentamente y viró con una celeridad sobrenatural. El movimiento de sus extraños remos le daba el aspecto de una araña gigantesca, y ahora se movieron con mucha más rapidez, en persecución de los dos barcos, y aunque los perseguidos no dijeron una sola palabra ni hicieron señal alguna, como si, al hacerle caso omiso, la amenazante masa a popa, de un blanco diabólico, pudiera dejar de existir, de todos modos un estremecimiento colectivo sacudió por igual a capitán y tripulantes de la galera y el buque de dos mástiles.

Se inició entonces una etapa de tribulaciones y tensión, un reinado del terror, una noche eterna, como ninguno de los hombres de ambas naves había conocido hasta entonces. En primer lugar, la oscuridad aumentaba a medida que el antisol ascendía en los negros cielos. Incluso las llamas de las velas y los fuegos para cocinar en el interior de los barcos, al abrigo de la galerna, se volvieron azulados y mortecinos, mientras que el repulsivo resplandor blanco que les perseguía tenía la cualidad de que su luz no iluminaba nada de aquello sobre lo que incidía, antes bien lo oscurecía, como si acarreara consigo la esencia de la antiluz, como si existiera exclusivamente para hacer visible el terror de la nave de hielo. Aunque ésta era tan real como la muerte y se iba aproximando más y más, a veces a Fafhrd y al Ratonero les parecía que aquella luz misteriosa era afín a los destellos que se producen en el interior de los párpados cerrados en una oscuridad absoluta.

En segundo lugar, el frío formaba parte de ese antisol, un frío indescriptible que penetraba por todas las grietas y junturas de los barcos, y del que era preciso protegerse acurrucándose y moviéndose con violencia a la vez, así como mediante bebida y alimentos calentados muy lentamente y con dificultad sobre las débiles llamas, un frío capaz de paralizar la mente y el cuerpo, y por ende de matar.

En tercer lugar, un silencio total acompañaba a la oscuridad y el frío sobrenaturales, el silencio que hacía casi inaudibles los constantes crujidos de los aparejos y el maderamen, que amortiguaba las pataletas y la agitación de brazos contra el frío, que reducía toda conversación a meros susurros y convertía el pandemónium del mismo vendaval que les impulsaba hacia el norte en el suave rumor de una concha marina aplicada permanentemente al oído.

El vendaval no se había debilitado ni un ápice, a pesar de que era casi silencioso, y el viento arrojaba gélida espuma sobre la popa, un viento terrible contra el que era preciso luchar y mantenerse siempre ojo avizor, aferrándose con manos y pies a asideros cuya firmeza estaba por probar, cuando algún hombre se encontraba en la cubierta, un viento cuya fuerza, cercana a la de un huracán, les impulsaba siempre hacia el norte a una velocidad inaudita. Ninguno de ellos había navegado jamás con semejante viento, ni siquiera la primera vez que el Ratonero, Fafhrd y Ourph atravesaron el Mar Exterior. Cualquiera habría puesto el barco al pairo mucho antes, con las velas aferradas y probablemente el ancla echada, de no haber sido por la amenaza del barco de hielo que les perseguía.

Finalmente estaba la misma nave monstruosa, cada vez más cerca a impulsos de sus poderosos remos. De vez en cuando un tosco bloque de hielo se precipitaba en el negro mar, al lado de uno u otro barco. Otras veces un rayo negro cosquilleaba el pecho de un héroe, pero éstos eran meros recordatorios. La nave monstruosa mantenía su amenaza al no hacer nada, salvo acortar la distancia con sus enemigos en fuga, al parecer empeñado en abordarles.

Cada uno en su barco, Fafhrd y el Ratonero luchaban contra la fatiga y el frío, trataban de imponerse al deseo de dormir y a sus temores extraños y huidizos. Una vez Fafhrd imaginó a unos

invisibles seres volantes que batallaban por encima de su cabeza, como en una fabulosa extensión aérea del combate naval que su navío y el del Ratonero libraban con el enorme barco de hielo. En otra ocasión el Ratonero creyó ver las velas negras de dos grandes flotas. Ambos capitanes animaron a sus hombres para que no desfallecieran.

A veces el
Halcón Marino
y el
Pecio
navegaban paralelos pero muy separados en su huida hacia el norte, hasta tal punto que ni siquiera se avistaban, mientras que otras se acercaban lo suficiente para percibir mutuos destellos. Y en una ocasión, tal fue su proximidad que sus capitanes pudieron intercambiar unas palabras.

Fafhrd habló a gritos, que eran susurros a oídos del Ratonero.

—¡Hola, pequeño! ¿Has oído a los seres volantes de Stardock, nuestras princesas de la montaña..., luchando con Faroomfar?

El Ratonero replicó también a voz en cuello:

—Tengo los oídos helados. ¿Has visto... otros barcos enemigos... aparte de la monstreme?

Fafhrd:
¿Monstreme? ¿Qué es eso?

Ratonero:
Ese maligno barco a popa. La palabra es análoga a... birreme, cuatrirreme..., quiere decir que tiene monstruos a los remos.

Fafhrd:
Una monstreme en plena tormenta. ¡Es una idea terrible!

Echó un vistazo a la enorme embarcación a popa.

Ratonero:
Una monstreme en el monzón sería mucho peor.

Fafhrd:
No gastemos aliento. ¿Cuándo llegaremos a la Isla de la Escarcha?

Ratonero:
Había olvidado que teníamos un destino. ¿Cuándo crees tú que llegaremos?

Fafhrd:
Cuando suene la primera campana de la segunda media guardia, a la puesta del sol.

Ratonero:
Debería haber más claridad... cuando este sol negro se ponga.

Fafhrd:
Es cierto. ¡Maldita sea la doble oscuridad!

Ratonero:
¡Maldito sea ese barco blanco! ¿Cuál es su juego?

Fafhrd:
Creo que quiere alcanzarnos y matarnos con el mismo frío que difunde, o quizá abordarnos.

Ratonero:
Espléndido. Deberían enrolarte.

Sus gritos se apagaron. Primero habían sido una expresión de alegría, pero no tardaron en cansarles, y tenían que ocuparse de sus hombres. Además, la excesiva proximidad de los barcos era demasiado arriesgada.

Transcurrieron unas horas extenuantes, de pesadilla. Entonces, Fafhrd atisbo al norte, en cuya negrura ningún cambio se había producido en toda la jornada, un resplandor rojo oscuro. Durante largo rato pensó que era una ilusión producida por el estado febril de su cerebro. Percibió el rostro delgado de Afreyt oscilando entre sus pensamientos. Skor, a su lado, le preguntó:

—Capitán, ¿es un fuego ese brillo lejano? ¿Nuestro sol a punto de salir por el norte?

Finalmente Fafhrd creyó en la realidad del resplandor rojo.

A bordo del
Pecio,
el Ratonero, atormentado por los venenos del cansancio y apenas consciente, oyó el susurro de Fafhrd:

—Eh, Ratonero. Mira adelante. ¿Qué ves?

Comprendió que era un potente grito amortiguado por el negro silencio y el vendaval, y que el
Halcón Marino
había vuelto a aproximarse. Vio los destellos de los escudos fijos en el costado, mientras que a popa la monstreme también estaba cerca, alzándose como un acantilado de leprosa opalescencia. Entonces miró al frente.

—Una luz roja —musitó al cabo de un rato, e hizo un esfuerzo para gritar las mismas palabras a sotavento, añadiendo—: Dime qué es y luego déjame dormir.

—Creo que es la Isla de la Escarcha —replicó Fafhrd al otro lado de la brecha entre ambas naves.

—¿La están quemando? —preguntó el Ratonero.

La débil respuesta era misteriosa.

—Recuerda..., en las monedas de oro... ¿Un volcán?

El Ratonero creyó no haber oído bien el siguiente grito de su camarada hasta que se lo hizo repetir.

—¡Señor Pshawri! —llamó entonces imperiosamente, y cuando el aludido se presentó, cojeando y con una mano en la cabeza vendada, le ordenó—: Echa un cubo sujeto con una cuerda por encima de la borda y súbelo. Quiero muestras de agua. ¡Rápido, repulsivo inválido!

Poco después, Pshawri enarcó las cejas mientras su capitán cogía el cubo rebosante, lo alzaba hasta sus labios, lo inclinaba y, tras entregarlo de nuevo a Pshawri, movía dentro de la boca la muestra de agua que había tomado, hacía una mueca y la escupía a barlovento.

El líquido estaba menos helado de lo que el Ratonero había esperado, casi tibio..., y era más salado que el agua del Mar de los Monstruos, el cual se extiende al oeste de las Montañas Resecas, que ocultan el Reino de las Sombras. Por un instante tuvo la alocada ocurrencia de que quizá por arte de magia les habían trasladado a aquel lago inmenso y muerto, donde sin duda la monstreme estaría a sus anchas. Pensó en Cif.

Entonces se produjo un impacto. La cubierta se ladeó y no volvió a su posición normal. Pshawri dejó caer el cubo y gritó.

La monstreme había penetrado impetuosamente en el espacio entre las dos naves más pequeñas, y quedó inmóvil al instante, con las abiertas fauces de su mascarón de proa (¿vivo o muerto?), un monstruo marino tallado en hielo o nacido de él, próximas a los mástiles, mientras que desde la altísima cubierta descendió la risa de Fafhrd, monstruosamente multiplicada.

La monstreme se encogió de manera visible.

La oscuridad desapareció de repente y el sol verdadero surgió por el oeste, iluminando cálidamente la bahía en la que estaban las naves y arrancando una infinidad de destellos dorados del gran acantilado blanco, cristalino, a estribor, por donde el agua se deslizaba en un millar de torrentes y arroyuelos. Aproximadamente una legua de distancia más allá, se levantaba una montaña cónica por cuyas laderas descendía un brillante fluido escarlata, y de cuya cumbre, truncada e irregular, brotaban hacia el cénit llamaradas de color bermellón, y un humo oscuro que el viento transportaba hacia el nordeste.

Fafhrd lo señaló con el brazo extendido y gritó:

—¡Mira, Ratonero, el resplandor rojo!

Delante de ellos, más cerca que el acantilado y cada vez más próxima, había una población o pequeña ciudad sin murallas, de edificios bajos entre suaves colinas, con un largo muelle en el que estaban atracados algunos barcos y donde se' habían congregado un grupo de personas quietas y silenciosas. Al oeste, alrededor de la bahía, había más acantilados, los más próximos de roca oscura y los más alejados cubiertos de nieve.

—Puerto Salado —dijo Fafhrd.

Al examinar el acantilado humeante, surcado por tantos cursos de agua y reluciente, así como el pico ardiente más allá, el Ratonero recordó las dos escenas grabadas en las monedas de oro que había gastado en su totalidad. Recordó también las cuatro monedas de plata que no pudo gastar porque el magullado servidor de La Anguila las arrebató de su mesa, y las dos escenas grabadas en ellas: un iceberg y un monstruo. Se dio la vuelta.

La monstreme se había ido, o más bien sus últimos fragmentos en disolución se hundían en las aguas tranquilas de la bahía, sin ningún sonido ni conmoción, y la única señal de su existencia era un poco de vapor ascendente.

A medias arrojado y a medias esfumado por su propia magia del puente de la monstreme, desde donde había contemplado con expresión triunfante el tumulto de los seres calamitosos y helados en las cubiertas de abajo, su mente obsesionada por el mal, de regreso en el confinamiento de su esfera negra, Khahkht maldijo en una voz como la de Fafhrd, que a mitad de la primera frase volvió a ser un graznido:

—¡Malditas sean las entrañas de los extraños dioses de la Isla de la Escarcha! ¡Llegará el día de su condenación! Ahora la planearé mientras duermo cómodamente...

Arrancó la tapa del sol enmurallado por el agua y pronunció un encantamiento que hizo girar la esfera hasta que el sol estuvo en lo más alto y el Gran Desierto Subecuatorial en lo más bajo; extendió brevemente el calor del primero y luego se acurrucó en el segundo y cerró los ojos, musitando:

—... pues incluso Khahkht tiene frío.

Entretanto, en Stardock, el Gran Oomforafor escuchó la noticia de la derrota, o más bien el revés, y las nuevas traiciones de sus queridas hijas, que le contó su enfurecido y sucio hijo, el príncipe Faroomfar, el cual había sido lanzado de la cubierta del barco monstruoso al igual que Khahkht.

Cuando el Ratonero se volvió hacia el gran acantilado blanco, comprendió que debía de componerse enteramente de sal —de ahí el nombre del puerto—, y que las cálidas aguas volcánicas que corrían por su superficie la disolvían, lo cual explicaba la temperatura y salinidad de aquellos parajes oceánicos y la rápida disolución de la monstreme helada, la cual debía de estar formada por hielo mágico, más débil y más fuerte al mismo tiempo que el ordinario, como le sucede a la misma magia en relación con la vida.

Los dos camaradas miraron hacia el largo muelle, aliviados, mientras sus barcos se iban aproximando, y vieron allí dos esbeltas figuras de distinta estatura —algo apartadas de las restantes personas que habían acudido para darles la bienvenida—, las cuales, por esa misma razón, así como por su actitud orgullosa y sus ricos atavíos, azul y gris la una, rojo de óxido la otra, debían de ocupar importantes cargos en los consejos de la Isla de la Escarcha.

La isla de la escarcha

Fafhrd y el Ratonero Gris supervisaron el atraque del
Halcón Marino
y el
Pecio,
por medio de cabos a proa y popa, atados a grandes norays de madera, y luego saltaron ágilmente a la orilla. Sentían un cansancio indecible, pero sabían que, como capitanes que eran, no debían mostrarlo. Cada uno fue al encuentro del otro y, después de abrazarse, se volvieron hacia el grupo de isleños que habían sido testigos de su espectacular llegada, y que aguardaban en semicírculo alrededor del tramo de muelle donde ahora estaban atracados sus maltratados barcos, con incrustaciones de sal en los cascos.

Más allá del grupo se alzaban las casas de Puerto Salado, pequeñas, macizas, de escasa altura, como convenía a los extremos rigores del clima septentrional. Eran de diversos colores, todos desvaídos por la intemperie, azul, verde y un violeta casi gris, con excepción de los edificios más próximos al puerto, de aspecto bastante mísero, todos ellos de inflamados tonos rojos y un amarillo ictérico.

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