Especies en peligro de extinción (7 page)

BOOK: Especies en peligro de extinción
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Rune desapareció pasillo arriba mientras los pasajeros desembarcaban. Faith dejó su asiento, cogió el equipaje de mano y siguió a Oscar fuera del avión y por el largo túnel que llevaba al aeropuerto.

Encontraron a Rune esperándolos a la salida del túnel, acompañada de un joven de veintitantos años con sobrepeso y cara de bebé regordete al que solo conocían como Junior.

—¿Dónde están los demás? —exigió saber Rune a voz en grito, con tono impaciente.

—Tranquila. Llegarán enseguida.

Faith no podía dejar de notar que Oscar hablaba con esos desconocidos como si los conociera desde hacía años. Era asombrosa la rapidez con que habían congeniado todos. Que ella supiera, exceptuando a Z-Man, que aún seguía en el avión, no los había visto antes de conocerlos en el aeropuerto de Los Angeles.

Supongo que, en ese sentido, Oscar es un poco como Gaile
, pensó Faith con una punzada de melancolía.
Ella tampoco veía desconocidos.

—¡Ta-chán! Hemos llegado. Empecemos ya la fiesta —dijo un hombre blanco, enjuto y de cincuenta y tantos, con larga cola de caballo castaña y barba gris que salió del extremo del túnel, agitando dramáticamente los brazos—. Sólo le conocían como Mo, ya que ninguna de esas personas parecía usar apellidos; tenía el aspecto y el atuendo de un
hippy
de los sesenta, aunque solía hablar como un gánster con un vocabulario especialmente grosero.

Z-Man llegó caminando despacio, arrastrando una bolsa de lona con ruedas que parecía demasiado grande para ser considerada equipaje de mano. Como de costumbre, no decía nada, y cuando se unió al grupo su mirada se paseó de un rostro a otro.

Faith forzó una sonrisa cansada cuando los demás empezaron a hablar con impaciencia sobre el vuelo y la inminente visita. Se encontró preguntándose a través del velo de su cansancio si Óscar y ella tendrían que pasar toda la estancia en Sydney en compañía de sus nuevos "amigos".

Al cabo de un momento de dio cuenta de que los comentarios se habían desviado hacia Arreglo, un tema que la hacía sentirse incómoda cada vez que surgía, algo que solía suceder con frecuencia. En ese momento parecían estar inventando insultos que dirigirle durante su discurso.

—¿Qué tal "Violador de Planetas"? —sugirió Rune, atrayendo con su vozarrón algunas miradas inquisitivas de los viandantes.

Junior lanzó una breve carcajada que hizo vibrar su papada. Dijo algo en respuesta a Rune pero, como de costumbre, hablaba tan bajo y deprisa que Faith no pudo captarlo.

—Muy bueno, tío —dijo Mo sonriendo y chocando su palma abierta con la de él.

—Espera, tengo una mejor —interrumpió impaciente Rune—. Jungle jerkweed.

Oscar se rió.

—Me gusta. ¿Qué tal Wishy Washy Wuss?

Z-man abrió la boca, por fin.

—Prefiero "Asesino" —dijo con su voz calmada y controlada—. Es sencillo y ajustado.

—Llamadle lo que queráis —declaró Mo—. Yo me limitaré a llamarle...

Faith hizo una mueca cuando el viejo inició una retahila de maldiciones que habrían hecho enrojecer a un cantante de
rap.
Le asombraba lo profundo de la hostilidad que sentían por Arreglo. ¿Tanto mal había hecho?

Igual sí, pensó, recordándo las serpientes indefensas que perderían su hogar sólo por lo que él había hecho. Pero claro, sólo era humano...

—Bueno, no sigamos aquí parados —dijo Rune dando una palmada repentina y volviéndose hacia la salida—. Vamos a buscar nuestro coche.

Faith se sintió sorprendida y aliviada al ver a la mujer con un cartel que decía "ESPONSORIZADOS POR LA LIDA". No estaba muy segura de cómo esperaba que fuera su anfitrión, pero desde luego no como esta mujer de mediana edad y aspecto agradable con arrugas de sonrisa en la comisura de los ojos y el pelo rubio muy corto. Tenía ojos inteligentes, vestía ropa deportiva y conservadora y podría haber pasado fácilmente por profesora del departamento de biología.

—Buenos días a todos —dijo la mujer con alegría, avanzando para recibirlos. Tenía una voz amable con fuerte acento australiano—. Dejad que lo adivine... Debéis de ser el grupo de verdes que ando buscando.

Faith se sentía algo avergonzada. ¿De verdad eran tan fáciles de identificar?

—Tú debes de ser Faith —.La mujer le sonrió con calidez—, Soy Tammy. Bienvenida a Oz, querida.

Faith le devolvió la sonrisa con timidez, sorprendida de que la mujer conociera su nombre.

—Encantada de conocerla. Gracias por venir a recogernos.

Fueron a por el equipaje guiados por Tammy y luego a la furgoneta que les esperaba para llevarlos al hotel. Faith y Óscar acabaron en el asiento de atrás.

Óscar la rodeó con el brazo cuando el coche rebotó contra el suelo del aparcamiento del aeropuerto.

—¿A que mola? —le susurró, acariciándole la oreja con el aliento—. Vamos a pasar la mejor semana de nuestras vidas.

Eso también contribuyó a que Faith se sintiera mejor. Empezaba a preguntarse si él se acordaba de que estaba allí.

—Ajá —aceptó en voz baja, empezando a creer que igual era cierto.

—Por fin podrás ver en persona todas esas serpientes venenosas tan guays —murmuró soñador, apretándola con fuerza—. Haremos realidad tus sueños. Y tendremos la oportunidad de marcar una diferencia en el mundo. Una gran diferencia. Ya verás como este viaje nos cambia la vida...

—7—

—Eh, señora, ¿ha visto un perro por aquí?

Faith apartó la mirada de las ascuas que removía en una de las pequeñas hogueras de señales que chisporroteaba amenazando con apagarse. Entrecerró los ojos ante el fuerte sol de la mañana y vio a un chico de unos nueve o diez años parado ante ella. Se había fijado en él; parecía ser el único niño que había entre los supervivientes. Le había preocupado la primera vez que lo vio, pero se tranquilizó al ver que iba vigilado por un hombre de rostro amable que supuso sería su padre.

Pero en ese momento no se veía al padre por ninguna parte. Faith sonrió al niño.

—Lo siento, no he visto ningún perro, pero te haré saber si lo veo. Por cierto, me llamo Faith. ¿Y tú?

—Walt. Mi perro se llama Vincent —el chico alzó la correa de nylon rojo que aferraba en una mano—. Iba en el avión, ¿sabes? En la bodega de carga. Pero no puedo encontrarlo. Es un labrador amarillo, así de alto... —movió las manos para indicar la dimensión aproximada de un labrador.

—Lo siento —volvió a decir Faith—. Seguro que aparece enseguida.

Hizo una mueca nada más salieron esas apalabras de su boca. ¿Por qué había dicho eso? Lo más probable era que Vincent no apareciera pronto, por no decir nunca. Cuando era niña odiaba que los adultos bienintencionados le mintieran en asuntos importantes como la vida y la muerte. Pero, claro, tampoco le gustaba mucho que alguien, normalmente Gayle, la informara de cuál era la dura realidad de la vida...

Al darse cuenta de que Walt volvía a hablar, le prestó atención.

—Perdona, ¿qué has dicho?

Walt se encogió de hombros, pasándose la correa de una mano a la otra.

—Digo que seguro que Vincent podría ayudarles a encontrar la cabina. Es donde están ahora, ¿sabes? Se fueron hace rato.

—¿Quiénes? ¿Me estás diciendo que alguien ha salido a buscar el resto del avión? —dijo Faith, mirando con rapidez hacia los restos más cercanos, que tenían un aspecto aún más trágico a la alegre luz de la mañana.

—Es lo que he dicho, ¿no? —esta vez Walt parecía impacientarse con ella— Han ido Charlie, y esa chica que se llama Kate, y el médico "comosellame".

—¿Te refieres a Jack? —Faith no estaba segura de quiénes eran Charlie y Kate, pues solo conocía el nombre de un puñado de supervivientes, pero sintió alarma al oír que Jack había ido a buscar más restos. Después de lo que habían oído anoche, no le parecía muy buena idea que el único médico que tenían se fuera de paseo por la selva. ¿Y si no volvía? ¿Qué sería entonces del tipo que había perdido media pierna, o de la muy embarazada Claire, o del hombre inconsciente con el trozo de metralla clavado en el cuerpo, o de cualquier otro de la media docena de personas que necesitaba desesperadamente el cuidado y los conocimientos de un médico?

—Sí, eso, Jack —era evidente que Walt perdía interés en la conversación—. Bueno, voy a seguir buscando a Vincent.

—Vale.

Faith apenas se dio cuenta de que el chico se alejaba. Acababa de oír el retumbar de un trueno, de un trueno de verdad, y no de ese sonido reverberante, arrasador y estruendoso de la noche anterior, y provenía del océano. Miró hacia allí y vio negras nubes amontonándose en el horizonte. La brisa del mar arreció, empujando las nubes hacia la playa.

Momentos después, la lluvia caía como si alguien hubiera abierto un grifo de golpe. Por toda la playa, la gente chillaba y corría a refugiarse bajo los restos del avión o donde pudieran encontrar algún abrigo.

—¡Faith! ¡Por aquí!

Se volvió y miró con ojos entrecerrados por entre las gotas de lluvia que le golpeaban el rostro. Vio a George haciéndole señales desde debajo de un enorme y sobresaliente pedazo de metal. Se protegió la cara con las manos y corrió hacia él.

Apenas llegó al improvisado refugio, oyó a George maldecir entre dientes y respirar sonoramente.

—Qué pasa? —preguntó ella sin aliento.

George miraba los árboles al otro lado de la playa.

—Justo lo que necesitamos —musitó.

Faith sintió que el corazón le daba un vuelco. Siguió la mirada de George para ver cómo los árboles volvían a agitarse y a doblarse. Y también habían vuelto los misteriosos sonidos. Faith pensó en Jack y en los otros que vagaban por alguna parte y sintió un escalofrío de miedo.

—¿Qué clase de lugar es este? —susurró, en voz tan baja que sus palabras se perdieron en el sonido de la lluvia torrencial.

No supo cuánto tiempo se quedó allí, parada, mirando la selva incluso después de que dejaran de oírse los sonidos. Pero la lluvia acabó por escampar, interrumpiéndose entonces tan repentinamente como había empezado.

Pocos minutos después, la última de las nubes se perdía en el horizonte, dejando atrás una agradable brisa y un hermoso día. La brillante luz del sol calentó con rapidez el aire húmedo y empezó a secar los charcos que moteaban la playa.

Faith dejó de estrujarse la blusa para quitarse el agua de lluvia y miró la playa buscando algo que hacer. La gente se paseaba por ella, la mayoría en grupos de dos o de tres. La excepción era un hombre calvo de mediana edad sentado justo al borde del agua y mirando al mar. Se había fijado antes un par de veces en él porque siempre parecía estar solo, algo apartado del grupo, igual que ella.

Caminó por la playa, prefiriendo dejarlo sumido en su meditación solitaria. Un par de mujeres paseaban charlando. Un hombre apresuraba el paso llevando una maleta. Sayid echaba más madera a una de las hogueras de señales, mientras el fumador de la noche anterior —Claire le había dicho que se llamaba Sawyer— permanecía cerca, sentado a la sombra, observándolo. Claire estaba sentada al sol en la parte más lisa de la playa, con su sobresaliente vientre preñado e incómodo. A su lado, llevando un escaso bikini, estaba la otra rubia, esa que el chico del bolígrafo, Boone, dijo que se llamaba Shannon.

Cuando se volvió para alejarse de las dos mujeres, vio que George y Boone y otras personas que no conocía rebuscaban en la colección de maletas de George, ahora desplazada hasta el centro de la playa. Miró a George mientras este sacaba un chubasquero de nylon y lo colgaba de un trozo de avión. Tras una noche de sueño, se sentía algo culpable por lo que había pensado de él. Igual se había pasado con lo de la araña, ya que no todos consideran amigas a las arañas, que era como Gayle le había enseñado a considerarlas. Había mucha gente que les tenía un miedo de muerte. Puede que George se mereciera el beneficio de la duda, incluso después de lo que hizo. Porque, a pesar de todo, seguía pareciéndole que era lo más parecido a un amigo que tenía en ese lugar extraño y atemorizador.

Caminó hasta él.

—Hola —dijo con timidez—¿necesitáis ayuda?

George se incorporó, mirándola con los ojos entrecerrados mientras se enjugaba con el brazo el sudor de la frente.

—Claro, cariño —dijo—. Esta gente, este joven y yo estamos examinando el equipaje recogido.

Boone alzó la mirada de la bolsa de cuero y asintió.

—Buscamos cualquier cosa que pueda ser de utilidad —añadido—. Ropa, zapatos, medicinas...

Faith asintió.

—Buena idea.

Examinó el montón de bolsas, esperando localizar su maleta de lona verde, pero no la vio por ninguna parte.

—Toma —una de las personas, una mujer mayor de cabellos castaño rojizos, le alargaba unas zapatillas Keds blancas—. Parece que las necesitas. Deben de ser de tu número.

Faith las rechazó por un momento, preguntándose si no pertenecerían a alguien de la playa, o a uno de los cadáveres que seguían entre el fuselaje. Pero la mujer sonreía y seguía alargándoselas, esperando a que las cogiera. Aceptó las zapatillas con reticencias. La desconocida tenía razón; las necesitaba. Tenía los pies desnudos llenos de ampollas y cortes y a cada paso que daba en la playa cubierta de restos se arriesgaba a hacerse una herida muy fea.

Se sentó en la arena y se puso las zapatillas. Eran como un número más grandes, pero le valdrían.

—Gracias —le dijo a la mujer.

—¡Eh, chicos! —Hurley llegó corriendo para unirse a ellos, bufando y resoplando por el esfuerzo— Ah, Faith, estás aquí. Te andaba buscando.

—¿A mí? —Faith tenía una expresión de sorpresa cuando alzó la mirada de las zapatillas que se estaba atando.

—Sí. Me han dicho que eres una amante de los árboles y esas cosas. ¿Es así?

A Faith le sorprendió la pregunta. Había hablado varias veces con Hurley desde que lo conoció tras la explosión, pero no habían hablado de nada aparte de su situación actual.

—Sí, es perfecta para esas cosas —dijo George, deteniendo el paso con un montón de camisas bajo el brazo.

Faith se sonrojó, dándose cuenta con retraso de quién había hablado con Hurley de ella. El día anterior, poco después de empezar a recoger maletas con George, éste le preguntó por su título y ella le contó algo más de su pasado. Y, además, había hecho esa gracia sobre ella en la hoguera, estando Hurley cerca.

—Supongo que podría decirse eso —replicó con precaución mientras George se acercaba. Se sentía rara al saber que la gente podía hablar de ella a sus espaldas— ¿por qué?

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