Espejismo (20 page)

Read Espejismo Online

Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasia

BOOK: Espejismo
9.14Mb size Format: txt, pdf, ePub

Poco después, la arena daba paso a duros guijarros. Gamora se detuvo, dándose cuenta de que había llegado a la extensa franja que se prolongaba hasta la punta nordeste de la bahía, y de que, ahora, ya nada la separaba del viejo templo en ruinas.

Seguro que la concha no pretendía que llegara hasta allí… El miedo a aquel lugar era innato en ella, como lo era en todos los habitantes de Haven, y ni siquiera su insaciable curiosidad había logrado vencerlo. Pero mientras vacilaba, dudando entre esperar o dar media vuelta y huir despavorida hacia la ciudad, percibió la llamada de una voz cantarina y amable, y tan dulce que casi le hizo daño oírla.


Gamora

Esta vez no era la concha. La voz era distinta… y llegaba de lejos, de alguna parte de la playa de guijarros. La niña se mordió el labio…


Gamora

Ella hubiese querido contestar… Lo deseaba en verdad con desespero. La dulzura de aquella voz sugería amor, bondad y hermosura; calmaba su soledad y penetraba hasta las profundidades de su alma. Sin embargo, Gamora no se atrevió a responder. La franja de guijarros constituía una barrera demasiado dura.


Gamora, ven a mí… No temas, Gamora

Se levantó de nuevo la brisa; esta vez procedente del norte, empujando la bruma hacia un lado… y Gamora vio la maravillosa figura que la aguardaba en la playa.

Unos ojos enormes, negros como el mar en una noche sin luna, miraban a la chiquilla desde un rostro increíblemente blanco, alrededor del cual el viento arremolinaba mechones de cabellos también negrísimos. Cubierta con una oscura túnica sin mangas, la mujer parecía tan frágil que sus huesos diríanse hilados con hebras de cristal, y su carne, tan insubstancial como la espuma del mar. Un débil y plateado nimbo la rodeaba; toda ella estaba envuelta en diminutas y danzantes chispas, como si procediera de la Luna y hubiese traído consigo unos jirones de su luz. Gamora sintió que la inundaban un intenso cariño, un incontenible anhelo y, a la vez, una inexplicable lástima cuando, paralizada, le devolvió una resuelta mirada.

La mujer inclinó la cabeza con un gesto lento y casi infantil, como si quisiera contemplar a Gamora desde otro ángulo. Luego sonrió también —aunque Gamora sólo vio oscuridad donde debía estar la boca— y, alzando un largo y delicado brazo, la llamó con ágiles movimientos.

Gamora sintió que sus pies avanzaban solos. Hubo un momento en que trató de combatir ese impulso, pero la fugaz duda fue eclipsada por una nueva oleada de emoción. Era lo que quería la voz de la concha, y aquella extraña criatura de otro mundo, fuera quien fuese, era la que la conduciría a las maravillas prometidas. y la niña creyó en la voz. Era su amiga.

Cuando la pequeña echó a correr, la mujer emitió una risa clara y resplandeciente que la bruma no logró sofocar, y que hizo sentir a Gamora el deseo de reír con ella. Luego, de súbito, se volvió, y su túnica predominantemente negra adquirió tonalidades verdes y azules al seguir alejándose por la franja de guijarros. Gamora dejó caer la preciosa concha, que ahora, sin que
su
piera por qué, ya no era importante para ella, se sujetó la falda y emprendió una loca carrera hacia la desconocida, a la vez que su vocecilla surcaba la oscura noche como la de un pájaro asustado y perdido.

—¡Espérame! ¡Oye, espérame!

La figura se detuvo y con un movimiento semejante al de una marioneta, miró nuevamente a la niña. Rió otra vez y extendió los brazos para recibirla, al mismo tiempo que sus pies, incapaces de permanecer quietos, danzaban incesantes sobre los guijarros.

—¡Ya voy! —gritó Gamora—. ¡Espérame…!

Su carrera por la playa resultó un singular juego. Tan pronto como Gamora creía alcanzar a la misteriosa mujer y tocarla, ésta se escabullía saltando entre las resbaladizas piedras con tanta ligereza, que a la niña no le hubiese extrañado nada verla echar a volar y perderse entre la niebla.

No hubiese podido decir cuánto duró el juego. El tiempo había perdido su valor; sólo la ilusoria caza importaba. De pronto, sin embargo, unos muros asomaron a través de la bruma; enormes paredes perforadas por los desgajados ojos que antaño fueran ventanas; columnas medio desmoronadas que aún se alzaban imponentes, y cuyas piedras caídas obstruían el camino… Gamora se detuvo, tambaleante, y contuvo la respiración, boquiabierta y horrorizada, al comprobar que la franja de guijarros había terminado y que ella se encontraba entre las ruinas del temido templo.

A menos de quince pasos se había detenido también la extraña y resplandeciente mujer, que la aguardaba entre dos monstruosos montones de escombros, mirándola con fijeza. Esta vez, Gamora supo que su esquiva amiga ya no escaparía, porque no le quedaba donde ir.


Gamora
.

La mujer sonrió, y los oscuros huecos de sus ojos se vieron iluminados, de repente, por un fuego interior que produjo una sonrisa de respuesta en la niña. Gamora no vaciló más, y cruzó a toda prisa, con los brazos abiertos el quebrado espacio que las separaba. Se unieron sus manos, y la niña notó que unos dedos finos y delicados, aunque fuertes y calientes, rodeaban los suyos. Una sensación raras veces experimentada en su corta vida la invadió: la certeza de ser deseada y bienvenida, y de que sólo ella importaba.

La desconocida volvió a reír. Ahora que estaban una junto a otra, Gamora quedó sorprendida al comprobar lo joven que era. Había algo de otro mundo en su aspecto: tenía la cara pequeña, puntiaguda y estrecha; los labios bien dibujados, aunque finos, y los ojos tan negros como el cabello. Sin el encantamiento de la concha, que había nublado su mente, Gamora hubiese tenido miedo. Pero el hechizo la tenía dominada, y la chiquilla sólo sentía la incontenible ansia que la llevaba a vivir aquel momento.

—¡Bonita, muy bonita! —dijo la mujer con voz dulce y soñadora, y la fascinación experimentada por Gamora se hizo todavía más profunda.

Vacilante, temerosa de quebrantar alguna regla no escrita, la niña preguntó al fin:

—¡Tú sí que eres bonita! ¿Cómo te llamas? ¡Dímelo, por favor!

—Soy Talliann.

Las danzantes motas plateadas de su nimbo se movieron más aprisa y aumentaron su brillo.

Los dedos de Gamora se agarraron a las delgadas manos que los ceñían.

—¿Serás mi amiga, Talliann? No sabes cuánto deseo hablar contigo y, según la concha, me enseñarás muchas cosas…

Talliann inclinó la cabeza como si considerara la súplica de la niña, y sus ojos se perdieron en la lejanía.

—Hay muchas cosas que puedo enseñarte, sí… —dijo al fin, como en sueños—. Muchas… Pero también ansío saber cosas del lugar de donde tú vienes…

—¡Te contaré todo lo que quieras! —exclamó Gamora con afán—. Podemos ser amigas, ¿verdad? ¡Di que sí!

—Sí.

Talliann alzó despacio la cabeza. Parecía mirar algo situado en lo alto del templo en ruinas, pero cuando Gamora quiso ver qué era, sólo distinguió las viejas piedras y las grotescas siluetas de figuras talladas, gárgolas mutiladas por los años y los elementos. Tal vez Talliann intentara ver a través de la niebla que cubría la Luna, pero entonces… una de las gárgolas se movió, y la niña sintió que se le formaba un nudo en la garganta.

Por fin, el miedo pudo más que el hechizo, y Gamora emitió un sonido feo e inarticulado, al mismo tiempo que se tambaleaba hacia atrás, con los ojos abiertos y fijos en un gesto de horrorizada incredulidad.

La niña intentó desasirse de las manos de Talliann, pero ésta la sujetó aún con más fuerza…

Arriba, encima del muro y envuelta en la bruma, una forma confusa destacaba contra la piedra, moviéndose en forma desigual pero con cierta gracia reptil…, como algo flexible y rápido que despertara de un largo sueño. y cuando inició el descenso hacia el alféizar de una ventana, Talliann siguió sus movimientos con la mirada vacía.

—¡No! —chilló Gamora cuando pudo recuperar la voz, y con todas sus fuerzas trató de separarse de la joven—. ¡Déjame escapar, Talliann, suéltame…!

Pero la sujeción de sus dedos se hizo todavía más firme, desmintiendo el frágil aspecto de Talliann y, pese al temor que estalló en su interior, Gamora no pudo resistir la tentación de volver a mirar la pared y el extraño ser que se movía en ella. Había llegado ya a la ventana y permanecía acurrucado, una pesadilla disponiéndose a dar un zarpazo. Una cascada de revueltos cabellos caía sobre sus encogidos hombros y aunque sus facciones no se podían distinguir, sí se veía el brillo de sus ojos entre la maraña de pelo. De pronto, una ronca voz, triunfante y malévola, flotó a través de la bruma hasta donde Talliann y Gamora se hallaban inmóviles.

—Bien, Talliann, ¡muy bien!

Gamora chilló y se agitó violentamente, en un desesperado intento de desasirse, pero Talliann la agarró entonces por las muñecas, dando un fuerte tirón, con lo que Gamora perdió el equilibrio y se tambaleó sobre el pedregoso suelo, yendo a chocar contra la joven. Con los brazos tan firmemente aferrados, la niña tuvo que limitarse a ver, medio muerta de miedo, cómo la criatura de la pared —humana, animal o demonio— retorcía sus miembros de una manera imposible y empezaba a descender como una monstruosa araña entre la desmoronada obra de sillería. Cuando ya estaba cerca del suelo, las sombras la engulleron, pero Gamora siguió percibiendo sus movimientos en medio de su propia respiración, tremendamente agitada. La misteriosa criatura debió de llegar abajo, porque unas pisadas resonaron sobre los guijarros, como si se arrastraran, y algo se destacó del mar de sombras que dominaba la base de las ruinas. El ser reptó y se deslizó por el áspero suelo hasta que, de pronto, cambió de forma y se enderezó, solidificándose para adquirir aspecto humano. Su corona de desordenados cabellos flameaba como las crines de un animal, y alrededor de sus largas y poderosas piernas revoloteaban y se enroscaban los harapientos jirones de una vieja vestimenta. Gamora trató de retroceder, al ver que aquello se aproximaba, pero Talliann le cortó el paso. Ardientes lágrimas asomaron a los ojos de la chiquilla cuando, en su desconcertada mente, comenzaron a luchar el terror y una angustiosa sensación de deslealtad. La figura se acercó y, de repente, una mano de huesudos dedos rematados por largas y rotas uñas se disparó hacia ella y atenazó su barbilla. Gamora cerró con fuerza los ojos, pero no pudo abrir la boca para gritar, ni implorar compasión, ni vomitar, aunque hubiese querido hacer las tres cosas a la vez. Un intenso olor a sal marina penetró en su nariz, mezclado con la fetidez de las algas podridas, y lo único que logró fue emitir un débil e indefenso sonido.

—Mírame, Gamora —graznó muy cerca una voz que ocultaba una tremenda crueldad—. ¡Abre los ojos y mírame!

Gamora trató de dominar la extraña necesidad de obedecer, pero no fue capaz. Sus párpados se abrían contra su voluntad. La niebla y los ruinosos muros del templo parecían nadar delante de ella, hasta que, súbitamente, se le aclaró la visión y se encontró con el rostro de Calthar.

Sus verdes y gélidos ojos, inhumanos y llenos de maldad, acabaron de derrumbar la voluntad de la niña, que quedó rígida e impotente cuando la bruja ladeó su cabeza hasta causarle dolor, con objeto de observarla mejor, a la vez que sus horribles dedos acariciaban despacio la barbilla de Gamora, en una repelente parodia de sentimientos afectuosos. Luego Calthar sonrió, y en la oscuridad reinante el efecto fue terrorífico.

—Bien… —dijo de nuevo—. Tenemos lo que necesitábamos. Puedes soltarla, Talliann —agregó mirando a la joven con resentida malicia—. Ya has cumplido con tu deber.

La mano de Talliann se aflojó un poco, aunque sin dejar a la niña. Y cuando habló, lo hizo de manera incoherente, como si la presencia de Calthar le hubiese hecho perder serenidad y enturbiara su mente.

—No quiero… —murmuró—. No quiero que… que le hagáis daño a mi amiga.

—¿Por qué habría de hacerle daño? —contestó Calthar con la aspereza que el desprecio confería a su voz—. Es muy valiosa para mí, y tú sabes perfectamente por qué, del mismo modo que sabes que todo esto sucede por exigencia tuya… ¡No discutas ahora conmigo —añadió, dando de paso una pequeña pero rabiosa sacudida a Gamora—. ¡Suelta a la criatura!

El desafío palideció poco a poco en los ojos de Talliann, dejando su cara sin expresión, y las manos de la muchacha cayeron fláccidas. Se apartó con un movimiento torpe, como el de un cangrejo, y Calthar volvió la cabeza para mirar la niebla. La marea había cambiado, y la primera y tímida incursión de las aguas bañaba la franja de guijarros. En alguna parte, debajo de sus pies, Calthar oyó cómo penetraba el agua en las cámaras subterráneas del templo. El amanecer aún quedaba lejos, pero la Hechicera se pondría pronto. Su luz disminuía y con ella se reduciría también el poder de Calthar. No podía demorar más el retorno a las profundidades.

La bruja se volvió de nuevo hacia Gamora. La chiquilla seguía aterida, inmóvil por completo. Sólo en sus ojos había vida, y el terror que reflejaban enojó terriblemente a Calthar. Sin soltar la barbilla de la niña, levantó la mano izquierda y dibujó un signo en el aire. Gamora cerró los ojos al instante y, cuando se desplomó, la mujer la tomó en brazos. Luego miró a Talliann.

—¡Adelante! —ordenó.

Talliann frunció el entrecejo, aunque sin energía. Sus labios se entreabrieron, y uno de sus brazos se alzó para caer de nuevo.

—No… no quiero… —murmuró.

Los labios de Calthar se transformaron en una severa línea.

—Empieza a caminar —dijo, ahora con suavidad, en un tono que Talliann conocía de sobra.

Toda inteligencia abandonó entonces la mirada de la amedrentada muchacha. Inclinó la cabeza, y los negros cabellos azotaron su rostro cuando una súbita ráfaga de viento los desordenó. A continuación, Talliann dio media vuelta y, con sus pasos extrañamente vacilantes, avanzó hacia donde el mar aguardaba.

Capítulo 10

A las primeras luces del alba se reunieron en el amurallado patio situado detrás del castillo. El grupo estaba formado por unos doscientos soldados de mirada dura, por cortesanos, consejeros y todos los criados de los que se había podido prescindir. Desde hacía unos momentos, caía una fina y triste lluvia que oscurecía las paredes, empapaba las ropas y goteaba de los cabellos y de los bordes de las capas de los hombres.

DiMag esperó a que todo el grupo se hubiera congregado y, entonces, apareció en las gradas de la puerta para dirigirle unas palabras. Se le veía ojeroso y enfermo. Kyre, que se hallaba en un punto conveniente de la entrada, observó que vacilaba un par de veces en sus movimientos, y temió que no pudiese llevar a cabo las formalidades necesarias. Pero nada induciría a DiMag a detenerse ahora, por agotado que estuviera. Una exhaustiva y organizada búsqueda había demostrado que Gamora no se hallaba en el recinto del castillo, y DiMag se decía que, fuera lo que fuese lo que le hubiera sucedido a la niña, había llegado el momento de averiguarlo.

Other books

Wicked by Any Other Name by Linda Wisdom
They Had Goat Heads by Wilson, D. Harlan
Blue by Danielle Steel
The Travelling Man by Drabble, Matt
Big Data on a Shoestring by Nicholas Bessmer