Espejismo (21 page)

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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasia

BOOK: Espejismo
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La muchedumbre enmudeció al ver al príncipe, que recorrió con la vista el mar de inquietos rostros vueltos hacia él, antes de carraspear.

—Amigos míos de Haven —empezó con una voz que reflejaba su debilidad—. Como todos sabéis, mi hija, la princesa Gamora, ha desaparecido. Falta desde anoche y pese a la intensa búsqueda, no hallamos ni rastro de ella. Hemos llegado a la conclusión de que, sin duda alguna, no se encuentra en el castillo. Por consiguiente, debemos reanudar la búsqueda y extenderla a la ciudad y a todas las áreas circundantes. No necesito deciros —agregó, en tono vacilante— que su seguridad es vital para mi esposa y para mí. Nada tiene importancia en comparación con el regreso de Gamora sana y salva, y os pido que… ¡
Os exhorto
a no dejar ni un rincón por examinar! Hay que dar con el paradero de la princesa, ¡cueste lo que cueste!

Se produjo otra pausa, en la que DiMag pareció sostener una nueva lucha para controlarse, y después, prosiguió:

—Si mi hija es hallada… Cuando la hayamos recuperado y esté de nuevo aquí…, quien haya conseguido encontrarla obtendrá la recompensa más elevada que yo pueda dar… Ahora no estoy en condiciones de deciros nada más. Cada uno de vosotros ha sido asignado a un grupo, y vuestros jefes deberán mantener informado a Vaoran, el maestro de armas, que ha designado un área de la ciudad y de sus alrededores a los distintos grupos. Y si cualquiera de vosotros puede proporcionarme una pista respecto de dónde puede estar mi hija, ya se trate de un rumor o de algo que recuerde, le suplico que venga inmediatamente a informarme de ello. Me encontrará en el salón… Eso es todo. Buscad sin descanso, a fondo. y gracias, ¡muchas gracias!

DiMag dio media vuelta y se internó nuevamente en el castillo. A sus espaldas se alzó un murmullo de voces, y los jefes de grupo se abrieron paso entre la multitud, camino de las gradas, para hablar con Vaoran.

El príncipe se retiró a una antecámara, acompañado por varios de sus consejeros más ancianos, y Kyre vaciló, no sabiendo qué hacer. Al otro lado del aposento, alejados de la ventana, unos hombres se habían congregado alrededor de la corpulenta figura del maestro de armas y, por un momento, cuando Vaoran alzó la vista, Kyre vio la expresión de sus ojos. En la mirada que recibió había una mezcla de hostilidad y desprecio, así como cierto aire de triunfo. Kyre sintió una súbita indignación y desvió rápidamente la vista. Sin embargo, se dio cuenta de que aquellos fríos ojos azules continuaban fijos en él y, al cabo de unos segundos, se volvió de espaldas deliberadamente y, con paso rápido, se dirigió a la antecámara.

DiMag vio entrar a Kyre y se apartó del grupo de agitados consejeros para salirle al encuentro. El joven observó la tremenda angustia reflejada en el rostro del soberano y preguntó con una breve y formal inclinación:

—¿Puedo seros de alguna utilidad?

Con la sombra de su último encuentro todavía flotando en el aire, DiMag no había esperado de Kyre una respuesta tan generosa. Durante unos instantes el príncipe dejó caer la máscara, y su cara evidenció una confusión de sentimientos. Luego volvió a controlarse.

—Deseo que vayas con Vaoran —dijo, a la vez que tomaba a Kyre por el brazo y le conducía allí donde no pudiesen oírles los demás—. Sé que no es lo que tú preferirías, pero tengo mis buenas razones. Acata sus órdenes, Kyre —añadió con una astuta mirada al alto joven—, y haz lo que él te mande. Pero si vieras que sus órdenes entorpecen en lo más mínimo las operaciones de busca de Gamora, quiero que me lo comuniques enseguida. ¿Me expreso con suficiente claridad?

—¿No estaréis sugiriendo que Vaoran…?

—No sugiero nada. Ni por un momento he sospechado que Vaoran sea capaz de perjudicar a mi hija. Pero tampoco creo que fuese incapaz de servirse de ella, si pudiera, para asegurarse mi cooperación en sus propios planes… Me guío por mi instinto al hablar tan francamente contigo, Lobo del Sol —prosiguió después de una pausa, en la que estudió con suspicacia la cara de Kyre—, y tengo la impresión de que, pese a nuestras diferencias, ese instinto es certero. Pero si me fallas, o si traicionas mi confianza, te arrepentirás de ello.

Los ojos de Kyre se estrecharon.

—No soportaría ver sufrir a la princesa Gamora, ni utilizada… contra nadie.

DiMag hizo un gesto afirmativo.

—Eso es lo que supuse, y por tal motivo me arriesgo a confiar en ti. ¡Ve ahora! Dile a Vaoran que te he asignado a su destacamento.

Kyre ya se disponía a obedecer, cuando se detuvo y miró atrás.

—¿Cómo se encuentra la princesa Simorh? —preguntó.

DiMag se encogió de hombros.

—Todo lo bien que se puede esperar. Ha tenido una recaída muy seria, pero está debidamente atendida en su torre… Dadas las actuales circunstancias, no podemos pedir nada más —agregó con los ojos súbitamente velados, que contradecían el alejamiento entre él y la esposa.

Kyre no supo qué responder a eso. Se encaminó hacia la puerta, y el príncipe regresó junto a sus consejeros.

Montar a caballo fue una nueva experiencia para Kyre, si bien le resultó vagamente familiar. Cuando el grupo de Vaoran salió por las puertas del castillo y se internó por las retorcidas calles de la población, él no tuvo problema para mantenerse a lomos de su alto caballo, guiándole con un tranquilo y experto manejo de las riendas. El maestro de armas no se molestó en disimular que la presencia de Kyre en su grupo le resultaba enojosa y, con excepción de una breve orden inicial para montar y ponerse en marcha, le ignoró de un modo bien explícito.

Cabalgaron a través de Haven, no hacia el arco de arenisca, sino por unos callejones ascendentes y cada vez más estrechos y empinados que, finalmente, les llevaron a lo alto de los acantilados. La sensación de vacío en aquella zona alta constituyó una sacudida, después de la cerrada y claustrofóbica atmósfera que envolvía Haven. Un gris y seco brezal se extendía hasta perderse en la húmeda niebla, sólo interrumpida por ocasionales matas de aulaga azotadas por el viento y sin huellas de sendero alguno. A lo lejos, Kyre vislumbró lo que parecía un conjunto de achaparrados edificios y, detrás, una indefinida extensión de campos sembrados, pero la llovizna impedía distinguir detalles. De cualquier forma, el paisaje no era seductor.

Por disposición de Vaoran, los jinetes siguieron un endurecido camino que serpenteaba junto al escabroso borde del acantilado. El maestro de armas aguardó a que sus hombres se hallaran extendidos a lo largo de la senda para detener a su montura de un tirón de riendas y mirar hacia atrás.

—Seguiremos hasta el otro lado de la bahía, donde termina el camino. Los cinco primeros de la fila recorrerán el interior. El resto examinará la playa. ¡Utilizad vuestros ojos como no lo habíais hecho nunca! Y si alguien descubre algo sospechoso,
lo que sea,
debe informarme inmediatamente de ello.

Su cortante voz fue transportada en el acto por el húmedo y quieto aire, y era evidente que la emoción se había apoderado de todos. No obstante su antipatía hacia Vaoran, Kyre tuvo que reconocer el ahínco del soldado. Cuando el grupo avanzó de nuevo, espoleó a su caballo y no apartó la vista de la inmensa media luna que formaba la bahía. La marea iba en descenso, y la franja de guijarros semejaba un reluciente ofidio, ahora que se hallaba al descubierto bajo el plomizo cielo, mientras que las ruinas del templo quedaban reducidas a las dimensiones de un juguete. La preocupación atenazó la garganta de Kyre cuando pensó en Gamora y en lo que podría haberle sucedido. En todo Haven era la única inocente, la que no merecía sufrir ningún mal, y el recuerdo de cómo la había rechazado con tanto desdén en su último encuentro añadió un duro remordimiento a su ansiedad. De tener Haven dioses, pensó, hubiese elevado a ellos sus plegarias más fervientes, pidiendo que la niña apareciera sana y salva.

Dos horas necesitaron para recorrer el tortuoso sendero que seguía el borde del acantilado, y cuando finalmente desapareció entre islotes de pizarra y escasa hierba, nada se había averiguado sobre el paradero de la niña. El tiempo empeoraba; la capa de nubes se había hecho más espesa y descendía, pareciendo tocar el suelo aquí y allá. La llovizna anterior se había convertido en una intensa lluvia que llegaba aguijoneante desde el mar y empapó pronto a los hombres y a sus monturas. La marea había alcanzado su punto más bajo, y Vaoran señaló una profunda pero practicable fisura en la roca, que conducía a la playa.

—Descenderemos a la bahía y una vez diseminados, registraremos toda la playa mientras haya bajamar —gritó hacia atrás.

Encaminó su caballo hacia la quebrada y los hombres le siguieron de uno en uno. Kyre, que iba en último lugar, experimentó un breve pero molesto instante de vértigo cuando su montura empezó a resbalar quebrada abajo y el acantilado se escindió más y más a uno y otro lado. Hizo un esfuerzo para conservar la presencia de ánimo y procuró concentrarse en el pomo del arzón mientras los jinetes se abrían paso, con cautela, hacia la playa.

Alcanzada la zona arenosa, los hombres se desplegaron en un amplio abanico que se extendía desde el borde del acantilado hasta el agua. Kyre se situó a sotavento de las rocas. No estaría protegido de la lluvia, pero prefería mantener la máxima distancia entre su persona y las inquietas aguas. Poco a poco, la fila de jinetes empezó a moverse hacia delante, fijos todos los ojos en el suelo que les rodeaba, atentos a la más insignificante pista. Kyre procuró quedar algo retrasado, ansioso por examinar todos los detalles de las rocas y de los charcos que bordeaban el pie de los acantilados, morbosamente consciente de que, en cualquier momento, podría distinguir una maraña de oscuros cabellos o un menudo y blanco miembro entre las algas y las piedras. Frente al grupo de hombres, quizás a unos cuatrocientos metros de distancia, aunque entenebrecidas por la niebla y la lluvia, se alzaban, interponiéndose entre los buscadores y Haven, las ruinas del antiguo templo, y Kyre no pudo evitar la sensación —tal vez intuitiva, pero no por eso menos poderosa de que la desaparición de Gamora estaba relacionada de alguna forma con aquellos restos. Apenas podía verlos, pero le atraían de manera misteriosa, y su presencia era un constante y extraño aguijón.

Alguien gritó de pronto, con un sonido sorprendentemente mortecino debido a la pesadez de la atmósfera, y uno de los jinetes abandonó la fila para acercarse a Vaoran. Kyre tiró de las riendas de su caballo, interesado, aunque no pudo escuchar nada de lo dicho entre los dos hombres. Vio que Vaoran meneaba la cabeza y daba una palmada en el hombro al otro, como si le compadeciera. Luego, el maestro de armas levantó el brazo y ordenó a todos que siguieran adelante.

El templo quedaba ya cerca, y sus mellados pilares se asomaban al gris día como si estuvieran colgados en el aire, sin cimientos que los sostuvieran. El caballo de Kyre respingó nervioso ante aquella aparición, y el joven tuvo dificultades para calmarle y evitar que piafara y se saliera de la fila. Finalmente, decidió detenerse unos momentos, antes de proseguir. Fue entonces, al inclinar el cuerpo para acariciar el cuello del animal, cuando creyó distinguir, junto al acantilado, un fugaz movimiento.

De modo involuntario, sujetó las riendas con tanta fuerza, que el caballo soltó un resoplido y por poco no se alzó sobre sus patas traseras.

El acantilado estaba lleno de cuevas, algunas de ellas estrechos resquicios en la pared de roca. Otras, en cambio, parecían oscuras bocas de idiota, y entre las sombras de una de las cuevas más amplias había visto moverse algo.

—¿Quién está ahí?

Kyre hizo dar a su caballo uno o dos cautos pasos en dirección al acantilado, al mismo tiempo que se inclinaba hacia delante y para sus adentros maldecía las gotas que le caían del cabello a los ojos.

—¡Sal y déjate ver! —agregó.

La respuesta consistió en un ruido ligero, como si alguien o algo trepara a través de los montones de espesas algas que cubrían desordenadamente el lugar. Luego vio unos ojos que le miraban luminosos desde la oscuridad, así como un pálido brazo que se alzaba y le hacía enérgicas señales.

Kyre miró rápidamente por encima de su hombro. El resto de la patrulla seguía despacio su camino, y nadie parecía haberse dado cuenta de que él estaba bastante retrasado. Recordó la orden de Vaoran, y también las últimas palabras de DiMag, por lo que acalló el grito que tenía ya en la punta de la lengua. No necesitaba ni quería que nadie le apoyara, y menos todavía Vaoran…

Su montura se puso nerviosa al dirigirla él hacia la cueva. Agitó la cabeza y empezó a levantar nubes de arena hasta que Kyre tuvo que apearse y llevarla de las riendas. La mano seguía llamándole, si bien ahora ya no era visible el brillo de los ojos… Quien fuera que se escondía en la cueva, se había retirado a la oscuridad al aproximarse él. Kyre dijo con voz queda:

—¡No me acercaré más! ¿Quién eres, y qué quieres?

De nuevo se produjo un pequeño ruido, y por fin emergió lentamente del fondo de la cueva una figura que permaneció en la penumbra de la entrada. Era un ser menudo y delgado, de piel pálida tirando a un extraño tono verdeazul que Kyre ya había visto antes, y blancos cabellos que se arremolinaron alrededor de sus hombros cada vez que eran azotados por una ráfaga de húmedo viento. Vestía sólo un taparrabo, y tenía el cuerpo tan flaco que casi no se le distinguía el sexo. En una mano llevaba un arma semejante a una lanza, igual a aquella con que DiMag había dado muerte a su prisionero. Parecía sostenerla con cierta negligencia, pero Kyre prefirió no exponerse. Levantó una mano con la palma hacia arriba, confiando en que el desconocido lo interpretara como un gesto de paz.

—¿Sabes hablar? —preguntó al mismo tiempo—. ¿Me entiendes?

El habitante del mar sonrió y, al hacerlo, mostró una hilera de dientes pequeños pero terriblemente afilados. A continuación contestó con una voz de rara modulación, como si por sus pulmones corriese agua en lugar de aire.

—¿Lobo del Sol?

A Kyre se le hizo un nudo en la garganta.
¿Cómo podía conocer aquel ser el nombre que le habían puesto?
Tragó saliva y respondió con esfuerzo:

—Sí. Soy el llamado Kyre.

El extraño ser hizo un gesto afirmativo.

—Buscas a la pequeña princesa.

—¡Gamora! ¿Sabes dónde está? —inquirió Kyre, con el pulso acelerado.

La criatura se echó a reír y enseñó su mano libre, que hasta entonces había mantenido escondida. Algo parecido aun arco iris cautivo relució en su puño y con un súbito movimiento del brazo, se lo arrojó a Kyre.

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