Espejismo (22 page)

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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasia

BOOK: Espejismo
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Éste se tambaleó hacia atrás y atrapó el objeto, más por instinto que por habilidad. Era una concha, nacarada por dentro, que reflejaba todos los colores imaginables. ¡La preciosa concha que Gamora había encontrado en la playa, durante el paseo con Brigrandon!…

El martilleo de su sangre aumentó hasta un grado asfixiante, y Kyre alzó la vista, llenos de ansiedad sus ojos.

—¿Dónde está?

—Con nosotros. Sana y salva. Puedo llevarte junto a ella.

Kyre se sintió mareado y horrorizado. ¡Gamora, en manos de los peores enemigos de su pueblo! Luchó por vencer la peligrosa combinación de furia y miedo que amenazaba con abrumarle. Si Gamora estaba prisionera, ¿por qué tenía esa criatura tanto interés en conducirle a su lado? La niña era un rehén mucho más valioso de lo que podría serio él. ¿Qué querrían de su persona, pues?

La extraña criatura interrumpió sus desordenados pensamientos.

—Puedo llevarte —repitió—. Pero sólo a ti. A nadie más.

—¿Por qué? —exclamó Kyre con voz ronca—. ¿Por qué a mí?

El ser se encogió de hombros.

—Ésas son las órdenes —contestó con salvaje sonrisa—. Si quieres que Gamora viva, tienes que acompañarme.

Era un ultimátum que no podía discutir, y no dudó ni un instante de que, si no accedía, Gamora saldría perjudicada. Deseaba formular mil preguntas, pero no había tiempo. Tenía que decidirse en el acto.

—¿Y bien?

El habitante del mar irguió la cabeza con un gesto de desafío ligeramente burlón.

Kyre miró rápidamente atrás, hacia la orilla. Los miembros de la patrulla estaban ya muy lejos, y aún no habían notado su ausencia. Pensó en Gamora…

—De acuerdo —dijo al fin, con tono seco.

La sonrisa de la extraña criatura se ensanchó.

—Ven, entonces —contestó—. Por aquí… ¡Deprisa!

Salió de la cueva y echó acorrer en la dirección contraria a la que seguían los hombres de Vaoran.

Desconcertado, Kyre soltó las riendas de su caballo y le siguió.

El habitante de las aguas avanzaba a un paso peculiar y saltarín, que parecía torpe. Sin embargo, corría bastante, y resultaba difícil darle alcance en la húmeda y fina arena. Se hallaban todavía al amparo de los acantilados y, de momento, Kyre no oyó el ruido de cascos que se le acercaba por detrás, ya que el martiIleo de su propio pulso en los oídos apagaba cualquier otro sonido. Sólo cuando una voz gritó algo a sus espaldas se dio cuenta, con un súbito sobresalto, de que su desaparición había sido descubierta.

—¡Eh, vosotros! ¿Qué creéis que estáis haciendo, en el nombre del Ojo?

La criatura marina tropezó, asustada, y emitió un silbido de alarma. Miró rápidamente por encima del hombro, agarró a Kyre por un brazo, tiró de él y graznó:

—¡Corre!

Kyre casi perdió el equilibrio al verse arrastrado por su compañero en dirección al mar, y ni siquiera tuvo ocasión de pensar en lo que hacía. Únicamente lanzó una brevísima mirada a los jinetes que ahora galopaban hacia ellos. Alguno debía de haberle visto con la extraña criatura… Cada vez les tenían más cerca, con Vaoran a la cabeza, y éste les ordenaba a gritos que se detuvieran. Kyre miró el mar con desespero, y se dijo que, antes de que pudieran llegar a él, les habrían dado caza.

—¡Corre! —volvió a chillar la criatura de las aguas, y Kyre no supo adivinar si estaba más furiosa que asustada.

El joven intentó dar aún más agilidad a sus piernas, pero los músculos de las pantorrillas le dolían terriblemente y no logró correr más aprisa.

Los caballos que iban a la cabeza del grupo cambiaron de dirección, describiendo una curva para cortar el paso a los fugitivos antes de que alcanzaran la línea de la marea. Los animales eran mucho más veloces que ellos y de repente, la borrosa y oscura figura del caballo de Vaoran les cortó el camino del mar. Kyre y la criatura se desviaron de manera instintiva, aunque sólo para retroceder de nuevo cuando otro caballo les salió al encuentro por la izquierda. Los dos animales convergieron, cortándoles el paso, y cuando acudieron nuevos jinetes a reforzar a su jefe, Kyre y su compañero se detuvieron tambaleantes, rodeados y atrapados.

Vaoran clavó la vista en Kyre y pese a que la pesada figura del maestro de armas era poco más que una silueta que destacaba contra el cielo, el joven pudo sentir el abierto odio que irradiaba.

—¡Caramba! ¿Qué tenemos aquí? —exclamó Vaoran con suave perversidad—. Un desertor y traidor, una sabandija que se une a otras sabandijas y conspira con ellas…

El habitante del mar enseñó los dientes y gruñó. La montura de Vaoran respingó con violencia, alarmada por el agresivo movimiento y por el desagradable olor salobre que despedía la criatura. Vaoran tiró con fuerza de las riendas para hacer obedecer al caballo, y sus azules ojos enfocaron al ser de cabellos blancos. Su pecho se agitaba, como si le costara contener una extraña emoción. Luego, de pronto, hizo un gesto a uno de sus hombres.

—¡Mata a eso! —dijo con indiferencia—. Al favorito de nuestro príncipe le daremos una lección más… prolongada; pero mata a esa cosa ahora, y que las gaviotas devoren sus entrañas.

Kyre quiso protestar, recordando a Gamora, pero la criatura marina fue más rápida. Antes de que nadie pudiese moverse, levantó inesperadamente la lanza, que describió una enérgica y mortal curva a través de la lluvia para ir a hundirse en el descubierto pecho del caballo de Vaoran. El animal soltó un relincho y se encabritó, arrojando de la silla al maestro de armas. Otros caballos recularon espantados, y sus jinetes trataron frenéticamente de impedir que pisotearan a su jefe caído al suelo… La criatura marina aprovechó la confusión para recuperar y depositar en manos de Kyre la ensangrentada lanza.

—¡Sígueme! —susurró, y en sus enormes ojos brillaba una luz fanática. Si no vienes, la niña morirá antes de que termine el día.

Con estas palabras se lanzó como una centella a través de la confusión de hombres y caballos, y se precipitó en las aguas.

Kyre soltó una fuerte maldición que ignoraba conocer, mientras trataba de abrirse camino entre los piafantes caballos. Vaoran, ronco de sorpresa y de rabia, bramó:

—¡Detenedle!

Uno de los animales se le atravesó mientras su jinete desenvainaba la espada y arremetía contra él. Kyre sintió que, cual poderosa ola, lo invadían el miedo, la furia y la desesperación a la vez, todo ello hizo surgir en él un instinto procedente de perdidos recuerdos. De pronto, la lanza que sujetaba pareció cobrar vida; sus puños asieron el arma con una fuerza desconocida, y la temible hoja se agitó como una serpiente de acero para frenar la espada que se le venía encima. Los metales chocaron con una horrible y discordante nota que le hizo rechinar los dientes a Kyre, y las chispas saltaron en medio de la lluvia. El guerrero blasfemó, incapaz de desenredar su espada. Kyre la mantuvo presa con su propia lanza hasta que llegó el momento justo, y entonces, con otro experto golpe, dobló la tremenda hoja y, de un solo movimiento, desjarretó a su asaltante.

Los gritos del hombre constituyeron un horrible contrapunto a los renovados relinchos de los caballos, atemorizados ante el olor de la sangre, y ni las rabiosas voces del frustrado Vaoran lograban hacerse oír en medio de la barahúnda. Sin soltar la lanza, Kyre cargó contra el cuarto delantero del caballo de éste; el animal saltó hacia un lado, con las patas tiesas a causa del miedo, y el joven pudo abrirse paso entre el lío de hombres y echar acorrer siguiendo las ligeras pisadas del ser de las profundidades. Impulsado por la desesperación, no pensó en lo que podía esperarle en aquel mundo y sólo se detuvo unos instantes cuando el agua de la marea creciente le envolvió los pies.

A sus espaldas oyó gritos. Miró hacia atrás y comprobó que alguien le seguía a trompicones por la arena. Era Vaoran.

—¡Vuelve!

El maestro de armas tenía un brillo demente en los
ojos
; era la suya una cólera sin control, y Kyre sintió un azote casi físico al darse cuenta de lo que había hecho… Había empuñado la lanza del habitante de los mares como si hubiera nacido para eso. Quizás estuviese muerto el hombre al que desjarretara poco antes… Había tenido que hacerlo, en bien de Gamora, pero… ¿de dónde procedía aquella súbita y mortal habilidad?

De nuevo miró angustiado por encima del hombro. Vaoran quería matarle, y él no podía confiar en derrotar a un guerrero tan experto. Pero tampoco estaba dispuesto a morir, y… ¡no podía fallarle a Gamora!

Se adentró en el mar hasta que el agua se arremolinó alrededor de sus pantorrillas. No tendría ocasión de explicar nada. El maestro de armas no le escucharía, y tal vez él hubiese hecho lo mismo, en su lugar. El mar era su única posibilidad.

Dio un paso más y notó que el fondo empezaba a hundirse bajo sus pies. Ni siquiera sabía si sería capaz de nadar, pero era tarde para tales consideraciones. O aprendía, o moriría ahogado.

Vaoran se acercaba. No podía perder más tiempo. Respirando con fuerza, Kyre gritó:

—¡Se han apoderado de Gamora! ¡
Tengo
que penetrar en las aguas, o la matarán! Decídselo a DiMag… ¡Está en poder de ellos!

No pudo saber si Vaoran le había oído o entendido. Dio media vuelta y con una silenciosa plegaria a cualquier benevolente poder celestial que le escuchara, se arrojó contra la primera ola que rompió delante de él.

Las verdes aguas cubrieron su cabeza, arrastrándole hacia abajo. El frío allí reinante era terrible, y Kyre estuvo apunto de encharcarse los pulmones antes de lograr asomar de nuevo a la superficie, pero por fortuna se halló más allá de la traidora ola, empujado por una fuerte corriente.. El instinto le hizo agitar las piernas, y el vaivén del mar le ayudó a liberarse de aquella corriente e internarse en aguas más profundas. La sal le irritó los
ojos,
la nariz y la boca antes de que consiguiese aprender a respirar entre una ola y otra. Agitó aún más los brazos, tratando de acompasar su movimiento con el empuje de las piernas y, de pronto, consiguió coordinarlos. Le había resultado fácil, y nadaba con enérgicas brazadas.

Como si hubiese nacido para ello…

Consciente de que debía concentrarse en una supervivencia meramente física, se forzó a apartar de sí la sensación de frío. Nadaría hasta dejar atrás la bahía y buscaría refugio en algún lugar donde Vaoran y sus hombres no pudiesen darle alcance. Mientras no estuviera a salvo, le era imposible pensar en nada más.

Kyre dio un grito y tragó agua de mar cuando alguien le agarró un tobillo. Perdió el ritmo y quiso liberarse de quien fuere, pero sucedió al revés, y el que le apresaba tiró de él con violencia, haciéndole sumergirse entre remolinos de burbujas y espuma. Kyre no logró desasirse pese a sus patadas, pero entonces distinguió inesperadamente, a través de la turbia oscuridad, unos ojos luminiscentes y una mano que agarraba su pie mientras la otra le llamaba con lentos gestos. Le llamaba hacia la profundidad… El joven movió la cabeza de un lado a otro, con desesperación, intentando hacerle comprender a aquella criatura de los mares que necesitaba respirar aire, y no agua, pero el extraño ser se limitó a enseñar los dientes en una salvaje sonrisa, sin dejar de llamarle con la mano y con la cabeza, de forma que sus pálidos cabellos danzaban como algas a su alrededor.

Tenía que saber que él no resistiría más de un minuto o dos bajo el agua… ¡Sin duda quería ahogarle! Kyre pataleó de nuevo con todas sus fuerzas. El miedo a verse arrastrado hacia abajo le había hecho soltar casi todo el aire almacenado en sus pulmones. Sentía en sus oídos un terrible zumbido, y tenía la sensación de que la cabeza y el pecho le iban a estallar. Todo lo más dispondría de unos segundos, antes de que los reflejos musculares le obligaran a abrir la boca en un inútil y angustioso esfuerzo por respirar.

La criatura hizo gestos más enérgicos con la cabeza, como si leyera sus pensamientos, animándole a iniciar el terrible proceso de inmersión. El sombrío mundo submarino pareció volverse rojo. El agua era como la sangre, su captor se había convertido en una espantosa aparición de color escarlata, y los tambores de sus orejas sonaban cada vez con más fuerza, más intensidad… De repente, no pudo más. Un espasmo recorrió su garganta y su diafragma… Kyre abrió la boca y jadeó con desespero.

Una fuente de burbujas brotó junto a su rostro, cegándole, y él notó el punzante y abrasador ataque de la sal. Cerró los ojos, agitó los miembros, indefenso… Y, de pronto, se debilitó el martilleo de su cabeza, y la presión que atenazaba su pecho cedió al expandirse los pulmones con alivio. Se expandían, se contraían, volvían a expandirse…
¡Respiraba!
Alarmado y aturdido a la vez, Kyre abrió los ojos para ver al habitante de las aguas, que todavía le sujetaba el pie y sonreía a través de la penumbra acuática. Hizo el extraño ser un gesto afirmativo con la cabeza y abrió una mano con la palma hacia arriba, como si quisiera decir: «¿Te das cuenta?».

Kyre le miró, consciente de que ambos eran transportados por la fuerte resaca. No podía distinguir el fondo, ni le llegaba el menor resplandor desde la superficie. Sin embargo, no le preocupó. Respiraba tan fácilmente como si lo hiciera en tierra, a pesar de que lo que fluía por sus pulmones era agua…

Al ver que, por fin, Kyre había comprendido su nueva condición, la criatura marina le soltó. Dio media vuelta con cierta gracia perezosa y puso las manos en forma de aletas para nadar mejor contra la corriente. Luego señaló hacia delante, donde no parecía haber más que una agitada oscuridad.

Desconcertado e incapaz de salir de su asombro, Kyre movió su cuerpo y dio vueltas hasta que quedó en una postura entre horizontal y vertical. La caricia del mar, que le sostenía y a la vez, daba fuerza y flexibilidad a sus miembros, era relajante y confortante. Tuvo la sensación de que su vigor podría ser infinito en aquel apacible mundo de agua.

Intentó hacer un gesto para indicar a la criatura de los mares que estaba dispuesto a seguirla. Se lanzó suavemente hacia adelante, flexionó sus músculos y tomó impulso para nadar detrás de ella en dirección a las profundidades.

Capítulo 11

DiMag dijo con voz firme, sin levantar la vista de las notas que tomaba:

—Ya entiendo.

Vaoran clavó los ojos en él. En las mejillas del maestro de armas ardían dos manchas rojas, y la cólera asomó a su voz cuando preguntó cortante:

—¿Qué pensáis hacer al respecto, señor?

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