Espejismos (10 page)

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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Espejismos
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Con todo, no logro pasar por alto la sorprendente frialdad que noto en su mejilla cuando me inclino hacia delante para darle un beso.

Capítulo once

C
uando llego a los camerinos, Miles está rodeado de su familia y amigos, todavía con las botas blancas de gogó y el vestido corto que llevaba en su última escena como Tracy Turnblad en Hairspray.

—¡Bravo! ¡Has estado increíble! —exclamo al tiempo que le entrego las flores. No le doy un abrazo, ya que no puedo arriesgarme a recibir ninguna carga adicional de energía; estoy tan nerviosa que apenas puedo controlar la mía—. En serio, no tenía ni idea de que cantaras tan bien.

—Sí, sí que lo sabías. —Se aparta la enorme peluca a un lado y hunde la nariz entre los pétalos—. Me has oído cantar en el karaoke un montón de veces.

—Pero no así. —Sonrío, pero hablo en serio. Lo cierto es que lo ha hecho tan bien que estoy decidida a volver a verlo otra noche, con menos nervios—. Bueno, ¿dónde está Holt? —pregunto, porque aunque ya sé la respuesta, quiero intentar alargar la conversación hasta que llegue Damen—. Seguro que a estas alturas ya habéis arreglado las cosas, ¿no?

Miles frunce el ceño y señala a su padre. Me encojo un poco y articulo con los labios: «Lo siento». Por un momento he olvidado que únicamente ha salido del armario para sus amigos, no para sus padres.

—No te preocupes, no pasa nada —susurra al tiempo que agita sus pestañas falsas y se pasa las manos por los mechones rubios de su pelo—. Tuve una recaída temporal, pero ya se acabó y todo está perdonado. Y hablando del príncipe azul…

Me giro hacia la puerta, impaciente por ver a Damen. Mi corazón empieza a latir a marchas forzadas solo de pensar en él (un pensamiento espléndido y glorioso), y no me esfuerzo en disimular mi decepción cuando me doy cuenta de que Miles se refiere a Haven y a Josh.

—¿Qué te parece? —pregunta mientras los señala con la cabeza—. ¿Crees que durarán mucho?

Veo que Josh rodea la cintura de Haven con el brazo y la agarra con los dedos para acercarla más a él. Por mucho que el muchacho lo intenta, no sirve de nada. A pesar de que hacen muy buena pareja, Haven solo piensa en Roman (imita su pose, la forma en que echa la cabeza hacia atrás cuando se ríe, su manera de enlazar las manos) y toda su energía flota hacia él como si Josh no existiera. Y, aunque sus sentimientos parecen bastante unilaterales, por desgracia Roman es la clase de chico que estaría más que dispuesto a liarse con ella solo por darse el gusto.

Me giro hacia Miles y me obligo a hacer un gesto de indiferencia con los hombros, como si no me preocupara.

—Hay una fiesta para los actores en casa de Heather —dice Miles—. Todos iremos allí dentro de un rato. ¿Vais a venir?

Lo miro con expresión perpleja. Ni siquiera sé quién es esa chica.

—Es la que interpreta a Penny Pingleton.

Tampoco caigo en quién es el personaje, pero sé que es mejor no admitirlo, así que asiento con la cabeza como si la reconociera.

—¡No me digas que habéis estado tan ocupados con los besos que os habéis perdido la obra! —Sacude la cabeza de una manera que indica que solo bromea en parte.

—No seas ridículo, ¡la he visto entera! —Noto que me sonrojo, consciente de que él jamás se lo creerá, aunque más o menos es la verdad. Porque, aunque nos hemos comportado bien y no nos hemos pasado toda la obra besándonos, nuestras manos sí que se besaban (a juzgar por la forma en la que los dedos de Damen se entrelazaban con los míos) y nuestros pensamientos también estaban enrollados (con mensajes telepáticos). Porque aunque mis ojos no se han apartado del escenario en ningún momento, mi mente estaba en otra parte, en la habitación del Montage.

—¿Vais a venir o no? —pregunta Miles, que ya ha adivinado la respuesta y no está tan enfadado como pensaba—. ¿Dónde pensáis ir, entonces? ¿Qué puede ser más excitante que salir de fiesta con los protagonistas del espectáculo?

Lo miro y me siento tentada de contárselo, de compartir mi gran secreto con alguien en quien sé que puedo confiar. Pero cuando estoy casi decidida a soltárselo, Roman se acerca con Josh y con Haven.

—Vamos para allá. ¿Alguien necesita que lo lleve? El coche es un biplaza, pero hay sitio para uno más. —Roman me señala con la cabeza; su mirada resulta penetrante e indagadora, incluso cuando aparto la vista.

Miles niega con la cabeza.

—Yo voy con Holt, y Ever tiene cosas mejores que hacer. Un plan supersecreto que se niega a contarme.

Roman sonríe. Las comisuras de sus labios se elevan mientras me recorre de arriba abajo con la mirada. Y, aunque desde un punto de vista técnico sus pensamientos pueden considerarse más halagadores que groseros, por el solo hecho de que vienen de él me ponen de los nervios.

Aparto la mirada y me giro hacia la puerta; Damen ya debería haber llegado. Y, justo cuando estoy a punto de enviarle un mensaje telepático para decirle que entre y se reúna conmigo, Roman me interrumpe diciendo:

—Debe de ser un secreto para Damen también, porque él ya se ha marchado.

Me doy la vuelta y lo miro a los ojos. Se me forma un nudo en el estómago y un escalofrío recorre mi piel.

—No se ha marchado —le digo sin intentar disimular el tono cortante de mi voz—. Solo ha ido a buscar el coche.

Roman se limita a encogerse de hombros. Su mirada está llena de compasión cuando replica:

—Lo que tú digas… Pero me parece que deberías saber que hace un momento, cuando he salido a fumarme un cigarrillo, he visto a Damen abandonar el aparcamiento y marcharse a toda velocidad.

Capítulo doce

A
travieso a toda prisa la puerta que conduce al callejón y observo el estrecho espacio vacío mientras mis ojos se acostumbran a la oscuridad. Veo una hilera de contenedores de basura llenos a rebosar, una estela de cristales rotos, un gato callejero hambriento… pero ni rastro de Damen.

Avanzo con dificultad mientras mis ojos buscan sin descanso; mi corazón late tan aprisa que temo que se me salga del pecho. Me niego a creer que no esté aquí. Me niego a creer que me haya abandonado. ¡Roman es asqueroso! ¡Un embustero! Damen jamás se marcharía así, sin mí…

Deslizo los dedos por el muro de ladrillos en busca de apoyo, cierro los ojos para sintonizar su energía y le envío mensajes telepáticos de amor, necesidad y preocupación, pero la única respuesta que obtengo es un persistente vacío negro. Con el móvil apretado contra la oreja, esquivo los coches que se dirigen a la salida mientras miro por las ventanillas y dejo una serie de mensajes en su buzón de voz.

Se me rompe el tacón de la sandalia derecha, pero me limito a quitármelas y arrojarlas a un lado antes de seguir avanzando. Me importan un comino los zapatos. Puedo conseguir un centenar de pares más.

Sin embargo, no puedo hacer aparecer a otro Damen.

Cuando veo que el aparcamiento poco a poco se vacía y sigue sin haber ni rastro de él, me desplomo sobre el bordillo de la acera, sudorosa, exhausta y desalentada. Observo los cortes y las ampollas de mis pies, que se sanan casi de inmediato, mientras pienso en lo mucho que me gustaría poder cerrar los ojos y acceder a su mente… poder saber lo que piensa, aun cuando no lograra averiguar su paradero.

Pero lo cierto es que jamás he logrado introducirme en su cabeza. Es una de las cosas que más me gustan de él. El hecho de que esté psíquicamente fuera de mi alcance hace que me sienta normal. Y, paradojas de la vida, una de las cosas que más me gustan de él actúa ahora en mi contra.

—¿Necesitas ayuda?

Alzo la vista y descubro que Roman está de pie junto a mí, sacudiendo en una mano un juego de llaves y mis sandalias en la otra.

Sacudo la cabeza y aparto la mirada; sé que no estoy en condiciones de negarme a que me lleve a casa, pero prefiero caminar a gatas sobre brasas ardientes y cristales rotos que subirme a un coche de dos plazas con él.

—Vamos —me dice—. Prometo que no te morderé.

Recojo mis cosas, meto el teléfono móvil en el bolso y me aliso el vestido al tiempo que me levanto.

—Estoy bien —le aseguro.

—¿En serio? —Sonríe, y se acerca tanto que las puntas de nuestros pies casi se tocan—. Si te soy sincero, a mí me da la impresión de que no estás tan bien…

Me doy la vuelta y comienzo a dirigirme hacia la salida sin molestarme en detenerme cuando dice:

—Y eso significa que las cosas no te van muy bien. Mírate, Ever, por favor: estás desaliñada, descalza y… parece que tu novio te ha dejado plantada, aunque eso no lo sé con seguridad.

Respiro hondo y sigo andando con la esperanza de que se canse pronto de este jueguecito. Quiero que pase de mí y siga su camino.

—Pero incluso en ese estado patético de desesperación, tengo que admitir que estás como un tren… y espero que no te moleste que te lo diga.

Me detengo de inmediato y me doy la vuelta para mirarlo, a pesar de que estaba decidida a seguir adelante. Me siento incómoda cuando sus ojos empiezan a recorrer con un brillo inconfundible mi cuerpo de los pies a la cabeza, deteniéndose en mis piernas, mi cintura y mi pecho.

—No puedo ni imaginar en qué estaría pensando Damen, porque yo en su lugar…

—Nadie te lo ha preguntado —lo interrumpo. Cuando me doy cuenta de que comienzan a temblarme las manos, me recuerdo a mí misma que controlo la situación sin problemas, que no hay razón para sentirme amenazada… Que aunque parezca una chica indefensa normal y corriente, soy cualquier cosa menos eso. Soy más fuerte de lo que era; tan fuerte que, si realmente quisiera, podría derribar a Roman de un solo golpe. Podría mandarlo volando sobre el aparcamiento hasta el otro lado de la calle. Y no creáis que no siento la tentación de demostrárselo.

Él esboza esa sonrisa lánguida que funciona con todo el mundo menos conmigo, y sus gélidos ojos azules se clavan en los míos con una expresión tan sagaz, tan íntima, tan juguetona… que mi primer impulso es salir corriendo.

Pero no lo hago.

Porque todo en él es desafío, y no pienso dejar que gane.

—No necesito que me lleven a casa —digo al final. Me doy la vuelta para seguir caminando y siento un escalofrío al percibir que me sigue.

Noto su aliento congelado en la nuca cuando me dice:

—Ever, por favor, ¿quieres parar un momento? No pretendía molestarte.

Sin embargo, no me detengo. Sigo andando. Estoy decidida a poner tanta distancia entre nosotros como me sea posible.

—Venga… —Se echa a reír—. Solo intento ayudar. Todos tus amigos se han marchado, Damen ha desaparecido y ya no queda nadie del servicio de limpieza, lo que significa que soy tu única esperanza.

—Tengo muchas alternativas —murmuro. Lo único que quiero es que se largue de una vez para poder hacer aparecer un coche y unos zapatos y largarme a casa.

—Yo no veo ninguna.

Hago un gesto negativo con la cabeza y sigo mi camino. La conversación se ha acabado.

—¿Estás insinuando que prefieres caminar hasta casa que subirte en un coche conmigo?

Llego al final de la calle y aprieto el botón del semáforo una y otra vez, deseando que se ponga en verde para poder cruzar al otro lado y librarme de él.

—No tengo ni idea de por qué hemos empezado tan mal, pero está claro que me odias y no sé por qué. —Su voz es suave, incitante, como si de verdad quisiera empezar de nuevo, dejar el pasado atrás, hacer las paces y todo eso.

Sin embargo, yo no quiero empezar de nuevo. Y tampoco quiero hacer las paces. Lo único que quiero es que se dé la vuelta y se largue a cualquier otro sitio. Que me deje sola para que pueda encontrar a Damen.

Con todo, no puedo dejar que se vaya así, no puedo permitir que sea él quien diga la última palabra. Lo miro por encima del hombro y le digo:

—No te des tantos aires, Roman. Para odiar a alguien tiene que importarte, así que es imposible que yo te odie.

Después cruzo a toda prisa la calle, a pesar de que el semáforo todavía no se ha puesto en verde. Siento el escalofrío que me provoca su penetrante mirada mientras esquivo a un par de listillos que han acelerado al ver la luz ámbar.

—¿Qué pasa con tus zapatos? —grita—. Es una pena que los dejes aquí. Estoy seguro de que se pueden arreglar.

Sigo andando. «Veo» cómo hace una reverencia a mi espalda, trazando un arco exagerado con el brazo mientras mis sandalias cuelgan de la punta de sus dedos. Sus potentes carcajadas me siguen por la avenida hasta la calle.

Capítulo trece

E
n el instante en que cruzo la calle, me escondo tras un edificio, echo un vistazo por la esquina y espero hasta que el Aston Martin rojo cereza de Roman sale a la carretera y se aleja. Aguardo unos minutos para estar segura de que se ha ido y que no piensa regresar.

Necesito encontrar a Damen. Necesito averiguar qué le ha ocurrido, por qué ha desaparecido sin decir palabra. Ha estado esperando (hemos estado esperando) esta noche cuatrocientos años, así que el hecho de que no esté aquí demuestra que ha ocurrido algo terrible.

No obstante, primero debo conseguir un coche. En Orange County no puedes ir a ningún sitio si no tienes coche. Así que cierro los ojos y visualizo el primero que se me viene a la cabeza (un Volkswagen Escarabajo azul cielo igual que el que solía llevar Shayla Sparks, la chica más popular que haya pisado jamás los pasillos del instituto Hillcrest). Recuerdo su divertido diseño y la capota de lona negra que Parecía tan glamurosa… aunque también fuera de lugar bajo la inceste lluvia de Oregón.

Lo imagino con tanta claridad como si estuviera justo delante de ^ brillante, curvilíneo y adorable.

«Siento» cómo mis dedos se curvan sobre la manilla de la puerta y el tacto suave del cuero mientras me deslizo en el asiento. Y, cuando coloco un tulipán rojo en el soporte que tengo delante, abro los ojos y sé que mi vehículo está completo.

Aunque no sé cómo poner el motor en marcha.

Olvidé hacer aparecer la llave.

Sin embargo, como eso jamás ha detenido a Damen, vuelvo a cerrar los ojos y «deseo» que el motor cobre vida; recuerdo el sonido exacto que hacía el coche de Shayla mientras mi antigua mejor amiga, Rachel, y yo permanecíamos en la acera después de clase, mirando con envidia cómo sus amigas superguays se hacinaban en los asientos traseros y en el del acompañante.

Y en el instante en que el motor se pone en marcha, me encamino hacia la autopista de la costa. Creo que empezaré a buscar en el Montage, el hotel donde se suponía que acabaríamos esta noche, y luego seguiré a partir de ahí.

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