Honor mira su reloj y pone los ojos en blanco, impaciente por marcharse. Y, justo cuando estoy a punto de apartarme de Stacia (y quizá de asestarle un revés «accidental» en el mismo movimiento), veo algo tan horrible, tan repugnante, que tiro una fila entera de lencería al suelo en el intento por librarme de ella.
Sujetadores, tangas, perchas y fijaciones… todo se estrella contra el suelo antes de formar un enorme montón.
Y yo caigo encima.
—¡Ma-dre-mí-a! —chilla Stacia, que se agarra a Honor antes de que ambas empiecen a desternillarse de risa—. ¡Eres una patosa! -—dice al tiempo que busca el móvil para grabarlo todo en vídeo. Manipula el zoom para ampliar la imagen mientras yo intento librarme de un liguero de encaje rojo que se me ha enrollado alrededor del cuello—. ¡Será mejor que te levantes y ordenes todo este lío! —Entorna los ojos para ajustar el ángulo mientras yo me esfuerzo por levantarme—. Ya sabes lo que dicen: «Quien lo rompe, lo paga».
Me pongo en pie y observo cómo huyen Stacia y Honor cuando ven acercarse a una de las vendedoras. Aunque Stacia se detiene el tiempo suficiente para mirarme por encima del hombro y decir:
—Te estoy vigilando, Ever. Créeme, todavía no he acabado contigo.
Y, acto seguido, se marcha del lugar.
E
n el momento en que percibo que Damen dobla mi calle, corro al espejo (otra vez) y me coloco la ropa para asegurarme de que todo está donde debería estar (el vestido, el sujetador, la lencería nueva). Tengo la esperanza de que todo permanezca en su lugar…, al menos hasta que llegue el momento de quitármelo.
Después de que la dependienta de Victoria's Secret y yo arregláramos el desaguisado, la joven me ayudó a elegir este conjunto de sujetador, braguitas y medias; un conjunto que no es de algodón, ni es escandalosamente sexy y, en realidad, no sujeta ni tapa mucho de nada… pero supongo que esa es la idea. Luego fui a Nordstrom, donde compré este bonito vestido verde y unas sandalias a juego muy monas. Cuando iba de camino a casa, me detuve para hacerme una sesión rápida de manicura y pedicura, algo que no había hecho desde…, desde antes de que ocurriera el accidente que me robó mi antigua vida para siempre, cuando era tan popular y presumida como Stacia.
Aunque en realidad nunca fui como Stacia.
Lo que quiero decir es que puede que fuera popular y perteneciera al equipo de animadoras, pero jamás fui una zorra.
—¿En qué piensas? —pregunta Damen, que ha abierto la puerta principal sin ayuda y, puesto que Sabine no está en casa, ha subido hasta mi dormitorio.
Lo observo mientras se apoya contra el marco de la puerta y sonríe. Me fijo en sus vaqueros oscuros, en su camisa oscura, en su chaqueta oscura, en las botas de motero negras que lleva siempre… y siento un vuelco en el corazón.
—Pensaba en los últimos cuatrocientos años —replico, y me encojo por dentro al ver que sus ojos se oscurecen de preocupación—. Pero no de la forma en que tú crees —añado, ansiosa por demostrarle que no estoy obsesionada con el pasado otra vez—. Pensaba en todas nuestras vidas juntos y en que jamás hemos… —Damen arquea una ceja y esboza una sonrisa—. Lo que quiero decir es que me alegro de que esos cuatrocientos años hayan llegado a su fin —murmuro mientras se acerca a mí, me rodea la cintura con los brazos y me estrecha contra su pecho. Recorro con mirada absorta los rasgos de su rostro: sus ojos oscuros, su piel suave, sus labios irresistibles…
—Yo también me alegro —me dice, mirándome a los ojos—. No, bien pensado retiro lo dicho, porque lo cierto es que estoy mucho más que alegre. De hecho, estoy… exultante. —Sonríe, pero un momento después frunce el ceño y dice—: No, esa tampoco es la palabra correcta. Creo que necesitamos un término nuevo. —Se echa a reír y baja su boca hasta mi oreja antes de susurrar—: Esta noche estás mas hermosa que nunca. Y quiero que todo sea perfecto. Quiero que $e' todo lo que has soñado que sería. Solo espero no decepcionarte.
Me aparto un poco para poder mirarlo a la cara; me pregue0 cómo se le ha pasado por la cabeza algo parecido cuando siempre ^ sido yo quien temía decepcionarlo.
Coloca su dedo bajo mi barbilla y me alza la cara hasta que mis labios encuentran los suyos. Y le devuelvo el beso con tanto fervor que se aparta y dice:
—Tal vez deberíamos ir directamente al Montage, ¿no crees?
—Está bien —murmuro mientras busco de nuevo sus labios. Pero me arrepiento de haber bromeado cuando se aparta de nuevo y veo la expresión esperanzada de su rostro—. No podemos. Miles me
mataría
si me pierdo el estreno. —Sonrío con la esperanza de que él sonría también.
Pero no lo hace. Y cuando me mira con el semblante serio, sé que he tocado un tema peliagudo. Todas mis anteriores vidas han acabado esta noche: la noche que teníamos planeado estar juntos. Y, aunque yo no recuerdo los detalles, está claro que él sí.
No obstante, tan pronto como su cara recupera el color, coge mi mano y dice:
—Bueno, es una suerte que ahora seamos
inmatables
, porque así nada podrá separarnos.
Lo primero que noto mientras nos dirigimos a nuestros respectivos lientos es que Haven está sentada al lado de Roman, aprovechando la ausencia de Josh para apretar su hombro contra el de él e inclinar la cabeza de una forma que le permite mirarlo con adoración y reír por todo lo que djce. Lo segundo que noto es que mi sitio también está al lado del de Roman. Solo que, a diferencia de Haven, a mí no me emociona lo más mínimo. Pero, puesto que Damen ya se ha sentado en la butaca de la parte exterior y no quiero montar un espectáculo pidiéndole que se cambie, ocupo a regañadientes el asiento que me ha tocado. Siento la agresividad de la energía de Roman cuando sus ojos se clavan en los míos: está tan concentrado en mí que no puedo evitar sentirme violenta.
En un intento por sacarme a Roman de la cabeza, contemplo el teatro casi lleno y me tranquilizo al ver que Josh se acerca por el pasillo ataviado con sus acostumbrados vaqueros oscuros, el cinturón lleno de remaches, una camisa blanca y una fina corbata de cuadros. Tiene los brazos cargados de chucherías y botellas de agua, así que no puede apartarse el cabello negro que se le mete en los ojos. Se me escapa un suspiro de alivio al comprobar que Haven y él forman una pareja perfecta, y me alegra mucho ver que no ha sido reemplazado.
—¿Agua? —pregunta mientras se deja caer en el asiento que hay al otro lado de Haven y me pasa dos botellas.
Cojo una para mí e intento pasarle la otra a Damen, pero él hace un gesto negativo con la cabeza y le da un sorbo a su bebida roja.
—¿Qué es eso? —pregunta Roman, que se inclina sobre mí mientras señala la botella. Su contacto indeseado me provoca un escalofrío—. Te bebes esa cosa como si tuviese algo más que zumo… y si es así, podrías compartirlo, colega. No seas egoísta… —Se echa a reír, extiende la mano y mueve los dedos mientras nos mira con expresión desafiante.
Y justo cuando estoy a punto de intervenir por miedo a que Damen sea tan amable como para darle un trago, el telón se levanta y la música empieza a sonar. Y, aunque Roman se rinde y vuelve a reclinarse en su asiento, su mirada no se aparta de mí ni un solo momento.
Miles estuvo fantástico, increíble. Tan increíble que de vez en cuando solo estaba pendiente de sus frases y sus canciones… aunque el resto del tiempo no dejaba de darle vueltas al hecho de que estoy a punto de perder la virginidad… por primera vez en cuatrocientos años.
Me resulta asombroso pensar que después de tantas encarnaciones, después de todas las veces que nos hemos conocido y enamorado, nunca hayamos conseguido llegar hasta el final.
Pero esta noche eso va a cambiar.
Todo va a cambiar.
Esta noche vamos a enterrar el pasado y dar un paso hacia delante, hacia el futuro de nuestro amor eterno.
Cuando por fin cae el telón, todos nos levantamos y nos dirigimos hacia los bastidores. Pero en cuanto llego a la puerta trasera, me giro hacia Damen y le digo:
—¡Mierda! Nos hemos olvidado de parar en la tienda y comprar unas flores para Miles.
Damen se limita a sonreír y sacude la cabeza:
—¿De qué estás hablando? —dice—. Tenemos todas las flores que necesitamos aquí mismo.
Entorno los ojos, preguntándome qué está tramando, porque, si la vista no me falla, él tiene las manos tan vacías como lo están las mías.
—¿De qué estás hablando tú? —susurro. Siento una maravillosa eléctrica que recorre mi cuerpo cuando pone su mano sobre mi brazo.
—Ever, contesta con expresión divertida—, esas flores ya existen en el plano cuántico. Si quieres acceder a ellas en el plano físico, lo único que tienes que hacer es manifestarlas, tal y como te he enseñado.
Miro a mi alrededor para asegurarme de que nadie ha escuchado nuestra extraña conversación. Me avergüenza admitir que no sé hacerlo.
—No sé cómo —replico, deseando que haga aparecer las flores de una vez para poder dar el tema por zanjado. No es momento para lecciones.
Pero Damen no está dispuesto a ceder.
—Por supuesto que lo sabes. ¿Es que no te he enseñado nada?
Aprieto los labios y miro al suelo, porque lo cierto es que ha intentado enseñarme muchas veces. Pero soy una estudiante terrible, y he fracasado en tantas ocasiones que lo mejor para ambos sería que le dejara a él lo de hacer aparecer las flores.
—Hazlo tú —le digo, encogiéndome al ver la desilusión que se dibuja en su rostro—. Eres mucho más rápido que yo. Si intento hacerlo, montaré un espectáculo, la gente se dará cuenta y tendremos que explicar…
Damen sacude cabeza, negándose a dejarse convencer por mis palabras.
—¿Cómo vas a aprender si siempre me dejas a mí?
Dejo escapar un suspiro. Sé que tiene razón, pero no quiero desperdiciar nuestro precioso tiempo tratando de hacer aparecer un ramo de rosas que puede que no se manifieste nunca. Lo único que quiero es tener las flores en la mano, decirle a Miles que ha estado magnífico e irme al Montage para seguir con nuestros planes. Y hace apenas un rato, él parecía desear lo mismo. Sin embargo, ahora ha adoptado ese tono serio de profesor que, para ser sincera, me bastante el rollo.
Respiro hondo y sonrío con dulzura. Acaricio su solapa con los dedos mientras le digo:
—Tienes toda la razón del mundo. Y mejoraré mucho, te lo prometo. Pero creo que esta vez deberías hacerlo tú, ya que eres mucho más rápido que yo… —Acaricio la zona que hay bajo su oreja, a sabiendas de que está a punto de ceder—. Tarde o temprano conseguiremos las flores, y cuanto antes las tengamos, antes podremos marcharnos para…
Ni siquiera he terminado de decir la frase cuando él cierra los ojos y extiende la mano hacia delante como si sostuviera un ramo de flores. Miro a nuestro alrededor para asegurarme de que nadie nos ve, con la esperanza de que todo acabe pronto.
Sin embargo, cuando vuelvo a mirar a Damen, empieza a entrarme el pánico. No solo porque su mano sigue vacía, sino porque un reguero de sudor se desliza por su mejilla por segunda vez en solo dos días.
Algo que no resultaría extraño en absoluto si se deja a un lado el hecho de que Damen no suda nunca.
De la misma manera que nunca se pone enfermo y jamás tiene días malos, Damen jamás suda. No importa la temperatura exterior, no importa la tarea que se traiga entre manos, siempre parece fresco y Perfectamente capaz de controlarlo todo.
Excepto ayer, cuando fracasó a la hora de abrir el portal.
Excepto ahora, que no ha logrado manifestar un sencillo ramo de flores para Miles.
Cuando le toco el brazo y le pregunto si se encuentra bien, siento un leve cosquilleo en vez del calor y el hormigueo habituales.
—Por supuesto que estoy bien. —Entorna los ojos, pero después alza los párpados lo justo para mirarme antes de cerrarlos con fuerza de nuevo. Y, a pesar de que nos hemos mirado apenas un instante, lo que he atisbado en sus ojos me deja helada y débil.
Esos no son los ojos cálidos y afectuosos a los que me he acostumbrado. Son unos ojos fríos, distantes, remotos… los mismos que ya he visto esta semana. Observo cómo se concentra: su frente se arruga, su labio superior se cubre de sudor. Está decidido a acabar de una vez para que podamos disfrutar de nuestra noche perfecta. Y, como no quiero que esto derive en una repetición de lo que ocurrió el otro día, cuando no consiguió abrir el portal, me pongo a su lado y cierro los ojos también.
Visualizo un hermoso ramo de dos docenas de rosas rojas en su mano, inhalo su potente aroma dulce y siento los suaves pétalos sobre sus largos y espinosos tallos…
—¡Ay! —Damen sacude la cabeza y se lleva el dedo a la boca, aunque la herida ya ha sanado antes de llegar a sus labios—. He olvidado ponerlas en un jarrón —dice, convencido de que ha creado las flores sin ayuda, y yo no pienso sacarle de su error.
—Déjame a mí —le digo en un intento por complacerlo—. Tienes mucha razón, necesito practicar —añado. Cierro los ojos y visualizo el jarrón que hay en el comedor de mi casa, ese que tiene uní complicado diseño de espirales, grabados y facetas luminosas.
—¿Cristal Waterford? —Se echa a reír—. ¿Quieres que piense que nos hemos gastado una fortuna en esto?
Yo también me río, aliviada de que su comportamiento extraño haya llegado a su fin y de que vuelva a bromear. Me pone el jarrón en las manos y dice:
—Toma. Dale esto a Miles mientras yo voy a buscar el coche y lo traigo hasta la puerta.
—¿Estás seguro? —pregunto. La piel que rodea sus ojos parece tensa y pálida, y su frente todavía está algo húmeda—. Porque podernos entrar, felicitarlo y salir pitando. No hay por qué quedarse mucho rato.
—De esta forma podremos evitar la interminable fila de coches y marcharnos aún más deprisa. —Sonríe—. Creí que estabas impaciente por llegar al hotel…
Lo estoy. Estoy tan impaciente como él. Pero también estoy preocupada. Preocupada por su incapacidad para hacer aparecer las cosas, preocupada por la efímera expresión de frialdad de sus ojos. Contengo el aliento mientras él da un trago de su botella y me recuerdo a mí misma lo rápido que ha sanado su herida para convencerme de que eso es buena señal.
Y, a sabiendas de que mi preocupación solo conseguirá que se sienta peor, me aclaro la garganta y le digo:
—Está bien. Ve a por el coche. Me reuniré contigo dentro de un momento.