—Gracias por recordármelo. —Miles frunce el ceño y busca con el dedo la zona de su barbilla donde está el grano… pero ha desaparecido.
Abre los ojos de par en par y nos mira a todos en busca de una confirmación de que la espinilla tamaño mamut, la pesadilla de esta mañana, ha desaparecido realmente. No puedo evitar preguntarme si esa súbita desaparición está relacionada conmigo, con la forma en que lo he tocado en el aparcamiento, porque eso significaría que tengo poderes mágicos de sanación.
Sin embargo, la idea apenas cruza mi mente cuando el chico nuevo aclara:
—Te dije que funcionaría. Es alucinante. Quédate el resto por si vuelve a salir.
Entorno los ojos y me pregunto cómo ha tenido tiempo suficiente para ocuparse del rostro de Miles cuando acabo de conocerlo.
—Le he dado una pomada —me dice el tipo al tiempo que se gira hacia mí—. Miles y yo coincidimos a primera hora. Por cierto, me llamo Roman.
Lo miro mientras me fijo en el color amarillo brillante del aura que lo rodea, cuyos límites se extienden de forma cariñosa, como si pretendiera darnos a todos un caluroso abrazo. Luego contemplo sus ojos azul oscuro, su piel bronceada, su pelo rubio y despeinado, su ropa informal con el toque justo de sofisticación… y, a pesar de lo guapo que es, mi primer impulso es salir corriendo. Me ofrece una de esas sonrisas lánguidas y relajadas que te dan un vuelco en el corazón, pero tengo los nervios tan a flor de piel que me resulta imposible devolvérsela.
—Tú debes de ser Ever —dice al tiempo que retira la mano, que ni siquiera había visto extendida y que esperaba ser estrechada antes de apartarse.
Miro de reojo a Haven, que se siente visiblemente horrorizada por mi falta de modales, y después a Miles, que está demasiado ocupado mirándose en el espejo como para notar mi metedura de pata. Sin embargo, cuando Damen estira el brazo por debajo de la mesa y me da un apretón en la rodilla, me aclaro la garganta, miro a Roman y le digo:
—Ah, sí, soy Ever. —Aunque me obsequia con una nueva sonrisa, su método sigue sin funcionar. Lo único que consigue es que se me encoja el estómago y me entren náuseas.
—Al parecer tenemos muchas cosas en común —dice, a pesar de que no logro imaginarme qué pueden ser esas cosas—. Me siento dos filas por detrás de ti en historia. Y al ver cómo te esforzabas no he podido evitar pensar que había al menos otra persona que detestaba la historia casi tanto como yo.
—Yo no detesto la historia —replico inmediatamente, demasiado a la defensiva. Mi voz tiene un matiz cortante que provoca la mirada de reproche de todos los presentes. Así que miro a Damen en busca de confirmación, segura de que es el único que puede sentir el inquietante torrente de energía que fluye desde Roman hasta mí.
No obstante, él se encoge de hombros y le da un sorbo a la bebida roja, como si todo fuera de lo más normal y no hubiera notado nada. Así que me giro de nuevo hacia Roman y exploro su mente, aunque lo único que escucho es un montón de pensamientos inofensivos que, aunque bastante infantiles, son básicamente agradables. Y eso significa que el problema es mío.
—¿De verdad? —Roman arquea las cejas y se inclina hacia mí—. Investigar el pasado, explorar todos esos lugares y fechas de antaño, examinar la vida de personas que vivieron hace muchos siglos y que ahora no tienen ninguna relevancia… ¿No te molesta? ¿No te aburre soberanamente?
«¡Solo cuando esa gente, esos lugares y esas fechas están relacionadas con mi novio y sus seiscientos años de juerga!»
Pero solo lo pienso. No lo digo. En lugar de eso, me encojo de hombros y replico:
—Se me da bien. De hecho, ha sido bastante fácil. He aprobado.
El chico asiente y me recorre con la mirada de arriba abajo sin perderse un solo detalle.
—Es bueno saberlo. —Esboza una sonrisa—. Muñoz me ha dado de plazo el fin de semana para ponerme al día, tal vez tú puedas ayudarme.
Echo un vistazo a Haven: sus ojos se han vuelto oscuros y su aura ha adquirido un horrible tono verdoso a causa de los celos; a continuación miro a Miles, que ya ha dejado su grano y está escribiéndole un mensaje de texto a Holt; y por último a Damen, que parece ajeno a lo que está ocurriendo y tiene la mirada perdida, concentrada en algo que no puedo ver. Y, aunque sé que me estoy comportando de manera ridícula, que el claval parece caerles bien a todos los demás y que debería hacer lo posible por ayudarle, hago un gesto indiferente con los hombros y le digo:
—Me consta que no hace falta.
Me resulta imposible pasar por alto el hormigueo de mi piel y el nudo en el estómago que siento cuando sus ojos se enfrentan a los míos. Roman muestra sus dientes blancos y perfectos en una sonrisa antes de decir:
—Es muy amable por tu parte concederme el beneficio de la duda, Ever, aunque no estoy seguro de que hayas hecho lo correcto.
—¿Q
ué te pasa con el chico nuevo? —me pregunta Haven, que se queda atrás mientras todo el mundo se dirige a clase.
—Nada. —Aparto su mano y me encamino hacia delante. Su energía recorre mi cuerpo mientras observo a Roman, Miles y Da-men, que ríen como si fueran viejos amigos.
—Por favor… —Compone una expresión incrédula—. Es evidente que no te cae bien.
—Eso es ridículo —replico.
No dejo de mirar a Damen, mi increíble y flamante novio/alma gemela/compañero eterno/consorte (en serio, tengo que encontrar el termino adecuado), que apenas me ha dirigido la palabra desde la clase de lengua de esta mañana. Y espero que no sea por los motivos que pienso: por mi comportamiento de ayer y porque me he negado comprometerme este fin de semana.
—Hablo muy en serio. —Me mira a los ojos—. Es como… como si odiaras a la gente nueva o algo así —me dice, y sus palabras son as amables que las que le rondan por la cabeza.
Aprieto los labios y clavo la mirada al frente para resistir el impulso de poner los ojos en blanco.
Sin embargo, ella se limita a poner los brazos en jarras y a mirarme con sus ojos hipermaquillados que se entornan bajo el mechón rojo fuego de su flequillo.
—Porque si no recuerdo mal, y las dos sabemos que no, al principio también detestabas a Damen, cuando llegó al instituto.
—Yo no odiaba a Damen —replico. Al final pongo los ojos en blanco, pese a que me había propuesto no hacerlo.
«Corrección: solo fingía odiar a Damen, porque lo cierto es que lo quise desde el principio. Bueno, excepto ese corto período de tiempo en el que lo odiaba de verdad. Pero, aun así, lo quería. Lo que pasa es que no estaba dispuesta a admitirlo…»
—Oye, perdona, pero no estoy de acuerdo —me dice. Su cabello negro deliberadamente despeinado le cae sobre el rostro en mechones—. ¿Recuerdas que ni siquiera lo invitaste a tu fiesta de Halloween?
Suspiro, fastidiada por todo ese asunto. Lo único que quiero es entrar en clase y fingir que presto atención mientras intercambio mensajes vía telepática con Damen.
—Sí, y, por si no lo recuerdas, esa fue también la noche en que nos enrollamos —le digo al final, aunque me arrepiento en el mismo instante en el que las palabras salen de mi boca. Fue Haven quien nos vio junto a la piscina, y eso estuvo a punto de romperle el corazón.
Sin embargo, ella pasa por alto mis palabras, más decidida a dejar claro su punto de vista que a ahondar en ese momento en particular del pasado.
—O puede que estés celosa porque Damen tiene un nuevo amigo. Ya sabes, alguien más aparte de ti.
—Eso es ridículo —replico demasiado rápido para resultar creíble—. Damen tiene un montón de amigos —añado, pero las dos sabemos que eso no es cierto.
Haven me mira con los labios fruncidos, impasible.
Sin embargo, ahora que hemos llegado tan lejos, no tengo más remedio que continuar.
—Os tiene a ti, a Miles y a… —«A mí», pienso, pero no lo digo en voz alta porque es una lista bastante pobre, y eso es justo lo que ella pretende señalar. Y la verdad es que Damen nunca sale con Haven y con Miles a menos que yo esté también. Pasa todo su tiempo libre conmigo. Y en los momentos en que no estamos juntos, no deja de enviarme imágenes y pensamientos para aliviar la sensación de distanciamiento. Es como si siempre estuviéramos conectados. Y tengo que admitir que me gusta que las cosas sean así. Porque solo con Damen puedo ser yo misma: esa que puede escuchar los pensamientos de los demás, que percibe las energías y que ve espíritus. Solo con Damen puedo bajar la guardia y ser como soy.
No obstante, cuando miro a Haven no puedo evitar preguntarme si está en lo cierto. Quizá esté celosa. Quizá Roman sea realmente un tipo normal y agradable que ha cambiado de instituto y quiere hacer ligos nuevos… y no la amenaza escalofriante que yo veo en él. Quizá me haya puesto tan paranoica, celosa y posesiva porque he asumido de manera automática que si Damen no está tan concentrado en como de costumbre, corro el peligro de ser sustituida. Y si es así, resulta demasiado patético para admitirlo. Así que niego con la cabeza y finjo una carcajada antes de decir:
—Eso también es ridículo. Todo esto es una ridiculez. —Intento que parezca que hablo en serio.
—¿De veras? Bueno, ¿qué pasa con Drina, entonces? ¿Cómo explicas eso? —Me sonríe con desdén—. La odiaste desde la primera vez que la viste, y no te atrevas a negármelo. Y después, cuando descubriste que conocía a Damen, la odiaste más todavía.
Me encojo al escuchar a mi amiga. Y no porque lo que dice sea cierto, sino porque escuchar el nombre de la ex mujer de Damen siempre hace que me encoja por dentro. No puedo evitarlo, es instintivo. Pero no tengo ni idea de cómo explicárselo a Haven. Lo único que ella sabe es que Drina fingía ser su amiga, que la dejó tirada en una fiesta y que luego desapareció para siempre. No recuerda que Drina intentó matarla con un bálsamo envenenado que le entregó para sanar el espeluznante tatuaje que se ha quitado hace poco de la muñeca, no recuerda que…
«¡Ay, Dios mío! ¡El bálsamo! ¡Roman le ha dado a Miles una pomada para el grano! Sabía que ese tío tenía algo raro. ¡Sabía que no eran imaginaciones mías!»
—Oye, Haven, ¿qué clase tiene Miles ahora? —le pregunto mientras barro el campus con la mirada, incapaz de encontrarlo y demasiado nerviosa como para utilizar la visión remota, que aún no domino.
—Creo que lengua, ¿por qué? —Me mira de manera extraña.
—Por nada, es que… Tengo que irme pitando.
—Vale. Como quieras. Pero, para que lo sepas, ¡sigo creyendo que odias a la gente nueva! —me grita.
Pero para entonces yo ya me he ido.
Recorro el edificio concentrada en la energía de Miles para intentar percibir en qué clase se encuentra. Y cuando de pronto doblo una esquina y veo una puerta a mi derecha, entro en el aula sin pensármelo dos veces.
—¿Puedo ayudarte en algo? —pregunta el profesor, que se aparta de la pizarra con un trozo de tiza blanca en la mano.
Me quedo en pie delante de la clase y doy un respingo cuando algunos de los esbirros de Stacia se burlan de mí mientras trato de recuperar el aliento.
—¡Miles! —jadeo al tiempo que lo señalo con el dedo—. Necesito hablar con Miles. No tardaré más que un segundo —le prometo al profesor mientras se cruza de brazos y me mira con suspicacia—. Se trata de algo importante —añado mirando a Miles, que ha cerrado los ojos y sacude la cabeza.
—Supongo que tendrás autorización para estar en el pasillo, ¿no? —pregunta el profesor, un maniático de las reglas.
Y, aunque sé que podría enfadarse y acabar resultando en mi contra, no tengo tiempo para liarme con todos los trámites burocráticos del instituto destinados a mantenernos a todos a salvo… y que en realidad, en ese instante, ¡me impiden hacerme cargo de un asunto de vida o muerte!
O que al menos podría llegar a serlo.
Aunque no estoy segura, me gustaría tener la oportunidad de averiguarlo.
Me siento tan frustrada que niego con la cabeza y digo:
—Escuche, usted y yo sabemos que no tengo autorización, pero si me hiciera el favor de permitirme hablar con Miles un segundo, le prometo que lo tendrá de vuelta ahora mismo.
El hombre me mira mientras su mente baraja todas las posibilidades de acabar con esa situación: echarme sin contemplaciones, acompañarme a clase, acompañarme al despacho del director Buckley… Pero al final, echa un vistazo rápido a Miles, suspira y me dice:
—Está bien, pero que sea rápido.
En el mismo instante en que los dos llegamos al pasillo y la puerta se cierra tras nosotros, miro a Miles y le digo:
—Dame esa pomada.
—¿Qué? —Parece atónito.
—La pomada que te ha dado Roman. Dámela. Necesito verla —le digo al tiempo que extiendo la mano y muevo los dedos.
—¿Estás loca o qué? —susurra mientras mira a su alrededor, aunque solo estamos la alfombra, las paredes grises, él y yo.
—Ni te imaginas lo importante que es —le digo mirándolo a los ojos; no quiero asustarlo, pero lo haré si es necesario—. Vamos, no tenemos todo el día.
—Está en mi mochila. —Se encoge de hombros.
—En ese caso, ve a buscarla.
—Venga, Ever, en serio… ¿Qué narices…?
Me limito a cruzarme de brazos y a hacer un gesto con la cabeza.
—Vamos. Te espero.
Miles sacude la cabeza y desaparece en el interior del aula. Sale un momento después con expresión malhumorada y un pequeño tubo blanco en la palma de la mano.
—Aquí tienes. ¿Ya estás contenta? —Me espeta al tiempo que me arroja la pomada.
Giro el tubo entre el pulgar y el índice para examinarlo. Es una marca que me resulta familiar, de un establecimiento que frecuento. No entiendo cómo es posible.
—Por si lo habías olvidado, el estreno de mi obra es mañana, y te aseguro que ahora no necesito dosis extra de drama y estrés, así que si no te importa… —Extiende la mano, a la espera de que le devuelva la pomada para poder regresar a clase.
Pero no estoy dispuesta a entregársela todavía. Busco algo pareado al agujero de una aguja, una marca de punción, algo que demuestre que ha sido manipulada, que no es lo que parece ser…
—En serio, antes en el comedor he estado a punto de felicitarte ver que Damen y tú habíais aflojado un poco con todo ese rollo romanticón, pero ahora veo que lo has sustituido por algo mucho peor. De verdad, Ever, o le quitas el tapón y la utilizas, o me la devuelves ya.
En lugar de devolvérsela, la aprieto con los dedos tratando de interpretar su energía. Pero no es más que una estúpida crema para los granos. De las que funcionan de verdad.