Odio tener que mentir a la gente. Sobre todo, a ella. Y más después de lo que ha hecho por mí, después de acogerme tras el accidente en el que murió toda mi familia. Lo cierto es que no tenía por qué hacerlo. Que sea mi único pariente vivo no significa que no pudiera haberse negado. Y seguro que se pasa la mayor parte del tiempo deseando haberlo hecho. Su vida era mucho menos complicada antes de mi llegada.
—Me refiero a si has tomado algo que no sea esa bebida roja.
Señala con la cabeza la botella que hay sobre mi escritorio, el líquido rojo opalescente de extraño sabor amargo que ya apenas me repugna como antes. Lo cual es positivo, ya que, según Damen, tendré que beberlo durante el resto de la eternidad. No es que no pueda tomar comida de verdad, es solo que ya no me apetece. Mi brebaje inmortal me proporciona todos los nutrientes que necesito. Y no importa si bebo mucho o poco, siempre me siento saciada.
Sin embargo, sé lo que mi tía está pensando. Y no solo porque puedo leer todos sus pensamientos, sino porque yo solía pensar lo mismo de Damen. Me molestaba muchísimo ver cómo apartaba la comida y «fingía» comer. Hasta que descubrí su secreto, claro está.
—Yo… bueno, he picado algo antes —digo al fin, intentando no apretar los labios, apartar la mirada ni encogerme: mis habituales signos delatores—. Con Miles y con Haven —añado con la esperanza de que eso explique la falta de platos sucios, aunque sé que proporcionar muchos detalles dispara la alerta: «¡Mentiroso a la vista!». Además, Sabine es una de las mejores abogadas de su prestigioso bufete, con lo cual se le da increíblemente bien detectar a un farsante. No obstante, reserva ese particular don suyo para su vida profesional, mientras que en su vida privada, prefiere creer a pies juntillas.
Salvo hoy. Hoy no está dispuesta a tragarse nada de lo que le digo. En lugar de eso, me mira y dice:
—Estoy preocupada por ti.
Me giro para mirarla a la cara con la esperanza de parecer sincera, dispuesta a escuchar sus preocupaciones, a pesar de que me ha dejado atónita.
—Estoy bien —le digo, y sonrío para que se lo crea—. De verdad. Estoy sacando buenas notas, me llevo bien con mis amigos, y Damen y yo estamos… —Me quedo callada al darme cuenta de que jamás le he hablado sobre mi relación, jamás la he definido con exactitud, reservándome la información para mí. Y lo cierto es que ahora que he empezado la frase no sé muy bien cómo terminarla.
Bueno, decir que somos novios sonaría demasiado frívolo e inadecuado si se tiene en cuenta nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro, porque es evidente que la historia que hemos compartido nos convierte en mucho más que eso. Con todo, tampoco pienso proclamar en voz alta que somos almas gemelas y compañeros eternos: sonaría demasiado cursi. Y para ser sincera, prefiero no calificar la relación que nos une. Ya me confunde bastante tal como está. Además, ¿qué podría decirle a mi tía? ¿Que nos hemos querido durante siglos pero que todavía no hemos conseguido dar el siguiente paso?
—Bueno, a Damen y a mí… nos va muy bien —digo por fin. Trago saliva al darme cuenta de que he dicho «bien» y no «genial», lo que debe de ser la primera verdad que ha salido de mi boca en todo el día.
—Así que ha estado aquí. —Deja el maletín de piel marrón en el suelo y me mira. Ambas somos muy conscientes de con cuánta facilidad he caído en su trampa de abogada.
Asiento mientras me reprendo mentalmente por insistir en que nos quedáramos en mi casa en lugar de ir a la suya, como había propuesto Damen en un principio.
—Me ha parecido ver pasar su coche a toda velocidad. —Su mirada se posa en la cama desordenada, en el caótico montón de almohadones y en el edredón arrugado. Cuando vuelve a mirarme no puedo evitar encogerme, sobre todo porque sé lo que viene a continuación—. Ever —dice con un suspiro—, siento mucho no estar aquí todo lo que debería y que no podamos pasar más tiempo juntas. Y, aunque todavía estamos buscando la manera de llegar la una a la otra, quiero que sepas que puedes contar conmigo para lo que necesites. Si alguna vez quieres hablar con alguien, aquí estoy yo para escucharte.
Aprieto los labios y asiento. Sé que aún no ha terminado, pero espero que quedándome callada y mostrándome complaciente sirva para que termine cuanto antes.
—Porque, aunque lo más probable es que creas que soy demasiado vieja para entender por lo que estás pasando, te aseguro que recuerdo muy bien lo que se siente a tu edad. Lo abrumadora que puede resultar la presión de los medios, que te instan a compararte con actrices, modelos y otros personajes de la televisión.
Trago saliva con fuerza y aparto la mirada, obligándome a no reaccionar, a no gritar para defenderme: prefiero que ella crea eso a que empiece a sospechar la verdad.
Desde que me expulsaron del instituto, Sabine ha estado observándome con más atención que nunca, y desde que empezó a llenar sus estanterías con libros de autoayuda de todo tipo (desde
Cómo educar a un adolescente cuerdo en los tiempos locos que corren
hasta
Tu adolescente y los medios de comunicación: lo que tú puedes hacer al respecto
), las cosas están muchísimo peor. Estudia y subraya los comportamientos adolescentes más inquietantes y luego me observa en busca de algún posible síntoma.
—Lo único que sé es que eres una chica guapa, mucho más guapa de lo que yo lo era a tu edad, y matarte de hambre para competir Con esas famosas esqueléticas que se pasan media vida entrando y saliendo de clínicas de rehabilitación no solo es un objetivo absurdo e inalcanzable, sino que acabará por hacerte enfermar. —Me mira con seriedad, desesperada por llegar hasta mí, por lograr que sus paladas calen en mí—. Quiero que sepas que eres perfecta tal y como estas, y que me apena verte pasar por esto. Y si es por Damen…, bueno, entonces lo único que debo decirte es que…
—No soy anoréxica.
Me mira fijamente.
—No soy bulímica, no soy ninguna chiflada de las dietas, no me estoy matando de hambre, no quiero tener una talla treinta y dos, y no quiero parecerme a las gemelas Olsen. En serio, Sabine, ¿te parece que me estoy consumiendo? —Me pongo de pie para permitir que vea mis ajustados vaqueros en todo su esplendor; porque, en todo caso, me siento todo lo contrario a consumida. Me da la impresión de que me estoy «rellenando» a buen paso.
Ella me recorre con la mirada. Y me refiero a que me observa de arriba abajo. Empieza por la cabeza y baja hasta la punta de los pies, y sus ojos se detienen en mis pálidos tobillos (descubrí que mis vaqueros favoritos me quedaban cortos y no tuve más remedio que remangármelos para disimularlo).
—Solo pensaba que… —Se encoge de hombros sin saber muy bien cómo continuar ahora que le he expuesto motivos más que razonables para un veredicto de no culpabilidad—. Es que no te he vuelto a ver comer… y siempre estás bebiendo esa cosa roja…
—Así que has pensado que había pasado de ser una adolescente borracha a una adolescente anoréxica que se niega a comer, ¿no? —Me echo a reír para que sepa que no estoy enfadada… Quizá lo esté un poco, pero más conmigo misma que con ella. Debería haber disimulado mejor. Debería al menos haber fingido que comía—. No tienes nada por lo que preocuparte —le aseguro con una sonrisa—. De verdad. Quiero que quede claro: no tengo intención de consumir drogas ni de traficar con ellas, no voy a experimentar con ningún tipo de modificación corporal (ni cortes, ni marcas a fuego, ni escarificaciones, ni piercings) ni con ninguna otra cosa que aparezca esta semana en el
Top Ten
de los comportamientos extraños que debes buscar en tu adolescente. Y, para que conste, que beba esa cosa roja no significa que trate de parecerme a ninguna celebridad esquelética ni que quiera complacer a Damen. La bebo porque me gusta, eso es todo. Además, sé a ciencia cierta que Damen me quiere y me acepta tal como soy… —Me quedo callada, ya que acabo de empezar a hablar de otro tema en el que no quiero profundizar. Y, antes de que mi tía pueda pronunciar las palabras que se están formando en su cabeza, levanto la mano y digo—: Y no, no me refería a eso. Damen y yo estamos… —«Enamorados, saliendo en plan novios. Somos una especie de amigos con derecho a roce que están vinculados para toda la eternidad»—. Bueno, estamos saliendo. Ya sabes, juntos, como pareja. Pero no nos hemos acostado.
«Todavía.»
Mi tía me mira con una expresión tan incómoda como yo me siento por dentro. Ninguna de las dos desea profundizar en el tema, pero, a diferencia de mí, ella siente que es su deber.
—Ever, no pretendía insinuar que… —empieza a decir. Luego me mira encogiéndose de hombros y yo la miro. Al parecer, ha decidido tirar la toalla, ya que ambas sabemos sin ninguna duda que sí pretendía insinuarlo.
Me siento tan aliviada al ver que la conversación ha terminado y que he salido relativamente airosa que me pilla completamente desprevenida cuando dice:
—Bueno, puesto que parece que ese joven te importa mucho, creo que debería conocerlo. Así que vamos a quedar un día para ir a cenar los tres. ¿Qué te parece este fin de semana?
¿Este fin de semana?
Trago saliva y la observo. Sé muy bien que con esa cena pretende matar dos pájaros de un tiro. Ha encontrado la excusa perfecta para verme engullir un plato entero de comida y para subir a Damen al estrado a fin de poder acribillarlo a preguntas.
—Bueno, suena genial, pero es que la obra de Miles es el viernes. —Me esfuerzo por mantener un tono de voz firme y sincero—. Y se supone que después habrá una fiesta… y es probable que lleguemos bastante tarde… así que… —Ella asiente sin apartar la vista de mí. Su mirada es tan enigmática y perspicaz que me hace sudar—. Así que es probable que no pueda ser —concluyo. Aunque sé que tarde o temprano tendré que pasar por el aro, prefiero que sea más tarde que temprano. Bueno, quiero a Sabine y también a Damen, pero no estoy segura de si los querré a los dos juntos, sobre todo cuando empiece el interrogatorio.
Mi tía me observa unos instantes antes de asentir y darse la vuelta. Y justo cuando estoy a punto de soltar un suspiro de alivio, me echa un vistazo por encima del hombro y dice:
—Bueno, es evidente que el viernes no podrá ser, pero aún nos queda el sábado. ¿Por qué no le dices a Damen que esté aquí a las ocho?
P
ese a haberme quedado dormida, consigo salir por la puerta y llegar a casa de Miles a tiempo. Ahora que Riley no está aquí para distraerme, la verdad es que tardo mucho menos que antes en prepararme. Y aunque me fastidiaba un montón que se encaramara a mi cómoda ataviada con uno de sus estúpidos disfraces de Halloween mientras me acribillaba a preguntas sobre novios y se burlaba de mi ropa, desde que la convencí para que siguiera adelante, para que cruzara el puente y se reuniera con nuestros padres y con Buttercup, que la estaban esperando, no he sido capaz de volver a verla.
Y eso significa que ella tenía razón. Solo puedo ver las almas que se han quedado atrás, no las que ya han cruzado.
Y, como siempre que pienso en Riley, se me hace un nudo en la giganta y empiezan a escocerme los ojos, y no puedo evitar preguntarme si algún día asimilaré el hecho de que se ha ido. Que se ha ido unitiva e irreversiblemente. Si bien a estas alturas debería saber lo bastante sobre pérdidas como para darme cuenta de que jamás dejas de echar de menos a alguien: como mucho aprendes a vivir con el enorme Vacío que deja su ausencia.
Me enjugo las lágrimas a la entrada de la casa de Miles. Recuerdo que Riley me prometió que me enviaría una señal, algo que me demostrara que ella estaba bien. No obstante, aunque me he aferrado a esa promesa y he permanecido alerta y vigilante ante cualquier señal que indique su presencia, hasta ahora no he visto nada.
Miles abre la puerta y, antes de que tenga tiempo de decirle «Hola», él levanta la mano y dice:
—No hables. Solo mírame la cara y dime lo que ves. ¿Qué es lo primero en lo que te has fijado? Y no se te ocurra mentir.
—En tus preciosos ojos castaños —le digo al escuchar los pensamientos que le rondan por la cabeza. No es la primera vez que me entran ganas de enseñarles a mis amigos cómo ocultar sus pensamientos y mantener sus asuntos privados… precisamente en privado. Pero para eso tendría que revelar que soy capaz de leer la mente, de ver las auras y de percibir psíquicamente los secretos… Y eso es algo que no estoy dispuesta a hacer.
Miles sacude la cabeza y sube al coche antes de bajar el espejo del parasol para inspeccionarse la barbilla.
—Eres una mentirosa… Mira, ¡está justo aquí! Es como un farolillo rojo imposible de pasar por alto, así que no te atrevas a fingir que no lo has visto.
Le echo un vistazo mientras retrocedo por el camino de entrada y veo el grano que se ha atrevido a aparecer en su rostro, aunque lo que más me llama la atención es su laca de uñas rosa.
—Bonitas uñas —le digo antes de echarme a reír.
—Son para la obra. —Esboza una sonrisa desdeñosa sin dejar de mirarse el grano—. ¡No puedo creerlo! Es como si todo se hubiera echado a perder justo cuando las cosas estaban saliendo a la perfección. Los ensayos han ido genial, me sé todas mis frases tan bien como los demás… Creí que estaba total y completamente preparado… ¡Y ahora esto! —Se señala la cara con el dedo.
—Son los nervios —le digo, y le echo un vistazo justo antes de que el semáforo se ponga en verde.
—¡Exacto! —Asiente con la cabeza—. Y eso demuestra que no soy más que un aficionado. Porque los profesionales, los profesionales de verdad, no se ponen nerviosos. Se limitan a sumergirse en su área creativa y… crean. Quizá no esté hecho para esto. —Me mira con la cara tensa por la preocupación—. Quizá conseguí el papel protagonista de pura chiripa.
Lo miro de reojo mientras recuerdo que Drina aseguró haber manipulado la mente del director a fin de aumentar su interés por Miles. Pero aunque fuera cierto, eso no significa que Miles no pueda apañárselas, que no sea el mejor para el papel.
—Eso es ridículo. —Niego con la cabeza—. Hay muchísimos actores que se ponen nerviosos, que sienten pánico escénico o como se llame. De verdad. Ni te imaginas las historias que Riley solía contarm… —Me quedo en silencio con los ojos como platos y la boca abierta de par en par, sabiendo que nunca podré terminar esa frase. Que jamás podré divulgar las historias que recabó mi difunta hermanita, a quien le encantaba espiar a la élite de Hollywood—. De todas formas, ¿no te vas a poner algo así como un kilo de base de maquillaje?