Espejismos (19 page)

Read Espejismos Online

Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Espejismos
7.01Mb size Format: txt, pdf, ePub

Ambos conocemos el mismo tipo de pérdida. Ambos nos consideramos culpables en cierto modo. Lava sus heridas y cuida de los cadáveres, convencido de que al cabo de tres días podrá añadir al elixir el ingrediente final, esa hierba de aspecto extraño, y devolverles la vida. Pero al tercer día lo despiertan un grupo de vecinos alertados por el olor; unos vecinos que lo encuentran tendido al lado de los cuerpos, con la botella de líquido rojo aferrada en la mano.

Lucha contra ellos, consigue recuperar la hierba y la introduce en el líquido con desesperación. Está decidido a llegar hasta sus padres, a darles de beber a ambos, pero sus vecinos lo reducen antes de que pueda hacerlo.

Puesto que todo el mundo tiene la certeza de que practica algún tipo de brujería, se decide que quede a cargo de la iglesia, donde, destrozado por la pérdida y alejado de todo aquello que conoce y quiere, debe soportar los maltratos de varios sacerdotes empecinados en librarlo del demonio que lleva dentro.

Damen sufre en silencio. Sufre durante años… hasta que llega Drina. Y Damen, que ahora es un chico fuerte y guapo de catorce años, queda hechizado al ver su flameante cabello rojo, sus ojos verde esmeralda y su piel de alabastro… Su belleza es tan impactante que resulta imposible no mirarla embobado.

Los veo juntos. Apenas puedo respirar mientras ellos forjan un vínculo tan afectuoso y protector que me arrepiento de haber querido contemplarlo. He sido impulsiva, temeraria e imprudente… he actuado sin pensar. Porque, aunque sé que está muerta y que ya no supone ninguna amenaza para mí, ver cómo Damen cae bajo su hechizo es más de lo que puedo soportar.

Atiende las heridas que le han infligido los sacerdotes y la trata con reverencia y cuidado infinitos. Rechaza la innegable atracción que siente y se hace la promesa de protegerla, de salvarla, de ayudarla a escapar. Y ese día llega mucho antes de lo esperado, ya que una plaga se extiende por Florencia: la temida peste negra que mató a millones de personas y las convirtió en una masa agonizante, abotargada y purulenta.

Damen contempla indefenso cómo varios de sus compañeros del orfanato caen enfermos y mueren, pero no es hasta que Drina se ve afectada cuando recupera el trabajo de su padre. Vuelve a fabricar el elixir del que había renegado tantos años atrás… el que había asociado con la pérdida de todo aquello que quería. Pero ahora, sin otra elección y reacio a perderla, obliga a Drina a beberlo. Reserva lo suficiente para él y el resto de los huérfanos con la esperanza de librarlos de la enfermedad, sin tener ni idea de que eso también los convertirá en inmortales.

Con un poder que no son capaces de comprender e inmunes a los gritos agonizantes de los enfermos y los sacerdotes moribundos, los huérfanos se desbandan. Regresan a las calles de Florencia y saquean a los muertos. Sin embargo, Damen, con Drina a su lado, solo tiene un objetivo en mente: vengarse de los tres hombres que asesinaron a sus padres. Sigue su rastro hasta el final solo para descubrir que, sin el último ingrediente, han sucumbido a la plaga.

Espera a que mueran, tentándolos con la promesa de una cura que no piensa proporcionarles. Sorprendido por el vacío emocional que le deja la victoria cuando por fin contempla sus cadáveres, se vuelve hacia Drina y busca consuelo entre sus amorosos brazos…

Cierro los ojos con la intención de bloquear toda esta información, pero sé que quedará grabada a fuego en mi mente, sin importar cuánto me esfuerce por borrarla. Porque saber que fueron amantes ocasionales durante casi seiscientos años es una cosa.

Y verlo… es otra muy distinta.

Aunque detesto admitirlo, no puedo evitar darme cuenta de que el antiguo Damen, con su crueldad, su avaricia y su vanidad infinita, tiene un horrible y enorme parecido con el nuevo Damen, el que me ha dejado por Stacia.

Después de contemplar un siglo en el que ambos forman un vínculo caracterizado por una avaricia y una lujuria inagotables, ya no me interesa llegar a la parte en la que nos conocemos. Ya no me interesa ver esa versión anterior a mí, si tengo que ver otros cien anos más de esto.

Justo cuando cierro los ojos y ruego en silencio: «¡Mostradme el final, por favor! ¡No puedo seguir contemplando esto!», el cristal fluctúa y resplandece, y las imágenes empiezan a pasar hacia delante con tal rapidez que apenas puedo distinguirlas. No veo más que un breve destello de Damen, de Drina y de mí en mis muchas encarnaciones (una morena, una pelirroja, una rubia) mientras todo pasa a na velocidad vertiginosa ante mis ojos (un rostro y un cuerpo irreconocibles, aunque los ojos siempre me resultan familiares).

He cambiado de opinión y deseo que la velocidad se reduzca un poco, pero las imágenes siguen pasando como una exhalación. Imágenes que culminan con una en la que Roman (con los labios fruncidos y los ojos llenos de regocijo) contempla a un Damen muy envejecido… y muy muerto.

Y luego…

Y luego… nada.

El cristal se queda en blanco.

—¡No! —grito. Mi voz resuena en los altos muros de la estancia vacía y el eco vuelve hasta mí—. ¡Por favor! —suplico—. ¡Vuelve atrás! ¡Esta vez lo haré mejor! ¡De verdad! Prometo que no me enfadaré ni me sentiré celosa. ¡Estoy dispuesta a verlo todo, pero vuelve atrás, por favor!

Sin embargo, a pesar de mis ruegos, el cristal se desvanece y desaparece de mi vista.

Miro a mi alrededor en busca de alguien que pueda ayudarme, un bibliotecario experto en registros akásicos o algo así, pero soy la única persona presente en la habitación. Hundo la cabeza entre las manos y me pregunto por qué he sido tan estúpida como para permitir que mis celos e inseguridades controlaran mi vida una vez más.

Ya sabía lo de Drina y Damen. Sabía lo que iba a ver. Y por ser una cobarde incapaz de enfrentarme a la información que se me ha proporcionado, ahora no tengo ni la menor idea de cómo salvarlo Ni la menor idea de cómo hemos podido pasar de una maravillosa «A» a una horrible «Z».

Lo único que sé es que Roman es el responsable. Una patética confirmación de lo que ya había supuesto. Ese tío lo está debilitando de algún modo, le está arrebatando la inmortalidad. Y, si quiero tener alguna oportunidad de salvar a Damen, necesito descubrir si no el «por qué», sí al menos «cómo».

Porque si hay algo que sé con seguridad es que Damen no envejece. Lleva en el mundo seiscientos años y todavía parece un adolescente.

Apoyo la cabeza en las manos. Me detesto por ser tan miserable, tan ridícula, tan estúpida… tan tremendamente patética que me he privado de las respuestas que he venido a buscar aquí. Desearía poder rebobinar toda la sesión y volver a empezar… Desearía poder volver atrás…

—No puedes volver atrás.

Me giro al escuchar la voz de Romy y me pregunto cómo ha sido capaz de llegar a esta habitación. Sin embargo, cuando miro a mi alrededor me doy cuenta de que ya no estoy en ese hermoso espacio circular. Me encuentro de nuevo en el vestíbulo, a unas cuantas mesas de distancia de donde antes se encontraban los monjes, los sacerdotes, los chamanes y los rabinos.

—Y jamás deberías avanzar hacia el futuro. Porque, cada vez que lo haces, te privas del momento presente, que al fin y al cabo es lo único que existe de verdad.

Vuelvo a mirarla. No sé muy bien si se refiere a mi crisis ante el cristal o a la vida en general.

Sin embargo, ella se limita a sonreír.

—¿Te encuentras bien?

Me encojo de hombros y aparto la vista. ¿Para qué voy a molestarme en explicárselo? De todas formas, lo más probable es que ya lo sepa.

—La verdad es que no. —Se apoya contra la mesa y sacude la cabeza— No sé nada. Sea lo que sea lo que te ha ocurrido ahí dentro, solo lo sabes tú. Lo único que he oído ha sido tu grito de desesperación, y he decidido averiguar lo que pasaba. Eso es todo. Ni más ni menos.

—¿Y dónde está tu malvada gemela? —pregunto mientras miro a mi alrededor por si está escondida en alguna parte.

Romy sonríe y me hace un gesto para que la siga.

—Está fuera, vigilando a tu amiga.

—¿Ava está aquí? —pregunto. Me asombra el alivio que siento al saber que sí que está, porque la verdad es que aún estoy enfadada con ella por haberme dejado tirada.

Romy se limita a indicarme que la siga una vez más y me conduce al exterior a través de las puertas principales. Ava me espera en los escalones.

—¿Dónde te has metido? —pregunto en un tono de reprobación, casi de acusación.

—Me distraje un poco. —Hace un gesto despreocupado con los hombros—. Este lugar es tan asombroso que… —Me mira con la esperanza de que haga algún tipo de broma y le dé un respiro, pero aparta la vista cuando queda claro que no voy a hacerlo.

—¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Romy y Rayne…? —No obstante, cuando me doy la vuelta, veo que han desaparecido.

Ava entorna los ojos mientras sus dedos juguetean con los aretes de oro que ha hecho aparecer en sus orejas.

—Quise encontrarte y he acabado aquí. Pero, al parecer, no puedo entrar. —Contempla la puerta con el ceño fruncido—. Entonces, ¿es este el templo que estabas buscando?

Afirmo con la cabeza mientras me fijo en sus carísimos zapatos y en su bolso de diseño. Mi enfado aumenta con cada segundo que pasa.

La traje a Summerland para que me ayudara a salvar la vida de una persona, y su único propósito es ir de compras.

—Lo sé —replica Ava al escuchar los pensamientos que me rondan la cabeza—. Perdí el control y te pido disculpas por ello. Pero ya estoy lista para ayudarte si aún lo necesitas. ¿O ya has obtenido las respuestas que buscabas?

Aprieto los labios y clavo la vista en el suelo mientras niego con la cabeza.

—Yo… bueno… he tenido algunos problemas —explico mientras la sensación de culpabilidad me inunda por dentro, sobre todo al recordar que esos «problemas» no han sido más que tonterías mías—. Y me temo que estoy donde empecé —añado, sintiéndome como la mayor fracasada del mundo.

—Tal vez pueda ayudarte. —Sonríe y me aprieta el brazo para que sepa que es sincera.

Mi única respuesta es un encogimiento de hombros, ya que dudo mucho que Ava pueda hacer algo a estas alturas.

—Vamos, no te rindas tan fácilmente —me dice con intención ¿e animarme—. Después de todo, esto es Summerland, ¡el lugar donde todo es posible!

La miro fijamente. Sé que tiene razón, pero también sé que tengo un importante trabajo por delante cuando vuelva al plano terrestre. Un trabajo que requiere toda mi atención y concentración; algo que no permite distracciones.

Así pues, la conduzco escaleras abajo y la miro a los ojos antes de decir:

—Bueno, hay una cosa que sí puedes hacer.

Capítulo veintisiete

A
unque Ava quería quedarse, la agarré de la mano y la obligué más o menos a marcharse, porque sabía que ya habíamos malgastado demasiado tiempo en Summerland y que había otros lugares a los que necesitaba ir.

—¡Maldita sea! —exclama mientras se mira los dedos con el ceño fruncido justo después de aterrizar en los cojines de su pequeña habitación púrpura—. Esperaba que no se desvanecieran…

Asiento al ver que los anillos llenos de joyas que había manifestado han recuperado su plata habitual y que los zapatos y el bolso de diseño tampoco han sobrevivido al viaje.

—Me preguntaba qué pasaría con todas esas fruslerías —le digo al tiempo que me pongo en pie—. Pero sabes que puedes hacerlo aquí también, ¿verdad? Puedes hacer aparecer cualquier cosa que quieras, solo tienes que ser paciente —explico con una sonrisa.

He repetido las palabras de ánimo que me dijo Damen al comienzo de nuestra primera lección con la esperanza de darle una nota positiva a todo este asunto. Ahora desearía haber prestado mucha más atención a esas lecciones, ya que asumí erróneamente que al ser inmortal teníamos tiempo de sobra.

Además, me siento un poco culpable por haber sido tan dura con ella. ¿Quién no se habría despistado un poco en su primera visita a ese lugar?

—Bueno, ¿y ahora qué? —pregunta mientras me sigue hasta la puerta principal—. ¿Cuándo volveremos? Porque no vas a regresar allí sin mí… ¿verdad?

Me giro para mirarla a los ojos. La visita a Summerland la ha dejado tan obsesionada que me pregunto si no habré cometido un error al llevarla allí. Evito su mirada mientras me dirijo al coche y le digo por encima del hombro:

—Te llamaré.

A la mañana siguiente, dejo el coche en el aparcamiento y me encamino hacia las aulas. Me adentro en el acostumbrado enjambre de alumnos como cualquier otro día, aunque esta vez no me esfuerzo por mantener las distancias ni por conservar intacto mi espacio vital. En lugar de eso, me limito a aceptar las cosas tal y como vienen. No reacciono en absoluto cuando alguien me roza de forma accidental, a pesar de que he dejado el iPod, la sudadera con capucha y las gafas de sol en casa.

No pienso volver a depender de esos viejos accesorios, que, de todas formas, jamás me han servido de mucho. Ahora llevo mi mando a distancia cuántico allí donde voy.

Ayer, justo cuando estábamos a punto de marcharnos de Summerland, le pedí a Ava que me ayudara a construir un escudo mejor. Sabía que podía volver al vestíbulo mientras ella me esperaba fuera y cómo hacerlo yo misma, pero, puesto que ella quería ayudar y me pareció que también podría aprender algo, nos demoramos un poco al pie de las escaleras y concentramos nuestra energía en «desear» un escudo que nos permitiera a ambas (bueno, a mí sobre todo, ya que Ava no lee los pensamientos ni visualiza la vida de una persona con un simple contacto) sintonizar con la gente a voluntad. Y al instante siguiente, las dos nos miramos y exclamamos al unísono: «¡Un mando a distancia cuántico!».

Así pues, ahora, siempre que quiero escuchar los pensamientos de alguien, navego por su campo de energía y pulso «OK». Y si no quiero ser molestada, pulso «Silencio». Igual que con el mando a distancia que tengo en casa. Solo que este es invisible, así que puedo llevármelo donde me dé la gana.

Entro en clase de lengua. Llego temprano porque quiero observar todo lo que ocurre de principio a fin. No estoy dispuesta a saltarme ni un solo segundo de la vigilancia que he planeado. Porque, aunque tengo pruebas visuales de que Roman es el responsable de lo que le ha ocurrido a Damen… eso solo me ha conducido hasta aquí. Y ahora que el «quién» de la ecuación está resuelto, es hora de pasar al «cómo» y al «por qué».

Other books

The Inca Prophecy by Adrian d'Hagé
At Home With The Templetons by McInerney, Monica
Lily (Suitors of Seattle) by Osbourne, Kirsten
The Changing (The Biergarten Series) by Wright, T. M., Armstrong, F. W.
Triple Crossing by Sebastian Rotella
The View From the Cart by Rebecca Tope
Blood Double by Connie Suttle