Read Experimento maligno Online
Authors: Jude Watson
—Podría estar involucrada en la desaparición de Qui-Gon —dijo Tahl.
—Por no mencionar el asesinato —añadió Obi-Wan.
Winna, sobrecogida, frunció el ceño.
—¿Estáis diciendo que Zan Arbor ha privado deliberadamente a la galaxia de sus medicamentos?
—Creo que es bastante probable —dijo Tahl.
La expresión de Winna era sombría.
—Mi paciente morirá sin esa antitoxina.
—No lo entiendo —Astri se había unido a ellos tan silenciosamente que no se habían dado cuenta—. ¿Estáis diciendo que Jenna Zan Arbor tiene el medicamento que necesita mi padre y que no podéis encontrarla?
—Me temo que así es —dijo Winna.
Obi-Wan se acercó a Astri. Se puso a su lado sin saber qué decir o hacer.
—No debes perder la esperanza —dijo él.
Ella asintió, apretando los labios. Sus hombros comenzaron a dar pequeñas sacudidas. Estaba llorando en silencio.
—Obi-Wan tiene razón —dijo Winna—. La antitoxina tiene que estar en algún lugar de la galaxia. La encontraremos, Astri.
—Sé que haréis todo lo posible.
—Buen amigo nuestro Didi es, Astri —le dijo Yoda—. De él bien cuidaremos.
—Sois muy amables —Astri se giró y se acercó a la ventana. Se quedó con la mirada perdida.
—Ha perdido la esperanza —murmuró Tahl.
—Malas noticias han sido —dijo Yoda—. Difíciles de asimilar.
—Será mejor que vuelva —dijo Winna con firmeza, y salió de la sala.
—Ir con Astri debes —dijo Yoda a Obi-Wan—. Su amigo eres. Consolarla debes. Morir no debe la esperanza mientras Didi vivo siga.
Pero lo cierto es que Astri no era su amiga. Sólo eran conocidos. Y él no era muy bueno consolando. ¡Ojalá estuviera allí Qui-Gon!
Yoda y Tahl se fueron, y Obi-Wan se situó junto a Astri.
—Se va a morir —dijo ella—. Y yo me quedaré sola.
—No podemos perder la esperanza —dijo Obi-Wan—. Los Jedi son capaces de cosas extraordinarias. Encontraremos la antitoxina o a Jenna Zan Arbor.
—Seguro que sí —dijo Astri—. ¿Pero seguirá vivo Didi? Parece tan indefenso, Obi-Wan. Estaba lleno de vida. Y ahora está tan débil...
—No está débil —dijo Obi-Wan—. Es una de las personas más llenas de vida que he conocido. Y su fuerza sigue ahí.
—Y yo que creía que tenía problemas —dijo Astri lentamente—. Llevar un negocio no es fácil, pero es la primera vez que me siento desesperada. Incluso si Didi sobrevive, lo hemos perdido todo. El casero nos ha cerrado la cafetería. Le debemos unos créditos que no podemos pagar. Mientras me siento junto a la cabecera de Didi, rogándole que sobreviva, me pregunto qué se encontrará al volver. Y es culpa mía. Me gasté todos nuestros ahorros en las reformas de la cafetería. No nos queda nada.
Obi-Wan no tuvo que pensar mucho lo que diría Qui-Gon.
—Os tenéis el uno al otro.
—Tienes razón, Obi-Wan. Me estoy compadeciendo —Astri se frotó la frente—. Es que estoy tan cansada.
—¿Por qué no te echas un rato aquí? —le sugirió Obi-Wan, señalando a los asientos—. No tienes que irte a tu habitación. Yo me aseguraré de que no te molesten, a menos que... a menos que Didi se despierte.
Astri se hundió en uno de los cojines y recostó la cabeza.
—Quizás una horita... —dijo mientras cerraba los ojos.
Obi-Wan decidió que se quedaría hasta asegurarse de que se hubiera dormido. Tenía los nervios a flor de piel.
Estaba ansioso por ir a ver a Tahl y a los descifradores de códigos. Quería estar presente cuando interpretaran el contenido del datapad.
Se metió la mano en el bolsillo y tocó la piedra sensible a la Fuerza que Qui-Gon le había regalado. Solía consolarse jugueteando con ella. Le hacía sentirse más cerca de Qui-Gon.
Un chasquido le advirtió de que tenía algo más en el bolsillo. Obi-Wan lo sacó. Era una dura lámina. En ella Jenna Zan Arbor había escrito los nombres de los invitados a su cena en el Café de Didi. Los nombres estaban empezando a borrarse.
Obi-Wan recordó lo que había pasado hacía sólo unos días. Qui-Gon le había pedido a la científica que escribiera esa información cuando la visitaron en el hotel.
Qui-Gon nunca hacia nada porque sí. Obi-Wan frunció el ceño y se concentró. Habían ido a ver a Zan Arbor porque habían descubierto que ella había conocido el Café de Didi por Fligh, el amigo de Didi. Fligh había robado el datapad de la senadora S'orn, así como el de Zan Arbor. Después supieron que le habían asesinado, y su cuerpo apareció desangrado. En ese momento no sabían si Zan Arbor estaba involucrada. Sólo estaban siguiendo una pista.
En otras palabras, Zan Arbor no era sospechosa. ¿Por qué le había pedido Qui-Gon que escribiera aquella lista?
En aquel momento, Obi-Wan pensaba que los Tecnosaqueadores eran los que habían contratado a la cazarrecompensas, pero Qui-Gon debía de albergar sus dudas. ¿Intentaba su Maestro conectar a la cazarrecompensas con Zan Arbor?
Nunca habían resuelto el misterio de cómo había conseguido entrar la cazarrecompensas en el Café de Didi después de que los invitados de Zan Arbor se marcharan. Sabían que la cafetería estaba cerrada a cal y canto, todas las puertas y ventanas.
Quizá Qui-Gon pensó que uno de los invitados se había quedado atrás. Quizás Astri no se dio cuenta con la confusión de la salida.
Y la cazarrecompensas era una maestra del disfraz...
Obi-Wan miró a Astri. Dormía plácidamente. Podía dejarla sola un rato.
Se acercó a una mesita que había en un rincón.
Rápidamente copió los nombres que desaparecían en una dura lámina nueva y tiró la vieja a la papelera.
Se dirigió a la puerta. No era gran cosa, pero al menos era una dirección.
Yamele Polidor.
Nontal Quincu.
Aleck W'a Ni Odus.
Dobei Eranusite.
B'ZunMai.
Reesa On.
Von Taub.
Obi-Wan cogió un aerotaxi hacia el Despacho Oficial del Comité de Relaciones del Senado, el organismo encargado de atender las necesidades de transporte y de alojamiento de los numerosos comisionados de toda la galaxia que acudían a realizar peticiones ante el Senado. Dado que se trataba de una petición Jedi, le proporcionaron los planetas natales y la información de contacto de todos los miembros de la lista.
Obi-Wan la repasó rápidamente. Sólo quedaban tres en Coruscant. Los otros habían regresado a sus planetas. Podía empezar por ahí. Si no averiguaba nada, seguiría hacia delante. Si tenía que viajar al Borde Exterior por una pista, lo haría.
Yamele Polidor y Von Taub seguían de reuniones en el Senado y se alojaban en una casa de huéspedes cercana.
Obi-Wan se dirigió hacia allí en primer lugar. Encontró a ambos en el recibidor, repasando los documentos de la reunión a la que habían asistido aquel día.
Obi-Wan les explicó que se encontraba en misión Jedi para descubrir quién había irrumpido en el Café de Didi cuando el grupo se marchó.
Yamele Polidor era una pequeña rindiana de orejas puntiagudas y manos de ocho dedos. Saludó educadamente a Obi-Wan con la cabeza.
—Por supuesto, será un placer ayudar.
El corweilliano Von Taub asintió.
—Lo mismo digo.
—¿Entró alguien más en el café mientras ustedes estaban allí? —preguntó Obi-Wan.
—Sólo los asistentes a nuestra cena —respondió Yamele Polidor en el tono cantarín de los rindianos.
—¿Vieron a alguien fuera en la calle?
Von Taub negó con la cabeza.
—Cuando nos fuimos, la propietaria del café, una chica, cerró la puerta. Jenna Zan Arbor estaba muy disgustada con el servicio y con la comida. Yo no pensé que estuviera tan mal —sonrió—. Quizás esté más acostumbrado a la desorganización, pero Jenna es una científica que no tolera el desorden.
—¿Conocen bien a las otras personas de esta lista? —preguntó Obi-Wan mientras les daba la duralámina.
Yamele Polidor pasó uno de sus largos dedos por la lista
—Conozco a todos estos científicos personalmente, excepto a Dobei Eranusite y a Reesa On.
—Conozco bien a Dobei —dijo Von Taub— pero Reesa On era una desconocida para mí también.
—¿La conocía alguien? —preguntó Obi-Wan.
—Jenna Zan Arbor —respondió Yamele Polidor.
—Sí, trabajaban juntas en un proyecto de investigación —añadió Von Taub—. Jenna se deshizo en alabanzas sobre su talento como científica. Ninguno de nosotros la conocíamos.
Obi-Wan mantuvo la voz firme a pesar de la agitación que comenzaba a sentir.
—¿Recuerdan cómo era?
—La verdad es que no —dijo Yamele Polidor encogiéndose de hombros—. ¿Era alta? Era humanoide, de eso me acuerdo.
—Bastante impresionante —dijo Von Taub—. Llevaba un turbante de seda y un precioso vestido de septoseda.
Obi-Wan se dio cuenta de que él también la había visto. Tenía el vago recuerdo de una mujer con un turbante enjoyado. Dejó a un lado las prisas y abrió su mente, dejando que el recuerdo volviera solo, como le habían enseñado. La información que buscaba vendría a él.
Qui-Gon y él estaban hablando con Astri cuando llegaron los invitados. Recordó el gesto de asco en la cara de Jenna Zan Arbor. Y una mujer alta se había recogido las faldas del vestido como si se le fuera a ensuciar por rozarse con el suelo o con las sillas. Tenía las manos muy grandes...
Era ella. La cazarrecompensas.
Estaba seguro de ello. Y ahora tenía un nombre.
—Una última pregunta —dijo Obi-Wan—. ¿Saben si Zan Arbor tiene más de un laboratorio? Sé que el central se encuentra en Ventrux.
Ambos científicos parecieron sorprenderse.
—¿Para qué iba a querer otro laboratorio? —pregunto Von Taub.
—Nunca había oído nada semejante —añadió Yamele Polidor.
—Gracias por su ayuda —dijo él levantándose y despidiéndose. Salió apresuradamente y llamó a Tahl por el intercomunicador.
—Quizá tengamos una pista —dijo él—. Creo que la cazarrecompensas iba disfrazada de científica bajo el nombre de Reesa On. Es probable que se disfrazara para robar el datapad a Didi y a Astri. Y lo habría conseguido si Qui-Gon y yo no hubiéramos vuelto por sorpresa. El Senado no ha registrado su salida de Coruscant. Se supone que tiene que informar cuando regrese a su planeta. Tengo la dirección.
—No vayas solo —le advirtió Tahl—. Espera y te mandaré un equipo.
—No puedo esperar —discutió Obi-Wan—. Por lo visto se aloja en un hostal que está aquí cerca. Déjame comprobar al menos si está allí.
—No pelees con ella ni dejes que te vea —le advirtió Tahl—. Podría llevarnos hasta Qui-Gon.
—No lo haré —prometió Obi-Wan—. Me limitaré a localizarla.
—Veré lo que puedo descubrir desde aquí —le dijo Tahl—. Buen trabajo, Obi-Wan.
Obi-Wan cortó la comunicación y bajó por la acera que llevaba a Vértex, la calle que, según la lista del Senado, era la dirección de Reesa On. Se envolvió con la túnica y se puso la capucha para ocultar la cara. Debía hacer caso del consejo de Tahl. Sabía que ella tenía tantas ganas de encontrar a Qui-Gon como él. Pero si ella aconsejaba precaución era sólo porque eso les llevaría antes hasta su Maestro.
El hostal en el que Reesa On se alojaba era parecido al que acababa de visitar. Alrededor del Senado había muchas casas de huéspedes pequeñas que atendían a los invitados pudientes que tenían asuntos pendientes en el Senado y que requerían estancias prolongadas. Estaba a poca distancia del destartalado y cochambroso albergue en el que había tenido su primer enfrentamiento con la cazarrecompensas. Y éste tenía seguridad. Los huéspedes entraban utilizando una tarjeta. El resto tenían que ser anunciados.
Se quedó cerca de la entrada, pensando en qué hacer. No era probable que tuviera la suerte de verla entrar o salir. Y si fuera así, ¿la reconocería? Se había disfrazado de anciano, de científica rica, de chico del aparcamiento en un gran hotel. Sus poderes de transformación eran increíbles.
La puerta del edificio se abrió, y alguien apareció en el umbral. Oculto tras una fila de deslizadores, Obi-Wan observaba cuidadosamente. Un rodiano se quedó parado un momento, como para ver el tiempo que hacía. Ni un maestro del disfraz podía hacer de rodiano. Éste era fornido y de baja estatura, de piel verde y con la cresta de espinas a lo largo del cráneo. No, no podía ser la cazarrecompensas.
Rápidamente, Obi-Wan se levantó y cruzó la acera. Subió por la rampa y, saludando con la cabeza al rodiano, entró por la puerta, que se cerró tras él.
La casa de huéspedes era totalmente automática. Contempló rápidamente los monitores instalados en las paredes. Aquí los invitados empleaban las tarjetas para recoger sus mensajes. Cogió un teclado y escribió: "Reesa On".
HABITACIÓN 1289.
POR FAVOR, INTRODUZCA LA TARJETA DE ACCESO PARA RECOGER SUS MENSAJES.
Obi-Wan cogió el turboascensor hasta la duodécima planta. Avanzó rápidamente por el pasillo y se colocó frente a la puerta de la habitación 1289. Colocó la oreja sobre la puerta con los cinco sentidos alerta. La escucha era una habilidad Jedi que se perfeccionaba durante la formación en el Templo.
Percibió el suave sonido de un tejido. Su regularidad le indicó que era una cortina moviéndose con la brisa. No oía pasos ni respiración.
¿Y ahora qué? Obi-Wan sabía que no sería la última vez que se hiciera esa pregunta. Sin Qui-Gon, no estaba seguro de nada.
Obi-Wan estaba tan concentrado en los sonidos de la habitación que escuchó demasiado tarde la puerta del turboascensor. Sintió una corriente en la Fuerza, que le advirtió un segundo antes de que el disparo láser chocara contra el dintel, justo encima de su cabeza.
Obi-Wan se echó al suelo y rodó, cogiendo el sable láser al mismo tiempo. Ya estaba activado y listo para la siguiente ronda de disparos, mientras él saltaba hacia su asaltante.
—¡Obi-Wan, no! —gritó Astri.
Ella cayó de espaldas, y la pistola láser se le escapó de las manos. Los pies se le quedaron hacia arriba, a escasos centímetros de la trayectoria del sable. Obi-Wan lo desactivó rápidamente. Ella chocó contra el suelo con un ruido sordo y un grito que debieron de oír todos los huéspedes del piso.
—¿Qué estás haciendo aquí? —susurró él.
—¿Qué estás haciendo aquí? —gritó ella al mismo tiempo.
Obi-Wan la hizo callar con un gesto y señaló a la puerta de Reesa On. Astri se levantó, alisándose la túnica.