Read Experimento maligno Online
Authors: Jude Watson
El sol de Simpla-12 era débil. El planeta era conocido por su espesa cubierta de nubes, que causaba una llovizna constante que goteaba desde un cielo plomizo.
—Me encanta que me traigas a este tipo de sitios —murmuró Astri mientras avanzaba trabajosamente por el fango.
—Es perfecto para alguien que busca esconderse —dijo Obi-Wan.
¿Fue por eso por lo que su instinto le dijo que tenía que venir? ¿Estaría el laboratorio secreto de Jenna Zan Arbor en Simpla-12? Cuando se puso en contacto con Tahl para decirle adonde se dirigía, adivinó por su tono que ella pensaba que iba a seguir una pista errónea. Pero no intentó detenerle. Parecía distraída, como si estuviera concentrada en el seguimiento de otras pistas más importantes. Sin duda se sintió aliviada al saber que Obi-Wan y Astri estaban en lo que a ella le parecía una misión inútil. Eso haría que estuvieran seguros y fuera de peligro.
Obi-Wan sabía que estaba tirando del hilo más fino. Intentó llamar a Qui-Gon, utilizando la Fuerza. No sintió nada. Tocó la piedra que tenía en la túnica y sintió su calidez reconfortante. No podía dejar de pensar que cada paso que daba le acercaba más a su Maestro.
No tardó mucho en descubrir los nombres de los socios de Ren en Simpla-12. En un mundo como éste, la información podía comprarse por unos pocos créditos. Cholly, Weez y Tup, los socios de Ren, estaban en la Taberna 12.
Les indicaron que bajaran por una callejuela todavía más estrecha y sucia. Los amasijos de hierro que formaban la acera estaban completamente cubiertos de barro y basura. Frente a ellos, un número 12 pintado toscamente en rojo colgaba bajo la llovizna.
Ya casi habían llegado, cuando, de repente, alguien salió disparado por la puerta de la taberna. Con un ruido sordo, el cuerpo aterrizó boca abajo en la calle, salpicándolo todo de barro. Un segundo cuerpo le siguió, y aterrizó con un chillido y una maldición. El primer cuerpo se agitó.
—¡Weez! ¡Eso es mi pie!
Astri echó a andar. Obi-Wan le puso una mano en el brazo.
—Será mejor que esperemos.
Un tercer individuo voló por los aires, y aterrizó muy lejos de los otros dos.
—¡No os lo toméis como algo personal! —el tercero recibió este grito desde el interior de la taberna.
Un enorme devaroniano salió al porche de la puerta de la taberna. Rápidamente, los tres seres se dieron la vuelta v se alejaron correteando a cuatro patas. Obi-Wan no podía adivinar de qué especie eran, pero todos eran humanoides.
—¡Y no se os ocurra volver! —exclamó el devaroniano. Se dio la vuelta y volvió a entrar en la taberna. La puerta se cerró estruendosamente tras él.
—Ha sido culpa tuya, Tup —dijo el primer ser.
Era el más alto de los tres, y el pelo le caía enredado por la espalda.
—Pues no —dijo Tup, quitándose el barro de su redonda cara—. Por todos los gibbertz, ¿cómo iba a adivinar que carecía de sentido del humor?
El que se llamaba Weez se quitó el barro de los ojos.
—A casi nadie le gusta que llamen a su madre monolagarto kowakiano.
—Pero yo creía que su madre era un monolagarto kowakiano —dijo Tup.
El primer ser, que Obi-Wan supuso que era Cholly, se levantó e intentó quitarse el barro de la cara con una esquina de la túnica, pero sólo consiguió embadurnarse más.
—¿Y ahora qué hacemos? Ya no nos admiten en ninguna taberna de Sim-Primera.
Obi-Wan dio un paso adelante.
—Puede que unos cuantos créditos consigan que os vuelvan a aceptar en alguna.
Tup resopló y sus rollizos mofletes se hincharon.
—Pfff. Qué gran idea, extranjero. Gracias por el consejo. Sólo un pequeño detalle: no tenemos ni un crédito.
—Quizás haya una forma de que ganéis unos cuantos —dijo Astri.
—¿Tenéis algún trabajito? —preguntó Weez. Se puso junto a Cholly. Era unas pulgadas más bajito—. Lo siento. Tenemos una lesión de espalda.
—Ya veo por qué, si no paran de echaros así de los sitios —dijo Astri.
—La galaxia —dijo Cholly con tristeza— conspira en nuestra contra.
Tup se puso en pie tambaleante.
—Somos meras víctimas de sus violentas tendencias.
—Los inocentes tienen que sufrir —suspiró Weez—. Así es el destino.
Los tres estaban de pie el uno junto al otro. Cubiertos de barro, eran como tres escalones descendentes. ¿Y este trío ridículo era su mejor pista para llegar a Qui-Gon?
Paciencia, joven padawan. Aparta tus prejuicios y todos los seres tendrán algo que enseñarte
.
Obi-Wan suspiró.
—No os estamos ofreciendo un trabajo. Queremos información y pagaremos por ella.
Cholly intentó parecer astuto.
—¿Qué clase de información? Nosotros no delatamos a nuestros amigos.
—A menos que nos saquen de nuestras casillas —dijo Weez rápidamente.
—Este amigo está muerto —dijo Obi-Wan.
—En ese caso, veamos los créditos —dijo Cholly mientras Weez y Tup se alegraban.
Astri les mostró unos pocos créditos.
—¿Eso es todo? —preguntó Tup incrédulo.
—Todavía no hemos oído nada por lo que merezca la pena pagar —señaló Obi-Wan.
—¿Qué quieres saber? —preguntó Cholly.
Alargó la mano hacia los créditos, pero Astri cerró el puño antes de que Cholly pudiera agarrar el dinero.
—Es sobre Ren S'orn —dijo Obi-Wan—. ¿Podéis contarnos cómo fueron sus últimos días?
Al oír aquel nombre, los tres amigos intercambiaron miradas de tristeza.
—Ren —Tup cogió aire y suspiró lentamente—. Pobre Ren. Nos contó lo que le habían ofrecido. Le iban a pagar un montón de créditos. Siempre estamos hablando del negocio del siglo. Algo que nos saque de aquí. Ren dijo que lo había encontrado.
—¿Os dijo lo que era? —preguntó Astri.
—Iba a formar parte de un gran experimento —dijo Weez—. Unos científicos pensaron que su cerebro era realmente especial o algo así. Querían estudiarlo. Ren dijo que lo haría durante un tiempo, pero que ella iba a acabar pagándole más de lo que ella pensaba.
—Pero es obvio que fue Ren el que acabó pagando más de lo que pensaba —dijo Cholly.
Los tres amigos inclinaron la cabeza.
—¿Os dijo dónde estaba el laboratorio? —preguntó Obi-Wan.
Los tres negaron con la cabeza.
—Cuando volvía no decía nada.
—¿Y cómo estaba cuando volvía? —preguntó Astri.
—Diferente —dijo Tup.
—Débil —dijo Weez—. Temblaba constantemente.
—Tenía miedo —dijo Cholly categóricamente.
—Y entonces le mataron —dijo Tup—. Pfff. Fue muy triste.
De nuevo, los tres inclinaron las cabezas.
—¿De qué tenía miedo? —inquirió Astri.
—No lo sabemos. No nos contaba nada.
—Puede que Tino lo sepa —dijo Weez.
—¿Quién es Tino? —preguntó Obi-Wan.
Preguntarle cosas a aquel trío era como depilar a un wookiee con pinzas.
—El compañero de piso de Ren. Le acogió cuando Ren regresó de aquel experimento —dijo Cholly.
—Ren dijo que necesitaba esconderse un tiempo —añadió Weez—. Tino solía ir con nosotros, pero consiguió un trabajo. Ahora está en el almacén enorme que está junto a la plataforma de aterrizaje.
—¿Nos dais los créditos ya? —pregunto Cholly alargando la mano.
Astri contó unos pocos créditos.
—Oye, eso es muy poco —se quejó Weez.
—Tampoco nos habéis dado demasiado —dijo Obi-Wan.
Tenía la sensación de que aquellos tres sabían más. Estaba ansioso por hablar con Tino.
Obi-Wan y Astri dejaron a los tres balbuceando sobre el reparto de los créditos y volvieron rápidamente por donde habían venido. Obi-Wan había visto el almacén junto a la pista de aterrizaje.
—Puede que Tino tenga más respuestas que esa pandilla —le dijo a Astri.
—Eso espero —añadió ella.
Cuando llegaron al almacén estaban casi tan sucios como Cholly, Weez y Tup. Las enormes puertas de carga estaban abiertas, y en el interior se veía una intrincada estructura de pasarelas, escaleras, rampas y tuberías. Había pequeños androides compactos rodando por las pasarelas, operando gravitrineos llenos de cajas y bidones de duracero. Obi-Wan contempló la zona hasta que vio a quien parecía estar al mando, una mujer de mediana edad con un unimono gris con casco, gritándole órdenes a los androides.
Obi-Wan se acercó a ella.
Estamos buscando a Tino —dijo Obi-Wan.
Ella no quitó la vista de los androides.
—Está descargando en el Sector Dos. Es por aquella puerta. Decidle que se dé prisa y que vuelva ya —dijo ella— ¡Necesito esos androides!
Obi-Wan y Astri siguieron las indicaciones de la mujer y cruzaron la puerta que llevaba al Sector Uno del gran almacén.
No había nadie en la planta baja, pero un piso más arriba vieron a un hombre rubio vestido de unimono. Los androides del piso superior estaban empujando cajas por un conducto. Las cajas caían y el joven las recogía y las ponía en un gravitrineo una a una.
Obi-Wan miró a su alrededor para buscar la escalera que les llevaría al piso superior. Se detuvo cuando sintió una ligera perturbación en la Fuerza.
Observó rápidamente el almacén. Los androides se movían en filas ordenadas, las cajas caían. No había movimiento en las pasarelas superiores...
Entonces la vio un piso por encima de Tino. Al principio era sólo una sombra. Luego se movió, y la figura se convirtió en Ona Nobis. Vestida de negro de pies a cabeza, estaba mirando a Tino. El hombre seguía trabajando sin darse cuenta, agarrando las cajas que caían por el conducto y poniéndolas sobre el gravitrineo.
Ella desenrolló el látigo.
—¡Cuidado! —gritó Obi-Wan.
Tino alzó la mirada, sobresaltado por el grito de Obi-Wan, que ya estaba invocando a la Fuerza para saltar. Aterrizó en la pasarela que tenía delante y se tambaleó un poco hacia atrás hasta que recuperó el equilibrio.
Por suerte, a Ona Nobis le pilló por sorpresa. El látigo chasqueó inútilmente en el aire. Mientras bajaba corriendo por la pasarela, hacia una plataforma que le llevaba directamente hacia ella, Obi-Wan pudo captar en el rostro de la mujer cómo la sorpresa se convertía en furia.
Astri ya estaba subiendo las escaleras, intentando llegar hasta Tino. Con el sable láser empuñado, Obi-Wan esquivó las cajas que comenzó a tirarle Ona Nobis. No quería enzarzarse en un enfrentamiento con ella sin Qui-Gon a su lado. Llegó a la siguiente pasarela. El látigo chasqueó sobre su cabeza. Obi-Wan lo vio venir y lo rechazó con el sable láser. Los dos láseres se enredaron cuando el látigo se enroscó en la hoja de su arma. Bajo él, Astri llevaba a Tino tras una pila de bidones de duracero. Ona Nobis estiró el látigo de nuevo, liberando el sable láser de Obi-Wan. Él se lanzó al ataque de inmediato. En un abrir y cerrar de ojos, Ona Nobis puso el látigo en modo normal y lo enroscó en la barandilla de la pasarela que tenía frente a ella. Luego se colgó del látigo y se lanzó hasta el otro lado. Obi-Wan oyó un golpe seco cuando ella aterrizó en la pasarela metálica.
Ahora tenía a Tino a tiro.
—¡Astri! —gritó Obi-Wan.
Astri alzó la vista y vio a Ona Nobis. Se quedó pálida. Estaba aterrorizada, pero agarró a Tino y le empujó más hacia la pila de bidones, asegurándose de que estuviera a salvo antes de unirse a él. Obi-Wan sintió admiración por su valor mientras se subía a la barandilla de la pasarela y se detenía un instante antes de saltar.
Algunas veces la Fuerza se le resistía, aún estaba aprendiendo; pero ahora la sentía a su alrededor, con fuerza y con firmeza. Era casi como si Qui-Gon estuviera con él, uniendo sus fuerzas a las de Obi-Wan. Saltó al vacío.
Agarró la barandilla de la pasarela de enfrente, y su cuerpo chocó contra el metal. No tenía tiempo de sentir el dolor. Se balanceó, se subió a la pasarela y atacó.
Ona Nobis sonrió al poner el látigo en modo láser. Con la otra mano, desenfundó su pistola láser. Los disparos resonaron junto a Obi-Wan mientras él describía un barrido con su sable para rechazar el fuego. Avanzaba hacia ella sin detenerse.
Mientras tanto, Astri llevó a Tino a toda prisa hacia el gravitrineo. Quitó a patadas unos cuantos bidones de en medio, se subió a los mandos y salió de allí a toda prisa. Se deslizó por la pasarela alejándose de Ona Nobis.
Bien hecho, Astri.
Ona Nobis chasqueó el látigo, que se enredó con el sable láser. Obi-Wan giró la muñeca con la intención de rechazar el látigo, pero, en vez de eso, se enrosco y golpeó de nuevo.
Obi-Wan hizo girar la hoja a su alrededor con un veloz movimiento en torno al flexible látigo, que acabó enredándose en su sable láser en un complicado nudo.
Con un gruñido, Ona Nobis tiró del látigo, pero no pudo liberarlo. Disparó con la pistola, pero había perdido el equilibrio y Obi-Wan pudo girar para esquivarlo. Pero sabía que no podría esquivar los disparos por mucho tiempo. Necesitaba el sable láser para rechazarlos. Pero estaba ansioso por privar a su oponente de su arma más letal. No quería soltar el látigo.
Si utilizas las estrategias de tu enemigo contra él, le arrebatarás su poder
.
Se la jugó y se acercó un poco. Ella creía que él retrocedería, y eso le hizo perder más el equilibrio.
Consigue que tu oponente pierda el equilibrio y perderá la concentración, padawan
. Avanzó todavía más, empujando con el sable láser cuando ella se tambaleó hacia atrás, sin soltar todavía el látigo. Sus disparos láser chocaron sin causar daños contra la pasarela de metal. Sus ojos ardían de odio.
De repente, Obi-Wan vio que a la cazarrecompensas se le habían fusionado dos dedos. Sin duda era a causa de las heridas que le había provocado él en las Montañas Cascardi. El odio y la rabia que emanaban de ella eran como una espesa nube tóxica que les rodeaba.
Obi-Wan sabía que si se movía con rapidez podría liberar el látigo y derribarla antes de que pudiera lanzar un ataque. Recordó que cuando disparó a Didi, lo hizo sin esfuerzo. Y a Qui-Gon. Recordó a su Maestro cayendo al interior de su nave. Su odio y su rabia ahora eran equiparables a los de ella.
No respondas con odio al odio. Responde con un propósito definido
.
¿Pero cuál era su propósito? No quería quitarle la vida a la cazarrecompensas, sólo privarla de su libertad. Necesitaba capturarla. Sólo así podría obligarla a llevarles ante Jenna Zan Arbor y Qui-Gon. Tendría que negociar.