Tal cual iban las cosas imaginaba que en un par de meses la ampliación del negocio iría viento en popa.
Una vez solucionado el tema empresarial pasó al personal, buscó por Internet pisos de alquiler en Alcorcón y de hecho encontró uno ubicado cerca del domicilio de Luka —eso se llamaba acoso y derribo pero le daba lo mismo— por las fotos del anuncio y tras la entrevista telefónica con el dueño llegó a la conclusión de que era lo que buscaba. El lunes iría a echarle un vistazo y probablemente dejara los papeles firmados, mientras tanto pensaba pasar el fin de semana en el hotel con ella atada a su cama, más que nada para evitar que se volviera a ir dejando mensajitos en el espejo del baño...
Se estuvo despidiendo de su familia durante toda la semana, al menos un par de veces al día. Les costaba dejarle partir. ¿A ver de quién se iban a aprovechar a partir de ahora?
Aguantó las charlas de su padre sobre nuevas adquisiciones y aperturas de empresas —a veces su viejo olvidaba que tenía un máster en empresariales—, y asistió atónito a una charla sobre sexo seguro impartida en exclusiva para él por su madre.
—Recuerda, lleva siempre un paquete de condones en el bolsillo —le miró por encima de las gafas, sonriendo y catalogando a su hijo—, un paquete bien grande, por cierto. Lo mejor en esta vida es el sexo seguro y esporádico —le repetía una y otra vez, remarcando con alzamientos de cejas la palabra "esporádico", joder, como si ella hubiera tenido mucho sexo de ese... por Dios, esperaba que no—. Nada de hacerlo al tun tun que luego pasa lo que pasa.
Y, sinceramente, no sabía si se refería a que podía coger una enfermedad mortal o a que podía dejar embarazada a una mujer. Aunque se temía que a su madre le aterrorizaba más la segunda opción.
—Eres muy joven, mira a tus hermanos, liados de por vida con lo bien que se vive solo, sin cargas, sin compromisos, la de cosas que puedes probar sin pareja estable, si total, para el sexo vale cualquiera, no se te ocurra dejarte liar. Pero qué pena atarse la vida siendo tan joven...
Y su padre lo miraba asomando la cabeza por encima del periódico, sonriendo para sí mismo, como diciendo: mira lo que me pasó a mí, déjate liar, no lo dudes, no te aburrirás jamás.
No es que tuviera prisa por encontrar pareja pero tampoco le parecía mala opción, sobre todo con Luka rondando por su cabeza, pero su madre se lo ponía muy oscuro, tan oscuro que estaba tentadísimo de liarse con alguien para toda la vida solo por llevarle la contraria... recapacitó. ¿Su madre era capaz de decirle lo contrario de lo que quería que hiciera? Sí. No. Ni idea.
A veces pensaba en el matrimonio de sus padres, era un tanto extraño, pero sinceramente veía difícil que dos personas tan insólitas fueran capaces de encontrarse más a gusto con otras personas, que con ellos mismos. Sí, había quejas soslayadas, indirectas en forma de vibrador "Tomas Grant" pero también había muchas risas y carantoñas. Un matrimonio feliz y bien avenido que disfrutaba haciendo pensar a los demás que se llevaban mal.
Cuando por fin llegó el viernes estaba deseando coger el avión y regresar a Madrid. Con Luka. Se le habían hecho interminables las horas en la Terminal hasta que salieron las maletas, hasta que salió del aeropuerto, hasta que llegó al parking de la T4 (había dejado su coche allí toda la semana). Había llegado al hotel, tramitado una habitación doble —no iba a dejar opción a Luka—, deshecho una maleta, duchado y vestido, todo en menos de una hora. Tenía prisa por llegar al lugar de la cita.
Cuanto antes mejor.
Y allí estaba ahora.
Esperando a una mujer que no aparecía.
Volvió a mirar el reloj, las nueve y tres minutos, más de media hora de plantón. Se acabó, se largaba. Adiós.
Se alejó de la farola en que estaba apoyado y se encaminó hacia la salida de la plaza, un banco llamó su atención, parecía acogedor, de madera y con patas de hierro como todos los jodidos bancos de España, pero este parecía más... cómodo, se acercó, estaba vacío y él estaba cansado de estar de pie —mentira cochina—; se sentó, miró el reloj, las nueve y cinco. Bien. Descansaría un poco y si a las nueve y cuarto no había llegado, por su madre que se iría.
Reanudó con ojo avizor su observación de los "nadie" que pasaban por allí y en ese momento lo vio.
Un Clio aparcaba de mala manera, el conductor parecía tener bastante prisa porque salió dando un portazo descuidado que no cerró del todo la puerta, se dio media vuelta y cerró bien, luego pulsó el mando como unas diez veces mientras se alejaba del coche hasta que se dio cuenta de que no funcionaba y se volvió a acercar para cerrar con llave, movió los hombros como relajándolos, se dio media vuelta y echó a correr hacia el centro cívico. Bueno, a correr exactamente no, parecía más bien que anadeaba deprisa, porque no doblaba las rodillas y, claro, no hay quien corra con las rodillas rígidas, aunque eso podía deberse a unos pantalones tan ajustados que no debía ni poder respirar con ellos, llevaba además un enorme bolso oscuro que le iba dando golpes rítmicamente en la espalda y el estómago, una chaqueta de pana entallada de la que sobresalía por debajo de las caderas ¿un trapo blanco enorme atado con un nudo? Y en la cabeza portaba un... ¿turbante? ¿Hippie? cuando el "elemento" estuvo más cerca y pudo fijarse en su cara comprobó atónito que "eso" era... Luka. Echó un segundo vistazo a la figura y llegó a la conclusión de que hasta vestida como un payaso, era la mujer más hermosa que había tenido el privilegio de ver.
Viernes 7 de noviembre de 2008, 21.07h
Joder con el puñetero bolso, le estaba dejando los riñones y el estómago hechos una piltrafa; a cada paso que daba la golpeaba sin piedad. Maldita sea. No debería haberlo cogido, pero... ¿dónde iba a meter sino el "Kit de supervivencia para encuentros sexuales esporádicos"? Un cepillo, un bote de laca, un estuche de maquillaje, un cepillo de dientes, pasta dental, un paquete de galletas, un paquete de condones y un bolsito de aseo con un tanga y un sujetador limpios para arreglarse por la mañana amen del resto de cosas que usualmente llevaba en el bolso... Y parecía que no, pero pesaba un huevo. Claro que podía haberlo dejado en el maletero del coche pero a ver con qué cara le soltaba ella al Draculín que antes de iniciar el viaje a ningún hotel tenía que pasar por su coche a por el bolsón para la noche, joder, qué corte, ¿no?
En ese momento se paró de golpe, su cerebro, que había estado hundido en las brumas de la desesperación por culpa de su pelo, volvía a funcionar a la máxima potencia. ¿Para qué coño quería el "kit de supervivencia para E.S.E." si no iba a tener un "E.S.E."? (Encuentro Sexual Esporádico). Dios, se había olvidado por completo de su horrendo pelo y del hilo que abrochaba sus pantalones. Era inconcebible un E.S.E. sin desnudarse y quitarse el turbante y cualquiera mostraba a nadie y menos a Colmillitos las pintas que tan diabólicamente ocultaba su disfraz. Demonios.
Se dio media vuelta y regresó al coche, no se molestó en pulsar el mando a distancia, se había vuelto a quedar sin pilas. Abrió el maletero y lanzó dentro el mega bolso, al fin y al cabo no lo iba a necesitar y bastante tenía ya con las estrecheces de los pantalones como para aguantar también los golpes del "bolso asesino". Volvió a cerrar el coche y se dirigió, una vez más, al Centro Cívico, aunque con tanto retraso lo mismo Mordisquitos ya ni estaba.
Drácula asistía asombrado al errático paseo de Luka. Cuando parecía que por fin llegaba a la plaza se quedó parada de golpe, giró sobre sus talones y volvió al coche. Joder. ¿Acaso se lo había pensado mejor y había decidido irse? No. Al cabo de un segundo volvía a girar sobre sus talones y se dirigía de nuevo hacia él... ¿Nerviosismo o locura?
Por lo visto se había deshecho del bolso. Casi mejor, esa cosa era un arma a tener en cuenta. Decidió esperar sentado tranquilamente a que ella se acercara, ahora que podía ver su cara iluminada por las farolas descubrió en su expresión una mueca de... ¿fastidio? ¿Irritación? Parecía que se avecinaba una noche divertida.
Luka inhaló todo el aire que los estrechos pantalones la permitían y observó la plaza. No había nadie. Había llegado demasiado tarde. Mierda, pensó pateando el suelo. Volvió a echar un vistazo sólo por si las moscas y entonces lo vio en un banco medio oculto entre las sombras. Estaba sentado con las piernas extendidas, los brazos sobre el respaldo y la mirada atento a sus movimientos; tenía una completa expresión de... depredador. Llevaba unos vaqueros corrientes, deportivas y chaqueta de cuero abierta que dejaba asomar una camisa de color oscuro, esa parecía ser su manera estándar de vestir. Se acercó a él cautelosamente, no sabía si estaría enfadado por su tardanza.
—Hola, siento llegar tarde, me entretuve.
—Ya veo.
—Es que estuve con una amiga probando cosas en mi pelo. — ¿Por qué había dicho eso?
—¿Con tu pelo? Ah, lo dices por el turbante. No está mal, es algo... fuera de lo común.
—¿Sí, verdad? —Respiró aliviada, no parecía enfadado y su pelo no la había delatado todavía—. Quería cambiar de aires y se nos ocurrió esto.
—¿Se os ocurrió? ¿A ti y a quien más? —Tenía que saber quién era el artífice de ese asesinato al buen gusto.
—A Pili y a mí —al verlo fruncir el ceño, aclaró—. La conoces, iba disfrazada de R2D2.
—Ah sí, la recuerdo. —Dios, un robot haciendo turbantes, así iba el mundo.
Como ella no parecía tener intención de acercarse él, se levantó y la abrazó decididamente a la vez que le lamía los labios para luego besarla suavemente. Cómo no, a Luka le hicieron chiribitas los ojos; este tío desde luego sabía cómo besar. Al punto la pasó un brazo sobre los hombros como si fueran una pareja de toda la vida, Luka estaba flipando.
—Bueno, ¿vamos al italiano? Te gusta la pasta, ¿verdad?
—Sí, lo cierto es que me gusta cualquier comida. —Otra cosa era dónde carajo iba a meter la comida con la tripa estrujada como la tenía por los pantalones.
—Perfecto, vamos, tengo el coche aparcado aquí al lado.
Y así, con un brazo musculoso, cálido y posesivo rodeando sus hombros, Luka pudo por fin relajarse, no había salido tan mal como pensaba. Cuando llegaron al coche estaba dando gracias a todos los dioses habidos y por haber de que fuera un coche grande, con amplio espacio para estirar sus rígidas piernas. Conducir el Clio hasta allí había sido un verdadero suplicio, incluso pensó que el pantalón le iba a estallar de estar tan encogida. Entró con cuidado en el Carnival y se sentó sin siquiera doblar las rodillas sintiendo cómo la cinturilla de los pantalones se le clavaba en el estómago dejándola sin respiración otra vez, y para colmo de desgracias, cuando acabó de acomodarse y se giró para abrocharse el cinturón de seguridad, notó cómo la costura de las ingles se acoplaba ajustadamente y sin compasión encima de su clítoris. Joder. Lo malo es que esto no la molestaba exactamente... sino todo lo contrario.
Drácula la miraba por el rabillo del ojo, en vez de sentarse casi se había tumbado sobre el asiento, le quedaban tan apretados los pantalones que dudaba que pudiera respirar. ¡Mujeres!, no les importaba estar incómodas con tal de estar guapas...
Draculín arrancó el coche e inició la marcha hacia el restaurante. Al pasar sobre el primer bache la oyó maldecir entre dientes. Unos metros después pasó sobre un badén, ella volvió a quejarse, la miró de reojo, giró hacia el centro pasando sobre un socavón y cuando ella se quejó esta vez pudo ver que tenía la cara colorada y sudaba. Preocupado paró en doble fila.
—¿Te encuentras bien?
—Sí, claro —dijo entre dientes, cada vez que el maldito coche botaba los vaqueros hacían magia en su clítoris.
—¿Segura? Estás roja como un tomate.
—Sí, no pasa nada. ¿Queda mucho? —preguntó nerviosa, ¡vaya situación!
—Unos diez minutos... y varios baches más —contestó intrigado.
—Genial, pues pongámonos en marcha —tomó aire en un intento de relajarse.
Volvió a poner el coche en marcha mientras la miraba sin perder detalle. Parecía a punto de... ¿correrse?
Cada mínimo bache en el camino era una tortura, se estaba animando de mala manera. Sudaba a mares y repetía para sus adentros la tabla del nueve en un intento por pensar en otras cosas, pero no había manera, hasta que por último llegó uno un poco más fuerte que los demás y un gemido escapó de su garganta, nueve por nueve ochenta y uno. Dios, había estado cerca. En un experimento por minimizar los efectos de la costura en su entrepierna llevó las manos a la
—¿Se puede saber qué te pasa? —preguntó aminorando la marcha y mirándola fijamente.
—Na... nada. —Dios, putos vaqueros, estaba a puntito, nueve por siete sesenta y tres.
—¿Nada? Parece que está a punto de darte un patatús.
—Joder. ¡Para!
Aparcó el coche —gracias a Dios había un hueco libre a mano— y Luka bajó a toda velocidad, quizá el frío otoñal la tranquilizara un poco, nueve por seis cincuenta y cuatro. Miró a su alrededor y vio que estaban a pocos metros del portal de su casa... ¡Dios! estaba por subir y cambiarse de ropa y al diablo con la cita, con la sensatez y con todo.
—Oye, mira... es que estos pantalones me están molestando.
—No parece que te molesten mucho la verdad —comentó él, mirando fijamente las manos de Luka que no paraban de moverse intentando aflojar el tiro de los pantalones— ¿te pica?
—¡No, qué va... qué tontería! — ¡Ahora va a pensar que tengo ladillas!
—¿Segura? Si quieres te rasco yo —su sonrisa picara y sus ojos lascivos no dejaban lugar a dudas de que la "friccionaría" intensamente.
—¿¿Qué?? No, qué va... ja ja ja —ni ella se tragaba esa risa tan falsa—, es que me aprietan un poquitín. Nada importante.
—Deja que te ayude.
Apartó sus manos de la costura de los pantalones y colocó la suya en su lugar, frotando suavemente la costura humedecida a la vez que mordisqueaba su boca y le rodeaba la cintura con la mano libre.
—Tienes los pantalones humedecidos —susurró.
—Es que me aprietan. —Dios, ¿por qué estaba diciendo esas chorradas? Nueve por cinco cuarenta y cinco.
—Ya lo habías comentado.
Se apretó más contra ella y Luka pudo sentir su polla dura como una piedra presionando su estómago.
¡Por favor, que no se dé cuenta de que tengo los pantalones atados con un hilo! Le mordisqueó y lamió los labios hasta que se rindió con un gemido abriéndolos para él. Su lengua entró violenta recorriéndole los dientes, acariciando el paladar, respiraban entre jadeos totalmente absortos de lo que les rodeaba.