Fantasmas (5 page)

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Authors: Chuck Palahniuk

Tags: #Terror

BOOK: Fantasmas
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De pie en el escenario, descalza, en vez de un foco,

en vez de una sonrisa o un mohín, sobre la cara se le proyecta
un fragmento del cielo nocturno de una película.

Una galaxia llena de estrellas y lunas.

Con los labios rojos por el zumo de remolacha. Con los párpados pintados de polvo amarillo de azafrán.

Bajo una máscara movediza de nebulosas rosadas. De planetas con anillos y cráteres.

La Madre Naturaleza dice: «Piden demasiadas cartas de recomendación».

Además de una prueba con polígrafo. Cuatro documentos con foto.

«Cuatro», dice la Madre Naturaleza, levantando los dedos de una mano pintados con henna. Sus

pulseras de alambre y de plata sucia con campanillas de viento tintineantes alrededor de la muñeca.

Dice: «Nadie tiene cuatro documentos con foto…».

Para hacerse monja, dice, tienes que hacer un examen escrito, peor que la

selectividad y la reválida juntos. Y lleno de problemas para pensar como:

«¿Cuántos ángeles
pueden
bailar en la punta de un alfiler?».

Todo esto, dice la Madre Naturaleza, solamente para averiguar:

«Si te estás casando con Cristo porque te acaban de dejar».

Con el pelo largo apartado de la cara, trenzado y cayéndole por la espalda

la Madre Naturaleza dice:

«Por supuesto, suspendí. No solamente la prueba de drogas:

lo suspendí todo».

No solamente como monja, sino durante la mayor parte de su vida…

Se encoge de hombros, con la piel pecosa bajo los tirantes psicodélicos:

«Así que aquí estoy».

Con las constelaciones moviéndose y arrastrándose sobre su cara, la Madre Naturaleza dice:

«Todavía necesito un sitio donde esconderme».

REFLEXOPUTA

Un relato de la Madre Naturaleza

No os riáis, pero en aromaterapia te avisan de que nunca enciendas una vela de limón y canela al mismo tiempo que enciendes una vela de clavo y una vela de cedro y de nuez moscada. Y no te dicen por qué…

En el feng-shui nunca lo explican, pero por el mero hecho de poner una cama en el lugar incorrecto, puedes concentrar el bastante chi como para matar a alguien. Puedes provocar un aborto en la última fase del embarazo mediante la simple acupuntura. Puedes usar cristales o manipular el aura para causarle a alguien cáncer de piel.

No os riáis, pero hay formas subrepticias de convertir cualquier cosa New Age en una herramienta para matar.

En la última semana de la escuela de masaje, te enseñan a no trabajar nunca la zona refleja transversal del talón del pie. A no tocar nunca el arco del dorso del pie izquierdo. Sobre todo el aspecto de la parte más exterior izquierda. Pero nunca te dicen por qué. Esa es la diferencia entre los terapeutas que trabajan en el lado de la luz y los que están en el lado oscuro de la industria.

Vas a la escuela a estudiar reflexología. La ciencia de manipular el pie humano para curar o estimular ciertas partes del cuerpo. Se basa en la idea de que el cuerpo está dividido en diez meridianos de energía distintos. El dedo gordo del pie, por ejemplo, está conectado directamente con la cabeza. Para curar la caspa hay que masajear el puntito que hay justo detrás de la uña del dedo gordo. Para curar el dolor de garganta hay que masajear la articulación media del dedo gordo. Es un tipo de medicina de las que no entran en ningún seguro médico. Es como ser médico pero sin los ingresos de un médico. La clase de gente que quiere frotar el espacio que queda entre los dedos de los pies para curar el cáncer cerebral no suele tener dinero a patadas. No te rías, pero incluso con años de experiencia manipulando los pies de la gente, sigues encontrándote pobre y frotando los pies de gente que nunca ha convertido los ingresos en su prioridad vital.

No te rías, pero un día ves a una chica con la que fuiste a la escuela de masaje. Una chica que es de tu edad. Las dos lucisteis cuentas juntas. Las dos trenzasteis salvia seca y la quemasteis para limpiar vuestro campo de energía. Las dos llevasteis ropa desteñida y fuisteis descalzas y lo bastante jóvenes como para sentiros nobles mientras frotabais los pies de gente mugrienta y sin casa que acudía a la clínica gratuita de la escuela.

De eso hace muchos, muchos años.

Tú sigues siendo pobre. El pelo se te ha empezado a romper en las raíces. Ya sea por la mala dieta o por efecto de la gravedad, la gente cree que estás frunciendo el ceño cuando no es así.

Esa chica con la que fuiste a la escuela, ahora la ves saliendo de un hotel pijo del Midtown, y el portero le aguanta la puerta abierta mientras ella sale majestuosamente con un abrigo de piel ondeando y con unos zapatos de tacón alto en los que ninguna reflexóloga metería nunca los pies.

Mientras el portero está parándole un taxi, te acercas a ella lo bastante como para decir:

—¿Lenteja?

La mujer se gira y sí que es ella. En la garganta le brillan diamantes de verdad. Su pelo largo reluce, espeso, agitándose en oleadas de color rojo y castaño. El aire que la rodea despide un suave olor a rosas y lilas. Su abrigo de piel. Sus manos enfundadas en guantes de piel, una piel suave y pálida y más agradable que la piel de tu cara. La mujer se gira, se levanta las gafas de sol y se las coloca en la coronilla. Se te queda mirando y te dice:

—¿La conozco?

Fuisteis juntas a la escuela. Cuando erais jóvenes… más jóvenes.

El portero sostiene abierta la portezuela del taxi.

Y la mujer dice que claro que se acuerda. Se mira el reloj de pulsera, lleno de diamantes que resplandecen bajo el sol de la tarde, y te dice que dentro de veinte minutos tiene que estar en la otra punta de la ciudad. Y te pregunta por qué no la acompañas.

Las dos os metéis en la parte de atrás del taxi y la mujer le da al portero un billete de veinte dólares. Él se toca la gorra y le dice que siempre es un placer verla.

La mujer le da al taxista la siguiente dirección, un lugar un poco más hacia el Uptown, y el taxi gira para sumarse al tráfico.

No te rías, pero esta mujer —Lenteja, tu vieja amiga— saca un brazo envuelto en pieles del asa de su bolso, lo abre y el interior resulta estar atiborrado de dinero en metálico. Montones y montones de billetes de cincuenta y cien dólares. Con una mano enguantada, hurga entre los billetes y encuentra un teléfono móvil.

Y te dice:

—No es más que un momento.

Al lado de ella, tu falda ajustada de algodón con estampados indios, tus sandalias estilo chancleta y tu collar con cencerro ya no parecen étnicos ni chic. El kohl que llevas alrededor de los ojos y los dibujos de henna desvaídos que tienes en el dorso de las manos te dan el aspecto de ser una persona que no se baña nunca. Al lado de los pendientes tachonados de diamantes de ella, tus pendientes favoritos de colgantes de plata tienen pinta de adornos de árbol de Navidad comprados en una tienda benéfica de segunda mano.

Ella dice por el teléfono móvil:

—Estoy de camino. —Dice—: Puedo coger al de las tres en punto, pero solo le puedo dar media hora. —Dice adiós y cuelga.

Ella te toca la mano con un guante suave y liso y te dice que tienes buen aspecto. Te pregunta qué has estado haciendo últimamente.

Oh, lo mismo de siempre, le dices. Manipular pies. Te has construido una buena lista de clientes regulares.

Lenteja se muerde el labio inferior, mirándote, y dice:

—Entonces… ¿todavía te dedicas a la reflexología?

Y tú dices que sí. No ves muy claro cómo te vas a poder jubilar alguna vez, pero por lo menos te da para vivir.

Ella se te queda mirando mientras el taxi recorre una manzana entera, sin decir una palabra. Luego te pregunta si tienes la próxima hora libre. Te pregunta si te gustaría ganar un dinero, libre de impuestos, haciendo una manipulación de pies a cuatro manos para su siguiente cliente. Lo único que tienes que hacer es encargarte de un pie.

Nunca has practicado la reflexología con una socia, le dices tú.

—Una hora —dice ella—. Y nos sacamos dos mil dólares.

Tú le preguntas si es legal.

Y Lenteja dice:

—Dos mil por cabeza. Otra cosa —dice ella—. No me llames Lenteja —dice—. Cuando lleguemos allí, me llamo Angelique.

No te rías, pero esto es real. El lado oscuro de la reflexología. Por supuesto, se conocen algunos aspectos de ella. Sabemos que trabajando la superficie plantar del dedo gordo puedes hacer que alguien se quede estreñido. Trabajando el tobillo alrededor de la parte alta del pie se les puede provocar diarrea. Trabajando la superficie interna del talón se puede volver a alguien impotente o provocarle una migraña. Pero nada de todo eso sirve para ganar dinero, así que ¿para qué molestarse?

El taxi se para frente a una mole de piedra labrada, la embajada de algún país petrolero de Oriente Medio. Un guardia uniformado abre la portezuela y Lenteja sale. Y tú sales. Dentro del vestíbulo, otro guardia te inspecciona con un detector manual de metales, en busca de armas de fuego, cuchillos o lo que sea. Otro guardia hace una llamada telefónica desde un mostrador rematado con una losa blanca y muy lisa. Otro guardia mira el interior del bolso de Lenteja, apartando los billetes para encontrar tan solo un teléfono móvil.

Se abren las puertas de un ascensor y otro guardia os hace entrar con un movimiento de la mano. Lenteja dice:

—Tú haz lo mismo que yo —dice ella—. Este es el dinero más fácil que vas a ganar nunca.

No os riáis, pero en la escuela se oían los rumores. Sobre cómo una buena reflexóloga puede ser atraída al lado oscuro. Trabajar ciertos centros de placer en la planta del pie. Hacer cosas de las que solamente se habla en susurros. Lo que la gente coñona llamaría: «reflexopajas».

El ascensor se abre a un largo pasillo que lleva a una única puerta doble. Las paredes son de piedra blanca pulimentada. El suelo es de piedra. La puerta doble es de cristal esmerilado y da a una sala donde hay un hombre sentado a una mesa de despacho blanca. Él y Lenteja se besan en la mejilla.

El hombre que está detrás de la mesa se te queda mirando, pero solo habla con Lenteja. La llama Angelique. Detrás de él, otra puerta doble da a un dormitorio. El hombre os hace un gesto con la mano a las dos para que entréis, pero él se queda atrás y cierra las puertas con llave. Os encierra dentro.

Dentro del dormitorio hay un hombre tumbado boca abajo en una cama enorme y redonda con sábanas de seda blancas. Lleva un pijama de seda, de seda azul brillante, y los pies descalzos le cuelgan del borde de la cama. Angelique se quita de un tirón uno de los guantes. Se quita después el otro guante, y las dos os arrodilláis en la superficie mullida de la moqueta y cogéis un pie cada una.

En lugar de la cara, lo único que podéis ver de él es su pelo negro engominado y sus orejas enormes en las que le brotan mechones de pelo negro. El resto de su cabeza está hundido en la almohada de seda blanca.

No os riáis, pero los rumores son ciertos. Presionando donde presiona Angelique, trabajando la zona refleja genital del lado plantar del talón, hace que el hombre se ponga a gemir, tumbado boca abajo con la cara hundida en su almohada. Antes de que se te cansen las manos, el hombre ya está gritando, cubierto de sudor, con la seda blanca pegada a la espalda y a las piernas. Cuando se queda callado, cuando ya ni siquiera notas si está respirando, Angelique susurra que es hora de irse.

El hombre del mostrador os da a cada una dos mil dólares en efectivo.

Fuera, en la calle, un guardia para un taxi para Angelique.

Mientras pasa al asiento trasero, Angelique te da una tarjeta de visita. Es el número de teléfono de una clínica de tratamientos holísticos. Debajo del número, escrito a mano, dice: «Pregunta por Lenny».

El guante de cuero blando de su mano, el olor a rosas de su colonia, el sonido de su voz, todo ello dice: «Llámame».

La gente se mete a reflexoputa por muchas razones. Por la idea de que puedes darle una vida mejor a tu familia. De que puedes darles un poco de comodidad y seguridad a tus padres. Tal vez un coche. Un apartamento en la playa en Florida.

El día que les das a tus padres las llaves de ese apartamento es el día más feliz de tu vida. Ese día lloran y admiten que nunca creyeron que su niña acabaría por ganarse la vida frotando los pies apestosos de la gente. Es un día por el que te vas a pasar pagando el resto de tu vida.

No os riáis, pero no es ilegal. No estás haciendo más que una simple manipulación de los pies. No pasa nada sexual salvo que tu cliente tiene un orgasmo que lo deja demasiado débil para caminar durante los dos días siguientes. No importa que sea hombre o mujer. Tú trabajas el punto exacto de sus pies y él o ella se corre tan fuerte que parece que tenga un ataque de epilepsia. Tan fuerte que todo empieza a oler cuando pierden el control de sus intestinos. Tan fuerte que la mayoría de los clientes solamente pueden mirarte, con la baba cayéndoles de la comisura de la boca, y hacerte un gesto con el dedo tembloroso para que cojas el fajo de billetes de cien dólares que hay sobre la cómoda o la mesilla del café.

Lenny llama desde la clínica y tú coges un vuelo chárter a Londres. La clínica llama y tú vuelas a Hong Kong. La clínica no es más que Lenny, un tipo con acento ruso que vive en una suite del hotel Park Hampton y a quien le das la mitad de tus ingresos. Es la voz con acento de Lenny la que te dice por teléfono qué vuelo tomar y cuál es la habitación de hotel o la isla privada donde espera el próximo cliente.

No os riáis, pero lo malo del asunto es que nunca tienes tiempo para ir de compras. El dinero se te acumula. Tu uniforme es un abrigo de piel. Para encajar en este nuevo mundo consigues joyas de oro y platino de ley. Mantienes tu pelo perfecto y resplandeciente. Sentada en el vestíbulo del Ritz-Carlton, puedes ver a algunos chicos y chicas que iban contigo a la escuela de reflexología y que ahora llevan trajes de Armani y vestidos de noche de Chanel. Chicas que solían ser vegetarianas estrictas y que iban de los suburbios al centro en bicicleta, ahora las ves entrar y salir de limusinas. Las ves comiendo solas en mesas individuales de restaurantes de hoteles. Bebiendo cócteles en los bares de aeropuertos privados, esperando al próximo chárter.

Personas que antes eran soñadoras idealistas, metidas ahora en el mundo de la reflexoprostitución profesional.

Aquellas brujas New Age hippies con rastas y aquellos punks skaters con perillas, ahora los oyes dar órdenes de venta por teléfono a sus corredores de Bolsa. Amontonar dinero en cuentas extranjeras y cajas fuertes de bancos suizos. Regatear por diamantes sin tallar y monedas de oro sudafricano.

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