—Mnye etoh nadoh kahk zoobee zadnetze.
Las perneras de sus pantalones y los faldones de su camisa se rasgan y se hacen jirones allí donde están pegados al escenario con sangre, y el Santo se pone en pie como puede y dice que se tiene que marchar.
Todavía no, dice la Madre Naturaleza. Con su voz convertida en un rechinar de dientes sibilante.
San Destripado da un paso y se tambalea. Le fallan las piernas y cae de cuatro patas. Arrastrándose hacia la puerta abierta, dice:
—¿Cómo puedo detenerlos?
Y extendiendo un brazo tras él, la Madre Naturaleza le atrapa un tobillo con los dedos y dice:
—Espera.
Por el sendero que traza la luz del sol hasta la puerta, el suelo de cemento es cálido al tacto. Los dos se arrastran, con los ojos cerrados, cegados por la luz, avanzando a tientas por donde el suelo está más caliente, palpando estilo braille con las manos y las rodillas hasta que encuentran el marco de la puerta con las yemas de los dedos que les quedan. Hasta que encuentran la luz del sol con la piel de sus labios y párpados.
En el cielo azul y estrecho del callejón, los pájaros planean de un lado a otro. Hay pájaros y nubes que no son telarañas. En un cielo azul que no es de terciopelo ni pintado.
Asomando la cabeza por la puerta, San Destripado dice:
—Sé dónde estamos. —Con los ojos entornados, dice—: Siguen aquí. —Señala con una mano y dice—: Señorita Estornudos, espera…
Con los dedos de la Madre Naturaleza agarrándole con fuerza la camisa y la cintura de los pantalones, sigue arrastrándose, nadando, y diciendo:
—Para, por favor.
Con medio cuerpo fuera de la puerta, con sus manos arrastrándolo por entre los cristales rotos y los desperdicios del callejón, por entre toda la hermosa basura caliente bajo el sol de la tarde, San Destripado dice:
—¡Alto!
Mientras dos figuras se alejan dando tumbos hacia la boca del callejón: la chica cerca y el viejo a casi una manzana de distancia, con el brazo levantado mientras un taxi se detiene junto a la acera.
Y el Santo grita en esa dirección:
—¡Señorita Estornudos!
Grita:
—¡Espera!
La Señorita Estornudos se gira para mirar.
Y… entonces…
¡Suuu-ruuuc!
El cuchillo del suelo, el cuchillo de deshuesar que el Chef Asesino tiró a los pies del señor Whittier, la Madre Naturaleza lo ha traído consigo.
Ese cuchillo que sobresale del pecho de la Señorita Estornudos todavía tiembla con cada latido de su corazón, y tiembla cada vez menos mientras la Madre Naturaleza y San Destripado la llevan a rastras de vuelta al interior de la puerta. De vuelta a la oscuridad.
En el callejón, la voz del señor Whittier grita cada vez desde más cerca que se detengan.
El cuchillo tiembla menos todavía mientras la Madre Naturaleza dice:
—Te lo dije: todavía no.
Y luego el cuchillo deja de temblar. Esa personita que tosía, que se sorbía la nariz y estornudaba, y que llevamos esperando ver cómo se muere desde el día que llegamos, por fin se ha muerto.
No es que hayamos salvado el mundo sino que más bien hemos conservado a nuestro público. Hemos mantenido viva a la gente que nos verá en televisión, que leerá nuestros libros y que irá a ver la película que haremos algún día. Nuestro mercado de consumidores.
San Destripado aguanta la puerta cerrada y la cerradura se abre desde fuera. El pomo da una sacudida. El Santo la vuelve a cerrar y la cerradura se vuelve a abrir.
El Santo la cierra con un clic y dice:
—No.
Y la cerradura se abre, accionada por una llave desde fuera.
De vuelta a la oscuridad, de vuelta al frío, la Madre Naturaleza saca el cuchillo pegajoso de la Señorita Estornudos. La Madre Naturaleza hunde la hoja del cuchillo en la cerradura y la parte.
La cerradura estropeada. El cuchillo estropeado. La pobre Señorita Estornudos, con sus ojos rojos y su nariz moqueante, reducida a nada más que atrezzo en nuestra historia. Una persona convertida en objeto. Como si abrieras en canal a una muñeca de trapo con un nombre tonto y dentro encontraras: intestinos de verdad, pulmones de verdad, un corazón que late y sangre. Un montón de sangre caliente y pegajosa.
Y ahora la historia se reparte entre uno menos. La historia de lo que nos han hecho.
Por ahora nos quedamos aquí. En nuestro círculo de penumbra alrededor de la luz para fantasmas.
La voz del señor Whittier está chillando lastimeramente al otro lado de la puerta de acero. Golpeando con los puños. Diciendo que quiere entrar. Que no quiere morir solo.
Por ahora esperamos, repitiendo nuestra historia en el Museo de Nosotros. En este ensayo general permanente nuestro.
Cómo el señor Whittier nos atrapó aquí. Cómo nos hizo pasar hambre y nos torturó. Cómo nos mató.
Recitamos esto: la Mitología de Nosotros.
Y muy pronto, en cualquier momento, el mundo vendrá a abrir esa puerta y a rescatarnos. El mundo nos escuchará. Y a partir de ese día iluminado por un sol glorioso, el mundo entero nos amará.
Charles Michael
Chuck
Palahniuk
(Pasco, Washington, Estados Unidos, 21 de febrero de 1962) es un novelista satírico estadounidense y periodista independiente residente en Portland (Oregón). Es famoso por su galardonada novela
El club de la lucha
, que posteriormente David Fincher adaptó al cine. En torno a su web oficial se reúne uno de los mayores grupos de seguidores de escritores en Internet. Sus obras, similares en estilo a las de Bret Easton Ellis, Irvine Welsh y Douglas Coupland, le han hecho uno de los novelistas más populares de la Generación X.