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Authors: Chuck Palahniuk

Tags: #Terror

Fantasmas (54 page)

BOOK: Fantasmas
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Ahora el pobre Larry está atrapado con Eve y su padre y Tracee, la familia entera está emigrando junta en un Buick de cuatro puertas aparcado en el garaje de una casa suburbana estilo rancho de dos plantas. Todos respirando monóxido de carbono y comiendo palomitas de queso con su perro.

Todavía leyendo, Tracee dice: «A medida que hay menos hemoglobina disponible para transportar oxígeno, tus células empiezan a asfixiarse y a morir».

Todavía había emisiones de televisión por algunos canales, pero lo único que ponían era el vídeo que había enviado a la Tierra la misión espacial a Venus.

Era el estúpido programa espacial el que había empezado todo esto. La misión tripulada para explorar el planeta Venus. La tripulación había enviado a la Tierra su vídeo de la superficie del planeta, la cara de Venus como un paraíso ajardinado. Después, el accidente no se debió al desprendimiento de los paneles de aislamiento ni a la rotura de las arandelas de goma ni a un error del piloto. No se trató de un accidente. La tripulación simplemente decidió no desplegar los paracaídas de aterrizaje. Tan rápido como un meteorito, el casco exterior de su nave espacial se incendió. Estática y… fin.

Igual que la Segunda Guerra Mundial nos dio el bolígrafo, el programa espacial había demostrado que el alma humana era inmortal. Que lo que todo el mundo llamaba la Tierra no era más que una planta de procesamiento por la que todas las almas tenían que pasar. Un paso más de alguna clase de proceso de refinamiento. Igual que las torres de destilación que se usan para convertir petróleo crudo en gasolina o queroseno. Tan pronto como las almas humanas se han refinado en la Tierra, entonces nos reencarnaremos todos en el planeta Venus.

En la gran factoría en que se perfeccionaban las almas humanas, la Tierra era una especie de tambor giratorio. Como los que usa la gente para pulir piedras. Todas las almas venían aquí para limarse las aristas entre sí. Todos estábamos destinados a desgastarnos mediante toda clase de conflictos y dolores. A pulirnos. Nada de todo esto era malo. No se trataba de sufrimiento, se trataba de erosión. No era más que otro paso básico e importante en el proceso de refinamiento.

Sí, parecía una chifladura, pero estaba el vídeo que habían enviado a la Tierra los miembros de aquella misión espacial que se había estrellado a propósito.

Lo único que ponían por televisión era aquel vídeo. Mientras el vehículo de aterrizaje de la misión orbitaba cada vez más bajo, sumergiéndose en el interior de las capas de nubes que cubrían el planeta, los astronautas enviaban aquellas imágenes de gente y animales viviendo como amigos y donde todo el mundo sonreía tanto que parecía que les brillaban las caras. En el vídeo que enviaron los astronautas, todo el mundo era joven. El planeta era un Jardín del Edén. En aquel paisaje de bosques y océanos, de prados de flores y montañas altas, siempre era primavera, dijo el gobierno.

Después de aquello, los astronautas se negaron a desplegar los paracaídas. Se tiraron en barrena, pum, contra las flores y los dulces lagos de Venus. Lo único que quedó fueron unos cuantos minutos de vídeo borroso que enviaron a la Tierra. Lo que parecían modelos de pasarela vestidas con túnicas resplandecientes en un futuro de ciencia ficción. Hombres y mujeres de piernas largas y de pelo largo, despatarrados, comiendo uvas en las escaleras de los templos de mármol.

Era el paraíso, pero con sexo y bebida y el permiso total de Dios.

Era un mundo donde los Diez Mandamientos eran: fiesta, fiesta, fiesta.

«Empezando por el dolor de cabeza y las náuseas —leyó Tracee en su panfleto del gobierno—, los síntomas incluyen un pulso cada vez más rápido mientras tu corazón intenta mandar oxígeno a tu cerebro moribundo.»

El hermano de Eve, Larry, nunca llegó a adaptarse a la idea de la vida eterna.

Larry antes tenía un grupo llamado la Factoría de Muerte al Por Mayor. Y tenía una sola groupie, una guarra que se llamaba Jessika. Se hacían tatuajes entre ellos con una aguja de coser mojada con tinta. Eran tan vanguardistas, Larry y Jessika, que eran el margen mismo de los marginados. Y luego la muerte se volvió completamente convencional. Aunque ya no era suicidio. Ahora lo llamaban «emigración». La gente muerta y los cuerpos que se pudrían ya no eran cadáveres. Los montones apestosos e inflados de cuerpos, apilados alrededor de la base de los edificios altos, o bien envenenados y despatarrados en los bancos de las paradas de autobús, ahora se llamaban «equipaje». Nada más que equipaje dejado atrás.

Igual que la gente siempre veía la noche de fin de año como una especie de línea dibujada en la arena. Una especie de nuevo comienzo que en realidad no tenía lugar. Así era como la gente veía la emigración, pero solamente si emigraba todo el mundo.

Ahí estaba la prueba auténtica de la vida después de la vida. De acuerdo con las estimaciones del gobierno, 1.760.042 almas ya habían sido liberadas y estaban viviendo un estilo de vida festivo en el planeta Venus. El resto de la humanidad tendría que continuar viviendo una larga serie de vidas y de sufrimientos antes de estar lo bastante refinadas como para emigrar.

Dando vueltas y erosionándose en el Gran Tambor Giratorio.

Y luego el gobierno tuvo su gran idea:

Si toda la humanidad se moría al mismo tiempo, no quedarían úteros ni tampoco forma posible de reencarnar almas aquí en la Tierra.

Si la humanidad se extinguía, todos emigraríamos a Venus. Iluminados o no.

Pero… si quedaba atrás aunque fuera una sola pareja capaz de criar, el nacimiento de un niño haría que regresara un alma. A partir de únicamente un reducido grupo de gente, el proceso entero podía empezar de nuevo.

Hasta hacía un par de días, uno podía ver en televisión cómo el movimiento de emigración trataba con la gente que seguían resistiéndose. Se podía ver a la población retrógrada que no estaba enrolada en el movimiento siendo obligada a emigrar por Escuadrones de Asistencia a la Emigración, todos vestidos de blanco y armados con metralletas blancas y limpias. Pueblos enteros gritando, bajo bombardeos de saturación destinados a reubicarlos en el siguiente paso del proceso. Nadie iba a dejar que una panda de palurdos forofos de la Biblia nos dejaran a los demás aquí, en el viejo y sucio planeta Tierra, el planeta que menos de moda estaba, cuando podíamos ir todos directamente al siguiente gran paso de nuestra evolución espiritual. Así que a los palurdos se les envenenó para salvarlos. A los salvajes africanos se les aplicó gas nervioso. A las hordas chinas se les tiró la bomba atómica.

Si ya les habíamos enseñado a la fuerza el flúor y a leer y escribir, ahora les podíamos enseñar a la fuerza la emigración.

Si quedaba atrás aunque fuera solamente una pareja de palurdos, te podías convertir en su bebé inmundo e ignorante. Si quedaba sin emigrar aunque fuera una pandilla de salvajes comedores de arroz del Tercer Mundo, tu preciosa alma podía ser llamada de vuelta a la vida: para apartar moscas a manotazos y comer papilla en mal estado y salpicada de cagarros marrones de rata bajo el sol abrasador de Asia.

Y sí, claro, esto era una apuesta. Llevarse a todo el mundo a Venus al mismo tiempo. Pero ahora que la muerte había muerto, la humanidad realmente no tenía nada que perder.

Ese fue el titular de la última edición del
New York Times
: «La muerte ha muerto».

USA Today
lo llamó: «La muerte de la muerte».

La muerte había sido desenmascarada. Como Santa Claus. O como el Ratoncito Pérez.

Ahora la vida era la única opción… pero ahora daba la impresión de ser una interminable… eterna… y perpetua… trampa.

Larry y la guarra de su rockera, Jessika, habían estado planeando escaparse. Esconderse. Ahora que la muerte había sido apropiada por la gente convencional, Larry y Jessika querían rebelarse permaneciendo vivos. Tendrían una camada de niños. Se cargarían la evolución espiritual de la humanidad entera. Pero entonces los padres de Jessika le habían echado veneno para hormigas a su hija en la leche de los cereales del desayuno. Fin de la historia.

Larry dijo que quería asegurarse de que este mundo estuviera usado del todo antes de irse al siguiente.

Y su hermanita, Eve, le dijo: Crece. Le dijo que Jessika no era la última guarra fan del rock gótico que había en el mundo.

Y Larry se la quedó mirando, colocado y parpadeando a cámara lenta, y le dijo:

—Pues sí, Eve. La verdad es que Jesse lo era…

Pobre Larry.

Es por eso que cuando su padre dijo que se metieran todos en el coche, Larry se limitó a encogerse de hombros y se metió. Se sentó en el asiento trasero, llevando a Risky en brazos, a su boston terrier. No se molestó en abrocharse el cinturón de seguridad. No iban a ninguna parte. Por lo menos a ningún sitio físico.

Se trataba del equivalente de la espiritualidad New Age a cualquier panacea, desde el sistema métrico hasta el euro. Hasta las vacunas de la polio… el cristianismo… la reflexología… el esperanto…

Y no podría haber llegado en un momento mejor de la historia. La contaminación, la superpoblación. Las enfermedades, la guerra, la corrupción política, la perversión sexual, el asesinato y la drogadicción… Tal vez no fueran peores que en el pasado, pero ahora teníamos la televisión quejándose de todo ello. Un recordatorio constante. Una cultura de la queja. De andar siempre criticando y echando pestes… La mayoría de la gente nunca lo admitiría, pero llevaban desde que habían nacido echando pestes de todo. En cuanto les asomaba la cabeza a aquella sala de partos llena de luz, nada había estado bien. Nada había sido igual de cómodo ni había producido la misma sensación agradable.

El mero esfuerzo que costaba mantener con vida tu estúpido cuerpo físico, el mero hecho de encontrar comida y cocinarla y lavar los platos, el luchar contra el frío y bañarse y dormir, el caminar y el ir de vientre y los pelos enquistados, todo acababa siendo demasiado trabajo.

Sentada en el coche, mientras los respiraderos le echaban el humo en la cara, Tracee leía: «Mientras el corazón se te acelera más y más, se te cierran los ojos. Pierdes el conocimiento y te desmayas…».

El padre de Eve y Tracee se conocieron en el gimnasio y empezaron a hacer fisioculturismo para parejas. Ganaron un concurso, posando juntos, y se casaron para celebrarlo. La única razón de que no emigráramos hace meses es que ellos todavía estaban en la cúspide de su concurso. Nunca habían tenido tan buen aspecto ni se habían sentido tan fuertes. Les rompió el corazón descubrir que tener cuerpo —aunque fuera un montón de músculos bien definidos y protuberantes con solamente un dos por ciento de grasa corporal— era como ir en mula mientras el resto de la humanidad volaba a todo trapo en aviones Lear. Era como las señales de humo comparadas con el teléfono móvil.

La mayoría de los días, Tracee continuaba pedaleando en su bicicleta estática, a solas en la sala de aerobic enorme y vacía del gimnasio, pedaleando al ritmo de la música disco mientras le dedicaba gritos de apoyo a una clase de bicicleta que ya no estaba allí. En la sala de pesas, el padre de Eve se dedicaba a levantar pesas, pero se limitaba a las máquinas o a las pesas libres más ligeras, ya que no había nadie contra quien el padre o Tracee pudieran competir. Nadie para quien posar. Nadie a quien derrotar.

El padre de Eve solía contar este chiste:

¿Cuántos culturistas hacen falta para poner una bombilla?

Hacen falta cuatro. Un culturista para poner la bombilla y otros tres para mirar y decir: «¡La verdad, chaval, es que estás enorme!».

A su padre y a Tracee les hacían falta cientos de personas aplaudiendo, contemplando cómo posaban y se flexionaban sobre el escenario. Con todo, era innegable que, por muy perfeccionado que estuviera con vitaminas y colágeno y silicona, el cuerpo humano estaba obsoleto.

Lo gracioso era que la otra cosa que el padre de Eve solía decir era: «Si todo el mundo se tirara de un puente, ¿tú también te tirarías?».

Los expertos aconsejaban que este era el único momento de la historia en que podíamos permitir que tuviera lugar una emigración en masa. Que habíamos necesitado el programa espacial para proporcionarnos pruebas de la vida en el otro mundo. Que necesitábamos a los medios de comunicación para pasear aquella prueba por todo el mundo. Y que necesitábamos nuestras armas de destrucción masiva para asegurarnos de que no hubiera desacuerdos.

Si hubiera generaciones futuras, no sabrían lo que nosotros sabíamos. No tendrían las herramientas que teníamos nosotros para conseguir que esto pasara. Simplemente vivirían sus espantosas vidas físicas, comiendo cagarros de rata e ignorando que todos podíamos llevar una vida de placer en Venus.

Por supuesto, mucha gente presionaba para limitarse a tirar bombas nucleares sobre los que no obedecieran, pero vaporizar hasta la última islita tribal del Pacífico Sur había dejado nuestros silos de misiles vacíos. Y la radiación no emigró de la forma en que sería deseable. Un invierno nuclear se instaló sobre Australia solamente durante un par de meses. Llovió y murieron millones de peces, pero el clima y las mareas nos hicieron la putada de limpiar lo que nosotros habíamos ensuciado. Así se echó a perder todo aquel potencial de emigración, ya que Australia había obedecido al cien por cien durante los primeros seis meses.

Todo nuestro gas nervioso y nuestros virus letales, todas nuestras bombas atómicas y convencionales, todo fue decepcionante. Ni siquiera nos acercamos a aniquilar a la humanidad. La gente se refugiaba en cuevas. La gente deambulaba en camello por desiertos enormes y vacíos. Y cualquiera de aquella gente estúpida y atrasada podía follar. Un espermatozoide se junta con un óvulo y tu alma es chupada de vuelta a otra vida tediosa de comer, dormir y dejar que te queme el sol. En la Tierra: el Planeta Daño. El Planeta Conflicto. El Planeta Dolor.

Para los Escuadrones de Asistencia a la Emigración, con sus metralletas blancas y limpias, los objetivos de Prioridad A eran las hembras reticentes entre las edades de catorce y treinta y cinco. El resto de las hembras eran objetivos de asistencia de Prioridad B. Todos los hombres reticentes eran Prioridad C. Si se estaban agotando las balas, el equipo vestido de blanco podía dejar una aldea entera de hombres y mujeres ancianas con vida para que envejecieran y emigraran por causas naturales.

A Tracee siempre le preocupaba ser un objetivo de Prioridad A, o sea, que la ametrallaran de camino al gimnasio. Pero la mayoría de los escuadrones estaban en el campo o en las montañas, en sitios donde podía esconderse gente retrasada, de esa que tenía hijos.

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