Fue allí donde Mattius y Lucía sepultaron el cuerpo de Michel, y el Eje del Presente descansó sobre su pecho al igual que un día reposara sobre el del emperador Carlomagno.
Los dos juglares no se quedaron mucho tiempo en la abadía. Tenían muchos planes. Debían pasar por Santiago para informar a Martín de todo lo que había sucedido y confirmar a Lucía como miembro de pleno derecho del gremio. Tenían que recorrer todo el mundo para llevar el Mensaje, al igual que llevaban, como una carga de la que se habían hecho responsables, el Eje del Pasado y el Eje del Futuro, y unos conocimientos no reservados a los mortales.
Mattius escribió un poema épico. Pero, a diferencia de otros, en él no se relataban las hazañas de guerreros fuertes y valientes que lucharan en batallas, sino la historia de un muchacho que había dado la vida por la humanidad porque tenía fe en el hombre y en el futuro.
La historia fue acogida de diversas formas. A unos no les gustó; otros los llamaron herejes; y a algunos les maravilló tanto que estuvieron dispuestos a seguir a los juglares para aprender más cosas. Pero Mattius y Lucía hicieron todo lo posible por evitar que la memoria de su amigo se convirtiera en un nuevo culto o religión: debía ser algo que se guardara en el corazón y no en un templo de piedra.
Dicen que llegaron hasta la lejana China mucho antes que Marco Polo; pero nadie sabe con certeza dónde acabaron sus pasos ni adonde fueron a parar los ejes.
Se cuenta que el manuscrito de la
Chanson de Michel
quedó en la biblioteca de un monasterio, pero éste ardió en llamas y la historia se perdió.
Quizá hoy, mil años después, quede en alguna parte alguien que la recuerde.
— FIN —