Read Garras y colmillos Online
Authors: Jo Walton
—No había pensado que estuvieras dispuesta a dejar a los dragoncitos, ya que no te fuiste cuando estaba muriendo el padre de Penn —dijo la Eminente; un ceño reprobador le arrugaba el hocico.
—Los dragoncitos ya son un poco más grandes y está Amer para cuidarlos, además de la niñera. —A Felin le irritó parecer tan a la defensiva. De hecho, no había decidido dejar a los dragoncitos para hacer un viaje de placer a la capital después de haberlos utilizados como excusa para evitar el lecho de muerte de su suegro, pero como tampoco podía explicar los detalles, era inevitable que eso fuera lo que parecía.
—Amer es muy buena con ellos —dijo Selendra—. Y nos divertiremos tanto en Irieth… Estoy segura de que Avan nos llevará al teatro aunque Penn se ponga muy pesado. Siempre he querido ver una obra de teatro.
Felin frunció el ceño y miró a Selendra. Por fortuna, la Eminente, al igual que Selendra y al contrario que Felin, no había oído hablar del desprestigio en el que había caído en Irieth el teatro fuera de temporada.
—Espero que puedas ver muchas. Penn tendrá que apresurarse a volver, por supuesto, pero quizá vosotras dos podríais quedaros en Irieth unos días más después de terminado el caso para disfrutar de los placeres de la capital. Yo ya estoy bastante cansada de ellos, pero creo que vosotras no habéis estado allí nunca, ¿verdad?
—No —dijo Selendra—. Nunca. Antes era demasiado joven y luego padre era demasiado viejo.
Felin bajó la vista y la clavó en la nieve para ocultar cualquier rastro de resentimiento que pudiera verse en sus ojos. La Eminente le había prometido pasar un tiempo en Irieth durante la temporada cuando era doncella, en parte para consolarla por lo de Sher. La visita se había pospuesto por una razón u otra, luego había llegado Penn y se habían casado sin que ella llegara a ver la capital.
—Estoy convencida de que un tiempo en la capital sería lo mejor para ti —dijo la Eminente—. Hace tiempo que quiero hablar contigo, Selendra. Sé que eres una doncella muy sensata porque declinaste la absurda oferta que te hizo mi hijo hace unas semanas. Me alegro de que te dieras cuenta de lo imposible que sería algo así. En Irieth quizá puedas conocer a alguien más apropiado, alguien de tu propia clase. Si me prometes que continuarás por este camino de sensatez, dispondré que Felin y tú os alojéis en la casa que Benandi tiene en Irieth, durante el caso y un mes o dos después.
Felin sabía que ese plan era imposible y por tanto lo desechó de inmediato.
—No podría dejar a los dragoncitos tanto tiempo —dijo enseguida.
La joven madre miraba a la Eminente, que, como ya era habitual en ella, parecía muy segura de sí misma bajo aquel sombrero tan poco apropiado. Observó cómo le cambiaba la expresión y, solo después de un silencio ya demasiado largo, se volvió hacia su cuñada.
Selendra estaba casi incandescente de rabia. Sus ojos de color violeta giraban como si quisieran salírsele de la cabeza.
—¿Está diciendo —preguntó— que al igual que dijo que mi padre no era lo bastante bueno para mencionarlo entre la buena sociedad, yo no soy lo bastante buena para su hijo?
Felin parpadeó. Solo unos aletazos antes Selendra le había estado confirmando que sería imposible un matrimonio con Sher.
—Estoy diciendo que el mundo en el que vivimos es un mundo que se debe a una sociedad tanto como a todo lo demás, y que por muy agradable que me parezcas, al igual que tu hermano y tu cuñada, debes darte cuenta de que una doncella educada como lo has sido tú no sería una esposa adecuada para un noble eminente como mi hijo —dijo la Eminente con toda naturalidad—. ¿Quién eres tú para ser la eminente Benandi y dirigir una gran propiedad?
—Usted… —Selendra se detuvo—. Me da pena —dijo con dignidad.
—¿No quieres comprometerte a dejar a mi hijo en paz? —preguntó la Eminente.
—No tiene ningún derecho a pedirme eso, ni a él —dijo Selendra, iba mostrando los dientes a medida que hablaba.
—Selendra… —empezó a decir Felin con tono conciliador, pero no estaba muy segura de cómo iba a continuar.
—Me voy a casa —dijo Selendra de repente, y echó a volar hacia la casa rectoral, una veta dorada entre la nieve blanca, tras dejar a las dos dragonas mayores de pie y todavía mirándola.
—Lo siento —dijo Felin después de un momento—. Está en un estado muy emotivo en estos momentos, tras perder a su padre y a su hermana de una forma tan repentina.
—Nunca tendré una nuera mejor de lo que tú habrías sido, Felin, y fui una idiota por no conformarme contigo cuando pude haberte tenido —dijo la Eminente con los ojos todavía clavados en Selendra.
Felin habría estado encantada de darle un buen mordisco a la Eminente, pero consiguió lanzar una carcajada.
—No se puede volver a helar la nieve del último invierno —dijo refugiándose en los proverbios.
La Eminente se limitó a sacudir la cabeza.
Selendra se retiró a su cueva dormitorio y se negó a ver a nadie. A Felin, cuando subió a verla al regresar, le dijo que quería que la dejaran sola durante un rato. A Penn, que no insistió demasiado, le dijo que tenía un ligero malestar femenino y que se encontraría mejor si la dejaban descansar sobre su oro. A Amer, enviada por una preocupada Felin con tentadoras conservas y cerveza, le dijo que no estaba enferma sino enfadada, y le exigió un bruñido inmediato y concienzudo.
Por la mañana bajó a desayunar con su mejor aspecto. Cada escama estaba bruñida hasta alcanzar un dorado claro y reluciente. Se había colocado su sombrero nuevo en la cabeza de la forma más favorecedora, y la cadena que había encontrado en la cueva estaba colocada en el interior, donde relucían las joyas. Sus ojos parecían haberse oscurecido hasta alcanzar casi el tono de una amatista bajo el ala del sombrero. Penn, hundido en su propia angustia, no notó nada, y Felin, inquieta, no se atrevió a decir nada en presencia de su mando. La joven no comió nada salvo unas cuantas manzanas reinetas arrugadas, porque no deseaba salpicarse las escamas de sangre. Después del desayuno se sentó a esperar a que viniera Sher a buscarla.
Lo cierto es que jamás había estado tan enfadada en toda su vida. Largas horas de pensarlo en la oscuridad no habían conseguido calmarla demasiado. Pensó en todo lo que la Eminente le había dicho, desde aquel primer insulto a su padre hasta todo lo demás. Ni una palabra de todas las que le había dirigido había sido amable de verdad, ni otra cosa que egoísta. Pensó en las palabras que le había dirigido la dama a Felin, irreflexivas e innecesariamente crueles. ¿Cómo es que la Eminente había llegado a tener un hijo como Sher, amable y considerado, alguien que valoraba a los dragones por sus propios méritos? Era demasiado inexperta para darse cuenta, como Felin sabía muy bien, de que Sher se había moldeado en contraposición a su madre, o de que el joven también era egoísta a su manera. Sher, pensaba la joven, era más de lo que la Eminente merecía. Pensó en lo que había dicho la matriarca: «¿quién eres tú para ser la eminente Benandi?». Era lo que le preocupaba, comprendió Selendra, no el bienestar de su hijo ni la heredad, solo su nombre y su posición. La esposa de su hijo la suplantaría, así que aunque se requería una esposa para continuar el linaje de los Benandi, quería a alguien que pudiera controlar. Se lo tendría merecido si se casara con él y luego no tuviera hijos.
Selendra decidió darle una lección a la Eminente. Pero no podía soportar la idea de hacer demasiado daño a Sher en el proceso. Pasó buena parte de la noche pensando en ello. Por mucho que deseara castigar a su madre, no podía casarse con él si era cierto, como parecía muy probable, que los números de la poción de Amer estaban contra ella. Al amanecer ya tenía un plan.
Sher llegó como estaba previsto. La miró con tal amor y nostalgia que a la joven se le derritió el corazón.
Salieron volando de la casa rectoral y se internaron en una hermosa y despejada mañana de profundoinvierno. El cielo era de un color azul pálido y parecía estar a millones de kilómetros sobre sus cabezas. La nieve reflejaba la luz dorada del sol y parecía acariciar las curvas de los árboles con una bruma blanca. Hacía un frío cortante, tanto que los dos estaban seguros, con la fe incondicional de un niño, que de verdad era el sol de hielo el que había salido aquella mañana y no el sol de fuego, y se alegraron de que fuera profundoinvierno y de que los fuegos del sol volvieran a encenderse esa noche.
Sher no le preguntó a dónde quería ir. Apenas le habló, aparte de pedirle que lo acompañara. La joven lo siguió subiendo con el viento e internándose en las colinas. El aire era seco y cortante, y le rascaba el fondo de la garganta como si estuviera compuesto por agujas de hielo. El dragón descendió por fin sobre una alta pradera donde pastaban los corderos lanares en el verano. La muchacha lo siguió y aterrizó con cuidado, podría haber cualquier cosa oculta bajo la nieve. Aquí era más profunda que en el valle y le llegaba casi al vientre.
Sher seguía sin mostrarse muy inclinado a hablar, solo la miraba hasta que la joven apenas fue capaz de seguir quieta. Selendra recordó entonces que Amer le había dicho que las palabras pronunciadas bajo el sol de hielo caían con frialdad en los oídos.
—Hace un día hermoso —dijo ella por fin.
—Tú eres hermosa —dijo Sher con la voz un poco ronca—. Es hermoso porque tú estás en él. Oh, Selendra, ha sido todo tan inhóspito sin ti… Felin, que siempre ha sido para mí como una hermana, me dijo que esperara y he esperado, y no he cambiado. Te pedí que te casaras conmigo una vez, ¿has cambiado tu respuesta?
—Hay dos cosas antes de que pueda acceder —dijo la joven como había planeado—. Si estás completamente seguro de que esto es lo que quieres.
—No me cabe ni una sola duda —dijo él. Las semanas de espera lo habían afectado. Parecía mayor, más seguro de sí mismo. Dio un gran paso a través de la nieve para acercarse a Selendra, que levantó una mano para detenerlo.
—La primera es una promesa que hice.
—¿Una promesa? —El dragón la miró sin comprender.
—Cuando dejé Agornin, mi hermana Haner, mi compañera de nidada, y yo prometimos que no nos casaríamos sin que la otra aprobara al marido propuesto.
Sher pareció aliviado.
—Creí que te referías… En realidad es muy dulce por vuestra parte. Debe quedarse con nosotros con frecuencia cuando nos casemos. Estaré encantado de conocer a tu hermana. ¿Cuándo puede venir aquí?
—No lo sé. Hay un pleito entre mi hermano Avan y el ilustre Daverak, que es el tutor de mi hermana, y yo tengo que ir a Irieth el doce de profundoinvierno. Ella también estará allí. Después de eso, es posible.
—¿Y Penn irá a Irieth contigo? —Sher frunció el ceño.
—Vienen Penn y Felin, los dos.
—Entonces vamos todos. Haré que abran la Casa Benandi y podremos alojarnos todos allí. Puedo conocer a tu hermana, y estoy seguro de que no pasará mucho tiempo antes de que me dé su aprobación.
Selendra suspiró para sí, porque su plan exigía que Haner le negara la aprobación una vez que la Eminente hubiera sufrido lo suficiente. Sher dio otro paso hacia ella pero la joven se retiró.
—No hasta que mi hermana haya dado su aprobación. Y hay otra condición.
—¿Otra? Selendra, tienes un color dorado muy hermoso, pero ansío verte rosa.
—Tu madre. —La voz de Selendra era dura.
—Puedo ocuparme de ella —dijo Sher.
—No me casaré contigo a menos que tu madre dé su aprobación. Debe tratarme como si yo fuera tu igual. Ayer me dijo cosas muy dolorosas. Te aprecio mucho. Pensé en ello cuando salimos de aquella cueva, lo ingenioso que fuiste, lo valiente, y las cosas tan divertidas y encantadoras que dijiste. —La sinceridad de la joven al decir aquello era absoluta y sonrió, y el corazón de Sher dio un vuelco. Si hubiera sido una doncella, habría relucido con un intenso tono rosado solo con oír las palabras de la muchacha—. Pero tendríamos que vivir en Benandi, al menos parte del tiempo, y no puedo vivir con tu madre mostrando su desaprobación a su manera, siempre regañándome y actuando como si yo fuera medio venado muerto que te trajiste cubierto de moscas. Si queremos ser felices juntos, ella debe darme la bienvenida a la familia.
Sher parpadeó.
—Selendra… no nos hace falta vivir con mi madre. Podemos visitarla de vez en cuando durante un día o dos, pero podemos vivir en cualquier parte. Tengo cuatro propiedades además de esta. Y si no te gusta ninguna de ellas, podríamos comprar otra. Normalmente voy a Irieth durante la temporada y podríamos hacer eso, o no, como tú quieras. No hace falta que mi madre figure en nuestras vidas.
—Lo hará, aunque la evitemos. Nuestros hijos, cuando los tengamos, tendrán que conocer Benandi. Me amargará la vida siempre que pueda, y la de mis hijos; les dirá que no soy lo bastante buena para ser tu esposa y su madre. Recuerdas lo que dijo sobre mi padre. No puedo casarme contigo si tú tienes dudas sobre mi familia o si ella va a actuar así.
—Entonces te dará la bienvenida —dijo Sher con un gesto determinado en la mandíbula que habría sorprendido mucho a sus amigos y a su madre—. En Irieth. Donde tu hermana también me dará su aprobación.
—Oh, Sher. —Dijo Selendra; ahora lo amaba, no había ningún artificio en ella. El joven se quedó donde estaba, con los ojos clavados en ella y una pequeña sonrisa. Para Selendra, aunque el día era tan frío como siempre, era como si el fuego de profundoinvierno se hubiera prendido ya en su corazón y el sol volviera a calentar. Sher no aprovechó para presionarla más en ese momento, aunque la joven ya no habría deseado detenerlo más—. Debo hablar con tu hermano—dijo Sher—. Vamos, mi querida Selendra. —Y se elevaron para volar juntos a casa.
Se ha afirmado de mala forma en este relato que Penn y Sher eran amigos en la escuela y más tarde en el Círculo, y dado que son amables lectores y no lectores crueles y hambrientos que estarían dispuestos a visitar las oficinas de un editor con la intención de despedazar y comer a un autor que los hubiera desagradado, se han fiado de lo dicho sobre este tema. No se les ha mostrado ningún ejemplo de esta amistad: por ejemplo, a los dos dragones intercambiando confidencias o partiendo juntos para disfrutar de un día de asueto. Lo cierto es que aquella amistad tan real que habían compartido de niños se había atenuado a través del tiempo y la naturaleza de sus vidas adultas. Sus vidas y sus diversiones eran ahora muy diferentes, así que las confidencias y el esparcimiento compartido se habían convertido en recuerdos que habían ocupado el lugar de la ocurrencia diaria.