Read Garras y colmillos Online
Authors: Jo Walton
—¡Un yargo!
—El embajador yargo, sin duda —dijo Penn—. Como decía, con los distinguidos y distinguidas es diferente. Los yargos creen que si en algún momento decidiéramos elegir a un nuevo majestuoso, sería entre los distinguidos, y por tanto quieren conocer a cada nuevo distinguido para dar su aprobación.
—¿O si no? —preguntó Felin.
—No sé de ninguna ocasión en la que hayan negado su aprobación. Todo esto es una tontería, como ha dicho la Eminente. Para empezar, jamás elegiremos a un nuevo majestuoso, la idea es absurda después de tanto tiempo. Además, si lo hiciéramos, no buscaríamos exclusivamente entre los distinguidos, se podría elegir a cualquier dragón de noble cuna.
Felin miró con curiosidad el carruaje, que estaba cercado por madera.
—De todos modos, ¿qué les importa si tenemos un majestuoso o no?
—Bueno, ellos tienen a sus propios majestuosos, en todos sus pequeños reinos, y creen que un país sin majestuoso no puede declararles la guerra.
—Pero siempre ha habido guerras en las fronteras. A mi padre lo mataron en una —protestó Felin.
Parte de la madera del carruaje se movió y Felin se dio cuenta de que era una puerta. La Eminente se estremeció con tal fuerza que Felin la sintió y se volvió hacia ella.
—¿Puedo ayudarla?
—Jamás me han gustado —dijo la Eminente en voz muy baja—. Mataron al eminente mariscal, mi marido. Son odiosos.
—El embajador… —empezó a decir Penn con un tono tranquilizador cuando se abrió la puerta de la cima de las escaleras.
—El siguiente —dijo el servidor.
—Es usted, Eminente —dijo Felin.
—Id vosotros. Yo esperaré aquí un momento. Me siento un poco débil.
Felin habría discutido, pero Penn la cogió del brazo y la hizo acompañarlo. Felin le dio sus nombres al criado y los introdujeron en el torbellino de un salón de baile resplandeciente, lleno de espléndidos dragones. Los anunciaron.
—El bienaventurado Penn Agornin y la bienaventurada Felin Agornin, de la casa rectoral de Benandi.
—Tengo la sensación de ser una especie de impostor por haber mantenido mi feligresía cuando debería haberla perdido. Aún no sé si, en cualquier caso, no debería haberlo confesado todo —susurró Penn.
—Los dioses ya te han castigado bastante, seguir castigándote tú por ello no está bien —respondió Felin con tanta firmeza como pudo.
Luego se adelantaron y se inclinaron ante la nueva distinguida, que les devolvió la reverencia con elegancia. Era una dragona rosa que lucía el color de todas las novias, muy hermosa, pensó Felin, y con una cola bien formada. Llevaba un velo y una pequeña diadema. El dragón que tenía a su lado, el futuro distinguido Telstie, se adelantó y abrazó a Penn.
—¡Avan! —dijo Penn con el tono entrecortado. La distinguida dio un gritito y lanzó una carcajada muy poco distinguida.
—Ya hemos pasado por todo esto con Haner y Selendra —dijo Avan—. Yo quería decíroslo, pero Sebeth pensó que así sería más divertido. Os presento a mi futura esposa, Sebeth, la distinguida Telstie.
Fuera, la Eminente había inclinado un poco la cabeza para evitar tener que mirar al embajador yargo. No era solo que hubieran matado a su marido y que fueran un enemigo ancestral. Era una antipatía más profunda la que se removía en su interior, algo bajo la piel, quizá el odio atávico que sentían los dragones por los yargos. La dama esperó, respiró el aire frío e intentó recuperarse. El susto fue grande cuando levantó la vista al sentir que cierta cualidad del silencio que la rodeaba había cambiado. Se dio cuenta de inmediato de que los otros dragones que había en los escalones debían de haberlo dejado pasar, pues el yargo estaba a su lado, ante la puerta.
Le resultaba por completo detestable. Medía apenas dos metros de altura y no tenía casi longitud, poco más de treinta centímetros, era una criatura en esencia plana. Llevaba un decoroso sombrero de vellón, como lo llevaría cualquiera, y se había cubierto la mayor parte del cuerpo del mismo modo, con tela y joyas. Tenía manos, como una doncella, pero su piel era suave y lisa, carecía por completo de escamas. Parecía débil, inerme e indefenso, y sin embargo a su lado el dragón más fuerte era tan débil como una doncella. A su costado colgaba el tubo de un arma de fuego, y con aquello su raza en otro tiempo había dominado a los dragones.
El yargo se inclinó, casi doblándose por la mitad, y la Eminente volvió a estremecerse.
—Soy M'haarg, el embajador jh'oarg —dijo al tiempo que se incorporaba.
La vil criatura casi no era capaz de pronunciar el nombre de su propia especie, observó la Eminente.
—La eminente Zile Benandi —consiguió responder con voz entrecortada.
La puerta se abrió.
—El siguiente —dijo el criado con voz aburrida.
—¿Entramos? —preguntó el yargo, y esperó a que se moviera la Eminente. Y la dama tuvo que moverse. Estaba casi paralizada del asco. Consiguió dar un paso y luego otro. El embajador permaneció a su lado, luego le dio el nombre de los dos al criado.
Dentro había un torbellino de dragones por todas partes. La Eminente miró a su alrededor con desesperación, en busca de un alivio, de un rescate. Tenía la sensación de estar en medio de una pesadilla. No podía chillar. Todo el mundo estaba allí, se había invitado a cada noble con rango de ilustre o más de todo Tiamath, y muchos de ellos habían acudido. Todos lo verían si llegara a deshonrarse. Continuó adelante, al lado del yargo. Eso también lo verían, pero sabrían que no era algo que ella hubiese querido. Vio al augusto Fidrak entre la multitud. ¿Dónde estaba Sher? Seguro que con aquella terrible doncella que había elegido solo para herirla. ¿Dónde estaba Felin? Felin era su auténtica hija, ojalá pudiera encontrar una forma de decírselo. ¿O Penn? Su pastor sería el dragón ideal para rescatarla. Misericordiosa Jurale, ¿es que no había ningún dragón que acudiera en su ayuda?
Y luego alguien se colocó a su lado entre un torbellino de color rosa y una bonita cadena de joyas entrelazada con cintas en la cabeza. Selendra. Por supuesto. La última dragona que hubiera querido ver. La Eminente miró a Selendra y vio que la doncella se daba cuenta de lo asustada que estaba. Ahora la volvería a dejar y disfrutaría de su triunfo.
Selendra se lo pensó. Se acercó para ver cómo reaccionaría la Eminente al descubrir que a otro de los despreciados Agornin lo colocarían por encima de ella en el orden social. El yargo le pareció exótico y extraño, desagradable quizá, pero no terrible hasta el punto de incapacitarla. Las sombras que habían representado a los yargos en la obra de teatro habían sido más espeluznantes. Pero vio en la forma que tenían de girar los ojos de la Eminente que la dama estaba completamente aterrorizada, incapaz de hablar, casi incapaz de moverse, parecía a punto de derrumbarse. No cabía duda de que iba a ponerse en una situación violenta cuando llegaran a Sebeth. Selendra jamás había visto a la Eminente derribada de su pedestal de confianza en sí misma. Sabía que su suegra era una anciana vieja, egoísta y arrogante, con opiniones obcecadas sobre el mundo. Sabía que llevaban tiempo inmersas en las escaramuzas y que podía ganar una batalla de esta guerra si la dejaba sola y sin habla. No le caía bien la Eminente y lo más probable es que nunca le cayera bien. Sin embargo, no podía verla caer tan bajo en lo que más le importaba. Por Sher y por ella misma, y porque, aunque solo fuera eso, merecía la dignidad de cualquier dragón, le habló con suavidad y la apartó un poco.
El embajador yargo se detuvo.
—Continúe, por favor —le dijo Selendra—. Necesito hablar con mi suegra un momento.
—Por supuesto —dijo el yargo con su extraño acento, y continuó—. Ha sido un placer conocerlas a las dos.
La Eminente se miró en los ojos de color violeta de Selendra, esperaba ver triunfo y encontró solo preocupación.
—¿No le importó que la llamara suegra cuando eso no será del todo verdad hasta la boda? —preguntó Selendra, y luego continuó sin esperar una respuesta para darle a la Eminente tiempo para recuperarse—. He estado arreglando lo del encaje de novia. Es muy caro porque hace falta mucho tiempo para elaborarlo, pero estamos comprando tanto entre las dos, Haner y yo, que quizá nos hagan un descuento. Quizá debería ver si puedo convencer a la distinguida Telstie para que entre también en ello. ¿Sabía que el futuro distinguido es mi hermano Avan?
—Qué gran cantidad de nuevos parientes nos has traído Selendra —consiguió decir la Eminente mientras daba un paso hacia la nueva distinguida Telstie. Puso la mano en el brazo de la joven dragona para apoyarse—. Sé que hemos tenido nuestras diferencias, pero vas a casarte con Sher y a convertirte en la madre de mis nietos, y me gustaría que supieras que, después de todo, estoy muy contenta.
No era del todo verdad y las dos dragonas sabían cómo y dónde no era del todo verdad, pero ambas asintieron. Y allí, cuando Sher iba a reunirse con ellas, mientras Avan y Sebeth esperaban a que los saludaran, mientras Penn bailaba con Felin y Haner con Londaver, mientras los criados ofrecían pesadas bandejas de refrigerios por el salón, las dejaremos que se refugien en el consuelo de la moderada hipocresía.