Read Garras y colmillos Online
Authors: Jo Walton
—¿Mis primos?
—Haré que mis abogados lo dispongan todo de tal forma que no haya disputa. Avan Agornin. ¿Digno, dices?
—Respetable —lo corrigió Sebeth—. ¿Y si no quiere casarse?
—Entonces es que es tonto —dijo su padre—. Si él no quiere, deberías casarte con tu primo, o con quien elijas. Pero cásate. No serías capaz de conservar la heredad sin casarte. Telstie es demasiado grande para dejárselo a… —el anciano dudó. No era doncella, ni esposa ni viuda, no había palabras para describir lo que era.
—Encontraré un esposo si Avan no accede —dijo la joven. Luego se detuvo con la boca abierta, y recordó tras haber accedido a los deseos de su padre lo que Calien había dicho sobre que el alma de su padre era lo más importante. Dudó un momento. El clérigo no sabía lo que su padre iba a ofrecerle. Seguridad, matrimonio, posición social… ¿Se atrevería a arriesgarlo todo ahora? Para ella no era tan real como para parecerle un riesgo. Tragó saliva y dijo:
—Padre, una cosa más. Sobreviví, ascendí en el mundo como pude, con la ayuda de la Verdadera Iglesia. ¿Querrás ver a un sacerdote para confesarte, padre? ¿Por mí?
—Eras demasiado pequeña para conocer la Verdadera Iglesia —dijo el distinguido Telstie.
—¿Demasiado pequeña? ¿Cómo podía ser demasiado pequeña? Los sacerdotes estaban allí, en las calles, donde trabajan los más degradados, y me ofrecieron sus enseñanzas. Los pastores de la Iglesia no estaban allí, estaban a salvo dentro de sus iglesias, viviendo de sus derechos, mientras los sacerdotes nos estaban ayudando. Sé lo que aprendí, y aprendí que la confesión y la absolución liberan el alma cuando todo lo demás es escoria, y que Camran era un yargo que murió por traernos la palabra de los dioses a los dragones. —Sebeth se sintió por unos instantes como uno de los grandes mártires de antaño, como el Santificado Gerin, que dio testimonio de la verdad de la religión a pesar del riesgo de perder todas sus posesiones terrenales.
—No me has entendido. Quería decir que eras demasiado pequeña para que yo te enseñara todo eso antes de que te capturaran —dijo el distinguido Telstie con sequedad—. He confesado con mi sacerdote y volveré a confesar si se me concede el tiempo suficiente. La Verdadera Religión ha sido la creencia de nuestra familia desde hace mucho tiempo, abrazada de forma muy íntima, muy secreta. Tu sacerdote quizá lo haya sabido, pero los nombres de los otros creyentes no se pronuncian, ni siquiera en susurros.
—Ya no es ilegal —dijo la joven—. Podrías abrazarla en público. Que todos supieran que un noble distinguido era un Verdadero Creyente sería un gran consuelo.
—Ahora no es ilegal porque los que callamos sobre el verdadero camino hemos trabajado para provocar esa situación—dijo el anciano—. Además, legal o no, ¿te atreves a alardear de ella abiertamente siendo secretaria? —Los ojos del anciano parecían más brillantes—. Eres mi hija y mi auténtica heredera —continuó el dragón—. Si deseas vivir abiertamente en la Fe Verdadera hazlo, pero consulta antes con los sacerdotes, ellos me han aconsejado silencio durante muchos años. Ahora, diles que llamen a mi abogado. Y tú deberías hablar con tu… compañero. Con Avan.
—Lo haré —dijo Sebeth.
—Pero quédate aquí —dijo el anciano—. No te vayas. No sé cuánto tiempo tengo. Veré al abogado y al sacerdote. Pero quédate conmigo el poco tiempo que me quede. Hija mía. Una auténtica Telstie, has ascendido por méritos propios y has encontrado sola a la Iglesia. Honrarás el rango de distinguida.
La joven lo abrazó entonces sin ninguna vacilación. Todavía no sabía si la había traicionado o no, pero ya no importaba.
—Me quedaré contigo hasta el final —le dijo.
Después de tres días encerrada en su habitación, desesperada por conseguir algo de comida y agua, Haner habría admitido cualquier cosa y accedido a cualquier cosa. Estaba empezando a perder la visión. Ya no tenía la fuerza suficiente para gritar. Tenía su oro y le proporcionaba cierto consuelo echarse sobre él y darle la vuelta a cada pieza en medio de la oscuridad.
Berend murió sobre este oro y yo también moriré aquí
, pensó,
y Daverak nos ha matado a las dos
. Rezó, en lo más profundo de su corazón, para que todos los dioses la ayudaran. Pensó en Londaver y en Selendra. Rezó por el alma de Lamith. Se preguntó si Daverak la dejaría salir para ir al tribunal, o si para entonces ya estaría muerta. No tenía forma de saber cuánto tiempo había pasado.
Como a Penn y a Sher les habían dicho que su enfermedad no era grave, les sorprendió no verla en la cena.
—Su criada está cuidándola en su habitación —dijo Daverak. Para alivio de Penn, Frelt tampoco estaba presente—. Ha ido al servicio vespertino de la Cúpula con el bienaventurado Telstie —explicó Daverak. Los llevó de inmediato al comedor, donde les sirvieron un cerdo no excesivamente fresco.
—¿Estará Haner lo bastante recuperada para testificar? —preguntó Sher mientras intentaba contener las bascas que le producía el olor dulzón de una carne que llevaba varios días muerta. Penn, a su lado, estaba demasiado nervioso para comer o hablar.
—Estoy seguro de que sí —dijo Daverak—. Tengo intención de hablar con ella esta noche, más tarde, sobre eso.
—El Tribunal aceptaría un certificado médico —dijo Sher. Pensó que Daverak casi parecía enfermo también, demasiado nervioso y excitado.
—No he llamado a un médico —dijo—. No es tan grave como para eso.
—Estar enferma cuatro días seguidos no es propio de Haner —dijo Penn saliendo de su ensimismamiento—. Yo mismo la iré a ver más tarde.
—No hay necesidad, solo la vas a molestar —dijo Daverak.
—Ya la verás mañana, en cualquier caso —dijo Sher tras decidir que era mejor no irritar a Daverak con ese tema ahora—. Tenemos que hablar contigo de eso.
—No hay nada de qué hablar. —Daverak extendió las garras—. Ya os lo dije ayer. Avan me está atacando, atacando mi comportamiento, perfectamente justificable. Si no lo creía justificado, de la misma forma que tú lo discutiste conmigo en su momento, Penn, entonces debería haberlo dicho entonces, o haberme dicho algo más tarde.
—Al parecer su cuñado ha conseguido afligirlo de forma considerable —dijo Sher en un intento de parecer comprensivo.
—Ha destruido toda mi paz, y es probable que haya conducido a mi esposa a morir de preocupación —dijo Daverak—. Antes de que empezara todo esto, yo era un dragón tranquilo y satisfecho; cuidaba de mi heredad, disfrutaba de Irieth durante la temporada y veía crecer a mi familia. Y ahora soy una masa de nervios.
—Por una cosa tan pequeña, en realidad —dijo Sher con tono reconfortante.
—No es pequeña —soltó Daverak, la sangre del cerdo le chorreaba por las mandíbulas—. Cuestiona mi integridad. No voy a tolerar que se digan ese tipo de cosas sobre mí.
—Bueno, nosotros no aprobamos que se dijeran —dijo Sher—. Solo queremos que acceda a no llamar a Penn.
—Pero el testimonio de Penn es fundamental —dijo Daverak mientras miraba a Penn, que no había tocado su carne—. Penn estaba en el lecho de muerte de su padre. Penn puede decirnos lo que su padre dijo entonces.
—Si Penn hace eso, su carrera y perspectivas de futuro quedarán arruinadas y caerá en desgracia —dijo Sher.
Por un instante Daverak no pareció oírlo, luego hubo un silencio y los tres esperaron.
—Siento oír eso —dijo Daverak después de un instante.
—No es posible que quiera que su cuñado, el tío de sus dragoncitos, caiga en desgracia y lo echen de la Iglesia, ¿verdad? —preguntó Sher.
Penn bajó los ojos e hizo rechinar los dientes de forma bastante audible.
Daverak frunció el ceño.
—¿Pero por qué habrían de echarlo?
—Porque oí la confesión de mi padre en su lecho de muerte y le di la absolución —dijo Penn en voz muy baja—. Me llamarán Viejo Creyente y me expulsarán.
—¿Tienes que decírselo? —preguntó Daverak.
Sher y Penn se miraron con los ojos muy abiertos.
—¿Cómo dice? —preguntó Sher.
—¿Para qué mencionarlo? ¿Por qué no decirles nada más que Avan está equivocado, que no era lo que vuestro padre quería?
—No puedo mentir, Daverak —dijo Penn—. Aun si pudiera decir una mentira tan descarada como esa, estaré bajo juramento. Me preguntarán las palabras exactas de mi padre. Sería perjurio.
—Nadie lo sabrá —dijo Daverak.
El trozo de carne que Sher tenía en la boca se le cayó al suelo.
—Creo que iremos a ver a Haner y luego nos iremos —dijo Penn con la voz muy controlada.
—No creerás que es mejor caer en desgracia que mentir —dijo Daverak con tono meloso.
—Cualquier dragón que estuviera en sus cabales lo pensaría —dijo Sher—. Ahora nos vamos. Pero primero, llévenos a ver a Haner —dijo Sher.
—No puedo —dijo Daverak, le giraban los ojos con incomodidad.
—¿Por qué no? —preguntó Penn con el ceño fruncido.
—No podéis venir aquí e insultarme, y luego exigir que haga lo que vosotros queráis en mi propia hacienda.
—Deseo ver a mi hermana, que no se encuentra bien —dijo Penn.
Sher abrió la puerta del comedor y cogió a un sirviente que pasaba y que se echó a temblar bajo sus garras.
—Llévame a ver a la respetada Haner Agornin —le exigió. El criado miró por encima de él y clavó los ojos en Daverak; era claro que estaba aterrorizado.
—¡No! —rugió Daverak, las llamas salieron disparadas de su boca.
El sirviente se retorció hasta liberarse y huyó por el pasillo. Sher y Penn lo siguieron con Daverak pisándoles los talones.
La habitación de Haner, con el gran montón de piedras en el exterior, era fácil de ver.
—Puedo explicarlo —dijo Daverak, y parecía casi disculparse.
Sher lo miró por encima del morro.
—Lo dudo. Pero puede ayudarnos a quitar estas piedras.
Les llevó cierto tiempo despejar el camino a la puerta y trabajaron en silencio. Sher se preguntó si Daverak estaba loco, y cuánto tiempo tuvo que llevarle apilar tantas piedras. Era evidente que eran las piedras de varias camas de invitados. Debió de sacarlas de las cuevas dormitorio vacías y apilarlas allí. Temía que hubiera pasado ya demasiado tiempo. Necesitaba que Haner le diera su aprobación. ¿Qué haría Selendra si su hermana se había muerto de hambre?
Por fin fue posible abrir la puerta. Penn la abrió y entró llamando a Haner. Sher la oyó responder con voz ronca. Penn salió con una forma lánguida entre los brazos, de un color dorado tan pálido que era casi verde.
—Daverak… —dijo el clérigo colérico, rompiendo así un largo silencio.
Sher lo interrumpió.
—Daverak, creo que usted es una deshonra para la Orden de los Ilustres. —Se esforzó por pronunciar cada palabra de una forma clara y precisa.
Daverak se giró para mirarlo.
—Eso es un insulto —comentó con tono natural.
Sher estuvo a punto de echarse a reír, aunque era la respuesta correcta a su desafío. Había aprendido el código mucho tiempo atrás pero nunca lo había usado, ni siquiera se le había ocurrido usarlo jamás.
—Sería un insulto si usted fuera un dragón —dijo, era su siguiente frase si no quería retirarse. Y no tenía intención de hacerlo. Habría luchado en ese mismo momento, si hubiera sido posible.
—Le enviaré a un amigo.
—Me encontrará en mi casa —dijo Sher.
Penn se adelantó con esfuerzo y con Haner en los brazos. Los ojos de la joven estaban medio cerrados.
—Tenemos que llevarla a casa de inmediato —dijo su hermano. Tenía la voz ahogada por las lágrimas.
—Se recuperará —dijo Sher con más confianza de la que sentía.
Abandonaron la casa dejando a Daverak sin habla.
Esta vez a Avan ya casi no le intimidaba el tribunal. Estaba demasiado preocupado porque Sebeth no había vuelto a casa en toda la noche. Se preguntaba si volvería a verla de nuevo, si había encontrado a algún protector más fuerte, si pensaba que él lo iba a perder todo en este caso. Había llegado a quererla más de lo que debería, lo sabía, pero no había pensado que la joven se iría sin una palabra, así, y para no volver. La echaba de menos, esperaba que no se hubiera encontrado con algún infortunio durante una aventura solitaria, y sabía que quizá nunca llegara a saberlo si así era.
Hathor parecía seguro de sí mismo, con sus tres pelucas en la losa que tenía delante.
—Ya tenemos a medio jurado de nuestra parte —le aseguró a Avan cuando se sentó. El jurado, los siete integrantes, estaban agachados en los escalones situados bajo los asientos de los jueces. Todos miraban a Avan o a Daverak, que lo observaba furioso detrás de sus tres abogados.
Tras ellos, alrededor de las paredes, se encontraban los testigos.
—No te des la vuelta, pero tus hermanas acaban de entrar —dijo Hathor al volver la vista—. Una de ellas tiene un aspecto terriblemente pálido.
—¿Cuál de ellas?
—¿Cómo iba a saberlo? Están con un sacerdote y un noble.
—El sacerdote debe de ser Penn, pero no sé quién es el noble. ¿Puedo mirar? —Avan estaba preocupado.
—Al jurado no le causa buena impresión que te retuerzas mucho. No te preocupes, el noble viene hacia nosotros.
Avan levantó la vista y vio a un dragón de color bronce y dieciocho metros de envergadura. Justo cuando el joven se estaba presentando lo reconoció de la boda de Penn y de las vacaciones que había pasado en Agornin, siendo dragoncito.
—Buen día. Soy el eminente Sher Benandi —dijo con amabilidad—. Estoy comprometido con su hermana Selendra.
—Nadie me lo había dicho —dijo Avan—. Felicidades. —Lo primero que pensó, como es natural, fue en el prematuro rubor de Selendra en Agornin. ¿Había ido todo bien? ¿Pero cómo iba a preguntar?
—Felicidades —interpuso Hathor—. Pero los jueces saldrán en cualquier momento, debería volver usted a la pared.
—Es bastante reciente —dijo Sher haciendo caso omiso del último comentario de Hathor sin llegar a ofenderlo—. El caso es que ayer tuve razones para dudar de la aptitud de Daverak para pertenecer a la Orden de los Ilustres. Ha tenido tiempo de enviarme a alguien pero no ha creído conveniente hacerlo. Pienso exigirle hoy, en el Tribunal, que luche conmigo. Me gustaría hacerlo en un momento que no interfiera demasiado con el proceso de su caso.
—¿Está planeando matarlo? —preguntó Hathor. Avan solo pudo mirarlo con la boca abierta.