Read Garras y colmillos Online
Authors: Jo Walton
—Acabo de darme cuenta de que no le había dicho lo mucho que lo sentí al enterarme de la muerte de su padre. Quizá usted no me recuerde de cuando visité Agornin, pero estuve el tiempo suficiente para llegar a encariñarme mucho con su padre. Bon era un dragón estupendo, un maravilloso cuenta cuentos, la auténtica roca de las montañas. Ojalá conociera más dragones así. El mundo parece más pequeño sin él.
Avergonzada, Selendra sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas cuando oyó aquello. Desde que había dejado a Haner, nadie le había hablado de Bon aparte de las beaterías convencionales y ahora, al oír que lo recordaban, su padre volvió a ella casi con demasiada intensidad.
—Gracias —dijo la joven, y sabía que había revelado las lágrimas en su voz.
—No pretendía herirla —dijo Sher con gran dulzura.
—Lo sé —dijo ella y consiguió mirarlo—. Creerá que soy una tonta, es solo que echo mucho de menos a mi padre y usted me lo recordó con tanta claridad.
—Entonces no lo siento en absoluto, pues es justo que recordemos a Bon todo lo que podamos.
Selendra consiguió sonreír ante esas palabras, una sonrisa elegante y correcta, con la boca cerrada.
—¿Le parece todo muy extraño aquí? —preguntó Sher.
—Sí —admitió Selendra—. Pero es también una región muy hermosa, lo que he visto de ella.
—No he olvidado que Felin y yo prometimos llevarla a volar. Hoy no, quizá, pero pronto.
—Creo que será mejor que no sea hoy, dadas las circunstancias —dijo la muchacha, y sonrió. El grupo había ido caminando a la iglesia y volvería también a pie. Los vuelos durante el primerdía no era algo que aprobase la Eminente—. Está bien tener una iglesia tan bonita —continuó la dragona.
—Es muy antigua, creo —dijo Sher mientras volvía la vista hacia el edificio, que le resultaba casi demasiado familiar para poder verlo con claridad—. Es una de las más antiguas de todo el noroeste de Tiamath. Yo vengo aquí desde que era dragoncito.
—Qué tallas más hermosas —dijo Selendra.
—Cuando era dragoncito me imaginaba que escalaba por los muros e iba a ayudar a Camran contra Azashan, en aquel panel de ahí arriba —dijo Sher al tiempo que lo recordaba y señalaba.
—Ah, sí —dijo Selendra, que lo vio de inmediato—. ¡Podría haber trepado por esos rayos de sol de ahí!
—Sí, así es exactamente cómo pensaba que lo haría —dijo Sher con una sonrisa al recordarlo.
—La talla de Azashan de ahí da miedo —dijo Selendra—. Estoy segura de que me habría producido pesadillas si hubiera venido aquí de niña. Pero no, supongo que no, porque Camran es tan fuerte contra él…
Cuando la Eminente y Penn se reunieron con ellos, estaban inmersos en una inocua discusión sobre la belleza de la representación de Veld del muro izquierdo.
Esa tarde Felin subió para llevarle a la Eminente unos tarros de moras silvestres en conserva que habían estado preparando Amer y ella. Como era primerdía, la dragona había subido a pie en lugar de volar.
—¿Qué te está pareciendo? —preguntó la Eminente una vez que se hubieron saludado y explicado el motivo de la visita.
—Sin duda es muy hábil en la cocina. Estoy bastante contenta con la niñera que me encontró usted, pero creo que puedo usar a Amer para hacer más conservas. Ya sabe cómo se cansa uno de no tener nada salvo carne durante los meses de invierno. El año pasado apenas pude conservar moras silvestres porque tenía que vigilar a las criadas a cada minuto mientras las estaban haciendo. Creo que Amer conoce el trabajo lo bastante bien como para confiárselo.—Felin ya estaba empezando a alegrarse de que Penn hubiera insistido en traerse a Amer con él.
—¿No ha mostrado ninguna señal de querer consentir a Selendra? —preguntó la Eminente con tono suspicaz.
—No hasta ahora —dijo Felin.
—Entonces es que no la has sorprendido haciéndolo, nada más —dijo la Eminente—. Prácticamente admitió que había elegido venir ella, por eso. Mantenla en la cocina y tenla bien controlada.
—Desde luego que sí —dijo Felin—. Pero no creo que Selendra quisiera que fuera su criada personal. Creo que Selendra es una dulzura. Los niños ya la adoran.
—Los dragoncitos le ofrecen su cariño a cualquier dragón joven que pasa algún tiempo con ellos —respondió la Eminente.
—Y es muy bonita —continuó Felin.
—Demasiado callada y tímida para ser una belleza, y un poco pálida para eso también —la descartó la Eminente—. Bastante inofensiva. Tendremos que ir buscando dragones deseables de su rango a los que no les importe que sea tan retraída. ¿Qué dote tiene, Felin?
—Dieciséis mil, creo —dijo Felin, pues eso le había dicho Selendra, conforme al acuerdo al que había llegado con Haner.
—Mejor de lo que habría esperado —husmeó la Eminente—. Creí que el viejo Bon casi se había quedado en la bancarrota cuando vendió a la hija mayor a Daverak. Bueno, todo es para bien. Una cosita tan pálida y callada como Selendra será bastante bien recibida con dieciséis mil en la casa de algún pastor de la Iglesia, o incluso del hijo de un digno.
—Aún es demasiado pronto para pensar en eso —dijo Felin—. Casi no se ha recuperado todavía de la conmoción de la muerte de su padre.
—¿Está la doncella de luto riguroso?
—Bueno, solo ha pasado una semana desde la muerte de su padre. Yo no sugeriría llevarla a ningún baile —dijo Felin, con un tono un poco más brusco del que solía utilizar para responderle a la Eminente.
—Solo tenía la intención de dar una cena formal mañana por la noche. Estarán aquí unas amigas mías. —La Eminente esbozó una sonrisa muy satisfecha—. La bienaventurada Telstie, a quien creo que ya conoces, y su hija, la respetada Gelener Telstie, a quien creo que no conoces. La joven dejó la escuela hace dos años y solo la he visto cuando estuvimos en Irieth durante la temporada.
—Será un placer para mí conocerla —dijo Felin, que comprendió de inmediato el ardid de su amiga. Pobre Sher, pensó, atrapado como un cochino entre las rocas y servido a una doncella en un plato con un tarro de compota de moras silvestres vertido sobre él.
—¿Pero se ha de considerar a Selendra de luto demasiado riguroso para una velada formal? Desde luego ya tiene edad suficiente, y no tengo queja sobre su comportamiento tras verla en nuestra cena familiar de anoche, salvo que tendrá que hablar un poco más alto si quiere causar alguna impresión en la buena sociedad.
Felin lo pensó un momento. En general, Selendra se había mostrado callada también con ella, aunque parecía haber disfrutado jugando con los dragoncitos.
—Creo que le vendría bien hacer más cosas y dejar la casa rectoral un poco más —dijo—. No debería recrearse en su dolor.
—No estoy pensando en lo que le vendría bien —dijo la Eminente mientras se retiraba un poco—. Estoy preguntándome si sería apropiado.
—Bueno, ¿tenía la intención de invitar a Penn? —preguntó Felin.
—Oh, desde luego, no puedo arreglármelas sin Penn, es el único macho que tengo aparte de Sher, y en cualquier caso ya estamos bastante escasas de machos. Además, son una familia perteneciente a la Iglesia. Les parecería muy raro que Penn no estuviera aquí. —Se aceptaba que formaba parte de las obligaciones de Penn como pastor de Benandi cenar con la Eminente siempre que la dama necesitaba un dragón más en su comedor.
—Bueno, como Bon era también el padre de Penn, el luto debería ser igual para los dos, y si Penn, como pastor, puede estar aquí, Selendra también debería poder asistir —dijo Felin.
—Bien —dijo la Eminente tras descartar la cuestión de si era apropiado que Penn asistiera a una cena formal una semana después de la muerte de su padre—. Las Telstie llegarán mañana por la tarde. Os veré a todos aquí arriba para la cena.
Cuando Selendra se enteró de que la habían invitado a una cena formal en la Mansión se quedó horrorizada.
—De verdad que preferiría quedarme aquí a leer —dijo—. ¿Tengo que ir?
Felin se irritó un poco.
—Es muy amable por parte de la Eminente invitarte —dijo—. Deberías agradecerlo y aprovechar las oportunidades sociales que se te presentan.
Selendra se echó un poco sobre su oro y contuvo las lágrimas. No sabía si era el dolor aplazado, que echaba de menos a Haner o solo lo extraño de estar en un ambiente tan diferente, pero lo único que quería era disolverse en llanto.
—Pues claro que es muy amable —dijo con tono mecánico—. Pero nunca he estado en una cena así y no quiero defraudaros a Penn y a ti.
—Solo hazlo como lo hiciste anoche —dijo Felin—. No te mirará nadie. La fiesta es para unas amigas que vienen de visita y ellas serán el centro de atención. Hay una hija, Gelener, que se supone que es muy hermosa. La han traído aquí para Sher.
—¿Para Sher? —se hizo eco Selendra como una boba.
—Para casarse con él —le explicó Felin con brusquedad—. Creo que tanta lectura a oscuras te está cansando el cerebro, deberías salir a dar un paseo.
—Si no fuera primerdía, saldría a volar —dijo Selendra.
—Si no fuera primerdía, todos lo haríamos —le soltó Felin, luego se arrepintió—. Lo siento Selendra, yo también estoy un poco cansada. Te llevaré a volar mañana después del desayuno, a menos que Penn quiera que vaya con él.
—Gracias —dijo Selendra mientras se levantaba y deslizaba un ala sobre Felin con un gesto filial—. ¿Puedo ayudarte con algo? No necesito un paseo. ¿Puedo cuidar de los niños?
Se agradeció el ofrecimiento y se separaron en buenos términos.
A la mañana siguiente desayunaron con frugalidad medio costado de ternera dividido entre ellos tres y los dos recién incubados. Selendra encontraba un poco extraño comer con los niños porque los pequeños no sabían comportarse en la mesa y tenían cierta tendencia a salpicarlo todo con trocitos de carne ensangrentada mientras comían.
—Amer puede secar el resto de esta ternera esta mañana —dijo Felin—. ¿Me necesitas hoy, querido?
Penn levantó la vista de la ternera que estaba comiendo.
—¿Qué? Sí, pensé que podías venir conmigo a ver a los Southgate. Uno de sus hijos estaba enfermo y a estas alturas ya debería haberse recobrado, o bien necesitará que lo ayuden a abandonar este mundo.
—Sí, querido —dijo Felin y le hizo una seña a Selendra para indicarle que su vuelo tendría que esperar a otro día. Selendra lo aceptó con un pequeño suspiro, pero después de irse su hermano y la esposa de este, y cuando estaba intentando controlar a los pequeños, le sorprendió ver que Amer hacía pasar a Sher.
—El eminente Benandi —anunció.
Como el pequeño Gerin estaba subido a la espalda de Selendra en ese momento, la chica no podía moverse por miedo a hacerlo caer. Pero en cuanto los niños vieron a Sher, corrieron hacia él pidiéndole compota, dulces y cuentos.
—No es a vosotros, monstruitos, a los que he venido a ver hoy, sino a vuestra tía —dijo Sher mientras los esquivaba de un modo que era con toda claridad un juego acostumbrado que siempre les dejaba ganar, de tal modo que cuando se volvió hacia Selendra con expresión de disculpa tenía un dragoncito subido a cada hombro, y la imagen que ofrecía no pudo evitar hacerla reír. Era mucho más grande que ellos, tanto que los niños parecían adornos en sus hombros.
—Buenos días, eminente Benandi —dijo la joven y se inclinó.
Sher se echó a reír.
—Llámeme Sher, si lo prefiere, Penn y Felin ya lo hacen, así que es absurdo que no lo haga usted también.
Con los niños subidos encima de él y Wontas agitando una garra triunfante, Selendra no podía tenerle miedo a Sher. Además, le caía bien. Tenía que vérselas con una madre terrible pero él era dulce y atento. Y había querido a su padre. También creía, por lo que había dicho Felin, que estaba a punto de casarse.
—Muy bien —dijo—. Entonces buenos días, eminente Sher. Siento informarle de que Felin ha ido con mi hermano a visitar a la familia de un granjero enfermo.
—Mi madre diría que era mi obligación ir con ellos —dijo Sher—. Pero a la porra con eso, prometí llevarla a volar esta mañana y es una mañana hermosa, fresca y despejada. —Extendió una garra con cuidado y le hizo cosquillas a Gerin en la barriga. Gerin se derrumbó entre carcajadas infantiles y dejó de hundirle las garras.
Selendra ya había notado que era una hermosa mañana antes de que se le derrumbaran todas sus esperanzas en la mesa del desayuno. Ahora su corazón volvió a elevarse.
—¿Está seguro de que estaría bien? —preguntó.
—Desde luego —dijo Sher, y en ese mismo momento decidió no mencionarle a su madre que Felin no los había acompañado—. Encuentre a la niñera para que se lleve a estos pequeños terrores y vámonos.
—¡Llevadnos con vosotros! —chillaron con voz aguda los dragoncitos.
—Cuando tengáis alas lo haremos —prometió Sher—. ¿Cómo ibais a volar ahora?
Selendra llamó a la niñera, aún no estaba del todo convencida pero sí lista para dejarse tentar. Se llevaron a los dragoncitos que seguían clamando a gritos por el tío Sher y la tía Sel mientras se iban.
—¿Lo llaman tío? —preguntó la joven cuando entraron en el saliente y cruzaron los párpados para defenderse del brillo del sol.
—Ya ve, soy como de la familia —dijo—. Fui a la escuela con Penn y luego al Círculo, y mi madre crió a Felin, así que estamos todos muy unidos. Usted tendrá que integrarse lo mejor que pueda.
Selendra no tenía ni idea de que Sher se pasaba la mayor parte del tiempo lejos de la Mansión, así que todo aquello le parecía bastante razonable. Le sonrió con timidez, contenta de haber conocido a otro hermano tan encantador. Despegaron y se elevaron dibujando lentas espirales hacia el exterior.
—Bueno, ¿quiere ver las granjas y las vías del tren o preferiría ver los lugares más salvajes y las montañas? —preguntó Sher.
—Oh, los lugares salvajes, por favor. —Dijo Selendra con prontitud. Cuando sintió la risa de Sher, añadió:— Es solo que las granjas se parecen mucho en todas partes, y todos los lugares salvajes tienen su propia belleza.
—Tiene razón —dijo Sher—. Si, aún la convertiremos en una cazadora, diga lo que diga su hermano. Pues en ese caso tenemos que subir aún más si queremos cubrir algo de terreno. Hay demasiado que ver para un solo día, pero puedo mostrarle más en otra ocasión.
Hasta ese momento, Sher había estado siendo amable con ella como podría serlo con los dragoncitos de Felin, con los que disfrutaba cuando estaba en casa y a los que olvidaba cuando se iba. Había querido arrancarle una sonrisa y se había sentido desilusionado cuando vio que Felin no estaba allí para acompañarlos. Ahora, mientras contemplaba la esbelta forma dorada de Selendra, que lo seguía viento arriba, pensó que, si bien no exactamente hermosa al estilo de Irieth, no cabía duda de que era una doncella atractiva. La había admirado desde la primera vez que la había visto. Y tenía una forma tan divertida de ver las cosas… Mira que gustarle las tallas de la iglesia y pensar en ellas y ver cómo podría haberlas escalado él. Qué agradable era que prefiriera la naturaleza a las aburridas y viejas granjas. Eso mismo sentía Sher, fueran cuales fueran sus obligaciones. Por eso pasaba tan poco tiempo en casa. Si iba a sentar la cabeza, Selendra podría ser una compañera tan buena como cualquier otra para sentarla con él. Estaba allí mismo y era la hermana de su viejo amigo, y le gustaban los dragoncitos. Algunas de las doncellas de Irieth daban la sensación de poder desmayarse si un dragoncito se les subía encima, pero ella había tenido a Gerin en la espalda cuando entró él. Tendría que pensar en ello, se dijo, y la perspectiva de pensar en ello le pareció de lo más agradable.