Garras y colmillos (18 page)

Read Garras y colmillos Online

Authors: Jo Walton

BOOK: Garras y colmillos
13.4Mb size Format: txt, pdf, ePub

Selendra, que lo seguía, pensaba solo en el placer que suponía elevarse hacia las alturas sobre los vientos limpios y fuertes de la mañana.

28
Una cena

A Selendra, Gelener la desilusionó. Había esperado algo mejor para la futura esposa de Sher. A primera vista se quedó muy impresionada. Gelener era hermosa como solo puede serlo una doncella recién salida de los sombrereros y pulidores de la capital. La habían bruñido hasta que casi le brillaban las escamas doradas. Llevaba un tocado muy elaborado, cubierto de lentejuelas, cuentas, joyas y lazos, con espejitos montados sobre cañas. Selendra, a la que Amer había frotado a toda prisa cuando entró a atarle la toca, un nudo de cintas grises y negras que le había hecho Haner, se sintió totalmente trasnochada en comparación. Incluso la Eminente, que resplandecía con un lazo de terciopelo verde oscuro decorado con una enorme esmeralda que realzaba a la perfección el color rojo rubí de su piel, parecía sosa al lado de Gelener. La madre de Gelener podría haber sido la hermana de la Eminente por su aspecto. Su lazo era de tela dorada y la ciclópea gema un diamante.

La salita de Benandi era grande, lo bastante amplia para albergar a lo siete miembros del grupo que esperaba en ella y con unos nichos encantadores. Las paredes estaban decoradas con piedras claras incrustadas en la roca oscura de la montaña en la que se había labrado esta habitación. Estas piedras las había colocado con gran gusto, solo un año antes, un artista traído de Irieth para la ocasión. Seguían estando muy de moda, aunque en algunas casas de la capital los dragones que deseaban hacer ver a los demás que estaban a la vanguardia de la moda empezaban a hacer caso omiso de la vieja prohibición de exponer objetos valiosos en las partes públicas de la hacienda, y decoraban sus salitas con fragmentos diminutos de piedras preciosas. Hasta este momento era una moda que solo se seguía en Irieth y habría resultado más bien excesiva en el campo, así que la salita de la Eminente era exactamente lo que debería ser.

El comedor que se podía ver a través de un gran arco era incluso más grande. Veinte nobles en todo su esplendor podrían haber cenado allí, y lo habían hecho. Los canales del suelo se habían fregado hasta dejarlos perfectos antes de que empezara la comida. Aquí no había modernos adornos, el propósito de la habitación hablaba por sí mismo. Los sirvientes entraban y salían con grandes platos de ternera recién matada, cerdo y cordero, al menos dos animales para cada invitado. Se había desollado todos los cuerpos, que todavía chorreaban sangre. Muchos de ellos estaban decorados con fruta, fresca o en conserva.

La desilusión de Selendra empezó cuando le presentaron a Gelener como «la respetada Telstie». Felin no le había dicho a Selendra el título formal de la otra doncella cuando se la había mencionado el día anterior, así que aquel apellido tan conocido la sorprendió.

—Mi padre conoció al suyo, hace mucho tiempo, o quizá fuera su abuelo —dijo Selendra de buenas a primeras cuando oyó el nombre. Gelener inclinó la cabeza una fracción infinitesimal a la derecha, haciendo que los espejos y las lentejuelas bailaran y atraparan la luz, y esperó. Después de una larga pausa, Selendra se dio cuenta de que eso pretendía ser una floritura de la cabeza a modo de cortés interrogante—. Mi padre empezó su vida como arrendatario en la propiedad Telstie —explicó Selendra—. Con frecuencia le he oído hablar bien de los distinguidos Telstie.

—Esos habrían sido con toda probabilidad mis abuelos. O quizá haya sido mi tío, que es el actual distinguido Telstie; pero aunque es un dragón anciano, el ascenso de su padre a la nobleza fue seguramente antes de la época de mi tío—dijo Gelener con una sonrisa afectada.

—Mi padre, el digno Bon Agornin —dijo Selendra permitiendo que su voz acentuara el título de su padre, del que estaba orgullosa con toda justicia—, murió hace muy poco, después de haber alcanzado los quinientos años. Su infancia en la propiedad Telstie fue hace mucho tiempo.

—Habrían sido mis abuelos a los que conoció entonces, sin duda —dijo Gelener y se apartó un poco.

La Eminente había estado rondando cerca, y al ver que Gelener se dirigía a hablar con Sher, se volvió hacia Selendra.

—Querida mía —dijo—. Sé que no te importará que te diga unas palabras alguien mucho mayor que tú y con más experiencia de las costumbres del mundo. —Selendra inclinó la cabeza intentando copiar la elegancia de Gelener con ese gesto pero consciente de lo escaso de su éxito—. Bueno, no te perjudicará con Gelener, que es una doncella encantadora, muy bien educada. Su madre y yo somos buenas amigas y ella no pensará menos de ti digas lo que digas. Pero, en general, a medida que te mezcles con la buena sociedad, yo no mencionaría los humildes orígenes de tu padre. No quiero decir que tengas que mentir sobre ellos, después de todo no es difícil descubrirlos. Pero no los menciones de forma gratuita en la conversación. Después de todo, tu madre era una Fidrak y no hay sangre más noble que la de los Fidrak. Se encuentran entre las diez primeras familias de este país. Tienes un tío, o en cualquier caso un primo en algún grado, que es augusto. Si has de mencionar lazos familiares, menciona a tu primo, el augusto Fidrak.

Selendra se quedó mirando a la Eminente, apenas capaz de entender lo que quería decir.

—Pero yo no conozco a mi primo, así que no tendría nada que decir de él —dijo—. Además, la rama Fidrak de mi madre está bastante alejada del dragón que ostenta en la actualidad el título.

—Quizá no lo conozcas, pero es un pariente tuyo del que puedes estar orgullosa con razón —dijo la Eminente.

—¡Yo no me avergüenzo de mi padre! —respondió la joven en un tono de voz demasiado alto. Todo el mundo se giró para mirarlas. Sher, que había estado hablando con la bienaventurada Telstie al otro lado de la habitación, dio un paso hacia ellas.

—Yo no sugería que debieras estarlo —dijo la Eminente en tono tranquilizador.

—¡Solo que no debería mencionarlo entre personas finas! —replicó Selendra; sus ojos de color violeta lanzaban llamas y giraban a toda velocidad—. Quería a mi padre y estoy orgullosa de él.

—Selendra… —dijo Penn a modo de advertencia. La bienaventurada Telstie parecía confusa. Felin descubría los dientes angustiada. En la otra habitación, los sirvientes habían dejado de colocar el festín y observaban de forma abierta el inesperado drama.

Gelener intentó intercambiar una mirada compasiva con Sher, solo para ver que los ojos masculinos ardían de furia.

—Tiene mucha razón, madre —dijo.

Selendra se volvió hacia él, agradecida por la ayuda que recibía de tan inesperado lugar.

—Bon era un dragón espléndido —continuó Sher.

—Nadie está diciendo que no lo fuese —dijo la Eminente con frialdad—. Selendra entendió mal la intención de mis palabras.

Selendra sabía que todo el mundo la estaba mirando. Era muy consciente de que tenía que disculparse ante la Eminente si quería salvar la velada, pero no podía controlar del todo su voz. Odiaba mentir en semejante posición y sabía que no había entendido mal. Quería salir corriendo de la habitación para llorar en paz.

—Lo siento si entendí mal su propósito —dijo con frialdad después de una pausa demasiado larga.

—Está bien, querida mía —dijo la Eminente y le apretó el brazo antes de cruzar la habitación para hablar con la bienaventurada Telstie.

Sher abandonó a Gelener y dio las dos zancadas necesarias para traerlo al lado de Selendra. Penn y Felin intercambiaron una mirada, después de la cual Penn se acercó a la abandonada Gelener y Felin se dirigió hacia Sher y Selendra.

—No llore —dijo Sher en voz baja—. No sé lo que dijo mi madre, pero sé lo ridícula y esnob que puede ser. No le preste atención. Cualquiera que conociera a Bon Agornin apreciaba que tenía las verdaderas cualidades de un dragón de noble cuna, las que cuentan mucho más que los títulos vacíos conseguidos por lejanos ancestros.

Felin se reunió con ellos a tiempo para escuchar la última parte de lo que estaba diciendo Sher.

—Estoy segura de que la Eminente no pretendía decir nada malo de Bon —añadió—. Cálmate, Selendra, por favor, a menos que prefieras que te lleve a casa a descansar.

Selendra apenas podía hablar.

—Mi padre se ganó su título —dijo tragando saliva entre palabra y palabra.

—Así es, y no había ninguno mejor para él a menos que los majestuosos de antaño volvieran y empezaran a nombrar honorables a algunos dragones —dijo Sher con solemnidad.

Los ojos de Felin giraron más rápido al oír eso. Conocía a Sher por experiencia, larga experiencia, y sabía que mostraba una descuidada amabilidad con aquellos desfavorecidos que tenían un ala rota, a menos que le resultara inconveniente. No quería que Selendra se convirtiera en uno de sus casos. Todo terminaba por producirle alguna molestia y nunca persistía hasta el final. Felin se había hecho cargo del trabajo de cuidar de un corderito de lana que había perdido a su madre, un gato con una pata rota y una familia de granjeros cuyo arrendamiento Sher les había prometido investigar. En épocas más recientes, la joven madre había tenido que lidiar con la angustia de sus hijos cada vez que aquel dragón se iba sin decir adiós.

—¿Te gustaría irte ya, Selendra? —preguntó Felin otra vez—. Le dije a la Eminente que quizá tu luto era demasiado reciente para estar en sociedad. Lo entenderá.

—Quizá debería irme —se sometió Selendra agradecida.

—No —dijo Sher extendiendo una garra para detener a Felin. En sus ojos oscuros había una expresión seria que giraba con lentitud en las profundidades—. Si huye ahora, le entrega a mi madre la victoria en la garra, y además eso permitirá que todo el mundo la compadezca y hable sobre ella en su ausencia. Si se queda, pronto se olvidará todo.

—No tenía ni idea de que tenías tanta experiencia en chascos sociales —dijo Felin.

Sher se echó a reír.

—Ni te lo imaginas —dijo con tono alegre—. ¿Y bien, Selendra?

Los ojos grises de Felin se aceleraron un poco, sorprendidos. No sabía que ya se llamaban por el nombre.

—Me quedaré —dijo Selendra, que ya controlaba su voz—. No soy ninguna cobarde y no me avergüenzo de mi padre, por nada del mundo.

—Quédese, déjelo pasar, eso le restará importancia —dijo Sher.

Felin miró la majestuosa espalda de la Eminente, que hablaba con la bienaventurada Telstie. Penn había entablado conversación con Gelener. La joven madre pensaba que era más probable que se perdonara el incidente si se le permitía a la Eminente salirse con la suya por ahora y luego Felin intentaba limar asperezas. Pero no había forma de discutir con Sher en estos momentos, ni tampoco, estaba claro, con Selendra. Felin extendió una mano interna y renunció a solucionar el tema. La Eminente se pondría furiosa si espantaban a Gelener, pero ella se alegraría de ver a Sher con una compañera con sentido del humor, aunque trajera una dote más pequeña. En cualquier caso, cuando al fin entraron en el comedor, Felin sintió que le temblaban un poco las alas al pensar en las tormentas que se avecinaban.

VIII. Se recibe la demanda
29
Las comodidades de Daverak

La vida de Haner en la Mansión Daverak era en muchos sentidos deliciosa. Tenía su propia criada, una doncella ya encanecida llamada Lamith, cuya única obligación era obedecer todos los deseos de Haner, bruñir las escamas de Haner e inventar tocados favorecedores a satisfacción de Haner. La familia desayunaba en sus propias habitaciones, disfrutaba de la tarde como les placía y se reunían para la cena, para la que con frecuencia tenían invitados. Después había bailes frecuentes y alegría hasta casi la madrugada.

Haner quizá hubiera terminado por disfrutarlo si la compañía hubiese sido más agradable.

Después de un día o dos, se dio cuenta de que su criada se movía con rigidez.

—Ven aquí, Lamith —dijo. Haner le pasó los dedos por la espalda y pronto se encontró con que las ataduras de las alas estaban tan apretadas que le habían producido una llaga que se le estaba quedando en carne viva al moverse.

—Déjame aflojarte eso y vendártelo con un bálsamo —sugirió Haner.

—Gracias, Respetada, pero no creo que pueda hacer eso —dijo la criada al tiempo que agachaba la cabeza nerviosa—. Al señor no le gusta que nos desaten las alas.

—Solo un minuto, mientras lo trato y luego habría que atarlas más flojas —le dijo Haner—. Yo misma estaría encantada de decirle a Berend y al ilustre Daverak que no es insubordinación por tu parte, sino que soy yo la preocupada por tu bienestar.

—¡Por favor, no le diga que estoy enferma, respetada! —Lamith parecía desesperada. Se encogió de miedo y se apartó de Haner. Esta no era una dragona muy grande, solo medía seis metros, pero Lamith casi no llegaba a los dos y parecía poco más grande que un dragoncito cuando se encogió—. No es más que una pequeña llaga. No es la primera vez que las tengo.

—No les diré nada si no quieres —dijo Haner asombrada—. Pero si lo dejamos así, te dolerá y podría debilitarte parte del ala de tal forma que nunca podrías volver a volar.

—¿Volar? —dijo Lamith—. Jamás volveré a volar en cualquier caso. Trabajaré aquí hasta que me debilite, y eso será el final.

—Podrían ocurrir muchas cosas —dijo Haner para animarla—. Hay criados que vuelan, aun cuando nunca dejes esta condición. Algunas haciendas emplean a criados que vuelan a la estación para recoger el correo. Amer, nuestra criada de Agornin, que ahora se ha ido a Benandi, salía con regularidad a volar para recoger hierbas para hacer medicinas.

—Sí, y sin duda ustedes confiaban en que iba a volver —dijo Lamith—. Aquí no son las cosas así, Respetada, no hay confianza por ninguno de los dos lados, y sabemos que estamos atados para siempre.

Los dulces ojos plateados de Haner se llenaron de tristeza.

—No es a lo que estoy acostumbrada —dijo.

—No importa, respetada, podría ser aún peor. Aquí estamos bien alimentados y sabemos que nuestras familias salen beneficiadas.

—¿Te refieres al pago de servidumbre? —preguntó Haner.

—Eso en Daverak no es mucho. Pero cualquier familia que tenga un miembro al servicio de la Mansión sabe que sus otros recién incubados tienen más posibilidades de crecer. Y después de todo, no estamos muertos y comidos.

—¿Estás diciendo que Daverak come dragoncitos que no están débiles? —preguntó Haner horrorizada.

—Lo hará si dice que la familia no puede mantener a tantos —respondió Lamith—. Por favor, no diga que yo dije algo. Nos comen si estamos enfermos, y estos días no hace falta mucho para que lo piensen, no con la ilustre Berend en plena puesta y con hambre todo el tiempo. Solo se lo digo para evitar que diga cosas con su mejor intención, cosas que solo empeorarían la situación.

Other books

the Rider Of Lost Creek (1976) by L'amour, Louis - Kilkenny 02
One of the Guys by Ashley Johnson
The Case of the Missing Cat by John R. Erickson
Cleaning Up New York by Bob Rosenthal
The Belgariad, Vol. 2 by David Eddings
Three To Get Deadly by Paul Levine
Wild Gratitude by Edward Hirsch