Read Garras y colmillos Online
Authors: Jo Walton
—No conozco el camino —se quejó Gelener—. Tendrá que venir conmigo.
—Debo quedarme porque tengo que llevar a los dragoncitos cuando los encontremos —dijo Sher con una paciencia encomiable.
—Entonces quizá la respetada Agornin podría mostrarme el camino…
Sher miró a Selendra, que había estado intentando consolar a Felin.
—¿Recuerdas el camino? —preguntó.
—Creo que sí —dijo Selendra con tono dubitativo mientras levantaba la vista y dejaba por un momento a su cuñada postrada.
—No pienso ir con nadie que no lo conozca como debe ser —dijo Gelener, había elevado la voz y sus ojos giraban de una forma peligrosa—. Tendrá que llevarme y luego volver aquí, eminente Benandi.
—¿Es que no ve que es demasiado lejos? —le soltó Sher—. Tendrá que esperar. —El dragón se volvió y llamó de nuevo a Wontas.
—¿Entonces la bienaventurada Agornin? —preguntó Gelener.
—Creo que esa podría ser una buena idea —dijo Selendra interrumpiendo a Sher antes de que pudiera contestarle con brusquedad—. Felin, estás muy disgustada y deberías irte a casa. Gelener necesita que alguien la lleve. Sher conoce las cuevas y encontrará a Wontas.
—Pero tendrá que atender también a Gerin —dijo Felin, que se había controlado un poco y había levantado la mirada hacia Selendra—. Y ahora es muy grande para entrar en algunos lugares a los que Wontas podría haber ido con toda facilidad. Y cuando lo encuentre, me va a necesitar para que lo ayude a sujetar la cesta para llevarlos a casa.
—Yo soy más pequeña que tú, me quedaré a ayudar. Puedo cuidar de Gerin. Puedo hacer cualquier cosa que harías tú, Felin y si bien eres tú a quien los niños más querrían tener con ellos, yo no puedo guiar a la respetada Telstie.
—Pero no deberías quedarte a solas con un macho soltero —dijo Felin.
—No estaré sola, los dragoncitos estarán con nosotros y además, no es más que Sher, sabes que no me presionará. No seas tonta, Felin, esto es una emergencia y la respetada Telstie insiste en volver a casa.
Felin miró a Gelener con los ojos completamente ocultos por los párpados exteriores, como si estuvieran bajo la brillante luz del sol en lugar de en la penumbra de una cueva. Se levantó con lentitud y luego bajó la cabeza para mirar al dragoncito que le quedaba.
—Gerin, quédate con la tía Selendra y haz todo lo que ella o el tío Sher te digan, y ayúdalos a encontrar a Wontas.
—Sí, madre —dijo Gerin, ya acobardado por completo.
En cuanto Gelener y Felin se fueron, Sher se volvió hacia Gerin.
—Ahora tu madre no está aquí y entiendes lo mal que están las cosas. Wontas podría perderse aquí dentro y jamás lo encontraríamos. Yo también fui pequeño no hace tanto, y entiendo que no cuentes los secretos de tu compañero de nidada, pero esto es más importante que todo eso. ¿Cuándo se fue Wontas?
—Cuando madre dijo que teníamos que irnos a casa por culpa de la nieve, sin ver la caverna. Él no podía soportar perdérsela. Se escabulló despacito —dijo Gerin con la cabeza inclinada mientras intentaba evitar las lágrimas—. Quería encontrar el tesoro del majestuoso Tomalin. Yo también habría ido, solo que estaba justo delante de ella, así que madre me hubiera visto.
—¿El tesoro del majestuoso Tomalin? ¿Pero qué le dio la idea de que estaba aquí? —preguntó Sher sorprendido.
—Tú dijiste que la caverna era de esos tiempos —dijo Gerin con tono acusador.
—Estamos perdiendo el tiempo —dijo Selendra, que había decidido hacerse cargo de la situación para evitar que siguieran riñendo como si los dos fueran dragoncitos—. Si se fue cuando Felin dijo que era hora de irse, eso no fue hace tanto tiempo.
—No mucho antes de que viniéramos a buscarlo, en cualquier caso —dijo Sher—. Bien. ¿Alguna idea de hacia dónde podría haber ido primero?
—¿Abajo? —dijo Gerin con aire vacilante.
—Bueno, vamos a probar —dijo Sher—. Todavía no puede haberse alejado tanto como para no oírnos, ni siquiera si va corriendo. Intenta llamarlo tú, Gerin.
Gerin lo llamó y Selendra lo llamó pero no hizo más efecto que las llamadas de Felin y Sher.
—No os preocupéis —dijo Sher, que parecía muy preocupado—. Conozco todos los caminos que bajan por aquí, o los conocía cuando era más pequeño. Lo encontraremos.
Sher se volvió y se lanzó por el primer corredor que bajaba por la cueva. Aunque era muy grande, podía correr por él tanto como cualquiera en cuevas y corredores. Selendra y Gerin tenían que apresurarse para no perderlo.
La búsqueda fue al principio infructuosa. Vieron unas cuantas cavernas con estanques y dientes de piedra caliza que subían del suelo y bajaban del techo, cuevas que habrían hecho las delicias de todos en cualquier otra ocasión, pero no vieron ninguna señal de Wontas.
—¿Por qué no vive nadie aquí? —preguntó Selendra cuando volvieron a la caverna de la entrada para probar por el segundo corredor descendente.
—Demasiado húmedo y demasiado lejos de todas partes —dijo Sher—. Es tierra de Benandi. Algunos de mis ancestros vivieron aquí en otro tiempo, y es probable que dieran lugar a los rumores que han oído los dragoncitos; pero ya veis que fue hace mucho tiempo, quizá, sí, Gerin, en los fabulosos tiempos del honorable Ketar y el majestuoso Tomalin, antes de la Conquista. Pero estoy seguro de que no los sacaron de aquí los invasores yargos. Lo más probable es que se fueran porque era un sitio húmedo y lleno de corrientes. Entiendo muy bien por qué prefirieron las comodidades de la Mansión Benandi, aun cuando esto sea de un terrible romanticismo.
El corredor atravesaba tres salas enlazadas, una de ellas con una veta de mármol en el techo que parecía un párpado de dragón.
—Felin y yo fingíamos que eso podía abrirse y mirarnos —dijo Sher. Gerin levantó la mirada asombrado, ya fuera al pensar en el ojo que se ocultaba tras el párpado o en que su madre había sido niña; Selendra no preguntó.
En la siguiente sala, otra con enormes dientes calizos, la joven se paró de repente.
—¿Qué fue eso? —preguntó.
Todos pararon y escucharon. Había un corredor ancho que llevaba a otra sala y un corredor más delgado, mucho más estrecho, más parecido a una grieta en la roca que a un corredor en sí, y de ahí salía una brisa.
—Lo más probable es que fuera el viento —dijo Sher, y entonces todos oyeron con claridad el sonido de un dragoncito llorando.
—Wontas debe de haberse hecho daño —dijo Gerin.
—Eso me temía yo —dijo Sher—. No estoy seguro de poder bajar por ahí. Hace años que no vengo. Hay pozos por ese camino, toda la sección se está disolviendo. Debe de haberse caído en uno de ellos.
—¿Wontas? —llamó Selendra. Les llegó un sollozo distante a modo de respuesta.
Sher se acercó a la grieta y empezó a meterse por ella.
—Creo que yo quepo, si tú no —dijo Selendra.
—Soy largo, pero nunca he sido de hombros anchos y todavía no he engordado tanto, creo —dijo Sher. Había plegado las alas con fuerza a la espalda y se movía más como una serpiente que como un dragón. Selendra plegó sus alas también con fuerza y se metió en la grieta tras él. Gerin cerraba la marcha. Era el único de los tres que se podía mover con facilidad. Selendra sentía las paredes tan cerca que la incomodaban, y aunque Sher no se paraba, la joven oía que su amigo se estaba arañando las escamas contra ellas.
En cada pozo, Sher paraba y los avisaba. Selendra y él podían salvarlos de un paso, pero Gerin tenía que saltar. Fue en el cuarto, el más ancho hasta ahora, por el que pudieron oír a Wontas gritando desde abajo.
—Estoy en un saliente —los llamó.
—Jamás he estado ahí abajo —dijo Sher al asomarse por el borde—. Está muy abajo, demasiado para alcanzarlo desde aquí. No hay espacio para volar bien. Quizá debería volver y traer la cesta. Podría bajar, pero quizá le tire encima alguna piedra suelta y lo saque del saliente.
—Si hay espacio para ti, entonces es probable que haya espacio para mí con menos riesgo de soltar nada —dijo Selendra.
—Pero… No, prueba tú si crees que puedes —dijo Sher.
Sher cruzó el pozo y se sentó erguido en el otro lado, mirando hacia abajo. Selendra se acercó a donde había estado él. El pozo tenía una anchura de unos nueve metros en la parte superior y parecía estrecharse más abajo. La joven no veía el fondo, cosa que la incomodaba porque parecía interminable. A Sher le sería imposible hacer otra cosa que no fuera deslizarse por el costado, pero ella era lo bastante pequeña para intentar un descenso propiamente dicho.
—Agárrate bien, Wontas, voy a intentarlo —dijo su tía.
Habría tenido espacio de sobra para bajar en picado si hubiera habido aire fresco abajo para poder frenar y aterrizar. Pero tal y como estaban las cosas iba a tener que descender con los pies por delante, como si estuviera de pie, de tal forma que pudiera aterrizar en lo que hubiera allí. No era un vuelo, más bien una caída controlada: usaría las alas para equilibrarse y frenar el descenso. Selendra intentó no pensar en cómo iba a subir después. El pozo se iba estrechando a medida que descendía, hasta que solo medía unos seis metros de anchura. Selendra encogió las manos y las garras posteriores para evitar arañar los lados. Muy pronto vio a Wontas agarrado a un saliente. Tenía los ojos cerrados y estaba usando tres garras para aferrarse. La cuarta, una de las patas delanteras, estaba claro que estaba rota.
Era un saliente muy estrecho. La joven no podía usarlo, así que se sujetó al pozo con las garras traseras y las manos, justo encima de Wontas.
—Aquí estoy —dijo.
—Me he hecho daño en la garra —dijo Wontas tragándose las lágrimas.
—Te pondrás bien —le dijo, como Amer le había dicho a Avan años antes cuando se había roto una pata.
—Oh, tía Sel, tía Sel —dijo Wontas—. ¿Has mirado abajo?
La joven no había mirado desde que había empezado a descender. Se había estado concentrando demasiado en los lados.
—Tengo que sujetarte de algún modo y volver a subir —dijo su tía.
—Mira abajo —le rogó Wontas—. Tenemos que bajar.
La dragona se arriesgó a mirar por un momento. No mucho más abajo, el pozo se ensanchaba y se convertía en una enorme caverna, y el suelo de la caverna parecía relucir lleno de oro. Selendra ahogó una exclamación.
—¿Has visto el tesoro? ¡Tenemos que bajar! —insistió Wontas.
—Es posible, pero vamos a intentar subir primero —dijo Selendra.
—Pero es un tesoro —dijo Wontas.
—Más bien unos cristales de roca o algo así, seguro —dijo Selendra—. No hay luz suficiente para verlo bien.
—No hay ninguna luz —dijo Wontas—. Esta es la cueva más oscura que he visto jamás. Pero es un tesoro, estoy seguro. Por eso empecé a bajar.
—Bueno, pues tienes que volver a subir si puedes —dijo Selendra, casi se sentía aliviada al pensar que nunca tendría dragoncitos propios que le tiraran así del corazón—. Ahora suelta la pared. —La joven sujetó a Wontas con una mano y lo apretó con fuerza contra su tórax. Intentó elevarse sin mucho éxito y se volvió a encajar en el pozo. Lo intentó otra vez, pero no había espacio suficiente para que pudiera extender las alas y ganar impulso.
—Sher —lo llamó—. Vamos a intentar bajar. Tengo a Wontas a salvo pero no podemos subir por aquí.
—No sé lo que hay ahí abajo —dijo Sher. Para Selendra resultaba muy tranquilizador oír su voz.
—Creo que veo el fondo y hay sitio para aterrizar —dijo ella, y se dejó deslizar poco a poco otra vez. Las paredes se ensanchaban a medida que bajaba, formando un embudo. Por fin se detuvo, un aterrizaje increíblemente cómodo. Era imposible confundir la sensación del oro que tenía bajo ella.
—Un tesoro —les anunció Wontas a los de arriba.
—¿Tesoro? —preguntó Sher sorprendido, y Gerin chilló desde muy arriba.
—Oro, amatistas y diamantes tallados —dijo Selendra asombrada mientras le daba vueltas en las manos—. Algún antiguo almacén, me imagino, que debe de ser tuyo por herencia, Sher.
—Es el tesoro del majestuoso Tomalin, y es mío, ¡lo encontré yo! —gritó Wontas.
—Te puedes quedar con tu parte —exclamó Sher—. Y tampoco es que nos sirva de mucho ahí abajo. ¿Puedes volver a subir, Selendra?
Selendra se quedó mirando hacia arriba. Si pudiera despegar erguida quizá fuera capaz de conseguirlo, aun teniendo que agarrar a Wontas. Pero no había forma de despegar del suelo y subir directamente por el embudo, empezaba a estrecharse demasiado pronto y el poco aire que llegaba hasta allí abajo era húmedo y lo sentía muerto contra su cuerpo. Miró a su alrededor.
—No. Pero hay un corredor bastante ancho que sale de aquí hacia el oeste, podríamos probar por ahí.
—Pero podría ir a cualquier parte —dijo Sher—. El oeste está lejos de todas partes. Esto no va bien. No puedo dejar que os metáis en plenas montañas para no volveros a ver.
—Saldré en alguna parte y luego solo tengo que subir para encontrar el camino de vuelta —dijo Selendra con más valor del que sentía. Estaba acostumbrada al granito, no a esta piedra caliza tan poco fiable, y no se sentía segura del camino que pisaba, ni siquiera en el exterior de la montaña.
—Voy a bajar —dijo Sher.
—¿Y de qué servirá eso? —preguntó Selendra—. Solo harás que nos perdamos los cuatro en lugar de solo dos. —
Que nos matemos
, pensó la joven, pero no lo dijo por los dragoncitos. La Eminente se pondría furiosa si hacía que Sher se matara, pensó.
—Pero si estoy ahí reconoceré el sitio cuando encontremos con qué conecta ese desagüe, sitios en los que yo ya he estado —dijo Sher lleno de confianza—. Tú no los conocerías. Además, quiero ver el tesoro del majestuoso que habéis encontrado, no podéis guardároslo todo para vosotros. Meteos en el corredor, lejos de las piedras que caigan. Gerin y yo vamos a bajar.
Desde el interior del corredor daba la sensación de que Sher estaba derrumbando media montaña tras él.
—¿Estás herido? —preguntó la dragona con cautela cuando cesó el estrépito.
—Quizá tenga las escamas un poco arañadas —respondió Sher con tono despreocupado—. Pero estamos acorazados por una buena razón y ningún aterrizaje sobre oro se puede llamar mal aterrizaje.
Selendra se echó a reír y asomó la cabeza por la caverna. Sher posó a Gerin con cuidado en el suelo y el dragoncito se acercó corriendo a Selendra, que sujetaba al herido Wontas.
—Este oro me parece obra de los yargos —dijo Sher mientras examinaba una cadena de eslabones incrustada de piedras.