Read Garras y colmillos Online
Authors: Jo Walton
—Me pregunto por qué no ha traído a Berend con él —dijo Selendra—. Le daría un aire más legítimo a todo este asunto.
Penn se volvió hacia ella con aire colérico.
—Al contrario que la división de su cuerpo, esto sí es lo que deseaba nuestro padre —intervino Avan antes de que su hermano pudiera hablar.
—Lo sé —dijo Selendra mientras inclinaba la cabeza con gesto sumiso—. No seré grosera con él y no pretendía serlo ahora, es solo que todo es tan diferente, y lo único que me apetece es llorar. —Haner rodeó con un ala a su hermana y los hermanos las dejaron a las dos llorando juntas hasta que aterrizó Daverak.
—Buenos días, hermano —lo saludó Penn—. ¿Has tenido un buen vuelo?
—Los vientos eran bastante fuertes pero los tendremos a nuestro favor a la vuelta —dijo Daverak. Era un vuelo de poco más de una hora hasta Daverak, unos treinta kilómetros si se midieran las distancias en el aire.
—¿Berend no quiso luchar con los vientos en ambos sentidos? —preguntó Haner.
—No, así es. —Daverak sonrió y desvió la mirada en dirección a su lejana heredad—. Acaba de descubrir que su estado es algo delicado y no quiso dejar su hogar en este momento.
—¿Esperando otro huevo ya? —explotó Selendra, incapaz de ocultar su asombro.
—Sí, gracias sean dadas a Veld —dijo Daverak dirigiéndose con gesto cortés a Penn al mencionar al dios, como si reconociera que estaba inmiscuyéndose un poco en el territorio del otro dragón y tuviera la gentileza de pedirle permiso.
Apenas habían pasado cuatro años desde la primera nidada de tres huevos que había puesto Berend. Hasta a Penn, que como pastor de la Iglesia que era debía predicar que las puestas eran una bendición de Veld, le sorprendió un poco la noticia y la evidente satisfacción que le producía a Daverak.
—Tendrás tus cuevas llenas de dragoncitos —dijo Haner con alegría al tener la sensación de que la pausa se hacía demasiado larga.
—Desde luego, eso esperamos. —Daverak inclinó la cabeza. Nunca les había prestado mucha atención a las hermanas de su esposa, pero ahora se alegraba de que fuera Haner la que debía llevarse a su hacienda. Aunque no lo había mostrado, no le había gustado en absoluto el estallido de Selendra.
—¿Berend está bien? —preguntó Avan.
—Encantada hasta ahora —dijo Daverak—. Se está asegurando de comer lo más conveniente, claro está, como es de esperar. Esta vez se siente bastante más experimentada, claro, no tan nerviosa como la última vez.
Aunque era su hermana, a ninguno le hacía gracia preguntar si ya había puesto el primer huevo, y Daverak tampoco les ofreció esa información. Tampoco le era posible a ninguno acusarle de arriesgar la vida de su hermana obligándola a producir otra nidada tan poco tiempo después de la primera, aunque era lo que estaba en los pensamientos de todos.
—Bueno, deberíamos irnos ya si queremos coger nuestro tren —dijo Penn interrumpiendo así otra pausa incómoda.
En realidad aún era demasiado pronto para ir al tren, pero le proporcionó una excusa a Selendra para salir a recoger sus pertenencias y para que Haner la acompañara. Los tres dragones macho se sentaron un rato y contemplaron la vista en silencio. Estaba lloviendo.
—Debo hablar con los granjeros sobre las cosechas de este año y el próximo —dijo Daverak mientras miraba los campos. Era su obligación y deseo del anciano Bon, pero a los dos hijos de este les pareció muy insensible por parte de Daverak estar pensando ya en eso.
—¿Instalarás aquí a un administrador para que supervise a los granjeros de Agornin? —preguntó Penn.
—Sí, pensamos que esa sería la respuesta de momento —dijo Daverak—. Tengo un primo que lo haría bien. Consideramos la opción de pedírtelo a ti, Avan, pero Berend pensó que te iba bastante bien en tu carrera en Irieth, y que ser el administrador de la propiedad de tu padre sería un paso atrás para ti.
—Sí —dijo Avan maquinalmente. Si bien era cierto que su carrera estaba prosperando, en lo que a oro y perspectivas se refiere, no disponía de ninguna seguridad y se lo podían llevar en cualquier momento. Un trabajo seguro como administrador bajo la protección de su cuñado evitaría que continuara su carrera, pero todavía tendría esperanzas de ascender haciendo inversiones juiciosas con sus amigos de Irieth. Le daría la posibilidad de ofrecerles a sus hermanas un hogar y permanecer todos juntos. Tendría que traerse a su secretaria pero eso podría organizarse de algún modo, pensó restando importancia a las dificultades que causaría algo así. Habría sido mejor si Daverak lo hubiera sugerido antes, tendría que renunciar a sus intenciones de presentar una demanda. De inmediato todo un edificio de complicados planes interrelacionados se puso en movimiento en el ágil cerebro de Avan.
—Creo que, en general, ese arreglo me convendría mucho, de todos modos. Gracias, Daverak.
Daverak parpadeó un poco.
—Siento que pienses así, estábamos seguros de que no lo querrías. Ya se lo he ofrecido a mi primo Vrimid, que llegará hoy a Daverak. —Hizo un ligero movimiento con el ala a modo de ligero arrepentimiento y luego posó el pie con fuerza, como si eso cerrara el asunto por completo.
Al volver Selendra se encontró a Avan sentado sobre las ancas con gesto ceñudo, Daverak estirado e indiferente y Penn echado sobre las patas y muy incómodo entre los dos.
—Estoy lista —dijo la joven.
—Vámonos entonces —dijo Penn—. No es necesario que bajéis ninguno de los dos con nosotros. Adiós, Daverak, que los dioses bendigan tu nueva puesta y transmítele mis mejores deseos a Berend. Adiós, Avan, buena suerte en Irieth; escríbenos y cuéntanos cómo te van las cosas.
Selendra abrazó a Avan.
—Cuídate —dijo el joven.
—Y tú ten cuidado en Irieth —dijo ella. Luego se inclinó ante Daverak, gesto que el dragón le devolvió con frialdad.
Haner los acompañó a la estación y se ocupó de las cajas que contenían la dote de Selendra y de las que había traído Amer de las cocinas, hasta que llegó el tren. Luego Selendra y ella se abrazaron con fuerza, como si quisieran negarse a separarse. Penn y los mozos de cuerda se ocuparon de colocar las cajas, luego Penn saltó a la plataforma plana del tren. Amer lo siguió. El silbato sonó para advertir a los retrasados de que el tren estaba a punto de partir, y por fin Selendra soltó a su hermana y voló hasta su sitio al lado de su hermano. Se quedó mirando hasta que ya no pudo ver a Haner en el andén que dejaba tras ella, hasta que fue incapaz de distinguir el tono dorado de las escamas de su hermana del color gris de la piedra; luego dirigió la mirada con determinación hacia la máquina y la nueva vida que encontraría en Benandi.
Después de que desapareciera hasta el penacho de humo del tren, Haner se dio la vuelta y volvió volando a Agornin. Intentó consolarse pensando que ella no se iba tan lejos como Selendra, a una parte de Tiamath que jamás había visto y donde no tenía amigos. Ella estaría en Daverak, apenas a una hora de vuelo de su hogar en cualquier momento en el que encontrase a alguien dispuesto a escoltarla para un viaje tan corto. Había visitado a Berend y Daverak en varias ocasiones, a veces había pasado hasta diez días seguidos allí y conocía bien a Daverak, mientras que la esposa de Penn era una extraña para ella. No eran unas reflexiones muy reconfortantes. Quizá conociera al ilustre Daverak, pero no le caía bien. Había pasado tiempo en su hacienda pero jamás se había sentido como en casa, el mayor placer de visitar a Berend era volver después a su hogar. Ahora ya no había hogar al que volver y si visitaba Agornin sena como invitada, y todo habría cambiado en la hacienda.
Aquellos miembros de la familia que la querían y se preocupaban por ella parecían creer que pronto abandonaría la hacienda de Berend rumbo a la suya propia con el digno Londaver, un amigo de Daverak. La propia Haner lo dudaba mucho. Le gustaba Londaver, pero su relación hasta ahora se había limitado a dos bailes el último Final de Año en Daverak, y desde aquella ocasión el joven ni siquiera había venido de visita a Agornin, aunque ella le había pedido a su padre que lo invitara. La joven no pensaba que la preferencia que el macho mostraba por ella fuera lo bastante fuerte para tomarla con solo ocho mil coronas, ni siquiera con las dieciséis que tendría si Selendra y ella consideraran sus recursos unidos. Londaver no era digno por rango, como lo había sido Bon Agornin, sino que era digno por naturaleza, pues era el heredero de la posición de ilustre de su padre. Berend se había llevado cuarenta mil coronas con ella cuando se casó, y Haner no tenía razón para imaginar que Londaver aceptaría menos de lo que había aceptado Daverak. Mientras su padre seguía vivo y había tiempo de sobra para que acumulara más oro, eso no era obstáculo. Ahora parecía que, además de sus otras penas, aquello también acechaba para separar a Haner para siempre de un dragón con el que pensaba que le gustaría casarse.
¡No es de extrañar entonces que batiera las alas de mala gana cuando se elevó de la estación y volvió rodeando la montaña al lugar que debía aprender a no llamar hogar!
Solo Avan la esperaba.
—Daverak se ha ido a ver a los granjeros y asegurarse de que lo entienden —dijo imitando con crueldad el tono de Daverak—. Como si nuestros granjeros necesitaran ese tipo de charlas.
—Oh, vaya —dijo Haner mientras aterrizaba con suavidad al lado de su hermano y se acomodaba sobre las ancas allí mismo—. Espero que no introduzca demasiadas novedades y lo cambie todo.
Ciertamente, Avan, como joven dragón que ascendía en Irieth, se mostraba en general a favor de las novedades y los cambios, pero en este caso estaba totalmente de acuerdo con su hermana.
—Dice que pensó en instalarme a mí como administrador de esto, pero en cuanto lo dijo me lo volvió a arrebatar explicando que ya le había ofrecido el puesto a un primo suyo.
—Pero dijiste que no podías vivir aquí —replicó Haner con timidez.
—No podía vivir aquí y ocupar un lugar de digno en la vecindad. Pero con el respaldo de Daverak y como administrador suyo podría haber supervisado el lugar y haber hecho un hogar aquí para vosotras dos.
—Oh, Avan, te habrías sacrificado tú y tu carrera por nosotras —dijo Haner muy conmovida.
Avan se atildó un poco y pareció crecer aún más bajo la luz del sol. Ahora que su hermana lo mencionaba, se habría estado sacrificando por sus hermanas, y si bien no olvidó que no le habría hecho falta renunciar del todo a sus esperanzas y que la seguridad del cargo también había sido un factor que había tomado en consideración, permitió que todos esos datos se retiraran al fondo de su mente y disfrutó de la admiración de su hermana, que le daba mucha importancia a aquello. Permanecieron en el saliente y hablaron de la nobleza de Avan, de los viejos tiempos, y contemplaron ociosos una carreta que se arrastraba hacia ellos por el camino del río.
—Eso habrá venido de Daverak para llevarse tu dote —dijo Avan por fin señalando la carreta.
—Ojalá no tuviera que irme allí —dijo Haner.
—Quizá te resulte incómodo cuando lleve a Daverak ante los tribunales en nombre de todos nosotros —admitió Avan.
—¿Incómodo? Será imposible. No puedo poner mi nombre en ninguno de esos papeles mientras viva bajo la protección de Daverak —dijo Haner—. Selendra se unirá a ti sin duda, y entiendo que estás en tu derecho de buscar una indemnización; pero por favor, no me pidas que te ayude.
—Quizá se ponga desagradable, pero no te echaría de casa —la alentó Avan.
—No tendría que echarme para ponerse tan desagradable, como tú dices, que me resultase imposible vivir en su hacienda. Creo que no te das cuenta de hasta qué punto es para mí diferente. Tú puedes abrirte camino con tu ingenio y tus garras, mientras que yo debo depender siempre de un macho que me proteja. Ingenio es posible que tenga pero de garras carezco, y si bien las manos son útiles para escribir y para el trabajo delicado, no sirven de nada en una batalla. Sin ellas dependo por completo de alguien y no puedo volverme contra aquellos de los que dependo, al menos no sin alguna otra protección en perspectiva. Si tuviera un marido o si tú, mi hermano, pudieras recibirme en tu hacienda, entonces podría volverme contra Daverak con gran placer. Tal y como están las cosas debo plegarme a sus caprichos, sean cuales sean mis deseos, y no me atrevo a unirme a ti.
Avan inclinó mucho la cabeza y se planteó algunos sacrificios que le resultaría muy difícil hacer.
—No sería una vida fácil —dijo después de un momento—. También seria difícil para mí, no podría ocurrir de inmediato, y en cualquier caso no hoy. Pero si de verdad no deseas ir con Daverak, te llevaré a Irieth conmigo. No podrías vivir como debiera hacerlo la respetada Agornin pues yo no podría permitirme mantenerte de ese modo. Tendrías que trabajar, ocupar el lugar de mi secretaria o quizá trabajar con ella. Tampoco puedo decir que fuera muy seguro, pues tú estarías tan segura como yo lo estoy, cosa que varia de un día para otro según cambian las cosas en la ciudad y en el despacho. Implicaría privaciones para los dos, pero estoy preparado para soportarlo si es necesario. —No sabía lo que Penn pensaría de él, que sugería un día que Selendra se convirtiera en consorte y al siguiente que Haner se hiciera secretaria.
—Que los dioses te bendigan, hermano, pero no es necesario —dijo Haner mientras besaba a Avan a un lado del hocico—. Puedo soportar la vida con Berend y Daverak, siempre que no me pidas que me una a ti para atacar a Daverak en los tribunales.
—Por supuesto que no te lo pediré —respondió Avan—. Es solo que mi caso parecerá mucho más débil si los tres no nos presentamos juntos. Pero no te lo pediré si es así como están las cosas.
Se quedaron sentados juntos con aire de tristeza un rato más, hasta que volvió Daverak con muchas ínfulas. Se cargaron las cajas de la dote de Haner en la carreta y los dos hermanos se despidieron.
—Ven a vernos a Daverak en cualquier momento que te puedas escapar de Irieth —dijo el ilustre Daverak con generosidad mientras se preparaban para partir.
Avan asintió con amabilidad, pero tanto él como Haner sabían que una vez que empezara la demanda, la oferta se retiraría y no se volvería a repetir. El joven se preguntó por un momento si merecía la pena el coste de separarlo de su hermana, si acaso podría conseguirlo siquiera sin la ayuda de Haner. Pero Avan estaba tan decidido a vengarse de esta forma que nada podría hacerle cambiar de intención. Sonrió y les deseó un viaje agradable. Luego se elevó y voló contra el viento rumbo a Irieth, con la intención de parar a pasar la noche en Mosswindle. Haner y Daverak volaron a favor del viento, hacia el oeste y Daverak. Haner miró atrás solo una vez y vio a su hermano, que se iba reduciendo hacia el sur, y el pico que había sido su hogar ya casi perdido entre las nubes.