Read Garras y colmillos Online
Authors: Jo Walton
—Estoy bien —dijo—. Amer, estoy aquí para hablar de la respetada Selendra.
—La respetada Sel está durmiendo. Ya se encontrará bastante bien.
—¿Qué le diste?
Amer levantó la mirada con expresión de culpabilidad.
—¿La respetada Haner se lo dijo?
—Dijo que le habías hecho un té. Amer, tengo que saberlo. La respetada Selendra es mi hermana y va a venir a mi hacienda, a vivir con mi esposa y mis dragoncitos, a alternar con mis amigos y bienhechores. ¿Es aún doncella o le has devuelto el color con engaños? ¿Debería casarse con el bienaventurado Frelt?
—Desde luego que no debería casarse con semejante canalla capaz de hacer algo así —dijo Amer al tiempo que dejaba caer la carne con fuerza y se volvía hacia Penn como si todavía tuviera cinco años—. Menudo engaño. Es doncella sin duda, igual que si ese dragón, que más habría que llamar maldito que bienaventurado, nunca se hubiera apretado contra ella. ¡Dos minutos en el corredor! Hace falta algo más para cambiar el color de las escamas de una doncella para siempre si ella no quiere que cambien. Le di un poco de té para ayudar a su cuerpo a calmarse, igual que si le diera corteza de sauce para la fiebre, eso es todo, no hay trucos ni engaños, la niña no se ha despertado con él. Un día se convertirá en la auténtica compañera de algún dragón, nada ha de temer usted.
Penn no quedó del todo convencido con eso, pero aun así encontró un gran consuelo en esas palabras. Sabía que había preguntado el nombre de la hierba que había tomado Selendra y que Amer había tenido buen cuidado de no dárselo. Aun así se sentía reacio a preguntar nada más. Aquella garantía le parecía suficiente. Recordó a su esposa Felin, y cómo sus escamas doradas se habían ruborizado y adquirido un tono rosa en cuanto aceptó su proposición de matrimonio y su abrazo. Quería eso mismo para sus hermanas, sin falsificaciones. Pero tampoco quería obligar a Selendra a casarse con un dragón al que todos despreciaban. Llevaba todo el día intentando convencerse de que Frelt no era tan mal dragón, pero el recuerdo del fallo que había pronunciado en la cueva subterránea el día anterior volvía sin cesar para recordarle que no era el tipo de dragón que él querría como cuñado. Ahora podía olvidarse de eso, olvidarse también de la escandalosa sugerencia de Avan y quedarse tranquilo.
—Muy bien. Gracias, Amer —dijo entonces.
—Una cosa más —dijo la antigua niñera—. He hablado con la respetada Sel pero no habrá tenido tiempo de decirle nada todavía. Me gustaría ir con ella a Benandi. Trabajaré duro y ayudaré a su esposa con los dragoncitos, o haré el trabajo que me pida. Quiero con todas mis fuerzas quedarme cerca de la respetada Selendra ahora, por si me necesita para algo, ya sabe. Y además, usted siempre fue mi favorito cuando eran mis pequeños. —La anciana se hundió aún más sobre las patas traseras, con las alas dobladas y los brazos extendidos hacia él—. Por favor, bienaventurado Penn. Déjeme quedarme con los Agornin.
Penn no había tenido ninguna intención de llevarse a Amer con él. Sabía que Felin, su esposa, quedaría asombrada y no estaba seguro de si en realidad se podrían permitir otra sirvienta. Pero también sabía que no podía negarse. Aquel ruego, combinado con la oculta amenaza de lo que le podría pasar a Selendra sin Amer cerca para ayudarla, era demasiado para él. Incorporó a la anciana dragona y dijo:
—Por supuesto que te llevaremos con nosotros.
Entre nuestras grandes familias, como los Telstie y los Benandi, existe la tendencia de que los dragones actúen como si el mundo fuera a seguir su rumbo acostumbrado para siempre, mejorando un poco con cada generación de la mejor forma que pueda lograrse ese progreso; aquí se suma una granja a una propiedad, allí se drena un pantanal, quizá un nuevo método para organizar las terneras de tal modo que puedan pastar diez donde antes solo pastaban ocho. El cambio, para estos dragones, es algo tan lento y firme como la erosión de las montañas. Las propuestas de progreso se examinan con todo cuidado y es posible que un noble diga que ese asunto de los métodos mejorados de pastos quizá fuera algo a lo que su nieto podría dar comienzo con provecho, y eso cuando el noble apenas acaba de casarse. Pero de alguna forma, a pesar de las grandes heredades que mantienen estas familias y de la gran influencia que ejercen en las Asambleas, el progreso, en un sentido muy diferente, se ha precipitado sobre ellos a la velocidad que dan las alas y no con los pasos progresivos, lentos y considerados que ellos preferirían.
El oro de Bon Agornin, no el que le había dejado a sus tres hijos menores sino el que había utilizado trescientos años antes para adquirir la propiedad de Agornin y el título de digno, se había amasado de formas que esos dignos, ilustres, eminentes, augustos y distinguidos personajes que hemos elegido y convertido en nobles, agrupan y desprecian con una palabra como «comercio». Cierto, Bon se había desprendido de esas conexiones en cuanto había podido. Las había utilizado para trepar y lograr una posición en el mundo y, una vez lograda la posición deseada, no se había interesado más por ellas. Había adquirido su hacienda, había desposado a su prometida, cuya dote no era muy buena pero cuya cuna sin duda era noble, y a partir de entonces había procedido a amasar una fortuna y a mejorar su propiedad a través de cultivos honestos. De todos modos, a lo largo de los siguientes siglos un cierto hedor a comercio se había seguido aferrando a él. Por mucho que pudiera hablar de su juventud en la propiedad Telstie con su madre viuda o de sus propiedades de Agornin, sin mencionar jamás el periodo intermedio, permanecía algo de la ciudad a su alrededor. Las ciudades, como casi ni ha de mencionarse, son anatema para todos los dragones bien pensantes, salvo en el caso de Irieth, e Irieth solo cuando la Asamblea de los Nobles está reunida o en los meses de brote y florecimiento de esos años, muy escasos últimamente, en los que la Asamblea de los Nobles no celebra ninguna sesión.
Esa sombra de la ciudad no había resultado aparente, salvo en muy raras ocasiones, durante los años en los que había ostentado el título de digno y apenas se había reflejado en sus hijos. El ilustre Daverak lo había considerado por un momento cuando cortejaba a Berend, pero había tranquilizado su conciencia con el recuerdo de la madre de su prometida, que había sido una Fidrak, lo cual significaba, aunque la familia por desgracia se había empobrecido, que sus ancestros habían poseído acres desde antes de la Conquista. Penn, en la Iglesia, había prosperado gracias a sus méritos y al mecenazgo de sus amigos, en especial del eminente Sher Benandi y su madre, la eminente Zile Benandi. Las doncellas menores todavía no se habían abierto camino en el mundo, pero hasta ahora no se habían anticipado muchas dificultades para seguir el ejemplo de Berend y hacer buenos matrimonios. En cuanto a Avan, la forma que tenía de presentarse en casa y lo que hacía en Irieth eran cosas bastantes diferentes, como veremos.
En Undertor, la única señal visible de las primeras aventuras empresariales del anciano Bon era el ferrocarril, que atravesaba una esquina de la tierra de Agornin. Era una esquina muy alejada de la hacienda y de ninguna forma bloqueaba ni estropeaba ninguna perspectiva que deseara ver en especial algún dragón. De hecho, la tierra que recorría había sido siempre pantanosa e inútil. Los ingenieros del ferrocarril, al instalarlo, habían drenado la tierra y liberado un campo o dos al lado de la línea, campos que se podían cultivar y a los que Bon había dado buen uso con la cría de caballos de tiro. Estos caballos se iban acostumbrando poco a poco al ruido de los trenes que pasaban, y luego se podían vender a las ciudades ya curtidos por el bullicio, lo que incrementaba en gran medida su valor.
Se había producido una gran conmoción en el distrito cuando se había propuesto la instalación del ferrocarril y algunos de los dignos vecinos habían reñido o intentado reñir con Bon Agornin por permitir que arruinara el campo. El pasado comercial de Bon se recordó cuando cogió el oro que le había ofrecido el ferrocarril. Si Bon no hubiera accedido, el ferrocarril tendría que haber tomado un rumbo muy diferente y no habría llegado jamás a Undertor. Al permitir que atravesara aquella esquina descuidada de sus tierras, Bon consiguió que las mercancías circularan directamente de las minas de Tolga a Irieth, por no mencionar que había hecho aumentar de forma considerable la velocidad del correo, y de paso le había proporcionado un medio de transporte a aquellos dragones que, por llevar un pesado equipaje, por edad o debilidad, o bien porque viajaban con dragoncitos, pastores de la Iglesia o sirvientes, quizá no desearan volar a su destino.
Bon Agornin había insistido, cuando le había arrendado la tierra al ferrocarril, que se pusiera una estación en ella.
—Le resultará útil a Penn —dijo. Por aquel entonces Penn ya se estaba preparando para la más respetable de las profesiones, la eclesial. En general, la estación la utilizaban sobre todo los granjeros de la zona para enviar manzanas bermejas y reinetas frescas a la ciudad, donde la fruta siempre alcanzaba altos precios. Eso era lo que poco a poco había reconciliado a Bon con sus vecinos, que también cultivaban fruta y utilizaban la estación para transportarla, de tal modo que ahora a Bon casi se lo consideraba un benefactor del distrito por haber permitido que se instalara el ferrocarril. Penn lo había utilizado varias veces al volver a casa y tenía la intención de volverlo a utilizar. El ferrocarril no llegaba hasta Benandi. El eminente Benandi anterior, el padre de Sher, se había negado muy indignado a tener nada que ver con aquello. Lo más cercano era un pequeño apeadero a unos dieciocho kilómetros de la hacienda, donde se podía enviar un carruaje con toda facilidad cuando había que recoger a un pastor de la Iglesia o a algún otro Visitante. Como es natural, las carretas también podían ir a este apeadero para cargar sus productos, que en el caso de Benandi solían ser fresas en verano y manzanas bermejas en otoño. En Benandi, el ferrocarril era aún más menospreciado que en Undertor, dónde era más fácil ver sus beneficios, ya que llegaba más cerca.
La intención de Penn era coger el tren hasta el apeadero Benandi con su hermana y luego hacer que ella volara los últimos kilómetros mientras él viajaba en el carruaje que podía hacer que le mandaran. Ahora que Amer iba a sumarse al grupo, reconsideró sus planes y le escribió a su esposa, Felin, en consecuencia.
La mayor parte de los dragones considera que la escritura es un talento femenino y la escritura de cartas mucho más. En circunstancias normales, hasta Penn le habría pedido a una de sus hermanas que le escribiera una nota a su esposa por él. Pero era un pastor de la Iglesia y había dominado el difícil arte de sostener una pluma entre las garras, y además le parecía que lo que quería decirle a Felin era de naturaleza privada, lo suficiente como para que fuera necesario que lo escribiera personalmente.
«Querida mía», escribió con cuidado. «Espero que tanto los niños como tú estéis bien. Mi padre ha muerto, como esperábamos, que su alma vuele libre. Selendra y yo saldremos para Benandi pasado mañana y deberíamos llegar a tu lado en el tren de la tarde. Creo que es necesario que me lleve conmigo a la sirvienta de mi padre, Amer, que fue mi niñera cuando era dragoncito. Desea acompañarnos a nosotros en lugar de ir a la hacienda de Daverak, por razones que me temo que son en su mayor parte sentimentales y que me temo mucho que la Eminente» (y aquí se refería a la eminente Benandi) «no aprobará. Amer sin duda nos será muy útil con los niños y será una gran ayuda en la cocina, pues es muy hábil a la hora de elaborar conservas y pociones».
Después de pensarlo un momento, tachó las dos últimas palabras y se planteó volver a copiar la carta, rechinó los dientes y dejó las cosas como estaban. Penn ya había decidido no confiarle a Felin el intento de seducción de Selendra por parte de Frelt. Se dijo que inquietaría a Felin sin motivo, pero en el fondo sabía que eso haría que su esposa desconfiara de su hermana, lo que llevaría a crear una situación familiar muy desagradable para él. «Sé que le darás la bienvenida y considerarás el derroche de tener otra sirvienta como algo que podemos soportar», escribió pensando que era la mejor forma de abordar el asunto con su esposa. «Sin embargo, la eminente Benandi, que se toma tanto interés por los asuntos de sus dominios, quizá no lo vea de igual forma y es posible que interfiera de un modo que yo encontraría intolerable. Así pues, alquila ocho caballos de tiro más para llevarnos a los tres a casa desde el apeadero, en el carruaje. Es un despilfarro, pero un despilfarro por el que podemos soportar los reproches de la eminente Benandi, mientras que si Selendra volara y Amer caminara detrás, con toda seguridad la dama empezaría a creer de inmediato que no podemos permitirnos otra sirvienta». Penn sabía, o creía saber, cómo manejar a su bienhechora.
Había aprendido esos pequeños engaños o, como él prefería considerarlos, informaciones inconclusas, del hijo de la noble dragona.
«Que sepa que has alquilado los caballos de tiro, y si lo deseas, quéjate con ella de mis derroches». Así Penn le ordenaba a su esposa que escuchara el sermón y le permitía, si así lo deseaba, que tomara partido por su bienhechora y se pusiera en contra de él. Quizá hubiera entendido a la eminente Benandi, pero hasta ahora sabía muy poco de Felin. Eso le pareció todo lo que era necesario decir y, dado que se estaba acercando al final de la página, le recordó de nuevo que esperaba estar con ella para la cena dos días después, es decir, el cuarto día de la primera semana del mes de cambiodehoja. Añadió sus mejores deseos para ella y los niños. Luego, bastante satisfecho consigo mismo, selló la carta, le puso la dirección e hizo que Amer la bajara y la añadiera al correo que se recogería en la estación Agornin esa tarde.
El ilustre Daverak voló a Agornin a la mañana siguiente, como habían dispuesto. Su intención era tomar posesión formal de la heredad y escoltar a Haner a Daverak con él. Llegó no mucho después de que la familia hubiese desayunado, un momento lleno de melancolía pues ahora que la partida estaba tan cerca las dos hermanas se sentían inclinadas a llorar siempre que veían a la otra. Se reunieron todos en el saliente al terminar de comer y, aunque las nubes estaban bajas, pronto vislumbraron a Daverak que batía las alas con firmeza al acercarse a ellos.