Garras y colmillos (4 page)

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Authors: Jo Walton

BOOK: Garras y colmillos
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La fina capa de educación que cubría la profunda herida de la ira se había mantenido en su sitio durante la despedida. En cuanto los ilustres Daverak se fueron, Penn acompañó a Frelt abajo, a la Puerta del Pastor, para despedirlo y apresurar su partida. Los otros tres permanecieron donde estaban; la cólera empezaba a romper la calma mientras contemplaban la vista que tan bien conocían y que pronto dejarían atrás para siempre.

El sol se estaba poniendo entre una hoguera de nubes por el oeste del valle, convirtiendo en llamas las curvas y meandros del río, todavía con el brillo suficiente para que a los jóvenes les hiciera falta protegerse los ojos con los párpados exteriores. Era el último día del mes de altoverano. Los cultivos estaban muy crecidos en los campos cuadrados, extendidos como una labor de retales verdes y dorados bajo ellos, perfilados por los irregulares setos vivos. Aquí y allá se veían edificios bajos, revestidos de un suave color rojo, establos para el ganado y pocilgas para los cerdos. No se veía ninguna morada de dragones, ya que los granjeros de Agornin vivían, según la antigua costumbre, en su propia sección de la hacienda del digno. Aves ocultas cantaban su cántico del atardecer, respondida por el grito de algún cordero lanar que salpicaba las laderas inferiores de la colina. Berend y Daverak, que volaban al sur con los fuertes vientos, ya casi habían desaparecido de su vista. Su carruaje seguía la carretera del sur hacia el arco lejano del puente.

—Al menos tendremos el oro —continuó Haner después de un momento.

—Lo que queda de él —dijo Avan. El oro se había contado, dividido y valorado en unas ocho mil coronas para cada uno—. Y es mucho más fácil conseguir oro que carne de dragón para alguien de mi posición, o de la vuestra. Me atrevería a decir que padre os dejaba tomar un poco en ocasiones, pero no es probable que eso continúe.

—Penn no tendrá nada que dar —dijo Selendra con tristeza pero con toda la intención de defender a su hermano sacerdote.

—Y en cuanto a ti, Haner, todos acabamos de ver un ejemplo de la generosidad de Daverak —dijo Avan—. Vaya, ojalá pudiera llevaros a las dos a Irieth conmigo, pero eso es imposible. Si alguna vez me establezco, enviaré a buscaros de inmediato.

Las hermanas contemplaron los campos, los ojos les giraban con lentitud.

—Eres muy amable —dijo Sel por fin—. ¿Pero no cambiarás de opinión y te quedarás aquí?

—Sería una locura —dijo Avan—. Si midiera el doble quizá me arriesgara en estas circunstancias. Eso era lo que nuestro padre esperaba a largo plazo, benditos sean sus huesos, pero no llegó a vivir lo suficiente. Tal y como están las cosas, ya os lo he dicho, no funcionaría.

—Pero tendrías a los débiles —aventuró Haner—. Podrías crecer.

—No hay tantos débiles en una heredad de este tamaño. ¿Querrías que fuera un digno como Monagol, que se lanza en picado después de cada nacimiento para llevarse a un dragoncito, ya sea débil o no, diciendo que la familia no puede mantener a tantos? Esa no es forma de comportarse para un dragón honorable. No hay necesidad de hacer algo así. Aunque cuando pienso en lo que hizo Daverak, sería capaz de achicharrarlo.

Las dos hermanas reconocieron en aquel comentario una amenaza vana, pues sabían que su hermano todavía tardaría muchos años en escupir fuego. Los ojos plateados de Haner se llenaron de lagrimas, era una de las expresiones favoritas de su padre. Incluso con Bon Agornin habían sido palabras más que hechos, pero, al tiempo que contenía las lágrimas con un giro de pupilas, Haner distinguió la cicatriz del campo de maíz en el que su padre había carbonizado a un granjero contumaz cinco o seis años atrás.

—Pero os diré qué —dijo Avan con un gran aletazo—. Podría demandarlo.

—¿Demandarlo? —preguntó Haner asombrada—. ¿No sería terriblemente caro?

—Tú misma has dicho que tenemos el oro —dijo Avan—. Tenemos todos los derechos de nuestra parte. Tengo una carta de mi padre que establece con toda claridad que nosotros tres debíamos compartir lo que dejó. Se puede obligar al ilustre Daverak a…

—¿A qué? —lo interrumpió Sel—. No puede devolvernos lo que se ha llevado y ¿cómo iba a indemnizarnos? ¿Dónde va a conseguir el cuerpo de un dragón adulto para dárnoslo? No es desde luego un crimen por el que lo fueran a ejecutar, incluso aunque quisiéramos dejar a nuestra hermana viuda y a sus hijos sin padre.

—Los tribunales entregan los cuerpos de los que son ejecutados y que no se deben a la víctima; con ellos se indemnizan casos como los nuestros —explicó Avan mientras se elevaba un poco del suelo por la emoción—. No ejecutarían a Daverak, claro está que no, pero le harían pagar un ala y nos asignarían uno de los criminales que sobran. Si fallaran a nuestro favor, claro. Daverak pagaría. No podríamos fallar.

—¿Cuánto costaría? —preguntó Selendra haciendo volver a su hermano al suelo de un golpe—. Tú mismo has dicho que el oro no es tanto. Lo que nos corresponde quizá apenas sea suficiente para proporcionarnos una dote a Haner y a mí, aunque no si deseamos casarnos con dragones ricos. Tú tienes un medio de ganarte la vida y prosperar, las doncellas como nosotras no. El oro y nuestra persona es todo lo que tenemos. Yo preferiría tener el oro antes que la carne si llegáramos a eso.

—Los juicios son caros, cierto, pero no será mucho más de lo que a mí me corresponde —dijo Avan mientras se acomodaba en el saliente un poco avergonzado. Ya había amasado una cierta cantidad de oro, que podía añadir a su herencia—. No estaba pensando en pediros que contribuyerais. —Al decir que en Irieth era más fácil obtener oro que carne de dragón decía la verdad, pero su última afirmación no era más que una mentira piadosa. Había calculado que la demanda costaría lo que habían heredado los tres. Pero allí sentado, en aquel saliente tan conocido, con sus dos hermosas hermanas, sabía que no quería bajo ningún concepto robarles su porvenir.

—¿No sería mejor pedirle primero con amabilidad una compensación? —preguntó Haner.

—Penn intentó ser educado y eso no lo llevó a ningún sitio. No, una sólida carta legal es lo que se necesita y si eso no es suficiente, entonces habrá que llevarlo a los tribunales para obtener lo que se nos debe. —Avan se sentía como si midiera veintiún metros al decir eso, el audaz protector de sus hermanas, un dragón con el que había que tener cuidado.

6
Las intenciones de Frelt

La parroquia del bienaventurado Frelt se encontraba quizá a unos diez minutos de vuelo al este de Agornin, más allá de la montaña. Pero debido a la geografía del terreno subyacente, eso significaba dos o tres horas de marcha para un dragón fornido. Si a Frelt le hubieran ofrecido una noche de descanso la habría rechazado, pero le parecía un poco despótico por parte del clan echarlo sin más refrigerio que la pata bien mordisqueada que Daverak le había tirado en la cueva subterránea. En cualquier funeral bien organizado al pastor se le daba fruta y cerveza además del consumo al que tenía derecho de los ojos del fallecido. Mientras se despedía con tono seco pero cortés y miraba la carretera ascendente que debía tomar, sin un trago de agua siquiera, sintió que estaba pagando un alto precio por su anterior victoria.

Penn hizo la despedida tan breve y formal como le fue posible. Había observado la prisa que tenía Berend por sacar de allí a los suyos y había sentido una cierta simpatía por ella. En general él era también un dragón amante de la paz y odiaba las riñas y las explosiones. Incluso antes de convertirse en pastor de la Iglesia, en muy pocas ocasiones había iniciado un combate. Lo último que necesitaban ahora era una larga estancia que alimentara las llamas de la animosidad. Penn se conocía bien. Después de seis meses o un año en su propia feligresía, con su esposa, que le traía las comidas que le gustaba tomar en su acogedor comedor, sería capaz de soportar ver al bienaventurado Frelt e incluso al ilustre Daverak con ecuanimidad. En este momento, casi no era capaz de despedirse de Frelt en el nombre de los dioses sin arrancarle todos los miembros uno por uno.

—Y que tenga un buen viaje de vuelta a Benandi —dijo Frelt con un entusiasmo del que Penn desconfiaba.

—Me quedaré aquí un día o dos, luego escoltaré a mi hermana Selendra de vuelta conmigo —dijo Penn, con brusquedad pero sin poder evitarlo.

—¿Solo Selendra? —preguntó Frelt—. ¿Qué ha de ser entonces de Haner?

La visión de Penn se concentró en Frelt y sintió que apretaba las garras de forma involuntaria. Lo que implicaba la pregunta de Frelt, que la familia podría dejar que Haner se las arreglara sola, lo llenaba de cólera. Luego recordó la confesión de su padre. Un dragón cuyo padre se ha comido a sus hermanos no tiene mucho derecho a poner objeciones cuando alguien sugiere que podría abandonar a los suyos.

—Haner vivirá bajo la protección del ilustre Daverak en el futuro —dijo Penn, con tanta serenidad y calma como le corresponde a un pastor de la Iglesia.

—Entonces deséele a ambas también un feliz viaje de mi parte. Que Jurale se ocupe de que ninguno de ustedes se fatigue o sufra sed durante el camino.

—Gracias —dijo Penn, aunque entendió perfectamente que Frelt esperaba que le proporcionaran algún refrigerio más para su pequeño viaje.
Que beba en los charcos de lluvia
, pensó Penn mientras sonreía y levantaba un brazo para el formal ritual de despedida.

Furioso, Frelt se puso en marcha por el rocoso camino. Se haría de noche antes de que llegase a casa, y había despedido a sus sirvientes hasta el día siguiente antes de venir. Ojalá tuviera una esposa que lo esperara levantada y le preparara carne y un poco de refrescante fruta a su regreso. Podía permitirse tenerla. No había heredado más que un pequeño depósito de oro de sus padres, pero su parroquia era próspera y él no tenía hábitos caros. Lo había examinado todo a fondo siete años antes, cuando había pretendido la mano de Berend. No cabía duda de que podía permitirse una esposa, y dragoncitos si no eran demasiados. Una esposa le sería de gran ayuda. Sin embargo, al verse defraudado no lo había vuelto a intentar. Había estado demasiado ocupado peleándose con el viejo Bon y, además, no había ninguna en el distrito lo bastante bonita para llamarle la atención. Era demasiado exquisito, pensó mientras seguía caminando, tenía un gusto demasiado refinado. Su primera opción se había convertido en ilustre. No se podía esperar que después de eso se conformase con la hija de algún granjero, o peor aún, con la hija de algún digno que le doblara la edad y a la que estuviera empezando a endurecérsele la papada. Y sin embargo, desde el matrimonio de Berend eso era todo lo que el distrito tenía que ofrecer. Quizá debiera acercarse a Irieth una primavera y echarles un vistazo a las doncellas que desplegaban las madres en el mercado del matrimonio, podría elegir una allí. Quizá todas dijesen que querían un eminente, un augusto o un distinguido y que se conformarían con un ilustre, pero había más doncellas que augustos para contentarlas. Frelt sabía que había muchas que se alegrarían de tener a un acaudalado pastor de la Iglesia, con buenos ingresos, nueve metros de largo y que ya estaba empezando a acumular algo que dejarle a sus hijos.

Siguió subiendo el penoso camino, colina arriba, con el sol poniente calentándole la espalda. No le molestaban los cordones rojos que le ataban las alas. Estaba orgulloso de ellos, orgulloso de su forma de soportar las molestias. Sabía que algunos pastores de la Iglesia habrían considerado que estas circunstancias eran justificación suficiente para quitárselos y volar a casa. Frelt se preciaba de no hacerlo, de que su devoción interior se reflejara en la obediencia exterior que le prestaba a cada uno de los artículos de su religión. Todavía quedaban unos cuantos clérigos en Tiamath que volaban todos los días, que se ponían los cordones solo cuando predicaban, y él los condenaba como hacía todo dragón bien pensante. Eran pocos pero había algunos que llevaban los cordones hasta que las circunstancias se ponían difíciles, hasta que los cordones empezaban a irritarlos, hasta que tenían que cruzar montañas por un largo camino cuesta arriba. Frelt los condenaba de igual forma. Los pastores de la Iglesia eran inmunes y por tanto llevaban las alas atadas con cordones rojos en señal de ello, y así pues caminaban. No compartía la opinión de los extremistas que decían que todo el mundo debería ir caminando el primerdía, aunque sí que pensaba que ir a pie a la iglesia era de buena educación, a menos que el viaje fuera demasiado difícil. Pero los pastores de la Iglesia deberían caminar, todo el tiempo, incluso cuando resultara inoportuno, y eso hacía Frelt con diligencia. Ojalá tuviera a alguien con él a quien impresionar, o que alguien lo estuviera esperando en casa para traerle una copa, admirar su fortaleza y exclamar ante la larga distancia que había recorrido. Una esposa. A Berend ya la había perdido, pero necesitaba una esposa.

Por primera vez pensó en las hermanas de Berend. Nunca les había prestado mucha atención. Cuando había cortejado a Berend no habían sido más que simples dragoncitas y no había existido mucha relación entre la parroquia y Agornin desde que habían crecido. Apenas las había visto salvo en la iglesia. Pero hoy se había fijado en ellas y ambas eran bonitas y estaban en edad de merecer. Sostuvo ante sus ojos el recuerdo de las dos jóvenes mientras seguía caminando. Selendra tenía un color dorado una pizca quizá más brillante que su hermana, y el clérigo pensaba que tenía la mirada un poco más perspicaz, más violeta, como Berend. Haner era sin duda más pálida y soñadora, con los ojos plateados, El sacerdote dudó un momento, con el pie extendido. ¿No le convendría quizá más una dragona más callada como esposa? El querría una cierta comodidad doméstica y la admiración de una esposa, no drama y grandes emociones. Pero la vivacidad acompañaba con frecuencia a la resistencia. Quería una esposa que le diera dragoncitos y viviera para ser su compañera, no que se fuera consumiendo y lo dejara viudo después de la primera nidada.

Selendra, entonces. Siguió adelante, con cuidado, pues el sol se había puesto y el camino se oscurecía. Pero Selendra era la que se iría con Penn, mientras que Haner iba a unirse a la hacienda de Berend. Los parientes de Haner propiciarían sus intenciones mientras que Penn quizá se opusiera al matrimonio cegado por la cólera por la decisión de hoy. Volviendo la vista atrás, había sido una decisión absurda, comprendió. Si hubiera pensado antes en casarse con una de las doncellas, habría sido más conveniente para sus intereses ponerse del lado de Penn y asegurarse de que se les diera la parte de carne que les correspondía. Como clérigo, tendría suficiente para su esposa, pero no en abundancia. Pensó en el pequeño y verde Lamerak y se estremeció. Deberían matar a aquel dragoncito, no consentirlo más. Su hermana había sido de un color dorado pálido, con apenas un leve rubor verde. Su decisión debería haber sido contraria a Daverak y haber permitido que comieran los más jóvenes, luego Haner y Selendra habrían estado mejor alimentadas y se lo habrían agradecido. Ya era demasiado tarde. Tendría que contar con la gratitud que sentirían al casarse y recibir su propia hacienda en lugar de vivir como parientes pobres.

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