Garras y colmillos (6 page)

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Authors: Jo Walton

BOOK: Garras y colmillos
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—Bienaventurado Frelt, ¿en qué podemos servirle? —preguntó Selendra—. ¿Le apetecería desayunar con nosotros?

—Gracias, respetada Agornin. Sería un placer.

Selendra se volvió y los dos empezaron a subir hacia las partes altas de la hacienda. Cuando el pasillo se ensanchó de tal modo que pudieron caminar uno al lado del otro, Frelt aprovechó de inmediato la circunstancia para ponerse al lado de la joven. Sonrió de nuevo a Selendra con la esperanza de que la muchacha se fijara en la fuerza y uniformidad de sus colmillos. La joven no le devolvió la sonrisa sino que lo contempló con el semblante grave.

—¿Ocurre algo? —preguntó la dragona—. No esperábamos verlo hoy. —Lo único que se le ocurría que hubiera podido llevarlo allí era la irregularidad del funeral, cosa que ella sabía que sus hermanos no querrían discutir con ningún extraño, y mucho menos con Frelt.

—Mi respetada Agornin, no ocurre nada, nada en absoluto. Solo he venido una vez más para presentarle mis respetos a su familia y para ver si pudiera servirles de algo en estos momentos de dolor. —Era un discurso tan anodino que se lo podría haber dicho cualquier pastor de la Iglesia a cualquier joven doncella de luto reciente, pero Frelt lo suavizó con otra sonrisa, esta mucho menos natural.

Selendra se lo tomó de forma literal y no terminó de entenderlo.

—Se lo agradecemos, por supuesto, pero mi hermano Penn sigue aquí si necesitáramos un pastor; el funeral ha terminado y no creo que haya nada que usted pueda hacer.

—He venido a presentarle mis respetos a usted, Selendra —dijo Frelt mientras hacía girar un poco sus ojos oscuros de una forma que resultaba bastante inconfundible—. Dado que se va a ir pronto y no hay mucho tiempo, no he querido esperar.

Por mucho que Frelt fuera un clérigo rural, había pasado cierto tiempo entre la buena sociedad de Irieth y en circunstancias normales se consideraba un dragón más sofisticado que los que lo rodeaban. Sabía que aquel no era un comportamiento que tolerara la sociedad, y no era en absoluto el comportamiento que había tenido cuando había pretendido a Berend. Pero el tiempo no estaba de su lado y quería aprovechar la oportunidad. Pronto llegarían a las partes más secas y habitadas de la hacienda y no sabía cuándo volvería a disponer de un rato a solas con Selendra. Además, había estado pensando tanto y con tal concentración en su plan que casi se había olvidado de que Selendra jamás había pensado en él como amante, de hecho, apenas había pensado en él en absoluto. El clérigo quería solucionar las cosas entre ellos antes de empezar a hablar con los hermanos de la joven.

Selendra se paró en seco, incapaz de entender mal sus intenciones, y sobre todo el uso que había hecho de su nombre de pila, pero le había asombrado de tal modo su declaración que ya no pudo controlarse las piernas. Frelt, que no había anticipado aquella reacción, dio otro paso y estuvo a punto de tropezar con la cola de ella.

—¿Cree que podría llegar a interesarse por mí? —preguntó Frelt al tiempo que recuperaba el equilibrio, se inclinaba sobre ella, la miraba a los ojos y le ponía una garra en el brazo.

Para Selendra, aquello era lo más parecido que había vivido a una pesadilla. Ningún dragón macho se había acercado tanto a ella, salvo su padre y sus hermanos. El pasillo era oscuro, claustrofóbico y más bien húmedo. Jamás había conocido bien a Frelt pero siempre le había disgustado, jamás había pensado que fuera suficiente para Berend. El clérigo se inclinó un poco más aún sobre ella, muy consciente de que la joven era doncella y tal cercanía podía despertar en ella el amor. Su intención había sido utilizar los argumentos, pero ahora que la tenía tan cerca se sentía casi arrebatado por su aroma.

Selendra sintió que se le elevaban las alas, aunque no había espacio para ellas, y rozaron las telarañas de la parte superior del pasillo. Las volvió a plegar de golpe al costado y al hacerlo recuperó el control de sus sentidos y pudo apartarse de él un paso o dos.

—Soy consciente del honor que me hace, pero mi respuesta es no —dijo Selendra; pronunció el discurso establecido que se les enseña a todas las dragonas doncellas, pero con un tono de voz aterrado—. Jamás vuelva a hablarme de este tema —dijo con tanta firmeza como se atrevió a utilizar mientras se apartaba poco a poco de él.

—Tengo una buena parroquia en las montañas y soy el pastor de seis heredades —dijo Frelt haciendo caso omiso de su rechazo; sabía bien que todas las hembras rechazaban la propuesta la primera vez—. Si se casara conmigo sería la señora de su propia hacienda y no tendría que dejar el campo que ama. A las esposas de los pastores de la Iglesia no se les prohibe volar.

—He dicho que no —dijo Selendra mientras se volvía y se escabullía pasillo arriba dejando que las palabras flotaran hasta él con el viento del corredor—. No creo que sepa lo que está diciendo, señor. No me conoce y no puede hablar en serio cuando solicita casarse con mi persona. En otro tiempo amó a mi hermana Berend, lo sé.

—Oh, eso fue hace mucho tiempo, cuando usted no era más que una dragoncita. Antes de ver su belleza amé a su hermana, que era la sombra de lo que usted llegaría a ser. —Frelt se sentía bastante orgulloso del discurso que había preparado mientras cruzaba las montañas, por si acaso la joven se refería a su anterior galanteo. Ojalá pudiera pronunciarlo en mejores circunstancias, Selendra se estaba escabullendo de él tan rápido como podía y no le resultaba fácil alcanzarla, así que casi tenía que gritar y no tenía la seguridad de que ella lo oyera.

—¡Mi respuesta es no! Por favor, no me incomode más —le rogó Selendra ya casi llorando; corría haciendo pequeños vuelos siempre que la altura del techo lo permitía. Frelt la perseguía tan rápido como podía, pero con las alas atadas estaba en clara desventaja.

Selendra estuvo a punto de entrar de golpe en el comedor donde estaba su familia reunida, con Frelt todavía tras ella. Por fortuna recuperó el juicio cuando puso una distancia suficiente entre los dos, así que pudo darse la vuelta y mirarlo en la amplia sala situada entre la salita y el comedor.

—Ya está bien, señor y lo digo en serio —dijo la joven dragona—. No, no se acerque más, es usted un pastor de la Iglesia y sé que me estaba haciendo una oferta honesta y no pretende mancillarme.

Mancillarla estaba bastante más cerca de los pensamientos de Frelt de lo que habría querido admitir, pero también estaba más tranquilo después de la persecución y se detuvo como le ordenaron.

—¿No querrá tomarse un poco de tiempo para considerarlo? —preguntó Frelt—. ¿Debo considerar mis esperanzas frustradas para siempre?

—Sí, sí, para siempre —respondió Selendra, todavía un poco agitada—. Ahora váyase, por favor, si ese era su propósito al venir aquí. —Una vez más repitió la rutina de rechazo, comiéndose las palabras en su precipitación por decirlas—: Soy consciente del honor que me hace pero mi respuesta es no. Por favor, créame, bienaventurado Frelt. —La joven puso la mano en la puerta que llevaba al comedor—. Mis hermanos están aquí y yo estoy bajo su protección.

Frelt sintió que se formaba un gruñido en lo más profundo de su garganta. No tenía por qué haber dicho eso. Era un pastor respetable, no un bandido cualquiera. Por un momento olvidó que había esperado llevársela y arreglar las formalidades más tarde. Incluso olvidó lo cerca que había estado de ella y que hasta podría haber conseguido su objetivo a pesar de la negativa femenina. Se dio la vuelta malhumorado y ante él se presentó el largo corredor que debía bajar, y tras él el largo camino a casa, y una vez más se enfrentó a él sin haber tomado refrigerio alguno.

III. La promesa de las hermanas
9
El color de Selendra

Los tres dragones levantaron la vista de la ternera cuando Selendra abrió la puerta del comedor y atravesó el arco. Era una robusta puerta de madera, ajustada y antigua que crujió bajo la mano de Selendra. Algunos dicen que las puertas de madera son yargas y por tanto aborrecibles, que los cargan de mantillas, confesiones y carne cocinada; otros dicen que sencillamente están pasadas de moda de momento. Bon Agornin se había sometido lo suficiente a la moda para quitar la puerta de su salita, pero había insistido en que la tradición debía imponerse en lo que se refería a su comedor. Los hermanos disponían por tanto de la protección y cautela que permite una puerta y se prepararon para recibir a su hermana y, como aún imaginaban, al bienaventurado Frelt.

Selendra entró un poco confundida. En un momento determinado estaba ruborizada hasta casi adoptar un tono rosa, y al siguiente empalideció, más pálida incluso que el acostumbrado tono dorado suave de Haner. Cerró la puerta tras ella y se quedó un instante dándole la cola a su familia.

—¿Qué ocurre? —le preguntó Haner de inmediato.

—¿Dónde está Frelt? —se interesó Penn solo un segundo después.

Si a Selendra se le hubiera dado tiempo para serenarse, quizá hubiera podido pergeñar alguna respuesta a todas estas preguntas. Sabía que una doncella dragón no debía traicionar ninguna agitación después de rechazar una proposición de matrimonio. Sin embargo, la agitación era interna, no le dieron tiempo y no podía por menos sentir que la propuesta no había sido muy decorosa. Se volvió para mirarlos.

—Frelt se ha ido —le respondió a su hermano—. Y yo estoy un poco nerviosa —informó a su hermana. Se acomodó en el suelo y Avan le pasó en silencio una pata de ternera. La joven la cogió pero tardó un momento en empezar a comer. Los otros la miraron fijamente.

—¿Ido? —preguntó Penn al reponerse—. ¿Sin esperar a hablar del asunto que le haya traído aquí?

—No tenía ningún asunto —dijo Selendra—. O más bien, yo era ese asunto. Vino a declarárseme y lo hizo, yo lo rechacé y se ha ido. Eso ha sido todo. —Pocas veces se ha sentido una doncella menos satisfecha con una declaración inoportuna. La joven se hundió aún más en el suelo, volvió a ruborizarse y quedó reducida aun estado próximo a la parálisis.

—¿Se te… acercó? —preguntó Haner.

—Si lo hizo, haré que lo arranquen de la Iglesia —dijo Penn al tiempo que se ponía en pie con gesto colérico.

—Y yo lo haré pedazos en cuanto haya perdido la inmunidad —dijo Avan mientras las alas se le elevaban solas—. ¿Selendra?

—No me ha hecho ningún daño —dijo enseguida Selendra—. No me atacó. Pero se acercó lo suficiente para angustiarme, y al parecer he perdido la compostura.

—¡Estás rosa! —declaró Penn, aunque en ese momento la joven estaba casi blanca—. ¡Si ha sido él, se casará contigo como compensación!

—¡Pero eso es lo que él quiere! —dijo Selendra ruborizándose de nuevo y separándose un poco de su hermano sin levantarse—. Vino aquí con la esperanza de convertirme en su esposa. Lo odio y jamás me casaré con él.

—No deberías haber estado a solas con él —dijo Avan.

—¡Un pastor de la Iglesia! —dijo Haner; aquel comentario la había ofendido y se sentía obligada a defender a su hermana—. A los clérigos siempre se les sale a recibir, ya lo sabes, porque no pueden volar a las entradas habituales. Estabas allí cuando Sel dijo que iba a recibirlo y tú mismo nos dijiste que había ido con tu permiso.

—Estaba abusando de su posición como pastor de la Iglesia —dijo Avan.

—No me ha hecho daño —insistió Selendra, pero la debilidad de su voz contradecía sus palabras—. No ha pasado nada, salvo que se ha declarado y yo lo he rechazado.

—Debería haberme pedido permiso para hablar contigo —dijo Penn con el ceño fruncido—. Un permiso que sin lugar a dudas yo le habría negado. Pero si estás rosa, querida mía, y me temo que eso parece, entonces ya es demasiado tarde para volverse atrás y debe haber una boda. Es sacar el mejor partido posible de una mala situación, ya lo sé, pero considera la alternativa.

—No estoy rosa, solo estoy perturbada; no estaré rosa en cuanto haya comido y descansado un poco —dijo Selendra mientras intentaba volver la cabeza y examinarse las escamas—. Jamás me casaré con Frelt. Es un matón, un santurrón y un cerdo pomposo.

Avan y Penn intercambiaron una mirada muy expresiva. Eran dragones que habían visto más mundo que sus hermanas, y la idea de lo que se podría hacer con una hermana que no era ni doncella ni esposa pesaba con fuerza sobre ellos. A Avan no le quedó más remedio que preguntarse si tenía algún conocido en Irieth que accediera a tomar a su hermana como consorte en semejantes circunstancias. No sería un matrimonio como el que él desearía, un matrimonio que le ofreciera a la joven una hacienda propia, pero había dragones que estaban ascendiendo en la capital y que quizá encontrasen la dote y conexiones de su hermana lo bastante atractivas para ello, a pesar de su rubor, aun cuando quizá no quisieran compartir su nombre y posición con ella. No era lo que escogería un dragón para su hermana, pero quizá fuera mejor que una boda con un pastor de la Iglesia al que la joven despreciaba y que la había arruinado de forma deliberada.

Selendra le dio unos cuantos bocados a la carne en silencio. Luego levantó la vista, tenía los grandes ojos de color violeta llenos de lágrimas y le giraban con rapidez.

—¿Por qué me miráis todos sin hablar? —preguntó—. No he hecho nada malo, nada. No he caído en desgracia. Me niego a ello.

—Pues claro que no —dijo Haner acercándose de inmediato a su hermana y envolviéndola en sus alas—. Ven a nuestra cueva y descansa, pronto volverás a encontrarte bien.

Las hermanas salieron juntas.

—¿Estoy rosa de verdad? —le preguntó Selendra a Haner en cuanto se quedaron solas—. ¿Tan rosa que todo el mundo lo ve?

—Solo un poco, a veces —respondió Haner—. Se te pasará enseguida, estoy segura, si no le dejaste acercarse mucho a ti.

—Pero es que lo dejé —admitió Selendra—. Me quedé tan sorprendida que no me pude mover, y él se acercó y se apoyó en mí.

—¿Y qué vamos a hacer? —preguntó Haner—. Penn habla muy en serio cuando dice lo de sacarle partido a una mala situación, hará que te cases. ¿Pero qué otra cosa puedes hacer?

—Amer sabrá qué hacer —dijo Selendra con decisión—. Vete a buscar a Amer y dile lo que ha pasado. Si hay algo que podamos hacer para que recupere mi color, ella lo sabrá.

Selendra se dirigió a la cueva dormitorio y Haner se apresuró a ir a buscar a Amer.

10
La promesa de las hermanas

Amer chasqueó la lengua y soltó un bufido de aire caliente cuando Haner le explicó lo que había ocurrido, desahogó su rencor contra Frelt con unos cuantos improperios y luego le dijo a Haner que trajera a Selendra a la cocina. Puso agua a calentar.

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