Read Garras y colmillos Online
Authors: Jo Walton
—¿Fuera? ¿Cuando fue primerdía hace solo tres días y será primerdía de nuevo dentro de otros dos? ¿En qué estaba pensando mi madre para permitir algo así?
La muerte de Bon se había cernido de tal forma sobre la vida de Felin que había olvidado que podría haber alguien que no supiera nada, y la desconcertó un poco la broma de Sher.
—La Eminente tuvo que arreglárselas sin Penn un primerdía, aunque mi marido dispuso que el bienaventurado Hape viniera a ocuparse del servicio de la iglesia. Pero su padre se estaba muriendo, y ha muerto, así que la señora tuvo que acceder.
—¿El viejo Bon ha muerto? Siento mucho oírlo —dijo Sher con una mirada de arrepentimiento en sus grandes ojos oscuros—. Supongo que tú no lo conocías muy bien pero era un anciano dragón maravilloso, la roca de las montañas. Visité Agornin varias veces cuando estaba en la escuela. ¿Qué va a ser del lugar? Penn no puede ocuparse de él, claro está. ¿Y su hermano menor?
—No, aunque el anciano Bon esperaba vivir el tiempo suficiente para que pudiera —explicó Felin—. Avan, el hermano, no está a la altura, así que lo dirigirá el ilustre Daverak, que está casado con la compañera de nidada de Penn, Berend, y en último término será para uno de sus hijos.
—Recuerdo a Berend —dijo Sher con una sonrisa—. La veo de vez en cuando arriba, en Irieth, donde se comporta conmigo como una ilustre de lo más altanera, como si nunca la hubiera perseguido montaña abajo cuando estaba aprendiendo a volar. Pero bueno, es triste lo de Agornin. Penn debería habérmelo dicho, quizá yo pudiera haber ayudado a su hermano. Ya es demasiado tarde.
Ese ofrecimiento de ayuda cuando una vez más era demasiado tarde para ser de utilidad le pareció a Felin tan característico de Sher que no quiso responder.
—Debo ver a tu madre —dijo.
Si el interior de la Mansión Benandi no estaba sumido en el desorden que había descrito Sher era porque su madre era una magnífica ama de casa. Felin, acompañada por Sher, se abrió camino con su acostumbrada facilidad por el laberinto de las cuevas superiores y encontró a la eminente Benandi en su despacho, cerca de las cocinas.
Cualquier otra mañana, la Eminente habría estado encantada de ver a Felin. Esta era una de sus dragones favoritos, en la medida que la Eminente se permitía tener favoritos. No cabe duda que la Eminente se interesaba por Felin, le tenía cariño y la joven contaba con su aprobación, con toda la aprobación con la que podía contar. La propia Eminente había ayudado a educar a Felin y había dispuesto su matrimonio con Penn. Felin no era familia de los Benandi. Su padre, un dragón de noble cuna pero pocos medios, había sido compañero de armas del difunto marido de la Eminente, el eminente mariscal Benandi. Más o menos cuando Felin salió del huevo, los dos dragones estaban juntos en una escaramuza en la frontera yarga y ambos habían resultado heridos. El padre de Felin había muerto de sus heridas casi de inmediato. El mariscal se había recuperado hasta cierto punto, pero se había retirado a casa y le había dejado la defensa de la frontera a dragones más jóvenes. Al traer la noticia del fallecimiento de su amigo a su apenada esposa y dragoncitos (la noticia fue todo lo que pudo traer, pues el cuerpo ya lo habían consumido sus camaradas, como sigue siendo la costumbre inmemorial de los ejércitos), se los encontró pasando ciertos apuros económicos. El bondadoso y anciano mariscal se los trajo a casa, a Benandi, y les proporcionó una pequeña hacienda propia. El hermano de Felin, por desgracia, cayó enfermo y lo consumieron poco después, pero la madre y la hija siguieron viviendo bajo la protección del eminente mariscal Benandi hasta la muerte de este.
La eminente Benandi había empezado resintiéndose a la amabilidad que mostraba su esposo hacia estos extraños, pero poco a poco había llegado a administrar la situación por él y al final había empezado a sentir un cariño sincero por Felin, tanto cariño como era capaz de sentir por cualquiera que no fuera su único hijo, Sher. Había habido ocasiones, sobre todo en los años posteriores a la muerte de la madre de Felin, en las que la Eminente había tratado a Felin casi como a una hija. Una cierta frialdad había crecido entre ambas mientras Sher estaba en el Círculo, ya que cuando regresaba a Benandi de visita, el joven parecía estar desarrollando una inoportuna ternura hacia su compañera de juegos. Esa frialdad se disipó y quedó sustituida por una calidez aún mayor que antes cuando la eminente Benandi se dio cuenta de que su protegida estaba haciendo todo lo que podía para desanimar con dulzura a su hijo. La Eminente hizo entonces planes para encontrar un partido adecuado para su pupila, alguien que la Eminente considerara de su posición. Penn, amigo de la escuela de Sher y compañero del Círculo, iba a tomar los votos como sacerdote, y a los ojos de la Eminente parecía muy adecuado. Benandi estaba obligada a mantener a un pastor de la Iglesia propio y, por fortuna, el cargo había quedado vacante. La Eminente convenció a su hijo para que invitara a Penn a hacerles una larga visita. Una vez lo tuvo allí, se aseguró de proporcionarle oportunidades de sobra para enamorarse de Felin. Como era de esperar, pues Penn era un dragón formal y ya tenía edad para echar raíces, Felin y Penn se encariñaron. Una vez que se logró el compromiso, la eminente Benandi le ofreció al joven una forma de ganarse la vida y les permitió casarse de inmediato. Habría reaccionado horrorizada si alguien hubiera sugerido que había actuado con igual falta de decoro que si le hubiera dado una dote a Felin, pero el efecto fue muy parecido en cualquier caso.
Esta mañana, sin embargo, la Eminente estaba muy ocupada organizando su hacienda al agrado de su hijo y no quería que la interrumpiera nadie y menos el hijo cuya comodidad estaba preparando, y que con esta llegada inesperada había pensado tan poco en la suya.
—Sher, creí que te habías puesto cómodo fuera durante un rato. Buenos días, querida —añadió dirigiéndose a Felin.
—Buenos días, Eminente, no la molestaré mucho tiempo —dijo Felin al tiempo que besaba la mejilla que le ofrecía la anciana. La eminente Benandi era del color rojo oscuro de una rosa de damasco, mientras que Felin era del color de un cielo vespertino que presagia buen tiempo. La visión de las dos mejillas juntas hizo que Sher sintiera una punzada insólita. Recordó aquella breve época en la que, aunque apenas se le consideraba aún adulto, no había tratado a Felin como a una hermana. Por un momento deseó, o casi deseó, tener una esposa de escamas rosadas que saludara a su madre así y quizá lo recibiera a él de la misma forma. Durante años, desde que había dejado el Círculo, se había dado por contento malgastando tanto su tiempo como su oro. Pero ahora empezaba a alcanzar una edad en la que eso lo satisfacía menos que antes. Quería acumular oro en su dormitorio y no derrocharlo en entretenimientos ociosos, formar un hogar, proteger su heredad y engrandecerla si podía. Su madre siempre le había advertido que un día querría sentar la cabeza pero le asombraba ver, como les asombra a todos los dragones que tienen la fortuna de vivir tanto tiempo, que el impulso había caído sobre él por fin.
—Que los dioses te bendigan, Felin, pues tengo mil cosas que hacer hoy —dijo la Eminente mientras apartaba la carta que estaba escribiendo.
—Quería subir para decirle que Penn estará en casa mañana, con el tren de la tarde.
—Haré que envíen el carruaje —dijo la eminente Benandi al tiempo que tomaba nota de inmediato.
—Escribió para decirme que alquilara unos caballos de tiro extra para traerlo de la estación, ya que además de su hermana trae a casa a una de sus sirvientas.
—¿La joven trae su propia criada? —preguntó la Eminente mientras ponía los ojos un poco en blanco—. Ese tipo de pretensiones no es en absoluto lo que yo habría esperado de una de las hijas de Bon Agornin.
—Selendra es una doncella buena y callada por todo lo que Penn dice de ella —dijo Felin, que había apartado lo que realmente pensaba sobre el tema de Amer y Selendra y recitaba el papel que Penn le había impuesto—. La criada es para todos, para la casa. Será útil tener un poco más de ayuda en casa ahora que los dragoncitos ya han dejado de ser recién incubados. Será mucho más práctico tener a esta criada a la que Penn ya conoce y en la que confía que formar a alguien a partir de cero o contratar a una extraña.
—Jamás hay razón para contratar a una sirvienta extraña en Benandi —dijo la Eminente; había picado el anzuelo como Felin había sabido que haría—. Yo te habría proporcionado a la hija de un granjero a la que solo hay que enseñarle tu forma de hacer las cosas y cuyos padres habrían estado encantados de verla irse a un puesto así. Podría haberlo hecho en un instante si me hubieras dicho que estabas pensando en traer otra criada. —La Eminente creía que Felin había estado pensando de veras en coger otra criada, la creía como nunca habría creído a Penn si le hubiera contado la misma historia.
—Apenas había empezado a pensar en ello cuando me encontré con la dificultad resuelta de esta forma —dijo Felin extendiendo las manos con gesto humilde.
—Bueno, espero que sea una criada bien formada y obediente —dijo la Eminente—. La examinaré cuando tenga la oportunidad. Me sorprende mucho que el bienaventurado Agornin pensara que merecía la pena alquilar caballos de tiro para traerlos de la estación. No hay distancia. Dieciocho kilómetros, nada más. La criada podría haber caminado y su hermana podría haber venido volando. Qué derroche.
—No me cabe duda de que el viejo Penn puede permitirse un caballo de tiro o dos —dijo Sher sonriéndole a Felin de un modo que le hacía saber a la dragona que reconocía todas sus estratagemas, o más bien las de Penn, para tratar con su madre.
—Sin duda así es, ¿pero es eso prudente? —preguntó la Eminente—. ¿Es algo que hubiera hecho si lo hubiera reflexionado? El oro ahorrado hoy quizá sea la salvación de la familia mañana. Si el pobre padre de Felin hubiera ahorrado su paga del ejército, a su familia no le habría hecho falta vivir de nuestra caridad durante tantos años.
—Estoy seguro de que el alquiler de unos cuantos caballos de tiro no significa que los dragoncitos de Penn se vayan a morir de hambre en el camino —objetó Sher.
—No es una cosa sola, sino muchas tomadas juntas —replicó su madre con tono gélido, pues era una lección que deseaba haberle enseñado mejor a su hijo cuando era dragoncito.
—Penn en general no es derrochador —dijo Felin, la lealtad hacia su marido de nuevo anulaba la voz de su propio juicio—. Ya he pedido los caballos de tiro como me ordenó.
—Un pastor de la Iglesia debería dar ejemplo —dijo la Eminente.
—Estoy seguro de que aceptar en casa a una anciana criada es dar buen ejemplo —dijo Sher.
—¿Anciana? No demasiado anciana para trabajar, espero —la Eminente se abalanzó sobre el comentario.
Felin miró a Sher con el ceño fruncido y este le ofreció una sonrisa de disculpa.
—No sé su edad con precisión pero no puede ser una joven dragona, ya que fue la niñera de Penn. Mi marido dice que tiene mucha experiencia con dragoncitos —añadió Felin con la esperanza de que eso desviara la ira de la Eminente.
—Sentimentalismos —dijo la Eminente con desdén—. Espero que no se convierta en una carga para ti, Felin.
—Estoy segura de que será una gran ayuda —dijo Felin, aunque en privado estaba de acuerdo con la Eminente por completo.
—Debéis venir los tres a cenar mañana —dijo la Eminente—. Sube con la criada para que yo la conozca de antemano, luego podemos devolverla a casa y el bienaventurado Agornin puede presentarme a la respetada Agornin en el comedor. Queremos que se sienta como en casa entre nosotros. Pobre doncella, será difícil para ella alejarse de todo lo que conoce. Debemos ser amables y hacer que se sienta bienvenida.
—Llegarán en el tren de la tarde —dijo Felin—. Quizá sea un poco tarde para cenar mañana, ya que no querrá verlos cubiertos del polvo del ferrocarril. ¿No sería mejor posponerlo hasta el día después y de ese modo puedo traer a Selendra a conocerla por la mañana, que será más cómodo que si Penn la presenta en la cena?
La eminente Benandi se llevó la cabeza al costado y se quedó mirando el muro un instante.
—Muy bien —dijo, como si hiciera una gran concesión—. Pero en ese caso tú debes cenar aquí esta noche. No te he visto desde que Penn se fue y esta noche seremos solo la familia.
—Si, ven, por favor, bienaventurada Agornin, y sálvanos de sentarnos solos a cenar y sin duda asesinarnos por el cuerpo del marrano —añadió Sher.
Felin se atragantó pero intentó esbozar una expresión escandalizada en lugar de divertida.
—Aquí no necesitamos tus bastos chistes, Sher —dijo la Eminente—. No nos divierten en lo más mínimo.
—La dejaré ahora y la veré esta noche entonces —dijo Felin. Había logrado lo que quería su esposo, esa había sido su intención y no deseaba abusar del tiempo de su bienhechora. Sin tener la menor idea del efecto que eso causaba en Sher, la joven besó de nuevo la mejilla de la Eminente al irse.
La eminente Benandi no era muy dada a pensar en los días de la antigüedad, tan queridos por poetas y cantores, en los que los dragones vivían en cuevas en las cimas de las colinas, lejos de los demás y sin saber nada de la civilización. Si alguien le mencionaba por casualidad algo sobre la época anterior a la Conquista yarga, la anciana levantaba las alas a modo de pequeña indicación de desdén. Y sin embargo había oído, y quién no, muchas canciones espléndidas, románticas y sin duda inexactas sobre esos días, y había una cosa que se le venía siempre a la cabeza cuando pensaba en su hijo. En aquellos tiempos, los jóvenes dragones que habían desarrollado las alas se iban a recorrer el mundo y tener aventuras, como aún hoy desean hacer los jóvenes dragones, pero en aquellos tiempos las aventuras incluían amasar oro, no derrocharlo.
Durante los ocho o nueve años transcurridos desde que Sher dejara el Círculo, sus constantes derroches habían sido una fuente de tormento para ella. Los dragones por regla general piensan en términos de cientos de años, y cuando planifican familias y heredades con frecuencia en miles. A la eminente Benandi le provocaba un dolor casi físico ver que el oro que había llevado diez años acumular se deslizaba por las garras de su hijo en una noche en la mesa de juego. Los dragones jóvenes quieren aventuras, ya sea descubriendo princesas que raptar y caballeros con los que batallar, o cazando presas peligrosas todo el día y jugando a los dados durante la mitad de la noche. Hay algunos, como Bon Agornin y como, ojalá lo hubiera sabido esta dama, su hijo menor, Avan, que incluso se las arreglan para acumular una fortuna corriendo riesgos durante sus años más salvajes. Pero son más los que, como Sher, se desprenden de ella sin llegar a saber por dónde ha desaparecido el acopio de varios siglos.