Garras y colmillos (13 page)

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Authors: Jo Walton

BOOK: Garras y colmillos
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Algunos padres intentan aprovechar la bravura de sus hijos enviándolos al ejército, cosa que funciona bastante bien en tiempos de guerra pero que puede resultar ruinoso en tiempos de paz y en un regimiento popular. Otros organizan viajes por tierras lejanas, pero el romance y la aventura que en otro tiempo se encontraban en tierras lejanas están hoy, por ventura, con frecuencia en el mismo tamborileo de la caja de dados que se puede encontrar en casa, pero empuñada por hábiles dedos yargos. La eminente Benandi no había hecho ninguna de las dos cosas sino que se limitó a confiar en el buen sentido de su hijo, y estaba empezando a agotarse esa confianza cuando el joven volvió a casa de forma tan inesperada aquella mañana de finales de verano. La dama reconoció su vuelta por lo que era. En los días de las canciones, después de librar sus batallas y amasar su tesoro, un dragón noble, joven y fuerte volvía a su heredad cuando estaba listo para sentar la cabeza y en general se traía a su prometida con él. Incluso ahora esa solía ser la pauta, era la posibilidad de casarse con una doncella concreta lo que tentaba a un dragón a sentar la cabeza. Toda madre de hijas soñaba con que la suya fuese la doncella que llamara la atención de algún deseable dragón con título de nobleza que hubiese llegado a ese punto en su vida. La eminente Benandi daba gracias por no haber sido nunca madre de hijas y por haber criado solo un hijo que alterara su paz. Había albergado la esperanza de que a Sher nunca le llamara la atención ninguna doncella concreta, y ese había sido el caso salvo por aquella fase infantil con Felin, años antes. La Eminente había soñado durante todos aquellos años salvajes de su hijo que, cuando el joven sintiera el impulso de sentar la cabeza, ella pudiera elegir una nuera agradable y simpática con la riqueza y el rango adecuados a la posición de su hijo.

Lo que quería hacer era algo que habría sido más bien impensable en tiempos prehistóricos, no porque los dragones estuvieran entonces menos dispuestos a dejarse persuadir por sus mayores sino porque el que una madre sobreviviera tanto tiempo después del nacimiento de un hijo sería en aquel tiempo algo casi inusitado. La dama llevaba años visitando las heredades vecinas para conocer a las doncellas de las diferentes familias e incluso había subido a Irieth durante la temporada para echar un vistazo a la cosecha anual de hijas que se presentaban en sociedad. Sher había mostrado una indiferencia suprema hacia todo esto, y hasta ahora su madre le había dejado continuar así. Ahora que empezaba a mostrar signos de querer sentar la cabeza estaba claro que era el momento de presentarle los resultados de su trabajo.

La doncella favorita de la eminente Benandi en aquel momento era la respetada Gelener Telstie. Esta doncella era la sobrina del actual distinguido Telstie, así que si bien no ostentaba ningún gran título propio, provenía de una excelente familia. Su padre era pastor y muy bien situado en la jerarquía de la Iglesia, acaudalado y con esperanzas de convertirse en Santidad en la próxima oportunidad. Tenía dos hijos que mantener además de Gelener, pero dado que a su tío, el distinguido, no le sobrevivía ningún hijo, se esperaba que a uno de ellos lo adoptara la rama principal de la familia, mientras que el otro entraría en la Iglesia, donde su padre tenía excelentes influencias. Se decía que Gelener, que era la única hija hembra, tenía una dote de setenta mil coronas. Además de eso era una doncella de elegante comportamiento y su madre, que seguía viva, era muy amiga de la eminente Benandi. La bienaventurada Telstie, la madre, estaba deseando ver a Gelener bien casada, ya que su hija llevaba ya dos años buscando marido y estaba resultando bastante difícil de contentar. Sobre todas las cosas, la bienaventurada Telstie deseaba una alianza con la eminente Benandi y un título para su hija.

Así pues, la Eminente le había escrito aquella mañana a su vieja amiga para animarla a que viniera de visita y trajera a Gelener y que luego se quedara ella o dejara a su hija en Benandi durante algún tiempo. Esta era la carta que la visita de Felin había interrumpido. La eminente Benandi la retomó en cuanto la dejaron su amiga y su hijo. Si hubiera sabido que Sher estaba planeando venir a casa, habría organizado esta visita con mucha más antelación para que pareciera un encuentro casual. Eso podría haber hecho que las cosas parecieran más fáciles. A Sher no le gustaba sentirse pastoreado. Con todo, la madre estaba segura de que su hijo empezaba a anhelar una pareja y deseaba sentar la cabeza. Era una etapa en la que parecía que cualquier doncella joven y hermosa (y Gelener era hermosa, con una belleza fría y perfecta que era muy admirada en Irieth) conseguiría seducirlo. La eminente Benandi terminó la carta y la selló. Había temido que su hijo trajera a casa a una extraña que deseara echarla de su hogar. En otros momentos le había horrorizado pensar que fuera la hija de algún augusto, alguien que la desdeñara, o una artista de algún club, a quien ella desdeñase. Ver a cualquiera de las dos instalada en la posición de eminente habría arruinado su vejez. Gelener Telstie, con su belleza y sus setenta mil coronas, era alguien con quien podía compartir su hogar y por tanto exactamente lo que quería. Y si Gelener no le conviniera a Sher por alguna razón sentimental (los dragones jóvenes, bien lo sabía, se mostraban con frecuencia sentimentales, mira si no a Penn, que se había traído a casa a su vieja niñera), entonces tenía otra media docena de doncellas adecuadas en su lista de candidatas.

20
Llegan los viajeros

Era la primera vez que Selendra viajaba en tren, y encontró muchas tosas durante la primera hora de viaje que la interesaron y divirtieron. Después de eso, cuando las olas de vapor de la máquina y las vías que se unían a lo lejos dejaron de hechizarla, el viaje pasó sumido en una capa de tedio. Las vías del ferrocarril, por las necesidades de su raza, deben pasar por las zonas de cualquier paisaje más planas y menos pintorescas. Y si bien hay pocas zonas en Tiamath que sean planas por completo, la ruta que toma el tren entre Undertor y Benandi le parecía a Selendra que pasaba por todas ellas. La conversación no era posible, a causa del ruido de la máquina y del traqueteo de los vagones. Penn se sumergió en sus libros y Amer se acurrucó encima de los cofres de oro y se quedó dormida con la cabeza metida bajo el ala. Selendra pensó que ojalá tuviera espacio para acurrucarse al lado de su niñera. Leyó durante parte del viaje, pero una vez que terminó la novela que había elegido pronto se cansó del edificante libro de ensayos que Penn le había puesto en las manos.

La joven lo encontraba todo dolorosamente lento y deseaba elevarse por encima del tren y luego volver a bajar como veía que hacían otros pasajeros. Eso, por supuesto, era algo que no podía hacer una doncella bien educada, a menos que tuviera alguien que la acompañara, y para ese propósito Penn y Amer y sus alas atadas eran inútiles por completo.

Se alegró mucho al llegar al apeadero Benandi, pero le decepcionó descubrir que los esperaban el carruaje y los caballos de tiro. Penn no le había dicho nada de esta disposición.

—Creí que podría ir volando el resto del camino —dijo—. No está lejos y tengo las alas rígidas. No me perderé, puedo volar en círculos sobre el carruaje todo el camino.

—Hay sitio para todos en el carruaje —dijo Penn mientras ayudaba a subir a Amer. Esta parecía entumecida y agotada, y apenas podía doblar las piernas.

—Ya veo que lo hay, pero preferiría estirar las alas un poco —dijo Selendra—. Oh, Penn, por favor.

—Preferiría no empezar nuestra vida en común con una pelea —dijo Penn y apretó los labios. Selendra trepó al carruaje con gesto obediente y se encaramó lo mejor que pudo entre su hermano y los cofres. Amer trepó una vez más a la cima de las cajas que contenían la dote y cerró los ojos de inmediato.

Felin sabía a qué hora debía llegar el tren. Estaba esperando y en cuanto se vio el humo de su paso, alzó el vuelo desde su puerta y se elevó a los cielos para observar la llegada de los viajeros. Dibujó durante unos momentos círculos perezosos, se apoyó en el viento y dejó que este la llevara mientras examinaba el suelo en busca del carruaje, y fue entonces cuando se reunió con ella Sher.

—Estaba sentado ahí fuera y te vi aquí arriba —dijo el joven—. ¿Estás descuidando a tus recién incubados por el placer de volar o existe algún emocionante motivo que te traiga aquí arriba? Ah, sí, ahí está el carruaje que se arrastra hacia nosotros. Has subido para recibir a tu esposo y yo lo haré contigo.

—¿Tan pronto te aburres? —preguntó Felin.

Sher se echó a reír.

—Saludaré a Penn antes que tú —dijo mientras doblaba las alas para caer en picado. Felin no dudó un instante, se lanzó sobre él para atrapar el viento de las alas del macho y se abalanzó hacia el carruaje. Medía menos de la mitad que Sher, no llegaba a los nueve metros, pero no estaba en desventaja mientras se precipitaba hacia el suelo. Aunque él había salido primero, iban parejos cuando por fin se detuvieron, justo sobre el viento del campo y aterrizaron, sin aliento para reírse, al lado del carruaje.

Selendra había visto a su cuñada una vez, en la boda de Penn, cuando la única impresión que le había causado Felin había sido la de una doncella de un delicado color rosáceo, medio enterrada entre los pliegues de encaje de su velo. Al principio no la reconoció en esta bella visión del color de las llamas que se lanzaba en picado hacia ellos. Había levantado la vista minutos antes y cuando vislumbró dos dragones tan bellos haciendo cabriolas por el cielo abierto como si este les perteneciera, su corazón se llenó de alegría. Penn, por desgracia, reconoció a su esposa de inmediato, y también a su viejo amigo. Chasqueó la lengua en un gesto de desaprobación. Salir volando a recibirlos estaba muy bien, pero echar una carrera viento abajo con Sher era muy diferente. A la Eminente no le haría gracia cuando se enterara.

—Bienvenido a casa, Penn —dijo Sher mientras Felin seguía intentando recuperar el aliento—. Y mi más profundo pesar por la pérdida de tu padre.

—Gracias. No sabía que estabas aquí —dijo Penn bastante perplejo. Quería reñir a Felin, sobre todo porque le había impedido volar a Selendra, pero sabía que no podía hacerlo delante de tantos dragones. Penn estaba cansado y le hubiera gustado descansar antes de encontrarse en compañía de otros. Aunque Sher era su mejor amigo, jamás había sido capaz de olvidar el abismo social que los separaba y que se ensanchaba cada año.

—Llegué ayer. Sin avisar a mi madre, y sí, ya sé que es escandalosamente poco filial por mi parte. Y ya que estamos hablando de mis pecados, permíteme disculparme por tentar a Felin con ese clavado. Pero por Veld, me alegro de verte otra vez.

Penn balbució durante un momento pero no pudo decir nada. Felin sonreía. Los caballos de tiro seguían adelante con paso lento, y Felin y Sher caminaban al lado del carruaje.

—Eminente Sher Benandi, permítame presentarle a mi hermana, la respetada Selendra Agornin —dijo Penn refugiándose en la formalidad.

—Respetada Agornin —dijo Sher inclinándose ante Selendra al más puro estilo de la Cúpula. La joven se limitó a asentir pues no tenía ni idea de cómo reaccionar—. Ya nos conocemos —continuó Sher—. Usted no era más que un gusanito sin alas la última vez que estuve en Agornin, y no mostraba ninguna señal de que fuera a transformarse en una doncella tan encantadora.

Selendra fue incapaz de decir nada. Había estado mirando a Sher y ahora veía una admiración, sincera detrás del trillado cumplido, cosa que en sí ya era suficiente para desconcertarla. Para la mayor parte de las dragonas jóvenes habría significado muy poco, pero para Selendra resultaba bastante insólito. Había vivido muy recluida en Agornin y había frecuentado muy poco la escasa compañía de buen tono que podía ofrecer aquel lugar. Bajó la vista confundida.

—Debe de haber sido hace mucho tiempo —murmuró por fin.

—Felin, querida, ¿te acuerdas de mi hermana Selendra? —preguntó Penn continuando con las presentaciones a toda prisa.

—Pues claro —dijo Felin con una sonrisa dedicada a Selendra—. Solo nos vimos un momento, pero estoy segura de que vamos a ser muy buenas amigas.

—No me había dado cuenta de que sabías volar tan bien —dijo Selendra con la admiración reflejada en su voz—. En especial si se considera la montaña y los vientos de costado que hay aquí. Fue magnífico, estoy segura de que yo jamás podría hacer eso.

—Oh, vivo aquí casi desde que acababa de salir del huevo —dijo Felin halagada—. Conozco todos los vientos. Pero te llevaré conmigo y te los presentaré, pronto te acostumbrarás a volar aquí.

—Solo hay unos cuantos lugares que presenten alguna dificultad —dijo Sher—. No se preocupe por las ataduras de Penn, respetada Agornin, Felin y yo le mostraremos por dónde volar. ¿Caza usted?

—Nunca lo he hecho. No hay mucha caza por Undertor. Pero siempre he querido hacerlo —admitió Selendra.

—Debería haber recordado eso de Undertor. Penn también estaba deseando cazar la primera vez que vino, antes de convertirse en pastor de la Iglesia. Felin y yo tendremos que llevarla con nosotros.

—Sabéis que no apruebo que las hembras cacen —dijo Penn—. Si Veld hubiera querido que cazaran, les habría dado garras.

—¿Crees que se morían de hambre en los tiempos de antes de la Conquista? —preguntó Sher vehemente, pues sobre esa cuestión tenía opiniones muy firmes—. Algunos de los mejores cazadores de Tiamath son hembras, bueno, ¡el año pasado cacé al lado de la propia Grevesa! Fueron las armas las que expulsaron a los yargos tras la Conquista, cuando las simples garras resultaron ser insuficientes. Y estoy seguro de que no pretenderás mantener a Felin encerrada en casa… Caza desde que aprendió a volar. No, no cazó el año pasado y la última vez que estuve aquí para la temporada de caza, antes de empezar la puesta, pero seguro que…

—No tengo ningún deseo de cazar ahora que soy una dragona casada y madre —dijo Felin con suavidad. Penn la miró agradecido. Sher se detuvo, le había cortado las alas por segunda vez ese día.

Selendra inclinó la cabeza. Siempre había querido cazar pero vio que no le iban a dar la oportunidad. Esperaba que su nueva vida no fuera demasiado restringida. Se consoló pensando en la pobre Haner, cuyo destino era Daverak. Las cosas podrían ir mucho peor.

—Creo que voy a volver volando a la casa rectoral para preparar una bebida caliente para vuestra llegada —dijo Felin para romper el pequeño silencio que había crecido desde que había renegado de sus deseos de caza—. ¿Te apetece venir conmigo, Selendra?

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