Read Garras y colmillos Online
Authors: Jo Walton
El primerdía llegó dos días después, con el giro regular de la rueda de cinco radios de la semana. Por primera vez desde la merienda campestre, Selendra levantó la cabeza en la iglesia y se encontró con la mirada de Sher. No hizo más, pero se permitió mirarlo. La vida era corta y la muerte estaba en todas partes. Si, gracias a la misericordia de Jurale, Sher se encontraba allí, al otro lado de la iglesia, ella ya no pensaba prohibirse mirarlo.
A la mañana siguiente, Felin anunció durante el desayuno que iba a llevar a Selendra de visita a la sombrerera.
—Pero todavía estamos de luto por nuestro padre, no le hace falta un cambio de tocado —dijo Penn.
—No para dejar el luto, no, pero los pocos sombreros que tiene están desvencijados y tristes. Dentro de dos semanas estaremos en profundoinvierno, ¡y debería tener algo mejor que ponerse la Noche de Profundoinvierno que un sombrero que lleva usando casi a diario desde altoverano! Hoy no hace tanto frío y no llegan a dos horas de vuelo.
—No hay necesidad, Felin —murmuró Selendra. Su cuñada rechazó todas las protestas y partieron enseguida.
A Selendra le sentó bien volver a utilizar las alas. Apenas había salido desde la merienda en el campo, salvo para ir a la iglesia, a donde iba a pie, claro está. Ya casi se había olvidado de la sensación de tener el viento en las alas y del aspecto que tiene el mundo bajo la luz del sol. Desde arriba el mundo era un torbellino blanco, interrumpido solo por la oscuridad de los abetos y las líneas rectas y oscuras de los raíles cuando pasaban sobre ellos.
—Hace frío, pero hace un tiempo glorioso para volar —dijo Felin después de un rato, y Selendra se alegró de asentir con todo el alma. Se sentía mejor que desde hacía semanas.
—¿Vamos muy lejos? —preguntó.
—No muy lejos, por desgracia —dijo Felin—. No sé por qué pero me encanta volar cuando hace frío. Mi madre lo odiaba. Decía que antes de la Conquista su familia provenía de climas más cálidos, donde ahora son todos países yargos, y que su sangre era demasiado fina para vivir aquí arriba.
Selendra se echó a reír.
—Debes de parecerte a tu padre —dijo. Ya había oído historias sobre el valiente padre de Felin, sobre todo en boca de Wontas, que llevaba su nombre.
El local de la sombrerera estaba en la pequeña ciudad de Tres Abetos. Hepsie, la sombrerera, no era tan moderna ni tan elegante como las de Irieth. Era la viuda de un dragón cuyas ambiciones no habían sido tan grandes como su valor. La dragona había emprendido esta profesión por pura desesperación después de la caída de su marido, con la esperanza de darle de comer a sus hijos sin necesidad de emplearse al servicio de una familia noble. Para su propia sorpresa, había prosperado hasta cierto punto cuando todas las dragonas de la región empezaron a aprovecharse de sus hábiles dedos y sus precios razonables. Felin llevaba años comprándole sombreros a Hepsie, y hasta la Eminente se dignaba de vez en cuando a comprarle un sombrerito de campo.
Todos los sombreros de Selendra se habían hecho en casa, o en ocasiones se los habían comprado ya hechos sus hermanos. Jamás había visitado la tienda de una sombrerera. No podía imaginarse la variedad de sombreros disponible, ni la forma en que se hacían a medida. Aquel local era un milagro para ella. Tuvieron que esperar mientras le adaptaban a una doncella una encantadora gorra de profundoinvierno roja y dorada. La doncella era una de las que habían estado en la merienda y las saludó como si fueran amigas de toda la vida. Felin charló con ella mientras Selendra se limitaba a contemplar los sombreros expuestos en los rincones tallados en cada espacio de las paredes de aquella pequeña cueva. Jamás se había imaginado sombreros en semejante profusión de formas, colores y texturas. Había boinas, tricornios, gorros de cocinero, campanillas, gorros de sol y otros estilos cuyos nombres Selendra desconocía.
Cuando les llegó el turno, Hepsie se adelantó llena de energía.
—¡Bienaventurada Agornin! Es un placer verla. ¿Qué puedo hacer hoy por usted?
—Más negro, me temo —dijo Felin—. Ya sabe lo que me gusta. Y también estoy buscando algo, vellón negro, favorecedor, para aquí la respetada Agornin, la hermana de mi esposo.
Selendra apenas oyó la presentación, tan inmersa estaba en todos los sombreros.
—Es casi como un tesoro —dijo al recordar la cueva bajo las montañas. Su cadena estaba a salvo en su cama, en casa.
Hepsie y Felin se rieron con indulgencia, luego Hepsie se escabulló para encontrar materiales y patrones. Al final diseñó una gorra con varias capas o volantes de vellón.
—Eso es, esto estará bien mientras está de luto, y si quiere ponerle unas lentejuelas o joyas más tarde, irían aquí —dijo Hepsie al tiempo que le indicaba con el dedo unas lentejuelas de color azul brillante que bordeaban el volante interno.
—Es precioso —le aseguró Felin. Hepsie levantó un espejo de bronce y Selendra admiró su reflejo.
—Gracias —dijo, y le dio a Felin un tímido abrazo.
Felin se ocupó de pagar a Hepsie.
—¿Tendrá la amabilidad de mandarlos a la casa rectoral? —preguntó.
—Si no les importa esperar media hora, el de la respetada Agornin ya está casi terminado ahora que he hecho la prueba. Se lo podrían llevar con ustedes.
Hepsie se atareó con su diseño en una cueva interior y las dejó solas entre los sombreros. Selendra y Felin se sentaron y se pusieron cómodas. Esa era la oportunidad que había estado esperando Felin.
—Estás preciosa con ese sombrero —dijo.
—Me gusta mucho —dijo Selendra.
—Estoy segura de que Sher quedará encantado con él —continuó Felin. Selendra la miró con expresión culpable—. Sí, lo sé. La Eminente me contó algo sobre ello.
—¿La Eminente? ¿Qué sabe ella?
—Lo que Sher le ha contado. Le dijo que te quiere.
Los ojos de Selendra giraban tan rápido que le parecía que podrían salírsele de la cabeza, pero fue incapaz de decir nada.
—¿No lo quieres tú a él? —preguntó Felin—. ¿No podrías intentarlo?
—Está bastante claro que no —dijo Selendra mientras se miraba con aversión las escamas doradas y suaves de la curva de su flanco.
—¿Cómo podrías no amarlo? —preguntó Felin.
Selendra no podía discutir con eso, pues sabía que había terminado por quererlo casi de forma imperceptible. Hundió la cabeza.
—¿Quieres a otro dragón? —insistió Felin.
—No —dijo Selendra.
—¿Entonces, por qué no? Si Sher te ama lo suficiente para enfrentarse a su madre por ti, cosa que jamás ha hecho por nadie más… —
Cosa que no quiso hacer por mí
, pensó Felin suspirando para sí, aunque ahora adoraba a Penn—. Creo que es tu obligación intentar amarlo.
—La Eminente no querrá que lo quiera, ¿verdad? —preguntó Selendra con los ojos ahora muy abiertos y horrorizados.
—No, no quiere, más bien lo contrario. —Felin sonrió y mostró una sombra de sus blancos y afilados colmillos—. Pero si este fuera uno de los caprichos superficiales tan habituales en Sher, a estas alturas ya se habría ido a distraerse con otra cosa. Pero sigue aquí y sigue mirándote en la iglesia. Querida, ¿no ves que es cruel hacerle esto? ¿No le quieres en absoluto?
Selendra pensó en lo que Amer le había dicho. Quizá si él la tocaba. Y sin embargo lo había tenido tan cerca… Le había conmovido el corazón, pero no el color. Pero si estaba tan cerca para conmover su corazón, sus escamas habrían cambiado de color si pudieran, ¿no es así?
—Me gusta mucho, pero es imposible —murmuró de forma casi inaudible—. Lo siento, Felin, lo haría si pudiera, pero no puedo.
—La mayor parte de las doncellas en tu lugar estarían encantadas de tener a cualquier eminente corriendo tras ellas, por no hablar de uno tan atractivo y divertido como Sher —dijo Felin muy decepcionada.
—Es tan poco el poder que tenemos las hembras… —dijo Selendra—. Solo podemos decidir si aceptamos o rechazamos a un amante. Y aun entonces tenemos que esperar a que nos pregunten. Tú me estás pidiendo que piense en la riqueza y en la posición y haga caso omiso de lo que siento.
—No. En absoluto. La compenetración es suficiente para alcanzar la felicidad, como yo sé bien. Pero eso es ajeno a lo que en realidad te estoy diciendo, que es que si pudieras amar a Sher, tu obligación es casarte con él y hacerlo feliz—dijo Felin.
—Si pudiera amarlo, habría vuelto de la merienda con las escamas ruborizadas —dijo Selendra con dureza.
—¿Querrás al menos hablar con él? —preguntó Felin.
—No ha intentado hablar conmigo —dijo Selendra.
—Quiere salir a volar contigo la mañana de profundoinvierno —dijo Felin—. ¿Irás?
Selendra levantó la cabeza, las lágrimas espejeaban en sus ojos de color lavanda.
—Pues claro que iré —dijo.
Felin quería abrazarla, pero no estaba del todo segura. Había algo reservado en Selendra, pensó, algo que hacía que le resultara difícil amarla como deberían amarse las hermanas. Quizá eso era lo que la impedía amar a Sher como cualquier dragona sensata lo amaría.
Selendra se volvió a sentar conteniendo las lágrimas e intentando pensar en su nuevo sombrero, no en la mañana de profundoinvierno, ni en Sher, ni en los números de Amer y sus obstinadas escamas doradas.
La tercera semana de inviernohelado, Sebeth se encontraba de nuevo en la sala de confesiones de la pequeña y antigua iglesia del Skamble. Era de nuevo por la tarde, después del servicio. Sebeth se había confesado y había recibido la absolución.
—¿Hay alguna noticia? —preguntó el bienaventurado Calien cuando le apartó la garra de los ojos.
—Buenas noticias, bienaventurado —dijo la joven—. Avan ha cambiado por completo de opinión. Un día casi ni quería escuchar mi sugerencia de mantener unas cuantas casas y ahora ha decidido que va a mantener en su lugar la mitad del Skamble, incluyendo esta calle.
El sacerdote parpadeó asombrado.
—¿Qué le hizo cambiar de opinión? —preguntó.
—No lo sé, bienaventurado. Ocurrió de la noche a la mañana, al día siguiente de la tarde que estuve aquí por última vez. Yo estaba muy preocupada por esto y a él no le interesaba lo que yo tenía que decir. Y luego, de repente, decidió escuchar todo lo que usted me dijo que sugiriese y le gustó, y la mayor parte se va a incluir en el nuevo plan.
—¿Estás segura? —Los ojos oscuros de Calien giraron más rápido.
—Lo he copiado dos veces —dijo Sebeth, y flexionó con gesto inconsciente los dedos al recordarlo—. La parte de arriba, cerca de las vías del ferrocarril, al lado de las estaciones de carga, todo eso se destruirá y se convertirá en almacenes.
—No habría esperado salvar eso, no son más que chabolas —dijo el sacerdote—. Además, aunque les proporciona un hogar a algunos de los más pobres de la ciudad, nadie tendría que vivir con el sonido de las locomotoras de maniobras. Eso va de acuerdo con mi plan.
—Avan dice que las casas que hay ahí casi no tienen cimientos, que los dragones están sentados encima de la capa superficial del suelo y la marga —dijo Sebeth con un estremecimiento al pensarlo.
—No desprecies a los pobres por lo que deben soportar —dijo Calien con tono devoto—. No desprecies a los sirvientes, pues ellos no se ataron las alas.
—No, bienaventurado —dijo Sebeth con sumisión.
—¿Y el resto del Skamble?
—¡Está salvado! —dijo Sebeth, y los ojos se le iluminaron como estrellas azules gemelas—. La Oficina es de Planificación y Embellecimiento, ya sabe, y Avan va a guardar parte del dinero obtenido con los almacenes y va a utilizarlo para embellecer lo que queda. Solo se tirarán las peores casas y en su lugar habrá casas mejores y pequeños huertos cerca del río. Espera mejorar la zona. Habrá ayudas para los que estén preparados para trabajar en sus casas.
—¿Y el edificio de la iglesia?
—Esta calle está a salvo —dijo Sebeth con orgullo—. Le convencí para que dibujara la línea de los almacenes un poco más al norte de aquí.
—Bien hecho —dijo el sacerdote—. Debe de ser un milagro del bienaventurado Camran que haya cambiado de opinión de una forma tan brusca cuando yo ya casi había renunciado casi a mantener la oscuridad sobre nuestras cabezas. Que los dioses te bendigan, hermanita, lo has hecho muy bien.
El sacerdote frunció el ceño y Sebeth se preguntó por qué.
—Gracias sean dadas a Camran —dijo la joven con una inclinación de cabeza.
—¿Estás segura de que Avan tiene derecho a tomar esta decisión? ¿Que alguna otra oficina no puede anular la decisión de la Oficina de Planificación? —preguntó Calien nervioso.
—He copiado y vuelto a copiar los documentos que controlan eso, algunos de ellos datan de la Conquista y la fundación original de Irieth. Él está seguro y yo también.
—¿Te enteraste de algo sobre la fundación de Irieth? —preguntó el clérigo.
—Solo lo que ya sabíamos, que se fundó después de la Conquista, cuando los yargos ya casi nos habían derrotado por completo y deseaban reunimos a todos como a un rebaño dentro de las fronteras, como un granjero que quisiera separar a los cochinos de los corderos de lana. —Había un poco de amargura en el tono de Sebeth.
—Algunos dicen que Irieth ya era una ciudad antes de eso —dijo Calien, con un ligerísimo reproche claro en la voz.
—Se nombraba al majestuoso Tomalin en un antiguo fuero —admitió Sebeth.
—¿Quién podría decirlo, con tiempos tan antiguos? —dijo el sacerdote—. Fue por la misericordia de Jurale que los yargos conocieran a los dioses y nos los trajeran, en lugar de matarnos a todos cuando podrían haberlo hecho.
—Sí, bienaventurado —dijo Sebeth.
Se quedaron sentados en silencio durante un momento, pensando en aquello, en la conversión yarga de los dragones, que era para ellos la verdad y que los dragones más conservadores consideraban una absoluta herejía. Luego Calien empezó a preocuparse otra vez.
—¿Puede anular la decisión de Avan la Oficina de Planificación? —preguntó.
—Bueno, sí, pero no creo que eso vaya a pasar en este caso —respondió Sebeth.
—¿Por qué no?
—Le confió este proyecto el propio Liralen y redundará en beneficio de este que lo lleve bien a cabo. Liralen le presentará el proyecto al Consejo y el Consejo siempre hace lo que les sugiere Liralen. En circunstancias normales, podría haber rivalidades dentro de la Oficina, pero en este caso, dado que Avan venció a Kest hace tan poco tiempo, se ha elevado por encima de todos.